MISIÓN AD GENTES 2021-2022.

MISIÓN AD GENTES 2021-2022.

Colaboración semanal durante el curso 2021-2022 en clave misionera de Don Antonio Evans Martos, Delegado episcopal de misiones en Córdoba. España. 

1.- «No podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído» (Hch 4,20)    (Domingo, 5/9/21)

Cuando experimentamos la fuerza del amor de Dios, cuando reconocemos su presencia de Padre en nuestra vida, no podemos dejar de anunciar y compartir lo que hemos visto y oído. La relación de Jesús con sus discípulos, su humanidad que se nos revela en el misterio de la encarnación, en su Evangelio y en su Pascua, nos hacen ver hasta qué punto Dios ama nuestra humanidad y hace suyos nuestros gozos y sufrimientos, nuestros deseos y nuestras angustias (cf. GS 22). Todo en Cristo nos recuerda que el mundo en el que vivimos y su necesidad de redención no le es ajena, y nos convoca también a sentirnos parte activa de esta misión: «Salgan al cruce de los caminos e inviten a todos los que encuentren» (Mt 22,9). Nadie es ajeno, nadie puede sentirse extraño o lejano a este amor de compasión.

La historia de la evangelización comienza con una búsqueda apasionada del Señor que llama y quiere entablar con cada persona, allí donde se encuentra, un diálogo de amistad (cf. Jn 15,12-17). Los apóstoles son los primeros en dar cuenta de eso, hasta recuerdan el día y la hora en que fueron encontrados: «Era alrededor de las cuatro de la tarde» (Jn 1,39). La amistad con el Señor, verlo curar a los enfermos, comer con los pecadores, alimentar a los hambrientos, acercarse a los excluidos, tocar a los impuros, identificarse con los necesitados, invitar a las bienaventuranzas, enseñar de una manera nueva y llena de autoridad, deja una huella imborrable, capaz de suscitar el asombro, y una alegría expansiva y gratuita que no se puede contener. Como decía el profeta Jeremías, esta experiencia es el fuego ardiente de su presencia activa en nuestro corazón que nos impulsa a la misión, aunque a veces comporte sacrificios e incomprensiones (cf. 20,7-9). El amor siempre está en movimiento y nos pone en movimiento para compartir el anuncio más hermoso y esperanzador: «Hemos encontrado al Mesías» (Jn 1,41). 

Con Jesús hemos visto, oído y palpado que las cosas pueden ser diferentes. Él inauguró los tiempos por venir recordándonos una característica esencial de nuestro ser humanos, tantas veces olvidada: «Hemos sido hechos para la plenitud que solo se alcanza en el amor» (Ft, 68). Tiempos nuevos que suscitan una fe capaz de impulsar iniciativas y forjar comunidades a partir de hombres y mujeres que aprenden a hacerse cargo de la fragilidad propia y la de los demás, promoviendo la fraternidad y la amistad social. La comunidad eclesial muestra su belleza cada vez que recuerda con gratitud que el Señor nos amó primero (cf. 1Jn 4,19). Esa «predilección amorosa del Señor nos sorprende, y el asombro —por su propia naturaleza— no podemos poseerlo por nosotros mismos ni imponerlo. […] Solo así puede florecer el milagro de la gratuidad, el don gratuito de sí. Tampoco el fervor misionero puede obtenerse como consecuencia de un razonamiento o de un cálculo. Ponerse en “estado de misión” es un efecto del agradecimiento» (OMP 2020).

2.- «Urgen misioneros de esperanza, urge la misión de compasión» (Domingo, 12/9/21)

Los primeros cristianos comenzaron su vida de fe en un ambiente hostil y complicado. Historias de postergaciones y encierros se cruzaban con resistencias internas y externas que parecían contradecir y hasta negar lo que habían visto y oído; pero eso, lejos de ser una dificultad u obstáculo que los llevara a replegarse o ensimismarse, los impulsó a transformar todos los inconvenientes, contradicciones y dificultades, en una oportunidad para la misión. Los límites e impedimentos se volvieron también un lugar privilegiado para ungir todo y a todos con el Espíritu del Señor. Nada ni nadie podía quedar ajeno a ese anuncio liberador.

Tenemos el testimonio vivo de todo esto en los Hechos de los Apóstoles, libro de cabecera de los discípulos misioneros. Es el libro que recoge cómo el perfume del Evangelio fue calando a su paso y suscitando la alegría que solo el Espíritu nos puede regalar. El libro de los Hechos de los Apóstoles nos enseña a vivir las pruebas abrazándonos a Cristo, para madurar la «convicción de que Dios puede actuar en cualquier circunstancia, también en medio de aparentes fracasos» y la certeza de que «quien se ofrece y entrega a Dios por amor seguramente será fecundo» (Eg 279).

Tampoco es fácil el momento actual. La situación de la pandemia evidenció y amplificó el dolor, la soledad, la pobreza y las injusticias que ya tantos padecían y puso al descubierto nuestras falsas seguridades y las fragmentaciones y polarizaciones que silenciosamente nos laceran. Los más frágiles y vulnerables experimentaron aún más su vulnerabilidad y fragilidad. Hemos experimentado el desánimo, el desencanto, el cansancio, y hasta la amargura conformista y desesperanzadora pudo apoderarse de nuestras miradas. Pero nosotros «no nos anunciamos a nosotros mismos, sino a Jesús como Cristo y Señor, pues no somos más que servidores de ustedes por causa de Jesús» (2Co 4,5). Por eso sentimos resonar en nuestras comunidades y hogares la Palabra de vida que se hace eco en nuestros corazones y nos dice: «No está aquí: ¡ha resucitado!» (Lc 24,6); Palabra de esperanza que rompe todo determinismo y, para aquellos que se dejan tocar, regala la libertad y la audacia necesarias para ponerse de pie y buscar creativamente todas las maneras posibles de vivir la compasión, ese “sacramental” de la cercanía de Dios con nosotros que no abandona a nadie al borde del camino. En este tiempo de pandemia, ante la tentación de enmascarar y justificar la indiferencia y la apatía en nombre del sano distanciamiento social, urge la misión de la compasión capaz de hacer de la necesaria distancia un lugar de encuentro, de cuidado y de promoción.

3.- «Evangelizar es compartir la alegría de la fe y el testimonio de la esperanza» (Domingo, 19/9/21)

«Lo que hemos visto y oído» (Hch 4,20), la misericordia con la que hemos sido tratados, se transforma en el punto de referencia y de credibilidad que nos permite recuperar la pasión compartida por crear «una comunidad de pertenencia y solidaridad, a la cual destinar tiempo, esfuerzo y bienes» (Ft 36). Es su Palabra la que cotidianamente nos redime y nos salva de las excusas que llevan a encerrarnos en el más vil de los escepticismos: “todo da igual, nada va a cambiar”. Y frente a la pregunta: “¿para qué me voy a privar de mis seguridades, comodidades y placeres si no voy a ver ningún resultado importante?”, la respuesta permanece siempre la misma: «Jesucristo ha triunfado sobre el pecado y la muerte y está lleno de poder. Jesucristo verdaderamente vive» (Eg 275) y nos quiere también vivos, fraternos y capaces de hospedar y compartir esta esperanza. En el contexto actual urgen misioneros de esperanza que, ungidos por el Señor, sean capaces de recordar proféticamente que nadie se salva por sí solo. 

Al igual que los apóstoles y los primeros cristianos, también nosotros decimos con todas nuestras fuerzas: «No podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído» (Hch 4,20). Todo lo que hemos recibido, todo lo que el Señor nos ha ido concediendo, nos lo ha regalado para que lo pongamos en juego y se lo regalemos gratuitamente a los demás. Como los apóstoles que han visto, oído y tocado la salvación de Jesús (cf. 1Jn 1,1-4), así nosotros hoy podemos palpar la carne sufriente y gloriosa de Cristo en la historia de cada día y animarnos a compartir con todos un destino de esperanza, esa nota indiscutible que nace de sabernos acompañados por el Señor. Los cristianos no podemos reservar al Señor para nosotros mismos: la misión evangelizadora de la Iglesia expresa su implicación total y pública en la transformación del mundo y en la custodia de la creación.

El lema de la Jornada Mundial de las Misiones de este año, «No podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído» (Hch 4,20), es una invitación a cada uno de nosotros a “hacernos cargo” y dar a conocer aquello que tenemos en el corazón. Esta misión es y ha sido siempre la identidad de la Iglesia: «Ella existe para evangelizar» (EN 14). Nuestra vida de fe se debilita, pierde profecía y capacidad de asombro y gratitud en el aislamiento personal o encerrándose en pequeños grupos; por su propia dinámica exige una creciente apertura capaz de llegar y abrazar a todos.

4.- «Llamados a ser mensajeros e instrumentos de compasión»                  (Domingo, 26/9/21)

Los primeros cristianos, lejos de ser seducidos para recluirse en una élite, fueron atraídos por el Señor y por la vida nueva que ofrecía para ir entre las gentes y testimoniar lo que habían visto y oído: el Reino de Dios está cerca. Lo hicieron con la generosidad, la gratitud y la nobleza propias de aquellos que siembran sabiendo que otros comerán el fruto de su entrega y sacrificio. Por eso me gusta pensar que «aun los más débiles, limitados y heridos pueden ser misioneros a su manera, porque siempre hay que permitir que el bien se comunique, aunque conviva con muchas fragilidades» (Cv 239).

En la Jornada Mundial de las Misiones, que se celebra cada año en octubre, recordamos agradecidamente a todas esas personas que, con su testimonio de vida, nos ayudan a renovar nuestro compromiso bautismal de ser apóstoles generosos y alegres del Evangelio. Recordamos especialmente a quienes fueron capaces de ponerse en camino, dejar su tierra y sus hogares para que el Evangelio pueda alcanzar sin demoras y sin miedos esos rincones de pueblos y ciudades donde tantas vidas se encuentran sedientas de bendición.

Contemplar su testimonio misionero nos anima a ser valientes y a pedir con insistencia «al dueño que envíe trabajadores para su cosecha» (Lc 10,2), porque somos conscientes de que la vocación a la misión no es algo del pasado o un recuerdo romántico de otros tiempos. Hoy, Jesús necesita corazones que sean capaces de vivir su vocación como una verdadera historia de amor, que les haga salir a las periferias del mundo y convertirse en mensajeros e instrumentos de compasión. Y es un llamado que Él nos hace a todos, aunque no de la misma manera. Recordemos que hay periferias que están cerca de nosotros, en el centro de una ciudad, o en la propia familia. También hay un aspecto de la apertura universal del amor que no es geográfico sino existencial. Siempre, pero especialmente en estos tiempos de pandemia es importante ampliar la capacidad cotidiana de ensanchar nuestros círculos, de llegar a aquellos que espontáneamente no los sentiríamos parte de “mi mundo de intereses”, aunque estén cerca nuestro (Ft 97). Vivir la misión es aventurarse a desarrollar los mismos sentimientos de Cristo Jesús y creer con Él que quien está a mi lado es también mi hermano y mi hermana. Que su amor de compasión despierte también nuestro corazón y nos vuelva a todos discípulos misioneros.

Que María, la primera discípula misionera, haga crecer en todos los bautizados el deseo de ser sal y luz en nuestras tierras.

5.- Semana del Encuentro personal con Cristo vivo       (Domingo, 3/10/21)

Como la historia de la evangelización comienza con una búsqueda apasionada del Señor que llama y quiere entablar con cada persona, allí donde se encuentra, un diálogo de amistad, el Octubre Misionero nos recuerda cada año que es necesario el encuentro personal con Jesucristo, vivo en su Iglesia, para sentir la urgencia incontenible de contar lo “visto y oído”, pues existe el peligro real de que lo que contemos sea catequesis o teología, sin haber realizado el Anuncio del Amor de Dios, de su Proyecto de salvación y de la Capacitación sobrenatural…

Hay que contar que hemos experimentado la fuerza del amor de Dios, que hemos reconocido su presencia de Padre en nuestra vida personal y comunitaria.

Hay que contar que, en la relación de Jesús con sus discípulos, en esa humanidad que se nos revela en el misterio de la Encarnación, en su Evangelio y en su Pascua, nos hace ver hasta qué punto Dios ama nuestra humanidad y hace suyos nuestros gozos y sufrimientos, nuestros deseos y nuestras angustias. Todo en Cristo nos recuerda que el mundo y su necesidad de redención no le es ajena, y nos convoca también a sentirnos parte activa de esta misión (cf Mt 22,9). Nadie es ajeno, nadie puede sentirse extraño o lejano a este amor de compasión.

Hay que contar que el Evangelio es una Persona, Jesucristo, que continuamente se ofrece e invita a los que lo reciben con fe humilde y laboriosa a compartir su vida mediante la participación efectiva en su misterio pascual de muerte y resurrección, que se ofrece a nuestra libertad y la mueve a buscar, descubrir y anunciar un sentido pleno y verdadero. El mundo necesita el Evangelio de Jesucristo como algo esencial. Él, a través de la Iglesia, continúa su misión

Hay que contar que «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un Acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (Deus Caritas, 1).

6.- Semana del testimonio misionero      (Domingo, 10/10/21)

Los primeros testigos fueron los apóstoles. El estilo de vida de Jesús les dejó una huella imborrable capaz de suscitar el asombro y una alegría expansiva y gratuita que no podían contener. Inauguraron unos tiempos nuevos que suscitaban una fe capaz de impulsar iniciativas y forjar comunidades que aprendían a hacerse cargo de la fragilidad propia y la de los demás promoviendo la fraternidad y la amistad social. Realmente la comunidad eclesial muestra su belleza cada vez que recuerda con gratitud que el Señor nos amó primero (cf. 1Jn 4,19). La misión es efecto del agradecimiento.

Al testimonio de los apóstoles le siguió el de los primeros cristianos, quienes comenzaron su vida de fe en un ambiente hostil y complicado, pero que en vez de replegarse o ensimismarse, eso los impulsó a transformar todos los inconvenientes, contradicciones y dificultades en una oportunidad para la misión. Los límites e impedimentos se volvieron en lugar privilegiado para ungir todo y a todos con el Espíritu del Señor. Nada ni nadie podía quedar ajeno a ese anuncio liberador.

Y ahora nos toca el testimonio a nosotros. El momento no es fácil, la pandemia evidenció y amplificó el dolor, la soledad, la pobreza y las injusticias; y puso al descubierto falsas seguridades, fragmentaciones y polarizaciones que nos laceran. Los más frágiles y vulnerables experimentaron aún más su vulnerabilidad y fragilidad. El desánimo, desencanto, cansancio, y amargura conformista y desesperanzadora.

Como los Apóstoles, así nosotros hoy podemos palpar la carne sufriente y gloriosa de Cristo en la historia de cada día y animarnos a compartir con todos un destino de esperanza, urgen misioneros de esperanza, capaces de recordar que nadie se salva por sí solo. Todo lo recibido y concedido, nos ha sido regalado para ponerlo en juego y regalarlo. Ante la tentación de enmascarar y justificar la indiferencia y apatía con el distanciamiento, urge la misión de la compasión capaz de construir encuentro, cuidado y promoción. Cristo vive y nos quiere también vivos, fraternos y capaces de hospedar y compartir. No podemos reservarnos al Señor para nosotros: la misión evangelizadora de la Iglesia expresa su implicación en la transformación del mundo y en la custodia de la creación.

7.- Semana de la formación misionera   (Domingo, 17/10/21)

Nuestra vida de fe se debilita, pierde profecía y capacidad de asombro y gratitud en el aislamiento personal o encerrándose en pequeños grupos; por su propia dinámica exige una creciente apertura capaz de llegar y abrazar a todos.

La misión es y ha sido siempre la identidad de la Iglesia. Corresponde a todos los bautizados que por el sacramento del bautismo somos Iglesia, nos configuramos con Cristo y somos enviados por él a ser sus testigos. Bautizados y enviados define nuestro ser y existir como cristianos, es el binomio que se corresponde también con el de discípulos misioneros.

Así pues, despertar la conciencia misionera de todos los bautizados, hacerles caer en la cuenta de que misioneros somos todos, invitar a cada cristiano hacerse cargo y dar a conocer aquello que lleva en el corazón, sigue siendo el desafío pendiente de todos aquellos que, como misioneros o animadores de la misión, sentimos esta vocación más viva y latente.

Ser testigo de Cristo con palabras y obras es el primer modo de evangelizar. Quizás deberíamos pasar de una idea meramente geográfica de misionero a la idea eminentemente vital y existencial. En este sentido nos indica que no podemos quedarnos tranquilos en una espera pasiva en nuestros templos e instituciones, hace falta pasar de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera.

Hoy Jesús necesita corazones capaces de vivir su vocación como verdadera historia de amor a todo el mundo. Cristo no excluye a nadie de su invitación a la conversión y al anuncio de la llegada del Reino privilegiando a los más pobres y descartados de la sociedad: salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren (cf Mt 22,9). Nadie es ajeno, nadie puede sentirse extraño o lejano a este amor de compasión. Nosotros como Iglesia debemos buscar las periferias geográficas y existenciales si queremos seguir siendo fieles al mandato de Cristo y tener relevancia en el mundo en el que vivimos.

Eg 15 nos recuerda que el Anuncio a los que están alejados es la tarea primordial de la Iglesia, la causa misionera debe ser la primera, es el mayor desafío para la Iglesia, la salida misionera es el paradigma de toda la obra de la Iglesia.

8.- Semana de caridad misionera     (Domingo, 24/10/21)

El Octubre Misionero culmina en esta cuarta semana, dedicada a la caridad misionera como apoyo para el inmenso trabajo de evangelización y de la formación cristiana de las Iglesias más necesitadas.

Nos invita a recordar agradecidamente a todas esas personas que con su testimonio de vida nos ayudan a renovar nuestro compromiso bautismal de ser apóstoles generosos y alegres del Evangelio. Especialmente a los fueron capaces de ponerse en camino, dejar su tierra y sus hogares para que el Evangelio pueda alcanzar sin demoras y sin miedos esos rincones de pueblos y ciudades donde tantas vidas se encuentran sedientas de bendición. Contemplar su testimonio misionero nos anima a ser valientes y a pedir «al dueño que envíe trabajadores para su cosecha» (Lc 10,2). Porque somos conscientes de que la vocación a la misión no es algo del pasado o un recuerdo romántico de otros tiempos.

Jesús necesita hoy corazones que sean capaces de vivir su vocación como una verdadera historia de amor, que les haga salir a las periferias del mundo y convertirse en mensajeros e instrumentos de compasión. El DOMUND es una llamada que Él nos hace a todos, aunque no de la misma manera: hay periferias que están cerca de nosotros, en el centro de una ciudad, o en la propia familia; hay también un aspecto de la apertura universal del amor que no es geográfico sino existencial.

Siempre, pero especialmente en estos tiempos de pandemia, es importante ampliar la capacidad cotidiana de ensanchar nuestros círculos, llegar a aquellos que espontáneamente no los sentiríamos parte de “mi mundo de intereses”, aunque estén cerca nuestro. Vivir la misión es aventurarse a desarrollar los mismos sentimientos de Cristo Jesús y creer con Él que quien está a mi lado es también mi hermano y mi hermana.

Que su amor de compasión despierte también nuestro corazón y nos vuelva a todos discípulos misioneros.

9.- Qué debemos Anunciar:    (Domingo, 31/10/21)

Cuando aún estamos viviendo la pandemia, podemos caer una grave parálisis y dejarnos llevar por el desánimo. No debe ser así, es una oportunidad para reactivar nuestro espíritu misionero y acompañar a quienes sufren esta y otras “pandemias” que se nos olvidan. Los que vivimos en situaciones más asistidas y protegidas no podemos acomodarnos y sobreprotegernos, urge la misión de la compasión, de acompañar soledades, de vendar corazones desgarrados, de decir una palabra de consuelo…

A veces nuestro anuncio brota más de la reflexión que de la experiencia, de la inteligencia más que del corazón. Hablamos “de algo”, pero no siempre “de Alguien”. La Iglesia nos insiste en la necesidad de vivir personalmente la experiencia de Cristo para después “contar de Él”, como los Apóstoles. Experiencia de amistad que deja una huella imborrable, un fuego ardiente, una presencia activa en nuestro corazón, que nos impulsa a la misión. Con Jesús hemos visto, oído y palpado que las cosas pueden ser diferentes. Solo así podremos hablar y contar de Él en primera persona, sin anunciarnos a nosotros mismo, sino a Jesús como Cristo y Señor (cf 2Co 4,5).

Todo lo que hemos recibido, todo lo que el Señor nos ha ido concediendo, nos lo ha regalado para que lo pongamos en juego y se lo regalemos gratuitamente a los demás. Lo que debemos proclamar es la misericordia de Dios vivida y experimentada en carne propia curando nuestras enfermedades y sanando nuestras miserias, todo lo que Él ha hecho en nosotros. Pues, cuando experimentamos la fuerza del amor de Dios, cuando reconocemos su presencia de Padre amoroso en nuestra vida personal y comunitaria, no podemos dejar de anunciar y compartir lo que hemos visto y oído.

Todo en Cristo nos recuerda que el mundo y su necesidad de redención no le es ajena, y nos convoca también a nosotros a sentirnos parte activa de esta misión (cf Mt 22,9). Nadie es ajeno, nadie puede sentirse extraño o lejano a este amor de compasión.

El mundo necesita el Evangelio de Jesucristo como algo esencial. Él, a través de la Iglesia, continúa su misión.

10.- Quiénes debemos hacer el Anuncio       (Domingo, 7/11/21)

La Iglesia es esencialmente misionera porque es sacramento de Cristo, porque encarna la presencia viva de Jesucristo, el Enviado del Padre, el primer misionero, luz de las gentes. La tarea de la misión nos corresponde a todos los que, por el bautismo, somos Iglesia, nos configuramos con Cristo y somos enviados por Él a ser sus testigos.

Despertar la conciencia misionera en todos los bautizados, invitar a cada uno hacerse cargo y dar a conocer lo que lleva en el corazón, sigue siendo el desafío de todos los que, como misioneros o animadores de la misión, sentimos esta vocación más viva y latente. Hoy, Jesús necesita corazones que sean capaces de vivir su vocación como una verdadera historia de amor, que les haga salir a las periferias del mundo y convertirse en mensajeros e instrumentos de compasión. Y es una llamada que Él nos hace a todos, aunque no de la misma manera, porque siempre hay que permitir que el bien se comunique, aunque conviva con muchas fragilidades.

La Palabra de Dios es la que nos redime y nos salva de las excusas que llevan a encerrarnos en el más vil de los escepticismos. Cristo vive y nos quiere también vivos, fraternos y capaces de reconocer, acoger, valorar y compartir. Urgen misioneros de esperanza, capaces de recordar que nadie se salva por sí solo. Como los Apóstoles (cf 1Jn 1,1-4), así nosotros hoy podemos palpar la carne sufriente y gloriosa de Cristo en la historia de cada día y animarnos a compartir con todos un destino de esperanza, nota indiscutible que nace de sabernos acompañados por el Señor. No podemos reservarnos al Señor para nosotros, la misión evangelizadora de la Iglesia expresa su implicación en la transformación del mundo y en la custodia de la creación.

 

11.- A quiénes se lo hemos de Anunciar                    (Domingo, 14/11/21)

A todo el mundo. Cristo no excluyó a nadie de su invitación a la conversión y anuncio de la llegada del Reino, pero privilegió a los más pobres y descartados de la sociedad: salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren (cf Mt 22,9). Nadie es ajeno, nadie puede sentirse extraño o lejano a este amor de compasión. Como Iglesia, debemos buscar las periferias geográficas y existenciales si queremos seguir siendo fieles al mandato de Cristo y tener relevancia en el mundo en que vivimos.

El Papa Francisco nos recuerda que el Anuncio a los que están alejados es la tarea primordial de la Iglesia, que la causa misionera debe ser la primera, que es el mayor desafío para la Iglesia, que la salida misionera es el paradigma de toda obra eclesial. Por eso, no podemos quedarnos en espera pasiva en nuestros templos e instituciones: hace falta pasar de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera.

Sin olvidar que hay periferias que están muy cerca de nosotros. Es importante ampliar la capacidad cotidiana de ensanchar nuestros círculos, llegar aquellos que espontáneamente no los sentiríamos parte de nuestro mundo de intereses, aunque estén cerca nuestra (Fratelli tutti 97).

Nos están interpelando la enfermedad, el sufrimiento, el miedo y el aislamiento; nos cuestiona la pobreza de los que mueren solos, de los desahuciados, de los que pierden sus empleos y salarios, de los que no tienen hogar ni comida; hay graves necesidades de amor, de dignidad y de libertad entre nuestros hermanos; se experimenta la fragilidad, la desorientación y el miedo; sin olvidar la necesidad de cuidar de toda la creación.

La Iglesia es esencialmente misionera porque es sacramento de Cristo, porque encarna la presencia viva de Jesucristo, el enviado del Padre, el primer misionero. La Iglesia es y existe para evangelizar (Evangelii gaudium 14)

Evangelii gaudium 15 nos recuerda que el Anuncio a los que están alejados es la tarea primordial de la Iglesia, la causa misionera debe ser la primera, es el mayor desafío para la Iglesia, la salida misionera es el paradigma de toda la obra de la Iglesia.

 

12.- Por qué y para qué lo hemos de Anunciar   (Domingo, 21/11/21)

Porque es un mandato del Señor y por gratitud a Él. Dios ama nuestra humanidad hace suyos nuestros gozos y sufrimientos, nuestros deseos y angustias. El mundo en que vivimos y su necesidad de redención no le es ajena. A Dios le importa nuestro mundo, le importamos de verdad, como creaturas amadas desde toda la eternidad, creados en Cristo a su imagen y semejanza.

Dios ama a nuestra humanidad; el mundo en el que vivimos y su necesidad de redención no le es ajena. A Dios le importa de verdad. San Pablo responde magistralmente al “por qué” y “para qué la misión de evangelizar: “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1Tm 2,4; cf AG 7). Salvación entendida, siguiendo al papa Francisco, como plenitud en el amor.

Hemos de sentir el encargo, y el deber de amor, de llevar a la plenitud de la verdad a todos, convencidos no sólo de qué es la voluntad de Dios, sino el mayor bien que podemos ofrecer a cada persona concreta. Es el mismo Cristo resucitado el que envió a sus discípulos y el que nos envía a nosotros a evangelizar, a ser testigos vivos de la gratuidad de Dios para con toda la humanidad; misioneros por mandato del Señor, pero también por gratitud para con su misericordia en cada uno de nosotros.

La Iglesia continuamente nos invita a superar cualquier excusa para eludir nuestra tarea misionera. Una de las frases más contundentes que nos lanzó el Papa Francisco en el Mensaje para el Domund 20 fue: “En el contexto actual urgen misioneros de esperanza que, ungidos por el Señor, sean capaces de recordar proféticamente que nadie se salva por sí solo” (n.6). Nuestro mundo necesita conocer a Dios, y Dios ha querido necesitar de nosotros para que nuestro mundo le conozca. Por eso no debemos cansarnos nunca de contar lo que hemos visto tocado y palpado con nuestras manos, la Palabra de la vida que se ha hecho presente y visible a nuestros ojos (cf 1Jn 1,1-4).

 

13.- La misión vista como una carrera de relevos:    (Domingo, 28/11/21)

La misión que Cristo puso en manos de la Iglesia, bien puede ser comparada a una carrera de relevos. En tales competiciones deportivas los atletas nunca participan en solitario; siempre lo hacen formando un equipo. La carrera de la misión, iniciada en el corazón del Padre, y continuada por el Hijo y por el Espíritu Santo, tiene hoy por protagonista al conjunto de la Iglesia. Todos los que a ella pertenecemos somos misioneros que vamos pasando el testigo unos a otros. Siendo la misión una encomienda recibida por el conjunto de la Iglesia, esta va cubriendo etapas y avanzando en la medida en que haya misioneros que, a su vez, encuentren a quién entregar el testigo del relevo. El relevo garantiza la continuidad de la misión de la Iglesia.

En las carreras de relevos la atención está tanto en el que corre como en el que, preparado, espera recibir el testigo. Y así, idéntica tensión misionera sea de dar en el conjunto de la Iglesia. El equipo eclesial hará que se vean cumplidas las expectativas del Padre, primer impulsor de la misión, en tanto en cuanto al esfuerzo de los que ahora corren, les espere la generosidad de los que se preparan y están dispuestos a tomar ese relevo.

En el Evangelio de Mateo se encuentra aquel pasaje en el que Jesús ve la situación en que se encuentra la gente que le sigue: están despistados y sin rumbo, como ovejas que hubieran perdido al pastor. El texto continúa diciendo que Jesús se compadeció de su suerte. Pide entonces a los suyos que oren para que el Padre mande más trabajadores dispuestos a ayudar a la gente. Y acto seguido, Jesús llama a los suyos, les capacita para poder cumplir el encargo y, por último, les envía.

La carrera de relevos, que es la misión, cuenta con todos estos elementos: compasión, oración, vocación, consagración, misión, que son la estrategia diseñada por el Señor para que la misión alcance sus objetivos, El mismo Señor no ha dejado de ir poniendo en práctica esta estrategia a lo largo de las diferentes etapas de la vida de la Iglesia.

14.- Se necesitan atletas para el mayor estadio: el mundo   (Domingo, 5/12/21)

Nuestro mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, con esa tristeza individualista que le ha brotado de su corazón cómodo y avaro, con su búsqueda enfermiza de placeres superficiales, con su conciencia aislada… Ese es el estadio donde hay que correr y donde están a los que hay que relevar. La mies donde se espera que trabajen los creyentes es el mundo, en cuanto campo de Dios, y es la Iglesia, en cuanto labranza de Dios.

También la Iglesia presenta signos muy preocupantes: la vida espiritual alivia pero no alimenta, ni compromete, ni apasiona; se advierte un individualismo, una crisis de identidad y una caída del fervor y del espíritu misionero; se percibe una especie de complejo de inferioridad que relativiza nuestra fe llevándonos a ocultar nuestra identidad y nuestras convicciones.

En la Iglesia y en el mundo hay mucho que hacer, pues son muchas las necesidades que, tanto en un sitio como en otro, han de ser atendidas. No hace falta que nadie lo demuestre ni presente la lista de la cantidad de trabajos, pendientes de realización, en medio del mundo y en el seno de la Iglesia. Y todos estos trabajos, lejos de disminuir, van en aumento. La labor se vuelve ingente, porque el campo es enorme y la labranza inmensa.

Con perplejidad se constata que, en algunas zonas de la geografía eclesial, los trabajadores van disminuyendo, aunque el trabajo no deja de ir aumentando. Muchos de los “corredores misioneros” se encuentran cas al límite, pero no hallan relevo. Pocos son los que se deciden a echar una mano y colaborar en la construcción de un mundo mejor y en la misión que tiene encomendada la Iglesia. Trabajo hay para todos, y todos estamos llamados. Laicos, consagrados y pastores, todos estamos llamados a participar en esta “carrera de relevos misionera”. En la actividad misionera de la Iglesia el pleno empleo está garantizado. Falta decisión y entrega generosa.

 

15.- Dios sabe cómo hace las cosas, pero todos somos necesarios             (Domingo, 12/12/21)

Es Dios Padre quien tiene que llamar a trabajar y quien mueve los corazones. Es Dios Padre quien anima a otros a enrolarse en el equipo de “atletas misioneros” para participar en el relevo. Pero el Padre espera que los hijos se lo pidan. El Padre está deseando enviar trabajadores y, si los hijos le ruegan que lo haga estarán demostrado que también ellos lo desean, pues nadie pide lo que no echa en falta.

Si Cristo invita a los suyos a pedir al Padre más braceros y colaboradores, más “atletas misioneros”, dispuestos a relevar a los que han dado todo de sí, es porque en el fondo espera que sus seguidores, viendo tanta necesidad y echando en falta un mayor número de colaboradores, se ofrezcan voluntariamente para tomar el testigo. No será nada raro que Dios, para atender lo que se le pide, se fije en aquel que se lo pide. Dios sabe cómo hacer las cosas.

todos en la iglesia estamos invitados a rogar para que dios llame cada día a más colaboradores y esos respondan con generosidad; pero todos debeos estar dispuestos a ofrecernos como voluntarios. Al final lo importante es participar, tomando el relevo, y correr el tramo asignado, entregando a otros el testigo a su debido tiempo.

Es tanto lo que queda por hacer en la Iglesia y en el mundo que todos pueden encontrar algo que hacer. Y no importa edad, estado o condición, pues la carrera de la misión necesita relevos a todos los niveles. Laicos consagrados y pastores están llamados a participar en la carrera de relevos misionera, tomando el testigo para luego podérselo pasar a otros. Quien pide tiene que estar dispuesto a dar. Todos los bautizados pueden y deben hacer que la carrera de la evangelización y de la misión marche a buen ritmo; que los relevos sean permanentes y se produzcan con agilidad, para que no caiga al suelo el testigo.

16.- El Anuncio siempre debe tener prioridad    (Domingo, 19/12/21)

Actualmente estamos asistiendo a un repliegue por parte de los católicos, quizá sea el resultado de una inercia en la manera de vivir la fe, refugiados en el rincón de la privatización confortable o en la plaza del testimonio de unos valores compartidos con nuestros conciudadanos, pero sin presentar su fuente. Así, incluso podríamos estar renunciando a una propuesta cristiana, al pensar que la fe ofrece motivación o sentido para vivir, pero no un pensamiento y formas de vivir propias.

Ciertamente que los valores del Reino son importantes, son nuestra carta de presentación, pero no podemos olvidar ni callar la Fuente. El Anuncio tiene la prioridad permanente en la misión. La evangelización debe contener siempre una clara proclamación de que en Jesucristo se ofrece la salvación a todos los hombres. La evangelización no es una simple trasmisión de valores ni de conocimientos; no es una cuestión ideológica, ni se trata de un mero transformar las cosas porque nos parecen mejores; la evangelización nace de una experiencia personal, de un encuentro con Cristo.

El misionero lleva a los otros la relación personal que cambió su vida cuando dejó que Jesús formara parte de su corazón y de su ser. La evangelización es el deseo del encuentro de los hombres con Aquel que puede salvarles y hacerles nuevos. Ese encuentro es tan grande, tan “tumbativo”, que es capaz de transformar, no solo a la persona que lo tiene, sino a la sociedad en la que vive.

17.- Evangelizar es anunciar lo visto oído y palpado (Domingo, 26/12/21)

El evangelizador es la persona que se ha dejado tocar por el dedo amoroso de Dios, capaz de reconstruir lo que en se vida estaba destruido. El misionero es aquel que ha reconocido a su Señor al partir el Pan y no puede, no quiere vivir ya sin gustarlo. El evangelizador es aquel que ha descubierto que Jesús es ese “tesoro escondido”, esa “perla preciosa”, ese amigo, compañero de viaje, por el que vale la pena dejarlo todo y entregarse. El evangelizador es aquel que entiende que no puede dejar de hablar de lo que ha visto, tocado y palpado, y de lo que el Señor ha sido capaz de hacer en su vida.

Así podemos verlo en los Evangelios. Al comienzo de la vida pública del Señor, cuando los Apóstoles le conocían, invitaban a otros a tener también ese encuentro. “¡Ven y verás!” era la invitación que hacían a sus amigos. Juan y Andrés le conocieron así (Jn 1,39), Felipe invitó de este modo a Natanael (Jn 1,46…) “¡Venid y veréis!”. Sí, la evangelización es ayudar a que los hombres tengan ese encuentro con Dios, esa experiencia de compartir con Él la vida, los dones, la alegría, ¡la cruz!

Será por eso por lo que san Pablo VI hablaba de que hoy hacen falta más testigos que maestros. Será por eso, también, por lo que a quienes entregan la vida por Cristo hasta derramar su sangre, les llamamos “mártires”, es decir, “testigos”. El evangelizador es consciente de que lo que hay que transmitirle a todas las persona es el encuentro con el Señor, el que cambió su vida, el que ha cambiado la sociedad y el que cambiará la vida de quienes nos escuchen.

La evangelización no es otra cosa que ofrecer a los hombres, a la sociedad y a las culturas, el encuentro con el Señor de la historia y con el que es para todos… ¡amor!

18.- Con Jesús a Jerusalén ¡LUZ PARA EL MUNDO! -I- (Domingo, 26/12/21)

Hoy celebramos la culminación de todo un proceso educativo, de una autentica iniciación en la fe forjada  en el seno de la Sagrada Familia, de una familia cristiana.  

Hoy, Jesús, llegado a su mayoría de edad sube a Jerusalén y, en el Templo, pronuncia sus primeras  palabras, en las que expresa aquello en lo que ha sido forjado y que constituyen la naturaleza y sentido de su  vida: que Dios es su verdadero Padre, su Padre natural. Que él se sabe Hijo de Dios vivo. Y que lo referente  a su Padre y a su Designio de salvación es su absoluto, su primer valor, el sentido de su vida. 

María y José no entienden todo el misterio que esta revelación encierra, pero estarán siempre a su lado  incondicionalmente. Esto es la fe. Más aún, lo seguirán forjando hasta su plena madurez. Este es el modelo de una familia cristiana, de una sagrada familia: educar con Dios como referencia, el  servicio como objetivo, y la humildad como método. 

Educar para ser referencia, para ser Palabra de Dios hecha carne, para ser Luz del mundo, para ser la  revelación de la Gloria de Dios, la revelación del rostro de Dios… ese es el reto que Dios encomendaba al  Hogar de Nazaret: forjar a su Hijo, con sus sentimientos, sus criterios, su manera de ser y de obrar. 

Así fue reconocido por el anciano Simeón, que despedía al viejo Israel y proclamaba a quien venía a ser  Luz de las naciones y gloria de su pueblo Israel. 

Así lo anunció la profetiza Ana asegurándole a María todo el dolor y sufrimiento que ello le iba a originar…  Tendría que guardar en su corazón muchas cosas que no entendería, una espada le atravesaría el alma… Y así se inició la forja de quien asumirá que el sentido de su vida era ser la Luz del mundo, para que todo  el que le siga no camine en tinieblas, sino que tenga la luz de la vida. 

José y María sufren, no acaban de entender, pero guardan en su corazón, confían en la voluntad de Dios  y siguen forjando a Jesús en las claves de su vida: Dios es tu padre, tiene un proyecto contando contigo, y te  capacitará siempre hasta llevarlo a plenitud. Esto es educar. 

19.- Con Jesús a Jerusalén ¡LUZ PARA EL MUNDO! -II- (Domingo, 2/1/22)

Educar para ser referencia, para ser Palabra de Dios hecha carne, para ser Luz del mundo, para ser la  revelación de la Gloria de Dios, la revelación del rostro de Dios… Ese es el reto que Dios encomienda al  Hogar de Nazaret: forjar a su Hijo, con sus sentimientos, sus criterios, su manera de ser y de obrar. Así fue reconocido por el anciano Simeón, que despedía al viejo Israel y proclamaba a quien venía a ser  Luz de las naciones y gloria de su pueblo Israel. 

Así lo anunció la profetiza Ana asegurándole a María todo el dolor y sufrimiento que ello le iba a originar…  Tendría que guardar en su corazón muchas cosas que no entendería, una espada le atravesaría el alma… Y así se inició la forja de quien asumirá que el sentido de su vida era ser la Luz del mundo, para que todo  el que le siga no camine en tinieblas, sino que tenga la luz de la vida. 

El pasaje de Jesús en el templo de Jerusalén es un símbolo de lo que va a ser la naturaleza y el sentido  de su vida, ser el Siervo de Yahvé, dibujado por el profeta Isaías y forjado en el Hogar de Nazaret: obediencia  confiada a Dios, fidelidad a su voluntad, todo con la paciencia de Dios. 

Jesucristo es, en primer lugar, el enviado del Padre: es el Amor Fontal del Padre que nos envía a su Hijo para  ser la “cara” de Dios, su vivo retrato, y la Fuente de ese Amor. 

Jesucristo es, en segundo lugar, el entregado en favor de todos los hombres: nosotros somos los que  recibimos el bien vital que ha venido a traer. Jesucristo ha venido, predicado, muerto y resucitado para nuestro  bien. 

Y Jesucristo es, en tercer lugar, el que nos muestra el talante de Dios: humilde, abnegado, comprensión, no violento… Hace lo que Dios quiere y como Dios quiere. Es el paradigma del Siervo de Yahvé en todas sus  expresiones. 

Jesús aparece como fruto del proceso educativo del Hogar de Nazaret… Lo que ha visto en su casa, en sus  padres. 

José y María sufren, no acaban de entender, pero guardan en su corazón, confían en la voluntad de Dios  y siguen forjando a Jesús en las claves de su vida: que Dios es tu padre, que tiene un proyecto contando con él, y que le capacitará siempre hasta llevarlo a plenitud… Esto es educar.

20.- Con Jesús a Jerusalén ¡LUZ PARA EL MUNDO! -III- (Domingo, 9/1/22)

Pero la forja de Jesús se ha ido completando a través de una educación en la ascética, en la austeridad,  en la disciplina, en el orden, en el dominio de sí, en el control de sus pasiones… 

Jesús ha aprendido de sus padres que no puede uno escucharse a sí mismo, que entonces se neurotiza,  que es clave para ser feliz negarse a uno mismo, vivir libre de prejuicios, no absolutizar nada, tomar conciencia  de que vivimos envueltos en la trampa, en la seducción, en la mentira… 

Jesús ha captado de sus padres que nada apaga el hambre y la sed de felicidad, que solo Dios nos da lo  que necesita nuestro corazón, que todo es relativo, que absoluto solo es Dios, que hay que amar a Dios con  TODO el corazón. 

Todo lo cual se debe traducir en una obediencia radical y confiada a Dios, su padre, él es su siervo, el  elegido, amado, forjado, asido de la mano … para implantar el derecho que esperan todos los pueblos. Será  paciente, sufrido, tolerante… pero no parará hasta realizarlo. 

Él sabe que la misión que tiene que realizar, que la obediencia a su Padre se debe manifestar en una vida: – En salida: buscando lo perdido, lo dañado, lo empobrecido, los últimos… 

Involucrándose: solidarizándose, asumiendo su suerte y su causa… 

Acompañándolos: respetando sus ritmos y sus tiempos, sin tirones, con paciencia… – Educándolos: haciéndoles florecer todas sus potencialidades, que se realicen… – Celebrando cada victoria: llegando a adornarnos con los que Dios nos ha confiado… 

Y Jesús no se echará atrás, es consciente de que Dios le ha preparado un cuerpo para hacer su voluntad,  que para esto ha venido al mundo, que él se tiene que dedicar a las cosas de su Padre Dios… Eso es lo que ha  “mamado” en su Hogar de Nazaret con el testimonio de sus padres. 

21.- Con Jesús a Jerusalén ¡LUZ PARA EL MUNDO! -IV- (Domingo, 16/1/22)

La Infancia Misionera tiene como proyecto ser una gran Familia Misionera con todos los niños del mundo, y  todos los años nos plantea una primera urgencia: hay muchos millones de niños en el mundo que carecen de  medios para poder vivir con dignidad: pasan hambre, sufren violencia, no reciben educación ni atención médica,  malviven sin esperanza alguna… 

Con ese objetivo invita a los niños de los cinco Continentes a involucrarse para salvar de la muerte y de la  miseria a los niños del mundo entero, a tener solidaridad con sus obras e instituciones. Para ello es necesario abrir los ojos a la cruda realidad de la infancia en el mundo, son las primeras víctimas de todos y de todo. Así, busca educarlos en una sensibilidad humana, solidaria, comprometida, misionera. A la par, les pide disponibilidad  para involucrarse con esas situaciones y ayudarles en lo más urgente. Y lo culmina pidiéndoles que concreten  sus respuestas, que las materialicen, que las traduzcan en obras concretas de caridad. 

Pero la Infancia Misionera también plantea algo que es realmente esencial: hay muchos millones de niños en  el mundo que no saben que Dios es su Padre, que tiene debilidad con ellos; que les ha enviado a Jesús Niño que  para iluminarlos, educarlos y darles su propio Espíritu; que se pueden incorporar a esta gran Familia de la Infancia  Misionera donde todo se pone en común y siempre se tiene preferencia por los más pequeños. De donde se  desprende la necesidad de anunciar y compartir la fe en Jesucristo, de darles el Bautismo y una educación  cristiana, consciente de que dar bienes sin educar, es corromper, despierta una avidez insaciable. Ciertamente  que la pobreza espiritual es más dramática y fuerte que la pobreza material, que orientar la mirada a Cristo es el  primer y mejor servicio que se puede dar a todos los niños del mundo, y que es esencial acogerlos, incorporarlos,  configurarlos e integrarlos en Cristo. 

Por último, la Infancia Misionera plantea algo que es realmente único e insólito: darle el pleno y total  protagonismo a los niños para que sean ellos los auténticos protagonistas de la misión con los demás niños del  mundo, que formen «Una verdadera red de solidaridad humana y espiritual entre los niños de los antiguos y  nuevos Continentes» (San Juan Pablo II). Con ese objetivo prepara a los niños para que sean apóstoles de los  demás niños, despierta su conciencia misionera. Ese el signo de tener el Espíritu Santo, sano, el corazón de Dios,  su manera de ser y actuar. Les enseña a vivir una auténtica espiritualidad misionera: vivir siempre arrebatados,  encendidos de amor, y sintiéndose enviados con una opción preferencial hacia los más desvalidos y  empobrecidos. Les hace sentir urgidos para llevar a cabo la salvación universal y total de los niños, a formar la  gran fraternidad universal. 

22.- Evangelizar es anunciar lo que se ha visto, oído y palpado (Domingo, 23/1/22)

El evangelizador es la persona que se ha dejado tocar por el dedo amoroso de Dios, capaz de  reconstruir lo que en su vida estaba destruido. El misionero es aquel que ha reconocido a su Señor al partir  el Pan y no puede, no quiere vivir ya sin gustarlo. El evangelizador es aquel que ha descubierto que Jesús  es ese “tesoro escondido”, esa “perla preciosa”, ese amigo, compañero de viaje, por el que vale la pena.

dejarlo todo y entregarse. El evangelizador es aquel que entiende que no puede dejar de hablar de lo que  ha visto, tocado y palpado, y de lo que el Señor ha sido capaz de hacer en su vida. Así podemos verlo en los Evangelios. Al comienzo de la vida pública del Señor, cuando los Apóstoles  le conocían, invitaban a otros a tener también ese encuentro. “¡Ven y verás!” era la invitación que hacían a  sus amigos. Juan y Andrés le conocieron así (Jn 1,39), Felipe invitó de este modo a Natanael (Jn 1,46…)  “¡Venid y veréis!”. Sí, la evangelización es ayudar a que los hombres tengan ese encuentro con Dios, esa  experiencia de compartir con Él la vida, los dones, la alegría, ¡la cruz! 

Será por eso por lo que san Pablo VI hablaba de que hoy hacen falta más testigos que maestros. Será  por eso, también, por lo que a quienes entregan la vida por Cristo hasta derramar su sangre, les llamamos  “mártires”, es decir, “testigos”. El evangelizador es consciente de que lo que hay que transmitir a todas las  personas es el encuentro con el Señor, el que cambió su vida, el que ha cambiado la sociedad y el que  cambiará la vida de quienes nos escuchen. 

La evangelización no es otra cosa que ofrecer a los hombres, a la sociedad y a las culturas, el  encuentro con el Señor de la historia y con el que es para todos… ¡amor! 

23.- La ascensión es despedida, promesa y misión (Domingo, 30/1/22)

La Ascensión conmemora la despedida de Jesús. No obstante, mientras Cristo estaba para ascender al  Cielo, los discípulos -que, además, lo habían visto resucitado- no parecían que hubiesen entendido aún lo  sucedido. Él iba a dar inicio al cumplimiento de su Reino y ellos se perdían todavía en sus propias  conjeturas. Le preguntaban si iba a restaurar el reino de Israel.  

Pero, cuando Cristo los dejó, en vez de quedarse tristes, dice el evangelista Lucas que volvieron a  Jerusalén «con gran alegría» (24,52). Jesús ya les había prometido que la fuerza del Espíritu descendería  sobre ellos en Pentecostés. Este es el milagro que cambió las cosas. Y ellos cobraron seguridad, porque  confiaron todo al Señor. Estaban llenos de alegría. Y la alegría en ellos era la plenitud de la consolación, la  plenitud de la presencia del Señor. 

Pablo escribe a los Gálatas que la plenitud del gozo de los Apóstoles no es el efecto de unas  emociones que satisfacen y alegran. Es un gozo desbordante que solo se puede experimentar como fruto y  como don del Espíritu (cf. 5,22). Recibir el gozo del Espíritu es una gracia. Y es la única fuerza que  podemos tener para predicar el Evangelio, para confesar la fe en el Señor. La fe es testimoniar la alegría  que nos da el Señor. Un gozo como ese no nos lo podemos dar nosotros solos. 

Jesús, antes de irse, dijo a los suyos que les mandaría el Espíritu, el Consolador. Y así entregó  también al Espíritu la obra apostólica de la Iglesia, durante toda la historia, hasta su venida. El misterio de la Ascensión, junto con la efusión del Espíritu en Pentecostés, imprime y confiere para siempre a la misión de  la Iglesia su rasgo genético más íntimo: el de ser obra del Espíritu y no consecuencia de nuestras  reflexiones e intenciones. Y este es el rasgo que puede hacer fecunda la misión y preservarla de cualquier  presunta autosuficiencia, de la tentación de tomar como rehén la carne de Cristo -que asciende al Cielo para los propios proyectos clericales de poder. 

Cuando, en la misión de la Iglesia, no se acoge ni se reconoce la obra real y eficaz del Espíritu, quiere  decir que, hasta las palabras de la misión -incluso las más exactas y las más reflexionadas- se han  convertido en una especie de “discursos de sabiduría humana”, usados para auto-glorificarse o para quitar y  ocultar los propios desiertos interiores. 

24.- La alegría del Evangelio (Domingo, 6/2/22)

La salvación es el encuentro con Jesús que nos ama y nos perdona enviándonos el Espíritu, que nos  consuela y nos defiende. La salvación no es la consecuencia de nuestras iniciativas misioneras, ni siquiera  de nuestros razonamientos sobre la encarnación del Verbo. La salvación de cada uno puede ocurrir solo a  través de la perspectiva del encuentro con Él, que nos llama. Por esto, el misterio de la predilección inicia -y  no puede no iniciar- con un impulso de alegría, de gratitud.  

La alegría del Evangelio, esa “alegría grande” de las pobres mujeres que, en la mañana de Pascua,  fueron al sepulcro de Cristo y lo hallaron vacío, y que luego fueron las primeras en encontrarse con Jesús  resucitado y corrieron a decírselo a los demás (cf. Mt 28,8-10). Solo así, el ser elegidos y predilectos puede  testimoniar ante todo el mundo, con nuestras vidas, la gloria de Cristo resucitado. 

Los testigos son aquellos que certifican lo que otro ha hecho. Solo así podemos nosotros ser testigos  de Cristo y de su Espíritu. San Marcos cuenta cómo los apóstoles y los discípulos «se fueron a predicar por  todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban» (16,20).  Cristo, con su Espíritu, es el que da testimonio de sí mismo mediante las obras que lleva a cabo en nosotros  y con nosotros.

La Iglesia no rogaría al Señor que les concediera la fe a aquellos que no conocen a Cristo, si no  creyera que es Dios mismo el que dirige y atrae hacia sí la voluntad de los hombres. La Iglesia no haría  rezar a sus hijos para pedir la perseverancia en la fe en Cristo, si no creyese que es el mismo Señor quien  tiene en su mano nuestros corazones. Si la Iglesia rogase estas cosas, pensando que las puede conseguir  por sí, significaría que sus oraciones no serían auténticas, sino solo fórmulas vacías. Si no se reconoce que  la fe es un don de Dios, tampoco tendrían sentido las oraciones que la Iglesia le dirige. Y no se manifestaría  a través de ellas ninguna pasión por la felicidad y la salvación de los demás y de los que no reconocen a  Cristo resucitado, aunque se dedique mucho tiempo a organizar la conversión del mundo. 

Es el Espíritu quien enciende y custodia la fe en los corazones, y reconocer este hecho lo cambia todo.  Es el Espíritu el que suscita y anima la misión, le imprime connotaciones “genéticas”, matices y movimientos  particulares que hacen del anuncio del Evangelio y de la confesión de la fe cristiana algo distinto a cualquier  proselitismo político o cultural, psicológico o religioso. 

25.- La evangelización debe ser atractiva. (Domingo, 13/2/22)

El Papa Francisco, que presenta en la Exhortación Apostólica Evangelii gaudium muchos rasgos que  deben ser distintivos de nuestra evangelización, nos pide empezar por hacerla atractiva. Ciertamente, el misterio de la Redención entró y continúa obrando en el mundo a través de un atractivo  que puede fascinar el corazón de los hombres y de las mujeres, porque es y parece más atrayente que las  seducciones basadas en el egoísmo, consecuencia del pecado. 

El mismo Jesús aseveraba en el Evangelio de San Juan: «Nadie puede venir a mí si no lo atrae el  Padre que me ha enviado» (6,44).  

La misma Iglesia siempre ha repetido que seguimos a Jesús y anunciamos su Evangelio por esto: por  la fuerza de atracción que ejercen el mismo Cristo y su Espíritu. 

Ya san Agustín decía que Cristo se nos revela atrayéndonos. Y, para poner un ejemplo de este  atractivo, citaba al poeta Virgilio, según el cual toda persona es atraída por aquello que le gusta. Jesús no  solo es atrayente para nuestra voluntad, sino también para nuestro gusto (cf. Comentario al Evangelio de  San Juan, 26, 4).  

También el Papa Benedicto XVI afirmaba, en la homilía pronunciada en la apertura de la V Conferencia  General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, que la Iglesia crece en el mundo por atracción y no  por proselitismo.  

Cuando uno sigue a Jesús, contento por ser atraído por Él, los demás se darán cuenta y podrán  asombrarse de ello. La alegría que se transparenta en aquellos que son atraídos por Cristo y por su Espíritu  es lo que hace atractiva y fecunda cualquier iniciativa misionera. 

26.- La evangelización debe ser fruto de un corazón agradecido (Domingo, 20/2/22)

Otro rasgo distintivo de la evangelización, según indica el Papa Francisco en la Exhortación Apostólica  Evangelii gaudium, es el de la gratitud y gratuidad. 

La alegría de anunciar el Evangelio brilla siempre sobre el fondo de una memoria agradecida. Los  apóstoles nunca olvidaron el momento en el que Jesús les tocó el corazón: «Era como la hora décima» dice  san Juan (1,39). El acontecimiento de la Iglesia resplandece cuando en él se manifiesta el agradecimiento  por la iniciativa gratuita de Dios, porque «Él nos amó» primero (1Jn 4,10), porque -como dice san Pablo- «fue Dios quien hizo crecer» (1Co 3,6).  

La predilección amorosa del Señor nos sorprende, y el asombro -por su propia naturaleza- no podemos  poseerlo por nosotros mismos ni imponerlo. No es posible “asombrarse a la fuerza”. Solo así puede florecer  el milagro de la gratuidad, el don gratuito de sí.  

Tampoco el fervor misionero puede obtenerse como consecuencia de un razonamiento o de un cálculo.  Ponerse en “estado de misión” es un efecto del agradecimiento, es la respuesta de quien, en función de su  gratitud, se hace dócil al Espíritu Santo y, por tanto, es libre.  

Si no se percibe la predilección del Señor, que nos hace agradecidos, incluso el conocimiento de la  verdad y el conocimiento mismo de Dios -ostentados como posesión que hay que adquirir con las propias  fuerzas- se convertirían, de hecho, en “letra que mata” (cf. 2Co 3,6), como demostraron por vez primera san  Pablo y san Agustín.  

Solo en la libertad del agradecimiento se conoce verdaderamente al Señor. Y resulta inútil -y, más que  nada, inapropiado- insistir en presentar la misión y el anuncio del Evangelio como si fueran un deber  vinculante, una especie de “obligación contractual” de los bautizados.

27.- La evangelización solo se puede realizar desde la humildad (Domingo, 27/2/22)

Otro rasgo distintivo de la evangelización, según indica el Papa Francisco en la Exhortación Apostólica  Evangelii gaudium, es el de la humildad. 

Si la verdad y la fe, la felicidad y la salvación no son una posesión nuestra, si no es una meta  alcanzada por nuestros méritos, entonces el Evangelio de Cristo se puede anunciar solamente desde la  humildad. Nunca se podrá pensar en servir a la misión de la Iglesia con la arrogancia individual y a través de  la ostentación, con la soberbia de quien desvirtúa también el don de los sacramentos y las palabras más  auténticas de la fe, haciendo de ellos un botín que ha merecido, algo que se ha ganado, de lo que puedo  estar orgulloso, incluso darle gracias a Dios por no ser como los demás. 

No se puede ser humilde por buena educación o por querer parecer cautivadores. Se es humilde si se  sigue a Cristo, que dijo a los suyos: «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,29). Se  trata de tomar su escuela, enyugarse con Él, aguantar, tener paciencia y seguir con mansedumbre. Él  mismo nos dice que así el yugo es suave y la carga ligera. Lo contrario, la soberbia, la autosuficiencia,  cansa y agobia, estresa. 

San Agustín se pregunta cómo es posible que, después de la Resurrección, Jesús se dejara ver solo  por sus discípulos y no, en cambio, por los que lo habían crucificado. Y él mismo se responde diciendo que  Jesús no quiso dar la impresión de querer «burlarse de quienes le habían dado muerte. Era más importante  enseñar la humildad a los amigos que echar en cara a los enemigos la verdad» (Discurso 284, 6). El humilde acepta, ora y confía… y hereda la tierra.