8.- CARIDAD CARBONELL CADENAS DE LLANO

8.- CARIDAD CARBONELL CADENAS DE LLANO

 

 

 

La Segunda Semana del Mes Misionero es la SEMANA DEL TESTIMONIO DE LOS SANTOS, DE LOS MÁRTIRES DE LA MISIÓN Y DE LOS CONFESORES DE LA FE: EXPRESIÓN DE LA ADULTEZ DE LA FE DE NUESTRA IGLESIA REPARTIDA POR EL MUNDO ENTERO.

Conoce un ramillete de Santos, Mártires, religiosos y confesores de nuestra Iglesia Diocesana de Córdoba.

Es la mejor expresión de una Iglesia misionera.

8.- CARIDAD CARBONELL CADENAS DE LLANO

 

 

Caridad Carbonell Cadenas de Llano nació en Córdoba el 14 de noviembre de 1916, hija de José Carbonell y de Caridad Cadenas de Llano, en Córdoba, fue la mayor de nueve hermanos. Era la suya una familia acomodada y muy cristiana. Como era común en aquellos días, disfrutó plenamente de su juventud y cuando discernió su vocación en la vida sería, lo que llamamos hoy, una vocación tardía, pero no por eso menos sólida.

Caridad ingresó en la Congregación de las Misioneras de Cristo Jesús, fundada en Javier, provincia de Navarra, en el año 1944, para “siguiendo el ejemplo de S. Francisco Javier, llevar el mensaje de Cristo a los pueblos más alejados y necesitados y lanzarse con gran fortaleza de ánimo a abrir nuevos caminos al Evangelio”. La Congregación nace con el firme propósito de contribuir a la construcción del Reino de Dios, participar en la actividad misionera de la Iglesia. Siempre con Cristo Jesús como centro de sus vidas, desean hacerse presentes allí donde los valores del Reino son desconocidos o aplastados, abriendo, con su trabajo, nuevos caminos al Evangelio y haciendo de sus vidas un signo de la fraternidad universal.

Esta Congregación era la que respondía a los anhelos y sueños de Caridad ya que su carisma, descrito por su fundadora María Camino, reza así: “Prestar un servicio a la Iglesia misionera siendo auxiliares de la Iglesia en los campos de misión, dando siempre preferencia a las misiones mas difíciles y necesitadas. Como Cristo, sumisas a la voluntad del Padre, mostrando un amor universal a todos los hombres, derramando el bien allí donde fuera mas necesario, sin limitaciones de ninguna clase en las actividades y haciéndolo de un modo sencillo por nuestro servicio y nuestra mistad. Con una autentica vida de familia, sencilla, alegre, con gran amplitud de horarios y planes, acomodada siempre a las necesidades de la misión” (Constituciones de las Misioneras de Cristo Jesús).

Así pues, el carisma de las Misioneras de Cristo Jesús no es otro que el vivir un radical compromiso misionero, vivir siempre y permanentemente con espíritu de sencillez, de oración, abiertos a otras culturas y religiones y dando a conocer el mensaje liberador de Cristo. Se busca un nuevo estilo de ser misionera más ágil y eficaz. Saben que han de ser mujeres de fe y oración, ancladas en lo esencial: el amor a Jesucristo y la consagración a la misión (por eso, añaden un cuarto voto: “marchar y servir a las misiones”). Todo lo demás debe estar al servicio de este ideal. Y así, las estructuras, horarios y normas, serán mínimas, máxima la disponibilidad para el servicio, pronta la respuesta a las necesidades más urgentes.

Caridad entra en contacto con la Congregación sintiendo desde primera hora cómo respondía a lo que ella buscaba, una consagración radical y total a Cristo y a su misión, con una opción preferencial por los más lejanos, los más empobrecidos, por “las misiones”… Y a ella se entregó en cuerpo y alma. Era lo que realmente buscaba, lo que necesitaba, por donde Dios la estaba llamando.

Sor Caridad, que era enfermera, llegó a la India en el tercer grupo de Misioneras de Cristo Jesús el 30 de abril de 1953 y fue inmediatamente destinada al remoto Raliang, muy diferente del Raliang de hoy, siendo el único medio de transporte el caballo, salvo rara vez que iba en algún camión.

Cada vez que rememoraba esos principios ella misma decía: “como no sabía ninguna otra lengua, salvo la mía, la superiora me dijo: ‘llámame si no puedes entender lo que te dicen los pacientes’, pero tengo que reconocer con toda sencillez que tenía que estar todo el tiempo corriendo a llamar a la superiora, porque no podía comprender absolutamente nada”.

Con todo, esto no suponía dificultad alguna para Sor Caridad a la hora de dar sus servicios de enfermera, algo que hacía realmente bien y para lo que estaba muy preparada. Su servicio era integral, en cuerpo y alma, con servicio y entrega, lo humano y lo divino, un servicio radical y totalmente evangélico.

Sor Caridad continuaba recordando cómo, con la gracia de Dios, comenzó a aprender el vocabulario del dispensario lo primero. Y a continuación añadía: “Las primeras actitudes que me ayudaron a crecer como misionera fueron la humildad y paciencia”, aceptar mi pobreza y saber esperar, aguantar, confiar.

Pues ella era consciente de que formaba parte de una Congregación Religiosa Misionera formada por personas que han sentido la llamada de Dios a vivir y a anunciar el Evangelio, con el testimonio como primera palabra y con el anuncio del amor de Dios y de su Proyecto a continuación, una Congregación exclusivamente misionera y que su testimonio es desde esa universalidad de la Iglesia, para anunciar con nuestro actitud humilde el amor servicial y paciente de Dios, como Jesús.

Ni qué decir tiene que el Pnar fue su segunda lengua para el resto de su vida. Durante cinco años apenas se movió de aquél remoto rincón, donde estuvo casi tres lustros, dedicada a visitar los pueblos para ofrecer servicios sanitarios o de pastoral; todo ello en condiciones muy difíciles, pero siempre contenta y fiel a Dios.

Durante su estancia en este su primer destino, hizo sus votos perpetuos el 11 de abril de 1956. A punto de cumplir sus 40 años, vivía su Consagración, su Dedicación total y exclusiva a Cristo y a su Misión, con todo su corazón, su mente y su voluntad, en su opción preferencial por los más lejanos y marginados, de una manera integral, donde nada del ser humano sufriente y empobrecido le fuera ajeno.

En 1957 encontramos a sor Caridad en la cocina de Nazaret Hospital, donde estuvo casi 20 años. Quizás solo los asociados de cerca con su trabajo llegaron a conocer de verdad a esta hermana atractiva, dinámica y noble. Su celo misionero y la fortaleza que Dios le dio, le hicieron ir más allá de su empleo concreto ofreciendo sus servicios sanitarios y pastorales fuera del recinto de Nazaret Hospital.

Según crónicas del Hospital, ella misma narraba cómo, a petición del P. Manolo Albizuri, párroco entonces de Nongstoin Pyndengre, iba allá los jueves, y trabajaba, junto con otras hermanas o niñas, en el servicio sanitario y en la asistencia pastoral. Estas visitas fueron la semilla para el establecimiento de la Parroquia de Nongstoin.

Del mismo modo, algo más tarde, el padre Vani, sdb, invitó a las hermanas a Ramblang, siendo sor Caridad la más fiel en su respuesta. Hay que ser conscientes de que la llamada a Ramblang suponía una dosis mayor de generosidad y valentía y, como decía el mismo padre Vani: “en su disponibilidad a ir a sitios del interior es donde se muestra lo mejor de la confianza en Dios y del amor al pueblo de esta hermana”.

A sor Caridad le gustaba la música y el baile, cocinar y coser, pero su fuerte era la jardinería. Sus preciosos claveles, fresas y uvas, incluso en el minúsculo campo de Nazaret, se recuerdan todavía, y en Sonoàhar la recuerda todo el mundo. Ella amaba a la gente y sentía auténtica predilección por los jóvenes… Seguro que desde el cielo tiene que estar sonriendo ahora viendo a todas las hermanas junioras y novicias en un amoroso coro de despedida.

Sor Caridad tenía muchas facetas, podía relacionarse con todo el mundo, a pesar de su difícil lingüística. Realmente vivió el sacramento de la existencia cotidiana, el poder ordinario, anodino incluso, pero lleno de gracia de vivir una vida buena. Siempre con Cristo Jesús como centro de su vida, deseaba hacerse presente allí donde los valores del Reino son desconocidos o aplastados, abriendo, con su trabajo, nuevos caminos al Evangelio y haciendo de su vida un signo de la fraternidad universal.

Sor Caridad, como buena Misionera de Cristo Jesús, aprovechaba todos los momentos para reconocer el amor que Dios ha profesado en ella haciendo suyo el programa de vida de la Congregación: “Nuestras manos, al estrechar otras manos, se han abierto al compartir. Hemos colaborado a abrir nuevos caminos al Evangelio sintiendo siempre la cercanía y fidelidad del Señor. Seguimos confiando en que El continuará su obra en nosotras y le damos gracias porque su fidelidad hace posible la nuestra y nos ayuda volver a El cuándo nos despistamos”

Hasta los 91 años estuvo bien y con salud, capaz de seguir su práctica ordinaria y sus trabajos en la comunidad. La enfermedad le ensombreció los dos últimos años, pero como la luchadora que siempre fue, luchó por cada minuto extra rehusando claudicar, con la misma tenacidad y fe con que siempre vivió.

Los últimos seis meses, esta hermana alta y fuerte, se redujo a huesos y piel, con extremidades hinchadas y supurantes. Ella, que había cuidado de la cocina y ropería de un hospital de 100 camas, ahora necesitaba ser ayudada en todo… y se entregó plenamente sin la más mínima queja; al contrario, cuando alguien entraba en su cuarto, su débil pero genuina sonrisa iluminaba la estancia. Te llenaba con su bondad, en medio de sus males. La humildad con la que sor Caridad aceptó su penoso deterioro, manteniendo a la par su pasión por la vida mientras Dios así lo quisiera, fue su cualidad extraordinaria. Verdaderamente, como Job en el Antiguo Testamento, sor Caridad manifestó con su aceptación y paciencia, su inquebrantable confianza en Dios. “Si aceptamos de Dios las cosas buenas, ¿no deberemos tomar también las malas?”.

Un esbozo de sor Caridad quedaría incompleto si no mencionásemos su gran don de agradecimiento: “Dios te lo pague”, le salía de todo lo hondo del corazón inmediatamente. Atribuía este don a su madre, y su profunda confianza en Dios a su padre. Sin duda uno de los desafíos mayores es vivir y amar a pesar del dolor y el sufrimiento, agradecer, en medio de todo.

La hermana Caridad Carbonell Cadenas, nacida en Córdoba, Misionera de Cristo Rey, falleció a las 6 de la tarde del 8 de octubre de 2009 en Shillong (India) a los 92 años de edad, murió como vivió, sin ostentación, sin ruido, silenciosamente, dejándose en las manos de Dios.

Con 36 años salió de España hacia la India. Sus padres, José y Caridad, pensaban que la misión los separaría para siempre de su hija. Pero ellos -al igual que el resto de sus familiares- se han sentido siempre vinculados a ella, manteniendo el contacto frecuentemente; sus hermanos en Madrid, su prima Julia y sus amigas en Córdoba, todos la recuerdan por su santidad.

Su labor durante los 67 años que ha estado en este país asiático se ha centrado en sanatorios y cuidados de base, conviviendo con las gentes del lugar y aprendiendo los dialectos de la zona.

Su amor por la misión le ha hecho permanecer en India para difundir el mensaje de Cristo y trabajar con los más desfavorecidos del planeta. Allí murió, como era su deseo; y allí reposarán sus restos.