MISIÓN AD GENTES 2020-2021.
Colaboración semanal en clave misionera de Don Antonio Evans Martos, Delegado episcopal de misiones en Córdoba. España.
1.-«Aquí estoy,envíame» (Is 6,8)(Domingo, 6/9/20)
Doy gracias a Dios por la dedicación con que se vivió en toda la Iglesia el Mes Misionero Extraordinario durante el pasado mes de octubre. Estoy seguro de que contribuyó a estimular la conversión misionera de muchas comunidades, a través del camino indicado por el tema: “Bautizados y enviados: la Iglesia de Cristo en misión en el mundo”.
En este año, marcado por los sufrimientos y desafíos causados por la pandemia del COVID-19, este camino misionero de toda la Iglesia continúa a la luz de la palabra que encontramos en el relato de la vocación del profeta Isaías: «Aquí estoy, envíame» (Is 6,8). Es la respuesta siempre nueva a la pregunta del Señor: «¿A quién enviaré?» (ibíd.). Esta llamada viene del corazón de Dios, de su misericordia que interpela tanto a la Iglesia como a la humanidad en la actual crisis mundial. «Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “perecemos” (cf. v. 38), también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino solo juntos» (Meditación en la Plaza San Pietro, 27 marzo 2020). Estamos realmente asustados, desorientados y atemorizados. El dolor y la muerte nos hacen experimentar nuestra fragilidad humana; pero al mismo tiempo todos somos conscientes de que compartimos un fuerte deseo de vida y de liberación del mal. En este contexto, la llamada a la misión, la invitación a salir de nosotros mismos por amor de Dios y del prójimo se presenta como una oportunidad para compartir, servir e interceder. La misión que Dios nos confía a cada uno nos hace pasar del yo temeroso y encerrado al yo reencontrado y renovado por el don de sí mismo.
En el sacrificio de la cruz, donde se cumple la misión de Jesús (cf. Jn 19,28-30), Dios revela que su amor es para todos y cada uno de nosotros (cf. Jn 19,26-27). Y nos pide nuestra disponibilidad personal para ser enviados, porque Él es Amor en un movimiento perenne de misión, siempre saliendo de sí mismo para dar vida. Por amor a los hombres, Dios Padre envió a su Hijo Jesús (cf. Jn 3,16). Jesús es el Misionero del Padre: su Persona y su obra están en total obediencia a la voluntad del Padre (cf. Jn 4,34; 6,38; 8,12-30; Hb 10,5-10). A su vez, Jesús, crucificado y resucitado por nosotros, nos atrae en su movimiento de amor; con su propio Espíritu, que anima a la Iglesia, nos hace discípulos de Cristo y nos envía en misión al mundo y a todos los pueblos.
2.- La vida es una misión, ¿estoy disponible?(Domingo, 13/9/20)
«La misión, la “Iglesia en salida” no es un programa, una intención que se logra mediante un esfuerzo de voluntad. Es Cristo quien saca a la Iglesia de sí misma. En la misión de anunciar el Evangelio, te mueves porque el Espíritu te empuja y te trae» (Sin Él no podemos hacer nada, LEV-San Pablo, 2019, 16-17). Dios siempre nos ama primero y con este amor nos encuentra y nos llama. Nuestra vocación personal viene del hecho de que somos hijos e hijas de Dios en la Iglesia, su familia, hermanos y hermanas en esa caridad que Jesús nos testimonia. Sin embargo, todos tienen una dignidad humana fundada en la llamada divina a ser hijos de Dios, para convertirse por medio del sacramento del bautismo y por la libertad de la fe en lo que son desde siempre en el corazón de Dios.
Haber recibido gratuitamente la vida constituye ya una invitación implícita a entrar en la dinámica de la entrega de sí mismo: una semilla que madurará en los bautizados, como respuesta de amor en el matrimonio y en la virginidad por el Reino de Dios. La vida humana nace del amor de Dios, crece en el amor y tiende hacia el amor. Nadie está excluido del amor de Dios, y en el santo sacrificio de Jesús, el Hijo en la cruz, Dios venció el pecado y la muerte (cf. Rm 8,31-39). Para Dios, el mal —incluso el pecado— se convierte en un desafío para amar y amar cada vez más (cf. Mt 5,38-48; Lc 23,33-34). Por ello, en el misterio pascual, la misericordia divina cura la herida original de la humanidad y se derrama sobre todo el universo. La Iglesia, sacramento universal del amor de Dios para el mundo, continúa la misión de Jesús en la historia y nos envía por doquier para que, a través de nuestro testimonio de fe y el anuncio del Evangelio, Dios siga manifestando su amor y pueda tocar y transformar corazones, mentes, cuerpos, sociedades y culturas, en todo lugar y tiempo.
La misión es una respuesta libre y consciente a la llamada de Dios, pero podemos percibirla solo cuando vivimos una relación personal de amor con Jesús vivo en su Iglesia. Preguntémonos: ¿Estamos listos para recibir la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida, para escuchar la llamada a la misión, tanto en la vía del matrimonio como de la virginidad consagrada o del sacerdocio ordenado, como también en la vida ordinaria de todos los días? ¿Estamos dispuestos a ser enviados a cualquier lugar para dar testimonio de nuestra fe en Dios, Padre misericordioso, para proclamar el Evangelio de salvación de Jesucristo, para compartir la vida divina del Espíritu Santo en la edificación de la Iglesia? ¿Estamos prontos, como María, Madre de Jesús, para ponernos al servicio de la voluntad de Dios sin condiciones (cf. Lc 1,38)? Esta disponibilidad interior es muy importante para poder responder a Dios: “Aquí estoy, Señor, envíame” (cf. Is 6,8). Y todo esto no en abstracto, sino en el hoy de la Iglesia y de la historia.
3.- Oración, reflexión y ayuda material, formas de participar en la misión (Domingo, 20/9/20)
Comprender lo que Dios nos está diciendo en estos tiempos de pandemia también se convierte en un desafío para la misión de la Iglesia. La enfermedad, el sufrimiento, el miedo, el aislamiento nos interpelan. Nos cuestiona la pobreza de los que mueren solos, de los desahuciados, de los que pierden sus empleos y salarios, de los que no tienen hogar ni comida. Ahora, que tenemos la obligación de mantener la distancia física y de permanecer en casa, estamos invitados a redescubrir que necesitamos relaciones sociales, y también la relación comunitaria con Dios. Lejos de aumentar la desconfianza y la indiferencia, esta condición debería hacernos más atentos a nuestra forma de relacionarnos con los demás. Y la oración, mediante la cual Dios toca y mueve nuestro corazón, nos abre a las necesidades de amor, dignidad y libertad de nuestros hermanos, así como al cuidado de toda la creación. La imposibilidad de reunirnos como Iglesia para celebrar la Eucaristía nos ha hecho compartir la condición de muchas comunidades cristianas que no pueden celebrar la Misa cada domingo. En este contexto, la pregunta que Dios hace: «¿A quién voy a enviar?», se renueva y espera nuestra respuesta generosa y convencida: «¡Aquí estoy, envíame!» (Is 6,8). Dios continúa buscando a quién enviar al mundo y a cada pueblo, para testimoniar su amor, su salvación del pecado y la muerte, su liberación del mal (cf. Mt 9,35-38; Lc 10,1-12).
La celebración la Jornada Mundial de la Misión también significa reafirmar cómo la oración, la reflexión y la ayuda material de sus ofrendas son oportunidades para participar activamente en la misión de Jesús en su Iglesia. La caridad, que se expresa en la colecta de las celebraciones litúrgicas del tercer domingo de octubre, tiene como objetivo apoyar la tarea misionera realizada en mi nombre por las Obras Misionales Pontificias, para hacer frente a las necesidades espirituales y materiales de los pueblos y las iglesias del mundo entero y para la salvación de todos.
Que la Bienaventurada Virgen María, Estrella de la evangelización y Consuelo de los afligidos, Discípula misionera de su Hijo Jesús, continúe intercediendo por nosotros y sosteniéndonos.
4.- Semana del Encuentro personal con Cristo vivo(Domingo, 27/9/20)
Iniciamos la celebración del Octubre Misionero que, a petición del papa Francisco, quiere que sea siempre un mes misionero extraordinario. Su finalidad espiritual, pastoral y teológica debe consistir siempre en reconocer que la misión es y debe ser el paradigma de la vida y de la obra de toda la Iglesia, de todo cristiano. Con ese objetivo, se inicia con una semana dedicada a la necesidad de tener un encuentro personal con Jesucristo, vivo en su Iglesia, a través de la Eucaristía, la palabra de Dios, la oración personal y la comunitaria.
«La salvación es el encuentro con Jesús, que nos ama y nos perdona, enviándonos el Espíritu, que nos consuela y nos defiende. La salvación no es la consecuencia de nuestras iniciativas misioneras, ni siquiera de nuestros razonamientos sobre la encarnación del Verbo. La salvación de cada uno puede ocurrir solo a través de la perspectiva del encuentro con él, que nos llama. Por esto, el misterio de la predilección inicia -y no puede no iniciar- con un impulso de alegría, de gratitud. La alegría del Evangelio, esa “alegría grande” de las pobres mujeres que, en la mañana de Pascua, fueron al sepulcro de Cristo y lo hallaron vacío, y que luego fueron las primeras en encontrarse con Jesús resucitado y corrieron a decírselo a los demás (cf. Mt 28,8-10). Solo así, el ser elegidos y predilectos puede testimoniar ante todo el mundo, con nuestras vidas, la gloria de Cristo resucitado» (Del Mensaje del p. Francisco a la Asamblea Mundial de OMP).
El Papa Francisco nos recuerda en su Mensaje para el DOMUND que la misión es una respuesta libre y consciente a la llamada de Dios, pero que solo podemos percibirla cuando vivimos una relación personal de amor con Jesús vivo en su Iglesia. Por eso nos invita a que nos preguntemos sobre nuestra disponibilidad a escuchar la llamada a la misión, a ser enviados a cualquier lugar para dar testimonio de nuestra fe, y a ponernos al servicio de la voluntad de Dios sin condiciones.
5.- Semana del testimonio misionero(Domingo, 4/10/20)
Iniciamos la segunda semana del Octubre Misionero en la que se nos invita a contemplar el testimonio de los santos, de los mártires de la misión y de los confesores de la fe, que son expresión de la adultez en la fe de las Iglesias repartidas por el mundo entero.
«Los testigos -nos dice el papa Francisco-, en cualquier situación humana, son aquellos que certifican lo que otro ha hecho. En este sentido -y solo así́-, podemos nosotros ser testigos de Cristo y de su Espíritu. Después de la Ascensión, como cuenta el final del Evangelio de Marcos, los apóstoles y los discípulos “se fueron a predicar por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban” (16,20). Cristo, con su Espíritu, da testimonio de sí mismo mediante las obras que lleva a cabo en nosotros y con nosotros. […] Es el Espíritu Santo quien enciende y custodia la fe en los corazones, y reconocer este hecho lo cambia todo. En efecto, es el Espíritu el que suscita y anima la misión, le imprime connotaciones “genéticas”, matices y movimientos particulares que hacen del anuncio del Evangelio y de la confesión de la fe cristiana algo distinto a cualquier proselitismo político o cultural, psicológico o religioso» (Del Mensaje a la Asamblea Mundial de OMP).
El Papa Francisco nos dice que la misión, la “Iglesia en salida” no es un programa, una intención que se logra mediante un esfuerzo de voluntad. Es Cristo quien saca a la Iglesia de sí misma. En la misión de anunciar el Evangelio, te mueves porque el Espíritu te empuja y te trae. […] La Iglesia, sacramento universal del amor de Dios para el mundo, continúa la misión de Jesús en la historia y nos envía por doquier para que, a través de nuestro testimonio de fe y el anuncio del Evangelio, Dios siga manifestando su amor y pueda tocar y transformar corazones, mentes, cuerpos, sociedades y culturas, en todo lugar y tiempo.
6.- Semana de la formación misionera(Domingo, 11/10/19)
En esta tercera semana del Octubre Misionero se nos invita a adquirir una formación bíblica, catequética, espiritual y teológica sobre la missio ad gentes. Pues en la llamada de Jesús a salir, están presentes los escenarios y desafíos de la misión evangelizadora a la que todos somos llamados.
El Papa Francisco en su Mensaje para el DOMUND nos urge a hacernos tres preguntas:
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¿Estamos listos para recibir la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida, para escuchar la llamada a la misión, tanto en la vía del matrimonio como de la virginidad consagrada o del sacerdocio ordenado, como también en la vida ordinaria de todos los días?
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¿Estamos dispuestos a ser enviados a cualquier lugar para dar testimonio de nuestra fe en Dios, Padre misericordioso, para proclamar el Evangelio de salvación de Jesucristo, para compartir la vida divina del Espíritu Santo en la edificación de la Iglesia?
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¿Estamos prontos, como María, Madre de Jesús, para ponernos al servicio de la voluntad de Dios sin condiciones (cf. Lc 1,38)?
Esta disponibilidad interior es muy importante para poder responder a Dios: “Aquí estoy, Señor, envíame” (cf. Is 6,8). Y todo esto no en abstracto, sino en el hoy de la Iglesia y de la historia.
Comprender lo que Dios nos está diciendo en estos tiempos de pandemia -nos dice el Papa Francisco- también se convierte en un desafío para la misión de la Iglesia. La enfermedad, el sufrimiento, el miedo, el aislamiento nos interpelan. Nos cuestiona la pobreza de los que mueren solos, de los desahuciados, de los que pierden sus empleos y salarios, de los que no tienen hogar ni comida. En este contexto, la pregunta que Dios hace: «¿A quién voy a enviar?», se renueva y espera nuestra respuesta generosa y convencida: «¡Aquí estoy, envíame!» (Is 6,8). Dios continúa buscando a quién enviar al mundo y a cada pueblo, para testimoniar su amor, su salvación del pecado y la muerte, su liberación del mal (cf. Mt 9,35-38; Lc 10,1-12).
7.- Semana de caridad misionera(Domingo, 18/10/20)
El Octubre Misionero culmina en esta cuarta semana, dedicada a la caridad misionera como apoyo para el inmenso trabajo de evangelización y de la formación cristiana de las Iglesias más necesitadas.
En la Asamblea Mundial de las OMP de este año, el Papa Francisco hacía esta encarecida petición: «Por lo que respecta a los pobres, no os olvidéis de ellos tampoco vosotros. Esta fue la recomendación que, en el Concilio de Jerusalén, los apóstoles Pedro, Juan y Santiago dieron a Pablo, Bernabé y Tito, que discutían sobre su misión entre los incircuncisos: “Solo nos pidieron que nos acordáramos de los pobres” (Ga 2,10). Después de aquella recomendación, Pablo organizó las colectas en favor de los hermanos de la Iglesia de Jerusalén (cf. 1Co 16,1). La predilección por los pobres y los pequeños es parte de la misión de anunciar el Evangelio, que está desde el principio. Las obras de caridad espirituales y corporales hacia ellos manifiestan una “preferencia divina” que interpela la vida de fe de todo cristiano, llamado a tener los mismos sentimientos de Jesús (cf. Flp 2,5). […] Os pido que el carácter distintivo de vuestra cercanía al Obispo de Roma sea precisamente este: compartir el amor a la Iglesia, reflejo del amor a Cristo, vivido y manifestado en el silencio, sin jactarse, sin delimitar el “terreno propio”; con un trabajo cotidiano que se inspire en la caridad y en su misterio de gratuidad; con una obra que sostenga a innumerables personas interiormente agradecidas, pero que quizás no saben a quién dar las gracias, porque desconocen hasta el nombre de las OMP. El misterio de la caridad en la Iglesia se lleva a cabo así».
Y en su Mensaje para el DOMUND nos recuerda que la celebración la Jornada Mundial de la Misión también significa reafirmar cómo la oración, la reflexión y la ayuda material de sus ofrendas son oportunidades para participar activamente en la misión de Jesús en su Iglesia. La caridad, que se expresa en la colecta de las celebraciones litúrgicas del tercer domingo de octubre, tiene como objetivo apoyar la tarea misionera realizada en mi nombre por las OMP, para hacer frente a las necesidades espirituales y materiales de los pueblos y las Iglesias del mundo entero y para la salvación de todos.
8.- La pandemia del COVID-19 como desafío y como oportunidad: (Domingo, 25/10/20)
Cerramos el Octubre Misionero que nos ha invitado a escuchar la llamada del corazón de Dios que siempre toma la iniciativa ante las necesidades de la humanidad, y hoy interpela a la Iglesia y a toda la humanidad ante la tragedia que está suponiendo el COVID-19.
Comprender lo que Dios nos dice en la pandemia del COVID-19 se convierte en desafío para la misión de la Iglesia. El Papa nos dice que nos debe interpelar la enfermedad, el sufrimiento, el miedo y el aislamiento de tantas y tantas personas. Más aún, que nos debe cuestionar la pobreza de los que mueren solos, de los desahuciados, de los que pierden sus empleos y salarios, de los que no tienen hogar ni comida.
Pero, todo eso que debemos asumir como desafío a la misión de la Iglesia, previamente debemos asumirlo como una oportunidad para nuestra propia conversión, como una llamada de Dios para vivir una conversión, una llamada a pasar del yo temeroso y encerrado (como Moisés, Jeremías, Jonás, etc.) al yo reencontrado y renovado por el don de sí mismo (como Abrahán, el Siervo de Yahvé, etc.).
La llamada de Dios ante la pandemia del COVID-19 es a ponernos en estado de misión con un programa muy concreto: salir de nosotros viviendo al aire del Espíritu, compartir la suerte y la causa de todos los que sufren, asumir como sentido de toda la vida el vivir sirviendo, e interceder conscientes de que la capacidad nos viene de Dios.
Todo ello desemboca en la necesidad de la oración, mediante la cual Dios toca y mueve nuestro corazón, y nos abre a las necesidades de amor, dignidad y libertad de nuestros hermanos, así como al cuidado de toda la creación.
9.- La fe es testimoniar la alegría que nos da el Señor (Domingo, 1/11/20)
Pentecostés es el milagro que cambió todo, los Apóstoles cobraron seguridad porque confiaron todo al Señor, estaban llenos de alegría; y la alegría en ellos era la plenitud de la consolación, la plenitud de la presencia del Señor.
San Pablo escribe a los Gálatas que la plenitud del gozo de los Apóstoles no es el efecto de unas emociones que satisfacen y alegran, sino un gozo desbordante que se puede experimentar solo como fruto y como don del Espíritu Santo (cf. 5,22). Recibir el gozo del Espíritu es una gracia, y es la única fuerza que podemos tener para predicar el Evangelio, para confesar la fe en el Señor. La fe es testimoniar la alegría que nos da el Señor. Un gozo como ese no nos lo podemos dar nosotros solos.
Jesús, antes de irse, dijo a los suyos que les mandaría el Espíritu, el Consolador. Y así entregó también al Espíritu la obra apostólica de la Iglesia, durante toda la historia, hasta su venida. El misterio de la Ascensión, junto con la efusión del Espíritu en Pentecostés, imprime y confiere para siempre a la misión de la Iglesia su rasgo genético más íntimo: el de ser obra del Espíritu Santo y no consecuencia de nuestras reflexiones e intenciones. Y este es el rasgo que puede hacer fecunda la misión y preservarla de cualquier presunta autosuficiencia, de la tentación de tomar como rehén la carne de Cristo para los propios proyectos clericales de poder.
Cuando, en la misión de la Iglesia, no se acoge ni se reconoce la obra real y eficaz del Espíritu Santo, quiere decir que, hasta las palabras de la misión -incluso las más exactas y las más reflexionadas- se han convertido en una especie de “discursos de sabiduría humana”, usados para auto glorificarse o para quitar y ocultar los propios desiertos interiores.
10.- La salvación es testimoniar alegría del Evangelio(Domingo, 8/11/20)
La salvación es el encuentro con Jesús, que nos ama y nos perdona, enviándonos el Espíritu, que nos consuela y nos defiende. La salvación no es la consecuencia de nuestras iniciativas misioneras, ni siquiera de nuestros razonamientos sobre la encarnación del Verbo. La salvación de cada uno puede ocurrir solo a través de la perspectiva del encuentro con él, que nos llama.
Por esto, el misterio de la predilección inicia -y no puede no iniciar- con un impulso de alegría, de gratitud. La alegría del Evangelio, esa “alegría grande” de las pobres mujeres que, en la mañana de Pascua, fueron al sepulcro de Cristo y lo hallaron vacío, y que luego fueron las primeras en encontrarse con Jesús resucitado y corrieron a decírselo a los demás (cf. Mt 28,8- 10). Solo así, el ser elegidos y predilectos puede testimoniar ante todo el mundo, con nuestras vidas, la gloria de Cristo resucitado.
La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría. En esta Exhortación quiero dirigirme a los fieles cristianos para invitarlos a una nueva etapa evangelizadora marcada por esa alegría, e indicar caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años (Eg 1).
11.- La misión es ser testigos de Cristo y de su Espíritu(Domingo, 15/11/20)
Los testigos, en cualquier situación humana, son aquellos que certifican lo que otro ha hecho. En este sentido -y solo así-, podemos nosotros ser testigos de Cristo y de su Espíritu.
Después de la Ascensión, los apóstoles y los discípulos «se fueron a predicar por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban» (Mc 16,20). Cristo, con su Espíritu, da testimonio de sí mismo mediante las obras que lleva a cabo en y con nosotros.
La Iglesia no rogaría al Señor que les concediera la fe a aquellos que no conocen a Cristo, si no creyera que es Dios mismo el que dirige y atrae hacia sí la voluntad de los hombres.
La Iglesia no haría rezar a sus hijos para pedir al Señor la perseverancia en la fe en Cristo, si no creyese que es el mismo Señor quien tiene en su mano nuestros corazones. En efecto, si la Iglesia le rogase estas cosas, pero pensara que se las puede dar a sí misma, significaría que sus oraciones no serían auténticas, sino solamente fórmulas vacías, frases hechas, formalismos impuestos por el conformismo eclesiástico (cf. El don de la perseverancia. A Próspero y a Hilario, 23.63).
Si no se reconoce que la fe es un don de Dios, tampoco tendrían sentido las oraciones que la Iglesia le dirige. Y no se manifestaría a través de ellas ninguna sincera pasión por la felicidad y por la salvación de los demás y de aquellos que no reconocen a Cristo resucitado, aunque se dedique mucho tiempo a organizar la conversión del mundo al cristianismo.
Es el Espíritu Santo quien enciende y custodia la fe en los corazones, y reconocer este hecho lo cambia todo. En efecto, es el Espíritu el que suscita y anima la misión, le imprime connotaciones “genéticas”, matices y movimientos particulares que hacen del anuncio del Evangelio y de la confesión de la fe cristiana algo distinto a cualquier proselitismo político o cultural, psicológico o religioso.
12.- Es necesario vivir el encuentro personal con Jesús (Domingo, 22/11/20)
El papa Francisco invita a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él, porque nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor.
Al que arriesga, .nos dice el Papa- el Señor no lo defrauda, y cuando alguien da un pequeño paso hacia Jesús, descubre que Él ya esperaba su llegada con los brazos abiertos.
Este es el momento para decirle a Jesucristo: «Señor, me he dejado engañar, de mil maneras escapé de tu amor, pero aquí estoy otra vez para renovar mi alianza contigo. Te necesito. Rescátame de nuevo, Señor, acéptame una vez más entre tus brazos redentores». ¡Nos hace tanto bien volver a Él cuando nos hemos perdido!
Por esa razón insiste el Papa Francisco una y otra vez diciéndonos a todos y a cada uno: Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia. Aquel que nos invitó a perdonar «setenta veces siete» (Mt 18,22) nos da ejemplo: Él perdona setenta veces siete. Nos vuelve a cargar sobre sus hombros una y otra vez.
Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría. No huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase. ¡Que nada pueda más que su vida que nos lanza hacia adelante! (Eg 3).
13.- El encuentro personal con Cristo es el antídoto contra la tristeza(Domingo, 29/11/20)
El gran riesgo del mundo actual -nos dice el papa Francisco-, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ni entran los pobres, ni se escucha la voz de Dios, ni se goza la dulce alegría de su amor, ni palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida. Esa no es la opción de una vida digna y plena, ese no es el deseo de Dios para nosotros, esa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado (Eg 2)
Ciertamente, como nos dijo el papa Benedicto XVI: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva».
Por eso -dice el papa Francisco-, solo gracias a ese encuentro o reencuentro con el amor de Dios, que se convierte en feliz amistad, somos rescatados de nuestra conciencia aislada y de la autorreferencialidad. Llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que humanos, cuando le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero. Allí está el manantial de la acción evangelizadora. Porque, si alguien ha acogido ese amor que le devuelve el sentido de la vida, ¿cómo puede contener el deseo de comunicarlo a otros? (Eg 8).
14.- La misión debe resultar atractiva para el hombre de hoy(Domingo, 6/12/20)
El misterio de la Redención entró y continúa obrando en el mundo a través de un atractivo que puede fascinar el corazón de los hombres y de las mujeres, porque es y parece más atrayente que las seducciones basadas en el egoísmo, consecuencia del pecado. «Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado», dice Jesús en el Evangelio de Juan (6,44).
La Iglesia siempre ha repetido que seguimos a Jesús y anunciamos su Evangelio por esto: por la fuerza de atracción que ejercen el mismo Cristo y su Espíritu.
La Iglesia -afirmó el Papa Benedicto XVI- crece en el mundo por atracción y no por proselitismo (cf. Homilía en la Misa de apertura de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Aparecida, 13 mayo 2007: AAS 99 [2007], 437).
San Agustín decía que Cristo se nos revela atrayéndonos, y, para poner un ejemplo de este atractivo, citaba al poeta Virgilio, según el cual toda persona es atraída por aquello que le gusta. Jesús no solo es atrayente para nuestra voluntad, sino también para nuestro gusto (cf. Comentario al Evangelio de San Juan, 26, 4).
Cuando uno sigue a Jesús, contento por ser atraído por él, los demás se darán cuenta y podrán asombrarse de ello. La alegría que se transparenta en aquellos que son atraídos por Cristo y por su Espíritu es lo que hace fecunda cualquier iniciativa misionera.
15.- La misión debe brotar del agradecimiento(Domingo, 13/12/20)
La alegría de anunciar el Evangelio brilla siempre sobre el fondo de una memoria agradecida. Los apóstoles nunca olvidaron el momento en el que Jesús les tocó el corazón: «Era como la hora décima» (Jn 1,39).
El acontecimiento de la Iglesia resplandece cuando en él se manifiesta el agradecimiento por la iniciativa gratuita de Dios, porque «Él nos amó» primero (1Jn 4,10), porque «fue Dios quien hizo crecer» (1Co 3,6).
La predilección amorosa del Señor nos sorprende, y el asombro -por su propia naturaleza- no podemos poseerlo por nosotros mismos ni imponerlo. No es posible “asombrarse a la fuerza”. Solo así puede florecer el milagro de la gratuidad, el don gratuito de sí.
Tampoco el fervor misionero puede obtenerse como consecuencia de un razonamiento o de un cálculo. Ponerse en “estado de misión” es un efecto del agradecimiento, es la respuesta de quien, en función de su gratitud, se hace dócil al Espíritu Santo y, por tanto, es libre.
Si no se percibe la predilección del Señor, que nos hace agradecidos, incluso el conocimiento de la verdad y el conocimiento mismo de Dios -ostentados como posesión que hay que adquirir con las propias fuerzas- se convertirían, de hecho, en “letra que mata” (cf. 2Co 3,6), como demostraron por vez primera san Pablo y san Agustín.
Solo en la libertad del agradecimiento se conoce verdaderamente al Señor. Y resulta inútil -y, más que nada, inapropiado- insistir en presentar la misión y el anuncio del Evangelio como si fueran un deber vinculante, una especie de “obligación contractual” de los bautizados.
16.- La misión siempre se debe realizar desde la humildad(Domingo, 20/12/20)
Si la verdad y la fe, la felicidad y la salvación no son una posesión nuestra, una meta alcanzada por nuestros méritos, entonces el Evangelio de Cristo solamente se puede anunciar desde la mansedumbre y la humildad de corazón
Nunca se podrá pensar en servir a la misión de la Iglesia con la arrogancia individual y a través de la ostentación, con la soberbia de quien desvirtúa también el don de los sacramentos y las palabras más auténticas de la fe, haciendo de ellos un botín que ha merecido.
No se puede ser humilde por buena educación o por querer parecer cautivadores. Se es humilde si se sigue a Cristo, que dijo a los suyos: «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,29).
San Agustín se pregunta cómo es posible que, después de la Resurrección, Jesús se dejara ver solo por sus discípulos y no, en cambio, por los que lo habían crucificado, para dejar clara la respuesta del Padre confirmando su vida, para patentizar su triunfo. A lo que él mismo responde que Jesús no quería dar la impresión de querer «burlarse de quienes le habían dado muerte, que era más importante enseñar la humildad a los amigos que echar en cara a los enemigos la verdad» (Discurso 284, 6).
La misión consiste en actualizar la presencia, la manera de ser y de obrar de quien no hizo alarde de su categoría divina, sino que se abajó, pasó como uno de tantos, se sometió a todo hasta la muerte… (cf Flp 2,6ss).
17.- El método de la misión debe ser el de la paciencia(Domingo, 27/12/20)
Otro rasgo de la auténtica obra misionera es el que nos remite a la paciencia de Jesús, que también en las narraciones del Evangelio acompañaba siempre con misericordia las etapas de crecimiento de las personas. Un pequeño paso, en medio de las grandes limitaciones humanas, puede alegrar el corazón de Dios más que las zancadas de quien va por la vida sin grandes dificultades.
Un corazón misionero reconoce la condición actual en la que se encuentran las personas reales, con sus límites, sus pecados, sus debilidades, y se hace «débil con los débiles» (1 Co 9,22). A fin de cuentas, de lo que se trata es de facilitar, de no complicar, de tener paciencia con el ritmo de cada persona, con proceso de maduración.
“Salir” en misión para llegar a las periferias humanas no quiere decir vagar sin dirección ni sentido, como vendedores impacientes que se quejan de que la gente es muy ruda y anticuada como para interesarse por su mercancía. A veces se trata de aminorar el paso para acompañar a quien se ha quedado al borde del camino. A veces hay que imitar al padre de la parábola del hijo pródigo, que deja las puertas abiertas y otea todos los días el horizonte, con la esperanza de la vuelta de su hijo (cf. Lc 15,20).
La Iglesia no es una aduana, y quien participa de algún modo en la misión de la Iglesia está llamado a no añadir cargas inútiles a las vidas ya difíciles de las personas, a no imponer caminos de formación sofisticados y pesados para gozar de aquello que el Señor da con facilidad.
No pongamos obstáculos al deseo de Jesús, que ora por cada uno de nosotros y nos quiere curar a todos, salvar a todos.
18.- Con Jesús a Belén ¡QUÉ BUENA NOTICIA! (Domingo, 3/1/21)
Ya hace dos años que comenzábamos un nuevo itinerario formativo de los niños centrado en la infancia de Jesús, el primer misionero. El itinerario tiene un objetivo permanente: tomar conciencia de que la misión precede a la concepción y cómo en cada etapa se perfila su misión.
Empezábamos contemplando cómo en Belén, la misión de Jesús es encarnar y revelar la naturaleza de Dios, siendo la esperanza de la humanidad. Nos fijábamos en cinco valores misioneros que se desprenden de Belén:
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El valor de la oración: María y José han sabido acoger la palabra de Dios, haciendo posible que Jesús se haga presente en nuestras vidas y nos llene de su alegría y paz. El misionero es el que acoge con alegría a Dios en su corazón y lo lleva siempre con él.
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El valor de estar en vigilia: los pastores, por estar al raso, oyen el mensaje, van, reconocen, le adoran y le regalan lo que son y tienen. El misionero es el que tiene esperanza y ayuda a los que tiene cerca a no perderla.
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El valor de buscar la verdad: los magos no tienen miedo, se ponen en camino para encontrarlo, no se dejan llevar por la comodidad, lo reconocen y ponen a sus pies todo tesoro. El misionero es el que no tiene miedo, ni se deja llevar por la comodidad a la hora de buscar al Señor y poner todo a sus pies.
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El valor de la tradición recibida: el pueblo fiel que espera el cumplimiento de las promesas y reconoce su cumplimiento es Jesús, y lo proclama a todos. El misionero es el que da a conocer a Jesús, salvador del mundo, luz de las naciones, para que todos puedan encontrarse con Jesús.
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El valor de la pobreza y de la obediencia: los pastores son los primeros en adorar a Jesús. Dios tiene preferencia por los que se reconocen necesitados. El misionero sabe que en los pobres y en la gente sencilla está Dios y estar con ellos es un modo concreto de estar con Dios.
19.- Con Jesús a Egipto ¡EN MARCHA! (Domingo, 10/1/21)
El segundo año del itinerario de formación misionera de los niños se centraba contemplar a Jesús Niño refugiado en Egipto mostrando cómo el sentido de su vida, su misión, va a consistir en liberar, educar y capacitar al nuevo Israel
El Evangelio nos muestra a la Sagrada Familia refugiada en Egipto, viviendo en carne propia el sufrimiento y la injusticia que afligen a los más débiles. Desde el principio, Jesús conoce la oposición y la persecución, y también desde estos primeros momentos manifiesta cómo Dios opta por los pequeños, asume su suerte para asumir su causa, y deja claro que el sentido de su vida es liberar de toda esclavitud… Esta es la gran esperanza que nos mueve a quienes somos enviados a transmitir en el mundo el amor de Dios, como hacen los misioneros.
La Sagrada Familia se ve obligada a ponerse en camino, como tantos migrantes, refugiados, desplazados forzosos de nuestros días. Jesús hubo de asumir esa salida de modo físico, abandonando su cultura, su lengua, sus tradiciones, sus seguridades… Junto con María y José tuvo que huir y refugiarse en Egipto. Allí la Sagrada Familia tendrá que aprender a convivir con gente distinta, pero comprenderá, sobre todo, que Jesús ha venido a compartir la vida con todos los hombres, sin mirar raza, color, lengua, cultura o tradición, y hacer posible un pueblo en libertad y dignidad.
Por eso, la Infancia Misionera busca enseñar a los niños que para ser cristiano hay que aprender a convivir con personas muy diversas que no hablan nuestra lengua, de otros países, con dificultades para integrarse en nuestros ambientes, que ni siquiera participan de nuestra fe. Convivir con ellos y compartir lo que somos, lo que tenemos, lo que vivimos, no solo les ayudará en esa integración: a nosotros nos enseñará a ser más comprensivos, a escuchar, a mirar con ojos limpios. Nos ayudará a tener un corazón más grande, más generoso y universal, ¡un corazón más católico! Así lo vivió Jesús al integrarse en la cultura egipcia, y esto contribuyó, sin duda, a que aquellos a quienes fue conociendo descubrieran el amor que Dios ya había sembrado en sus corazones. “¡En marcha!” es precisamente una llamada a ir en peregrinación a buscar a quienes no conocen al Señor y también a acoger todo lo bueno que Él ha puesto ya en ellos.
20.- Con Jesús en Nazaret ¡SOMOS FAMILIA! (Domingo, 17/1/21)
Llegamos al tercer curso de nuestro itinerario formativo centrado en la infancia de Jesús, el primer misionero. Con Jesús llegamos a Nazaret descubriendo que ¡SOMOS FAMILIA!, la familia de Dios, la que vive siempre cumpliendo la voluntad de Dios, una escuela de santidad, de silencio y oración, de valores humanos… Una escuela que posibilita un crecimiento integral: en estatura, sabiduría y gracia.
El Hogar de Nazaret nos revela que la naturaleza y misión de la familia es custodiar, revelar y comunicar el amor como reflejo vivo y participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia su esposa. Un amor que no discrimina ni juzga, sino que se traduce en entrega y en olvido de sí mismo, tanto dentro como fuera del hogar que se manifiesta en el perdón de los enemigos, la comprensión y respeto a los que tienen diversas ideologías; así como en la superación de las venganzas y del odio, y la defensa de los débiles.
Por eso, el Hogar de Nazaret se constituye en escuela donde se empieza a entender la vida de Jesús, donde se inicia el conocimiento del Evangelio. Aquí se aprende a observar, escuchar, meditar y penetrar en el sentido profundo y misterioso de esta sencilla, humilde y encantadora, manifestación del Hijo de Dios entre los hombres. Aquí se aprende incluso, quizá de una manera casi insensible, a imitar esta vida…
El Hogar de Nazaret se hace paradigma para que toda familia cristiana colabore custodiando y trasmitiendo las virtudes y valores evangélicos, haciendo posible una vida propiamente humana, abierta a los problemas sociales y a la misión con el acento preferencial por los más pobres, un auténtico “tubo de ensayo” de una nueva sociedad, su corazón, su latido.
Con ese objetivo, la Infancia Misionera busca realizar ese crecimiento integral en todos los niños del mundo:
– Un crecimiento en gracia: dimensión compuesta por lo trascendente que ilumina, da sentido, educa, motiva, embellece, ennoblece, diviniza…
– Un crecimiento en sabiduría: dimensión compuesta por lo espiritual y psíquico: formación, cultura, promoción, desarrollo, dignidad personal…
– Un crecimiento en estatura: dimensión compuesta por todo lo material necesario para su realización: comida, salud, libertad, vivienda, trabajo…
Pues las tres dimensiones se complementan y posibilitan la felicidad, la paz –Shalóm-, la alegría… despiertan la esperanza, la provocan, la contagian.
21.- El anuncio de la salvación debe realizarse en la vida cotidiana (Domingo, 24/1/21)
Jesús encontró a sus primeros discípulos en la orilla del lago de Galilea, mientras estaban ocupados en su trabajo. No los encontró en un convento, ni en un seminario de formación, ni en el templo. Desde siempre, el anuncio de salvación de Jesús llega a las personas allí donde se encuentran y así como son en la vida de cada día.
La vida ordinaria de todos, la participación en las necesidades, esperanzas y problemas de todos, es el lugar y la condición en la que quien ha reconocido el amor de Cristo y ha recibido el don del Espíritu Santo puede dar razón a quien le pregunte de la fe, de la esperanza y de la caridad. Caminando juntos, con los demás.
Principalmente en este tiempo en el que vivimos, no se trata de inventar itinerarios de adiestramiento “dedicados”, de crear mundos paralelos, de construir burbujas mediáticas en las que hacer resonar los propios eslóganes, las propias declaraciones de intenciones, reducidas a tranquilizadores “nominalismos declaratorios”.
El papa Francisco nos ha recordado en distintas ocasiones -a modo de ejemplo-, que en la Iglesia hay quien no para de evocar enfáticamente el eslogan: “Es la hora de los laicos”, pero mientras tanto parece que el reloj se le hubiera parado. Ciertamente se trata de santificar y santificarse en la vida ordinaria, en lo cotidiano; que el objetivo de los laicos en la consagración de su familia, de su profesión, su ocio, etc., etc. A fin de cuentas, de consagrar la vida.
22.- El “sensus fidei” del pueblo de Dios (Domingo, 31/1/21)
Hay una realidad en el mundo que tiene una especie de “olfato” para el Espíritu Santo y su acción. Es el pueblo de Dios, predilecto y llamado por Jesús, que, a su vez, sigue buscando a Jesús y clama siempre por él en las angustias de la vida.
El pueblo de Dios mendiga el don de su Espíritu Santo; confía su espera a las sencillas palabras de las oraciones y nunca se acomoda en la presunción de la propia autosuficiencia.
El santo pueblo de Dios reunido y ungido por el Señor, en virtud de esta unción, se hace infalible “in credendo”, en lo que hay que creer, en materia de fe, como enseña la Tradición de la Iglesia.
La acción del Espíritu Santo concede al pueblo de los fieles un “instinto” de la fe -el sensus fidei- que le ayuda a no equivocarse cuando cree lo que es de Dios, aunque no conozca los razonamientos ni las formulaciones teológicas para definir los dones que experimenta. Es una sensibilidad evangélica instintiva, algo que se le revela solo a los sencillos porque al Padre así le ha parecido bien (cf Mt 11,25).
Es el misterio del pueblo peregrino que, con su espiritualidad popular, camina hacia los santuarios y se encomienda a Jesús, a María y a los santos; que recurre y se revela connatural a la libre y gratuita iniciativa de Dios, sin tener que seguir un plan de movilización pastoral.
23.- Los peligros de la autorreferencialidad y del ansia de mando. (Domingo, 7/2/21)
Las organizaciones y los entes eclesiásticos, más allá de las buenas intenciones de cada particular, acaban a veces replegándose sobre sí mismos, dedicando sus fuerzas y su atención, sobre todo, a su propia promoción y a la celebración de sus propias iniciativas en clave publicitaria. Es el peligro de la autorreferencialidad. Otros la viven pareciendo dominados por la obsesión de redefinir continuamente su propia relevancia y sus propios espacios en el seno de la Iglesia, con la justificación de querer relanzar mejor su propia misión.
Por estas vías -dijo una vez el entonces cardenal Joseph Ratzinger- se alimenta también la idea falsa de que una persona es más cristiana si está más comprometida en estructuras intraeclesiales, cuando en realidad casi todos los bautizados viven la fe, la esperanza y la caridad en su vida ordinaria, sin haber formado parte nunca de comisiones eclesiásticas y sin interesarse por las últimas novedades de política eclesial (cf. Una compañía siempre reformable, Conferencia en el “Meeting de Rímini”, 1 septiembre 1990).
También está el peligro del ansia de mando, pues sucede a veces que las instituciones y los organismos surgidos para ayudar a la comunidad eclesial, poniendo al servicio los dones suscitados en ellos por el Espíritu Santo, pretenden ejercer con el tiempo supremacías y funciones de control en las comunidades a las que deberían servir. Esta postura suele ir acompañada por la presunción de ejercitar el papel de “depositarios” dispensadores de certificados de legitimidad hacia los demás. De hecho, en estos casos, se comportan como si la Iglesia fuera un producto de nuestros análisis, de nuestros programas, acuerdos y decisiones.
24.- El peligro del elitismo que lleva a un aislamiento del pueblo sencillo (Domingo, 14/2/21)
Existe, entre aquellos que forman parte de organismos o entidades estructuradas de la Iglesia, y desgraciadamente va gana terreno, en diversas ocasiones, un sentimiento elitista, la idea no declarada de pertenecer a una aristocracia, a una clase superior de especialistas que busca ampliar sus propios espacios en complicidad o competencia con otras élites eclesiásticas…, y que adiestra a sus miembros con los sistemas y las lógicas mundanas de la militancia o de la competencia técnico-profesional, con el propósito principal de promover siempre sus propias prerrogativas oligárquicas.
Esta tentación elitista en algunas realidades vinculadas a la Iglesia va a veces acompañada por un sentimiento de superioridad y de intolerancia hacia la multitud de los bautizados, hacia el pueblo de Dios que quizás asiste a las parroquias y a los santuarios, pero que no está compuesto de “activistas” comprometidos en organizaciones católicas.
En estos casos, también se mira al pueblo de Dios como a una masa inerte, que tiene siempre necesidad de ser reanimada y movilizada por medio de una “toma de conciencia” que hay que estimular a través de razonamientos, llamadas de atención, enseñanzas, etc. Se actúa como si la certeza de la fe fuera consecuencia de palabras persuasivas o de métodos de adiestramiento.
Habría que recordar aquellos de “Te doy gracias, Padre, porque estas cosas se las has ocultados a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla; sí, Padre, porque así te ha parecido bien” (Mt 11,25) .
25.- Los peligros de la abstracción y funcionalismo (Domingo, 21/2/21)
Los organismos y las realidades vinculadas a la Iglesia, cuando son autorreferenciales, pierden el contacto con la realidad y se enferman de abstracción. Se multiplican encuentros inútiles de planificación estratégica, para producir proyectos y directrices que solo sirven como instrumentos de autopromoción de quien los inventa. Se toman los problemas y se seccionan en laboratorios intelectuales donde todo se manipula y se barniza según las claves ideológicas de preferencia; donde todo, se puede convertir en simulacro fuera de su contexto real, incluso las referencias a la fe y las menciones a Jesús y al Espíritu Santo. Terminamos convirtiéndonos en una multinacional de la eficacia para convencer de una dogmática y de una moral, para la expansión de nuestro proyecto.
Estas organizaciones autorreferenciales y elitistas, incluso en la Iglesia, frecuentemente acaban dirigiendo todo hacia la imitación de los modelos de eficiencia mundanos, como aquellos impuestos por la exacerbada competencia económica y social. La opción por el funcionalismo garantiza la ilusión de “solucionar los problemas” con equilibrio, de tener las cosas bajo control, de acrecentar la propia relevancia, de mejorar la administración ordinaria de lo que se tiene.
Pero, una Iglesia que tiene miedo a confiarse a la gracia de Cristo y que apuesta por la eficacidad del sistema está ya muerta, aun cuando las estructuras y los programas en favor de clérigos y laicos “auto-afanados” durase todavía siglos. Lamentablemente, así, “pensamos como los hombres no como Dios” (cf Mt 16,23) y no es precisamente un cielo lo que construimos… “Los caminos de Dios no son nuestros caminos” (Is 55,8).
26.- La misión debe insertarse en la trama de la vida real (Domingo, 28/2/21)
En la medida en que sea posible, y sin hacer demasiadas conjeturas, hay que custodiar o redescubrir la inserción de la misión evangelizadora en el seno del pueblo de Dios, su inmanencia respecto a la trama de la vida real que es su objetivo más directo. Sería buena una “inmersión” más intensa en la vida real de las personas, tal como esta es. A todos nos hace bien salir de la cerrazón de las propias problemáticas internas cuando se sigue a Jesús.
Conviene adentrarse en las circunstancias y en las condiciones concretas, cuidando o procurando también restituir la capilaridad de la acción misionera en su entrelazamiento con la red eclesial completa: diócesis, parroquias, comunidades, grupos y todo el pueblo de Dios. Todos y todo se convierte en gracia, en misión de amor.
Si se da preferencia a la propia inmanencia al pueblo de Dios, con sus luces y sus dificultades, se puede huir mejor de la insidia de la abstracción. Es necesario dar respuesta a las preguntas y a las exigencias reales, más que formular o multiplicar propuestas.
Quizás, desde el cuerpo a cuerpo con la vida ordinaria, y no desde cenáculos cerrados o a partir de análisis teóricos sobre las propias dinámicas internas, podrán surgir además intuiciones útiles para cambiar y mejorar los propios procedimientos operativos, adaptándolos a los diversos contextos y a las diversas circunstancias.
27.- Día de Hispanoamérica: “Unidos bajo el manto de María” (Domingo, 7/3/21)
La pandemia del COVID-19 ha provocado un gran dolor en todo el mundo. De una forma u otra todos los países nos hemos visto influidos por la situación no solo sanitaria, sino también social y económica.
En los países hermanos de Hispanoamérica lo han vivido con mucha crudeza, porque al mal de la enfermedad se ha unido la falta real de recursos para salir adelante. Lo hemos vivido y los medios de comunicación se han hecho eco de muchas situaciones de verdadero dolor.
Por eso este año, en esta Jornada que la Comisión Episcopal para las Misiones dedica a los misioneros españoles que están en Hispanoamérica, no podemos otra cosa que expresar nuestra unión con ellos, porque solo unidos saldremos de esta situación, y ponernos bajo el manto de María, que es nuestra madre y que sufre con los que sufren.
Esta ha sido la razón para elegir el lema «Unidos bajo el manto de María» para este Día de Hispanoamérica. Recordemos, como familia de Dios, a los hombres y mujeres que están dando su vida como misioneros en aquellos países hermanos con los que nos sentimos tan íntimamente vinculados.
«Unidos bajo el manto de María», más de la mitad de los misioneros españoles diseminados por el mundo, se encuentran en tierras americanas, signo claro del ardor y empeño apostólico de la Iglesia Española. Como misioneros, están en una labor privilegiada de acompañamiento y cercanía, alimentando con la luz del Evangelio el caminar del Pueblo de Dios, especialmente en las periferias existenciales de soledad y miseria que afligen al continente Hispanoamericano.
La Jornada del Día de Hispanoamérica nos permite al mismo tiempo renovar el agradecimiento de todas las Iglesias que, a través de estos años de cooperación misionera, se han beneficiado de la generosidad de numerosas vocaciones de España que, incluso desde muy jóvenes, decidieron entregar sus vidas y ponerlas al servicio del anuncio evangélico en las jóvenes Iglesias de América Latina.
28.- La misión se alimenta y sostiene con la oración y la limosna (Domingo, 14/3/21)
Hoy, como siempre, se requiere encontrar el modo en el que la estructura esencial de la animación misionera, objetivo esencial de las Obras Misionales Pontificias, siga unida a las prácticas de la oración y de la colecta de recursos para las misiones, algo valioso y apreciado, debido a su elementalidad y concreción.
Esto manifiesta la afinidad de las Obras Misionales Pontificias con la fe del pueblo de Dios. Aun con toda la flexibilidad y demás adaptaciones que se requieran, conviene que este modelo elemental de las Obras Misionales Pontificias no se olvide ni se altere.
Orar al Señor para que él abra los corazones al Evangelio y suplicar a todos para que sostengan también en lo concreto la obra misionera. En esto hay una sencillez y una concreción que todos pueden percibir con gozo en el tiempo presente, en el cual, incluso en la circunstancia del flagelo de la pandemia del COVID-19, se nota por todas partes el deseo de estar y de quedarse cerca de todo aquello que es, simplemente, Iglesia.
Es necesario buscar también nuevos caminos, nuevas formas para realizar ese servicio de animación misionera del pueblo de Dios; pero, al hacerlo, no es necesario complicar lo que de por sí es simple y sencillo.
29.- Si el fervor de la misión disminuye, es signo de que mengua la fe (Domingo, 21/3/121)
Las Obras Misionales Pontificias son -y así deben experimentarse- un instrumento de servicio a la misión de las Iglesias particulares, en el horizonte de la misión de la Iglesia, que abarca siempre todo el mundo. En esto consiste su contribución siempre preciosa al anuncio del Evangelio.
Todos estamos llamados a custodiar por amor y gratitud, también con nuestras obras, los brotes de vida teologal que el Espíritu de Cristo hace germinar y crecer donde él quiere, incluso en los desiertos.
En la oración, hay que pedir primero que el Señor nos disponga a discernir las señales de su obrar, para después indicárselas a todo el mundo. Solo esto puede ser útil: pedir que, para nosotros, en lo íntimo de nuestro corazón, la invocación al Espíritu Santo no se reduzca a un postulado estéril y redundante de nuestras reuniones y de nuestras homilías.
Sin embargo, no es útil hacer conjeturas y teorías sobre grandes estrategias o “directivas centrales” de la misión a las que delegar, como a presuntos y fatuos “depositarios” de la dimensión misionera de la Iglesia, la tarea de volver a despertar el espíritu misionero o de dar licencias misioneras a los demás.
Si, en alguna situación, el fervor de la misión disminuye, es signo de que está menguando la fe. Y, en tales casos, la pretensión de reanimar la llama que se apaga con estrategias y discursos acaba por debilitarla aún más y hace avanzar solo el desierto.
30.- Las OMP trabajan la comunión entre las Iglesias (Domingo, 28/3/21)
El servicio llevado a cabo por las Obras Misionales Pontificias, por su naturaleza, pone a los agentes en contacto con innumerables realidades, situaciones y acontecimientos que forman parte del gran flujo de la vida de la Iglesia en todos los continentes.
En este flujo podemos encontrarnos con muchas lentitudes y esclerosis que acompañan a la vida eclesial, pero también con los dones gratuitos de curación y consolación que el Espíritu Santo esparce en la vida cotidiana de lo que podría llamarse la “clase media de la santidad”.
Y vosotros podéis alegraros y exultar saboreando los encuentros que puedan surgir gracias al trabajo de las Obras Misionales Pontificias, dejándoos sorprender por ellos. Pienso en las historias que hemos escuchado de los muchos milagros que ocurren entre los niños, que quizás se encuentran con Jesús a través de las iniciativas propuestas por la Infancia Misionera.
Por eso, nuestra acción no se puede “esterilizar” en una dimensión exclusivamente burocrática-profesional. No pueden existir burócratas o funcionarios de la misión. Y nuestra gratitud puede hacerse a la vez don y testimonio para todos.
Podemos indicar para el consuelo de todos -con los medios que tenemos, sin artificiosidad-, las vicisitudes de personas y comunidades que nosotros podemos encontrar con mayor facilidad que otros; personas y comunidades en las que brilla gratuitamente el milagro de la fe, de la esperanza y de la caridad.
31.- La actitud de gratitud ayuda a vivir permanentemente “en salida” (Domingo, 4/4/21)
La gratitud ante los prodigios que realiza el Señor entre sus predilectos, los pobres y los pequeños a los que él revela lo que es escondido a los sabios (cf. Mt 11,25-26), también nos puede ayudar a sustraernos de las insidias de los replegamientos autorreferenciales y a salir de nosotros mismos en el seguimiento a Jesús.
La idea de una acción misionera autorreferencial, que se pasa el tiempo contemplándose e incensándose por sus propias iniciativas, sería en sí misma un absurdo. No dediquemos demasiado tiempo y recursos a “mirarnos” y a redactar planes centrados en los propios mecanismos internos, en la funcionalidad y en las competencias del propio sistema. Miremos hacia fuera, no nos miremos al espejo. Rompamos todos los espejos de nuestra casa.
Los criterios a seguir, también en la realización de nuestros programas, tienen que mirar a aligerar, a hacer más flexibles las estructuras y los procesos, más que a cargar con adicionales elementos estructurales la red capilar de las Obras Misionales Pontificias. Nuestra actitud de agradecimiento al Amor primero, al que tanto nos amó, al que se fía y se confía -conociéndonos- a nosotros, al que quiere necesitarnos para buscar, liberar, restaurar, recrear y llenar de amor a todos los marginados y empobrecidos; hace que todo nos parezca poco, que seamos el hoy de la “sed” de Dios, que demos signos que despierten esperanza, que seamos el sacramento del Reino ya iniciado.
32.- Un donativo sin amor, de nada sirve (Domingo, 11/4/21)
Con referencia a la colecta de recursos para ayudar a la misión, constante y continuamente ha llamado la atención el Papa Francisco sobre el riesgo de transformar las Obras Misionales Pontificias en una ONG dedicada solo a la recaudación y a la asignación de fondos. El valor de cualquier cosa que se haga depende del ánimo con que se hace, más que de lo que se haga (cf 1Co 13,1ss).
En cuanto a la recaudación de fondos puede ser ciertamente aconsejable, y aún más oportuno, utilizar con creatividad incluso metodologías actualizadas de búsqueda de financiaciones por parte de potenciales y beneméritos patrocinadores. Pero, si en algunas zonas disminuye la recaudación de donativos -también por el debilitamiento de la memoria cristiana-, en esos casos, podemos estar tentados de resolver nosotros el problema “cubriendo” la realidad y poniendo todo el esfuerzo en un sistema de colecta más eficaz, que busque grandes donantes.
Sin embargo, el sufrimiento por la pérdida de la fe y por la disminución de los recursos no hay que eliminarlo, sino que hay que ponerlo en las manos del Señor. Y, de todas formas, es bueno que la petición de donativos para las misiones siga dirigiéndose prioritariamente a toda la multitud de los bautizados, buscando también una forma nueva para la colecta en favor de las misiones que se realiza en las Iglesias de todos los países en octubre, con ocasión de la Jornada Mundial de las Misiones.
La Iglesia continúa, desde siempre, yendo hacia adelante también gracias al óbolo de la viuda, a la contribución de toda la multitud de personas que se sienten sanadas y consoladas por Jesús y que, por ello, por su inmensa gratitud, donan lo que tienen.
33.- Cuidar que la economía sea para sostener la evangelización (Domingo, 18/4/21)
Con respecto al uso de las donaciones recibidas, hay que discernir siempre con un apropiado sensus Ecclesiae la distribución de esos fondos para sostener las estructuras y los proyectos que, de distintos modos, realizan la misión apostólica y el anuncio del Evangelio en las distintas partes del mundo.
Hay que tener siempre en cuenta las verdaderas necesidades primarias de las comunidades y, al mismo tiempo, evitar formas de asistencialismo que, en vez de ofrecer instrumentos al fervor misionero, acaban por entibiar los corazones y por alimentar también dentro de la Iglesia fenómenos de clientela parasitaria.
Con nuestra contribución, buscamos dar respuestas concretas a exigencias objetivas, sin dilapidar los recursos en iniciativas con connotaciones abstractas, replegadas sobre sí mismas o fabricadas por el narcisismo clerical de alguien.
No debemos ceder al complejo de inferioridad ni a las tentaciones de imitar a aquellas organizaciones tan funcionales que recogen fondos para causas justas, y luego destinan un buen porcentaje de ellos para financiar su estructura y promocionar su propia identidad. También esto se convierte a veces en un modo para cuidar los propios intereses, aunque hagan ver que trabajan en favor de los pobres y necesitados.
La auténtica evangelización es un servicio integral al hombre y no excluye ninguna necesidad, cubre todas las Obras de Misericordia Corporales y las Espirituales, hace crecer “en estatura, sabiduría y gracia” (cf Lc 2,52), es consciente de que “la evangelización misionera constituye el primer servicio que la Iglesia puede prestar a cada hombre y a la humanidad entera en el mundo actual” (Redemptoris missio, 3).
34.- Vocaciones Nativas: ¿Para Quién soy yo? (Domingo, 25/4/21)
El lema es una llamada a reconocer para qué estamos hechos, qué sentido tiene nuestro paso por este mundo, qué proyecto tiene el Señor para cada uno de nosotros. Él quiere que todos, según la vocación a la que nos llama, testimoniemos con nuestra vida que Él es el Señor. Con este lema se pretende suscitar en los jóvenes la pregunta por su vocación, e invitar a la comunidad cristiana a orar por las vocaciones que la Iglesia necesita en nuestro contexto.
Lógicamente, un cristiano -que necesariamente tiene el corazón católico, universal- no puede dejar de pensar en las vocaciones de aquellos países donde la vida cristiana está comenzando a ser una realidad. ¡Todos rezamos para que en el mundo florezcan esas vocaciones que ayudarán a que la Iglesia sea Madre y Maestra! Por las de aquí, para que los jóvenes hagan sitio en su corazón a la llamada del Señor a seguirle por el camino estrecho de la entrega, para servir a Dios, a la Iglesia y a sus hermanos. Y por los de allá, donde muchos jóvenes se están abriendo a la fe, a menudo entre grandes dificultades materiales, y con mucha generosidad y alegría desean también consagrar su vida al Evangelio.
Y porque sentimos la responsabilidad de toda la Iglesia, esté donde esté, no queremos que ninguna vocación se pierda y buscamos tomar conciencia de que podemos ayudar a que los seminarios y noviciados de esas Iglesias jóvenes donde trabajan nuestros misioneros y colaborar económicamente en su mantenimiento. La Jornada busca hacer posible que, en la misión, a los jóvenes, no les falte los medios humanos y materiales para cumplir con su vocación sacerdotal o religiosa.
Ojalá esta Jornada dé frutos posibilitando dar una formación y una vida espiritual profunda y adecuada a todos los que respondan a la llamada del Señor, mucho de lo cual va a depender de la ayuda que nosotros podamos aportar desde aquí.
35.- Los pobres tienen que ser el “objetivo preferencial” de la misión (Domingo, 2/5/21)
Por lo que respecta a los pobres, no nos podemos olvidar de ellos en ningún momento ni puede haber razón alguna que lo justifique, son siempre el “objetivo preferencial”..
Esta fue la recomendación que, en el Concilio de Jerusalén, los apóstoles Pedro, Juan y Santiago dieron a Pablo, Bernabé́ y Tito, que discutían sobre su misión entre los incircuncisos: «Solo nos pidieron que nos acordáramos de los pobres» (Ga 2,10). Después de aquella recomendación, Pablo organizó las colectas en favor de los hermanos de la Iglesia de Jerusalén (cf. 1Co 16,1).
La predilección por los pobres y los pequeños es parte de la misión de anunciar el Evangelio, que está desde el principio. Las obras de caridad espirituales y corporales hacia ellos manifiestan una “preferencia divina” que interpela la vida de fe de todo cristiano, llamado a tener los mismos sentimientos de Jesús (cf. Flp 2,5). «No debe olvidarse -nos dijo San Juan Pablo II-, que nadie puede ser excluido de nuestro amor, desde el momento que “con la encarnación el Hijo de Dios se ha unido en cierto modo a cada hombre” (Gaudium et spes, 22). Ateniéndonos a las indiscutibles palabras del Evangelio, en la persona de los pobres hay una presencia especial suya, que impone a la Iglesia una opción preferencial por ellos. Mediante esta opción, se testimonia el estilo del amor de Dios, su providencia, su misericordia y, de alguna manera, se siembran todavía en la historia aquellas semillas del Reino de Dios que Jesús mismo dejó en su vida terrena atendiendo a cuantos recurrían a Él para toda clase de necesidades espirituales y materiales» (Novo Millenium ineunte, 49).
36.- Las OMP expresan la pluralidad en la unidad (Domingo, 9/5/21)
Las Obras Misionales Pontificias, con su red difundida por todo el mundo, reflejan la rica variedad del “pueblo con muchos rostros” reunido por la gracia de Cristo, con su fervor misionero. Fervor que no es igual de intenso ni vivaz en todo tiempo y lugar.
Y, además, la misma urgencia compartida de confesar a Cristo muerto y resucitado, se manifiesta con tonos diversos, según los diversos contextos. La revelación del Evangelio no se identifica con ninguna cultura y, en el encuentro con nuevas culturas que no han acogido la predicación cristiana, no es necesario imponer una forma determinada cultural junto con la propuesta evangélica.
Hoy, también en el trabajo de las Obras Misionales Pontificias, conviene no llevar cargas pesadas; conviene custodiar su perfil variado y su referencia común a los rasgos esenciales de la fe. Esto constituye la esencia de la catolicidad en la Iglesia, expresar lo que constituye la esencia de toda existencia.
También puede ofuscar la universalidad de la fe cristiana la pretensión de estandarizar la forma del anuncio, tal vez orientado todo hacia clichés o a eslóganes que están de moda en algunos círculos de ciertos países cultural o políticamente dominantes.
A este respecto, también la relación especial que une a las Obras Misionales Pontificias con el Papa y con la Iglesia de Roma, representa un recurso y un apoyo a la libertad, que ayuda a todos a sustraerse de modas pasajeras, de servilismos a escuelas de pensamiento unilateral, o a homogeneizaciones culturales con características neocolonialistas; fenómenos que, por desgracia, se dan también en contextos eclesiásticos.
37.- Las OMP llevan a cabo el misterio de la caridad en la Iglesia (Domingo, 16/5/21)
Las Obras Misionales Pontificias no son en la Iglesia un ente independiente, suspendido en el vacío. Dentro de su especificidad, que conviene cultivar y renovar siempre, está el vínculo especial que las une al Obispo de la Iglesia de Roma, que preside en la caridad.
Es hermoso y confortante reconocer que este vínculo se manifiesta en una labor llevada a cabo con la alegría, sin buscar aplausos o reclamar pretensiones; una obra que, justamente en su gratuidad, se entrelaza con el servicio del Papa, siervo de los siervos de Dios.
Es el mismo Papa el que nos pide que el carácter distintivo de nuestra cercanía al Obispo de Roma sea precisamente este: compartir el amor a la Iglesia, reflejo del amor a Cristo, vivido y manifestado en el silencio, sin jactarse, sin delimitar el “terreno propio”; con un trabajo cotidiano que se inspire en la caridad y en su misterio de gratuidad; con una obra que sostenga a innumerables personas interiormente agradecidas, pero que quizás no saben a quién dar las gracias, porque desconocen hasta el nombre de las Obras Misionales Pontificias. El misterio de la caridad en la Iglesia -nos dice el Papa- se lleva a cabo así.
Debemos seguir caminando juntos hacia adelante, felices de avanzar en medio de las pruebas, gracias a los dones y a las consolaciones del Señor. Mientras tanto, reconocemos con alegría en cada paso, que todos somos siervos inútiles, que hemos hecho lo que teníamos que hacer.
38.- Necesidad de vivir la misión con auténtico ardor misionero (Domingo, 23/5/21)
La Iglesia urge a Obras Misionales Pontificias a que vaya con ardor a la misión encomendada, que en el camino que nos espera hay mucho que hacer.
Por eso, nos pide que si hubiera que realizar algunos cambios en los procedimientos, sería bueno que estos mirasen a aligerar y no a aumentar los pesos; que se dirigiesen a ganar flexibilidad operativa y no a producir nuevos sistemas rígidos y siempre amenazados de introversión; teniendo presente que una excesiva centralización, más que ayudar, puede complicar la dinámica misionera.
Y también que una articulación a escala puramente nacional de las iniciativas pondría en peligro la fisionomía misma de la red de las Obas Misionales Pontificias, además del intercambio de dones entre las Iglesias y comunidades locales, algo que se experimenta como fruto y signo tangible de la caridad entre hermanos, en comunión con el Obispo de Roma.
Las Obras Misionales Pontificias -nos dice el Papa Francisco- manifiestan su servicio a la universalidad eclesial en la forma de una red global que apoya al Papa en su compromiso misionero mediante la oración, alma de la misión, y la caridad de los cristianos dispersos por el mundo entero. Sus donativos ayudan al Papa en la evangelización de las Iglesias particulares (Obra de la Propagación de la Fe), en la formación del clero local (Obra de San Pedro Apóstol), en la educación de una conciencia misionera de los niños de todo el mundo (Obra de la Infancia Misionera) y en la formación misionera de la fe de los cristianos (Pontificia Unión Misional).
39.- Lo único necesario es amor a la Iglesia como reflejo del amor a Cristo (Domingo, 30/5/21)
En cualquier caso, hay que pedir siempre que toda consideración relativa a la organización operativa de las Obras Misionales Pontificias esté iluminada por lo único necesario: un poco de amor verdadero a la Iglesia, como reflejo del amor a Cristo.
Nuestra tarea se realiza al servicio del fervor apostólico, es decir, al impulso de la vida teologal que solo el Espíritu Santo puede operar en el pueblo de Dios. Ciertamente que es el Espíritu Santo el que nos arrebata y enciende en el amor divino; el que nos envía y entrega para hacernos últimos, servidores y ofrenda de los pobres y marginados; y el que hace que retorne la vida y la alegría a la humanidad desesperanzada.
Nosotros, lo que debemos preocuparnos es de hacer bien nuestro trabajo, «como si todo dependiese de vosotros, sabiendo que, en realidad, todo depende de Dios» -como decía San Ignacio de Loyola-.
El modelo, tipo e ideal lo tenemos en la prontitud de María. Cuando ella fue a casa de su prima Isabel, no lo hizo como un gesto propio; ella fue como sierva del Señor Jesús, al que llevaba en su seno. Ella no dijo nada de sí misma, solo llevó al Hijo y alabó a Dios. Ella no era la protagonista. Fue como la sierva de Aquel que es también el único protagonista de la misión. Pero no perdió el tiempo, fue de prisa, para asistir a su pariente. Ella nos enseña esta prontitud, la prisa de la fidelidad y de la adoración.
40.- Consagrados y enviados a la misión como Jesús (Domingo, 6/6/21)
La misión es parte de la gramática de la fe, algo imprescindible a quien escucha “ven”y “ve”, es pasión por Jesucristo y pasión por su pueblo.
La misión de evangelizar como lo hizo Cristo significa participar en su obra redentora, ayudar a cada persona a descubrir su inmensa dignidad, “todo lo bueno que se halla sembrado en el corazón y en la mente de los hombres” (Ad gentes, 9).
Desde el inicio la Iglesia ha tenido conciencia misionera, como continuación de la misión de Jesús y siguiendo su mandato; y, a imagen de Jesús, también los llamados son consagrados y enviados al mundo para imitar su ejemplo y continuar su misión.
Hay urgencia evangelizadora. “La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, se involucran, acompañan, fructifican y festejan” (Evangelii gaudium, 24).
Hay que tener muy presente que es el amor al Padre Celestial en el seguimiento de Cristo, por la gracia del Espíritu Santo, la causa y el motor de la vida consagrada y de su misión evangelizadora: “La búsqueda de la belleza divina mueve a las personas consagradas a velar por la imagen divina deformada en los rostros de tantos hermanos y hermanas, rostros desfigurados por el hambre, rostros desilusionados por promesas políticas; rostros humillados de quien ve despreciada su propia cultura; rostros aterrorizados por la violencia diaria e indiscriminada; rostros angustiados de menores; rostros de mujeres ofendidas y humilladas; rostros cansados de emigrantes que no encuentran digna acogida; rostros de ancianos sin las mínimas condiciones para una vida digna. La vida consagrada muestra de este modo, con la elocuencia de las obras, que la caridad divina es fundamento y estímulo del amor gratuito y operante” (Vita consecrata, 75).
41.- Id y anunciad el Evangelio a todas las gentes (Domingo, 13/6/21)
La evangelización obedece al mandato misionero de Jesús (Mt 28,19-20). “En la Palabra de Dios aparece permanentemente este dinamismo de «salida» que Dios quiere provocar en los creyentes: Abraham aceptó el llamado a salir hacia una tierra nueva (cf Gn 12,1-3); Moisés escuchó el llamado de Dios: «Ve, yo te envío» (Ex 3,10), e hizo salir al pueblo hacia la tierra de la promesa (cf Ex 3,17); a Jeremías le dijo: «Adondequiera que yo te envíe irás» (Jr 1,7). Hoy, en este «id» de Jesús, están presentes los escenarios y los desafíos siempre nuevos de la misión evangelizadora de la Iglesia, y todos somos llamados a esta nueva «salida» misionera. Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (Evangelii gaudium, 20).
Hay toda una humanidad que espera que la Iglesia cumpla este mandato de Jesús: personas que han perdido toda esperanza, familias en dificultad, niños abandonados, jóvenes sin futuro alguno, enfermos y ancianos abandonados, ricos hartos de bienes y con el corazón vacío, hombres y mujeres en busca del sentido de la vida, sedientos de lo divino… Solo encontraremos la vida dando la vida, la esperanza dando esperanza, el amor amando.
Ciertamente, quien ama a Dios, Padre de todos, ama a sus semejantes, a quienes reconoce como hermanos, y no puede permanecer indiferente ante que muchos no hayan recibido aún la noticia del Amor misericordioso.
42.- Diez claves para la misión (Domingo, 20/6/21)
- Quien sigue a Cristo se convierte necesariamente en misionero, y percibe a Jesús vivo con él en medio de la tarea misionera.
- Jesús crucificado nos quiere tomar como instrumentos para llegar cada vez más cerca de su pueblo amado y de todos aquellos que lo buscan con corazón sincero.
- En el mandato de Jesús “id” están presentes los escenarios y los desafíos siempre nuevos de la misión evangelizadora de la Iglesia.
- Se pide a los bautizados y consagrados que escuchemos la voz del Espíritu, que nos llama a ir a las grandes periferias de la misión, entre las personas a las que no ha llegado aún el Evangelio.
- Es urgente volver a proponer el ideal de la misión en su centro: Jesucristo; y en su exigencia: la donación total de sí mismo a la proclamación del Evangelio. No puede haber ninguna concesión sobre esto.
- La misión, ante el reto de respetar las raíces y valores de todos los pueblos, nos acompaña en la inteligencia del misterio de Dios y en la acogida del Evangelio de Jesús, que es luz para las culturas y fuerza transformadora de las mismas.
- Quienes abrazan radicalmente la vida misionera, escogen seguir a Cristo para convertirse en hermanos y hermanas de los últimos, llevándoles el testimonio de la alegría del Evangelio y la expresión de la caridad de Dios.
- Los fieles laicos, consagrados y enviados, están llamados a promover y realizar su vocación misionera: ser la Iglesia de Cristo presente en el mundo.
- La obra misionera del Sucesor de Pedro necesita de los múltiples carismas del pueblo fiel de Dios, para abordar el vasto horizonte de la evangelización.
- Jesús ha puesto el amor y la unidad de los discípulos como condición para que el mundo crea (cf. Jn 17,21).
43.- La misión atañe a todos, todos somos corresponsables (Domingo, 27/6/21)
Tomar conciencia de la dimensión misionera de la Iglesia nos recuerda que la urgencia de la misión ad gentes atañe a todos los cristianos, a todas las diócesis y parroquias, a las instituciones y asociaciones eclesiales (RMi, 2)
En esta misión no estamos solos. Es verdad que no hay proporción entre las fuerzas humanas y la grandeza de la misión. Pero también es verdad que la capacidad viene de Dios, el cual nos ha capacitado para ser servidores de una nueva alianza (2Cor 3,5-6). El Señor no abandona a quien llama a su servicio: …Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28,18-20). La presencia continua del Señor en su Iglesia es garantía para la eficacia de su misión. Esta se realiza hoy a través de hombres y mujeres que han experimentado la salvación en la propia fragilidad y debilidad, y la testimonian a los hermanos con la conciencia de que todos somos llamados a la misma plenitud de vida.
Vivimos momentos históricos que exigen una mayor disponibilidad para vivir las alegrías y penas de la humanidad con espíritu de colaboración. Pero el compromiso no nace solo de un acto de voluntad frío y calculador sino de una generosidad sincera y diáfana que hunde sus raíces en la fe en Jesucristo.
Necesitamos un nuevo Pentecostés que nos impregne de urgencia misionera, acentuando la primacía de la gracia, el valor de la santidad -el auténtico misionero es el santo-, para ello vamos a potenciar nuestra vida espiritual: la oración y los sacramentos, como medios de santificación.