MISIÓN AD GENTES 2023-2024.

 

MISIÓN AD GENTES 2023-2024.

Colaboración semanal durante el curso 2023-2024 en clave misionera de Don Antonio Evans Martos, Delegado episcopal de misiones en Córdoba. España. 

 VÍDEOS DE MISIÓN AD GENTES 23-24-


 

1.- «Corazones ardientes, pies en camino» (3-09-23)

Para la Jornada Mundial de las Misiones de este año he elegido un tema que se inspira en el relato de los discípulos de Emaús, en el Evangelio de Lucas (cf. 24,13-35): «Corazones ardientes, pies en camino». Aquellos dos discípulos estaban confundidos y desilusionados, pero el encuentro con Cristo en la Palabra y en el Pan partido encendió su entusiasmo para volver a ponerse en camino hacia Jerusalén y anunciar que el Señor había resucitado verdaderamente. En el relato evangélico, percibimos la trasformación de los discípulos a partir de algunas imágenes sugestivas: los corazones que arden cuando Jesús explica las Escrituras, los ojos abiertos al reconocerlo y, como culminación, los pies que se ponen en camino. Meditando sobre estos tres aspectos, que trazan el itinerario de los discípulos misioneros, podemos renovar nuestro celo por la evangelización en el mundo actual.

A lo largo del camino que va de Jerusalén a Emaús, los corazones de los dos discípulos estaban tristes —como se reflejaba en sus rostros— a causa de la muerte de Jesús, en quien habían creído (cf. v. 17). Ante el fracaso del Maestro crucificado, su esperanza de que Él fuese el Mesías se había derrumbado (cf. v. 21).

Entonces, «mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos» (v. 15). Como al inicio de la vocación de los discípulos, también ahora, en el momento de su desconcierto, el Señor toma la iniciativa de acercarse a los suyos y de caminar a su lado. En su gran misericordia, Él nunca se cansa de estar con nosotros; incluso a pesar de nuestros defectos, dudas, debilidades, cuando la tristeza y el pesimismo nos induzcan a ser «duros de entendimiento» (v. 25), gente de poca fe.

Hoy como entonces, el Señor resucitado es cercano a sus discípulos misioneros y camina con ellos, especialmente cuando se sienten perdidos, desanimados, amedrentados ante el misterio de la iniquidad que los rodea y los quiere sofocar. Por ello, «¡no nos dejemos robar la esperanza!» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 86). El Señor es más grande que nuestros problemas, sobre todo cuando los encontramos al anunciar el Evangelio al mundo, porque esta misión, después de todo, es suya y nosotros somos simplemente sus humildes colaboradores, “siervos inútiles” (cf. Lc 17,10).

Quiero expresar mi cercanía en Cristo a todos los misioneros y las misioneras del mundo, en particular a aquellos que atraviesan un momento difícil. El Señor resucitado, queridos hermanos y hermanas, está siempre con ustedes y ve su generosidad y sus sacrificios por la misión de evangelización en lugares lejanos. No todos los días de la vida resplandece el sol, pero acordémonos siempre de las palabras del Señor Jesús a sus amigos antes de la pasión: «En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo» (Jn 16,33).

2.- «Corazones que ardían «mientras […] nos explicaba las Escrituras». En la misión, la Palabra de Dios ilumina y trasforma el corazón   (10-09-23)

Después de haber escuchado a los dos discípulos en el camino de Emaús, Jesús resucitado «comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él» (Lc 24,27). Y los corazones de los discípulos se encendieron, tal como después se confiarían el uno al otro: «¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?» (v. 32). Jesús, efectivamente, es la Palabra viviente, la única que puede abrasar, iluminar y trasformar el corazón.

De ese modo comprendemos mejor la afirmación de san Jerónimo: «Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo» (Comentario al profeta Isaías, Prólogo). «Si el Señor no nos introduce es imposible comprender en profundidad la Sagrada Escritura, pero lo contrario también es cierto: sin la Sagrada Escritura, los acontecimientos de la misión de Jesús y de su Iglesia en el mundo permanecen indescifrables» (Carta ap. M.P. Aperuit illis, 1). Por ello, el conocimiento de la Escritura es importante para la vida del cristiano, y todavía más para el anuncio de Cristo y de su Evangelio. De lo contrario, ¿qué trasmitiríamos a los demás sino nuestras propias ideas y proyectos? Y un corazón frío, ¿sería capaz de encender el corazón de los demás?

Dejémonos entonces acompañar siempre por el Señor resucitado que nos explica el sentido de las Escrituras. Dejemos que Él encienda nuestro corazón, nos ilumine y nos trasforme, de modo que podamos anunciar al mundo su misterio de salvación con la fuerza y la sabiduría que vienen de su Espíritu.

Los corazones fervientes por la Palabra de Dios empujaron a los discípulos de Emaús a pedir al misterioso viajero que permaneciese con ellos al caer la tarde. Y, alrededor de la mesa, sus ojos se abrieron y lo reconocieron cuando Él partió el pan. El elemento decisivo que abre los ojos de los discípulos es la secuencia de las acciones realizadas por Jesús: tomar el pan, bendecirlo, partirlo y dárselo a ellos. Son gestos ordinarios de un padre de familia judío, pero que, realizados por Jesucristo con la gracia del Espíritu Santo, renuevan ante los dos comensales el signo de la multiplicación de los panes y sobre todo el de la Eucaristía, sacramento del Sacrificio de la cruz. Pero precisamente en el momento en el que reconocen a Jesús como Aquel que parte el pan, «Él había desaparecido de su vista» (Lc 24,31).

Este hecho da a entender una realidad esencial de nuestra fe: Cristo que parte el pan se convierte ahora en el Pan partido, compartido con los discípulos y por tanto consumido por ellos. Se hizo invisible, porque ahora ha entrado dentro de los corazones de los discípulos para encenderlos todavía más, impulsándolos a retomar el camino sin demora, para comunicar a todos la experiencia única del encuentro con el Resucitado. Así, Cristo resucitado es Aquel que parte el pan y al mismo tiempo es el Pan partido para nosotros. Y, por eso, cada discípulo misionero está llamado a ser, como Jesús y en Él, gracias a la acción del Espíritu Santo, aquel que parte el pan y aquel que es pan partido para el mundo.

3.- «Ojos que “se abrieron y lo reconocieron” al partir el pan». Jesús en la Eucaristía es el culmen y la fuente de la misión-   (17-09-23)

A este respecto, es necesario recordar que un simple partir el pan material con los hambrientos en el nombre de Cristo es ya un acto cristiano misionero. Con mayor razón, partir el Pan eucarístico, que es Cristo mismo, es la acción misionera por excelencia, porque la Eucaristía es fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia.

Lo recordó el Papa Benedicto XVI: «No podemos guardar para nosotros el amor que celebramos en el Sacramento [de la Eucaristía]. Este exige por su naturaleza que sea comunicado a todos. Lo que el mundo necesita es el amor de Dios, encontrar a Cristo y creer en Él. Por eso la Eucaristía no es solo fuente y culmen de la vida de la Iglesia; lo es también de su misión: “Una Iglesia auténticamente eucarística es una Iglesia misionera”» (Exhort. ap. Sacramentum caritatis, 84).

Para dar fruto debemos permanecer unidos a Él (cf. Jn 15,4-9). Y esta unión se realiza a través de la oración diaria, en particular en la adoración, estando en silencio ante la presencia del Señor, que se queda con nosotros en la Eucaristía. El discípulo misionero, cultivando con amor esta comunión con Cristo, puede convertirse en un místico en acción. Que nuestro corazón anhele siempre la compañía de Jesús, suspirando la vehemente petición de los dos de Emaús, sobre todo cuando cae la noche: “¡Quédate con nosotros, Señor!” (cf. Lc 24,29).

Después de que se les abrieron los ojos, reconociendo a Jesús «al partir el pan», los discípulos, sin demora, «se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén» (Lc 24,33). Este ir de prisa, para compartir con los demás la alegría del encuentro con el Señor, manifiesta que «la alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 1). No es posible encontrar verdaderamente a Jesús resucitado sin sentirse impulsados por el deseo de comunicarlo a todos. Por lo tanto, el primer y principal recurso de la misión lo constituyen aquellos que han reconocido a Cristo resucitado, en las Escrituras y en la Eucaristía, que llevan su fuego en el corazón y su luz en la mirada. Ellos pueden testimoniar la vida que no muere más, incluso en las situaciones más difíciles y en los momentos más oscuros.

La imagen de los “pies que se ponen en camino” nos recuerda una vez más la validez perenne de la misión ad gentes, la misión que el Señor resucitado dio a la Iglesia de evangelizar a cada persona y a cada pueblo hasta los confines de la tierra. Hoy más que nunca la humanidad, herida por tantas injusticias, divisiones y guerras, necesita la Buena Noticia de la paz y de la salvación en Cristo. Por tanto, aprovecho esta ocasión para reiterar que «todos tienen el derecho de recibir el Evangelio. Los cristianos tienen el deber de anunciarlo sin excluir a nadie, no como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable» (ibíd.,14).

4.- «Pies que se ponen en camino, con la alegría de anunciar a Cristo Resucitado». La eterna juventud de una Iglesia siempre en salida.    (24-09-23)

La conversión misionera sigue siendo el objetivo principal que debemos proponernos como individuos y como comunidades, porque «la salida misionera es el paradigma de toda obra de la Iglesia» (ibíd., 15).

Como afirma el apóstol Pablo, «el amor de Cristo nos apremia» (2 Co 5,14). Se trata aquí de un doble amor, el que Cristo tiene por nosotros, que atrae, inspira y suscita nuestro amor por Él. Y este amor es el que hace que la Iglesia en salida sea siempre joven, con todos sus miembros en misión para anunciar el Evangelio de Cristo, convencidos de que «Él murió por todos, a fin de que los que viven no vivan más para sí mismos, sino para aquel que murió y resucitó por ellos» (v. 15). Todos pueden contribuir a este movimiento misionero con la oración y la acción, con la ofrenda de dinero y de sacrificios, y con el propio testimonio. Las Obras Misionales Pontificias son el instrumento privilegiado para favorecer esta cooperación misionera en el ámbito espiritual y material. Por esto la colecta de donaciones de la Jornada Mundial de las Misiones está dedicada a la Obra Pontificia de la Propagación de la Fe.

La urgencia de la acción misionera de la Iglesia supone naturalmente una cooperación misionera cada vez más estrecha de todos sus miembros a todos los niveles. Este es un objetivo esencial en el itinerario sinodal que la Iglesia está recorriendo con las palabras clave comunión, participación y misión. Tal itinerario no es de ningún modo un replegarse de la Iglesia sobre sí misma, ni un proceso de sondeo popular para decidir, como se haría en un parlamento, qué es lo que hay que creer y practicar y qué no, según las preferencias humanas. Es más bien un ponerse en camino, como los discípulos de Emaús, escuchando al Señor resucitado que siempre sale a nuestro encuentro para explicarnos el sentido de la Escrituras y partir para nosotros el Pan, y así poder llevar adelante, con la fuerza del Espíritu Santo, su misión en el mundo.

Como aquellos dos discípulos «contaron a los otros lo que les había pasado por el camino» (Lc 24,35), también nuestro anuncio será una narración alegre de Cristo el Señor, de su vida, de su pasión, muerte y resurrección, de las maravillas que su amor ha realizado en nuestras vidas.

Pongámonos de nuevo en camino también nosotros, iluminados por el encuentro con el Resucitado y animados por su Espíritu. Salgamos con los corazones fervientes, los ojos abiertos, los pies en camino, para encender otros corazones con la Palabra de Dios, abrir los ojos de otros a Jesús Eucaristía, e invitar a todos a caminar juntos por el camino de la paz y de la salvación que Dios, en Cristo, ha dado a la humanidad.

Santa María del camino, Madre de los discípulos misioneros de Cristo y Reina de las misiones, ruega por nosotros.

5.- Semana del Encuentro personal con Cristo vivo  (1-10-23)

Iniciamos la celebración del Octubre Misionero que, a petición del Papa Francisco, quiere que sea siempre un mes misionero extraordinario. Su finalidad espiritual, pastoral y teológica debe consistir siempre en reconocer que la misión es y debe ser el paradigma de la vida y de la obra de toda la Iglesia, de todo cristiano. Con ese objetivo, se inicia con una semana dedicada a la necesidad de tener un encuentro personal con Jesucristo, vivo en su Iglesia, a través de la palabra de Dios y de la Eucaristía.

Para el Domund de este año ha elegido el Papa un tema que se inspira en el relato de los discípulos de Emaús: “Corazones ardientes, pies en camino” (cf. Lc 24,13-35). «Aquellos dos discípulos estaban confundidos y desilusionados, pero el encuentro con Cristo en la Palabra y en el Pan partido encendió su entusiasmo para volver a ponerse en camino hacia Jerusalén y anunciar que el Señor había resucitado verdaderamente. En el relato evangélico, percibimos la trasformación de los discípulos a partir de algunas imágenes sugestivas: los corazones que arden cuando Jesús explica las Escrituras, los ojos abiertos al reconocerlo y, como culminación, los pies que se ponen en camino. Meditando sobre estos tres aspectos, que trazan el itinerario de los discípulos misioneros, podemos renovar nuestro celo por la evangelización en el mundo actual».

«Hoy como entonces, el Señor resucitado es cercano a sus discípulos misioneros y camina con ellos, especialmente cuando se sienten perdidos, desanimados, amedrentados ante el misterio de la iniquidad que los rodea y los quiere sofocar. Por ello, ”¡no nos dejemos robar la esperanza!” (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 86). El Señor es más grande que nuestros problemas, sobre todo cuando los encontramos al anunciar el Evangelio al mundo, porque esta misión, después de todo, es suya y nosotros somos simplemente sus humildes colaboradores, “siervos inútiles” (cf. Lc 17,10)».

Encontrarse con Cristo es experimentar el amor que Dios tiene por cada persona, eso es lo que constituye el núcleo de la experiencia y del anuncio del Evangelio; y todos cuantos lo experimentan, todos los que se encuentran con Cristo, se convierten a su vez en testigos.

6.- Semana del testimonio misionero      (8-10-23)

Iniciamos la segunda semana del Octubre Misionero en la que se nos invita a contemplar el testimonio de los santos, de los mártires de la misión y de los confesores de la fe, que son expresión de la adultez en la fe de las Iglesias repartidas por el mundo entero.

El Papa Francisco, en su Mensaje para la Jornada de la Propagación de la fe, quiere expresar su cercanía en Cristo a todos estos testigos de la adultez en la fe de nuestras Iglesias, a los misioneros y a las misioneras del mundo, en particular a aquellos que atraviesan un momento difícil. «El Señor resucitado -les dice- está siempre con ustedes y ve su generosidad y sus sacrificios por la misión de evangelización en lugares lejanos. No todos los días de la vida resplandece el sol, pero acordémonos siempre de las palabras del Señor Jesús a sus amigos antes de la pasión: “En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo” (Jn 16,33)».

Ciertamente que ellos son auténticos testigos del amor de Dios al mundo, son testigos de Cristo que sigue vivo y continúa su misión en la historia y los envía por doquier para que, a través de sus testimonios de fe y del anuncio del Evangelio, Dios siga manifestando su amor y pueda tocar y transformar corazones, mentes, cuerpos, sociedades y culturas, en todo lugar y tiempo.

En el kairós actual del universo, la palabra de Dios sigue resonando permanentemente con el dinamismo de salida que Dios quiere provocar en los creyentes. «Hoy más que nunca la humanidad, herida por tantas injusticias, divisiones y guerras, necesita la Buena Noticia de la paz y de la salvación en Cristo». La causa misionera debe ser el primer objetivo de la Iglesia. La salida misionera debe convertirse para toda la Iglesia en el paradigma de toda obra o acción eclesial. Si ello se lograse, las comunidades cristianas vivirían en un estado permanente de misión. Entonces se perdería el miedo para ir transformándolo todo a fin de que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en cauce y lugar para la evangelización.

7.- Semana de la formación misionera    (15-10-23).

La Iglesia nos pide en esta semana adquirir una formación bíblica, catequética, espiritual y teológica sobre la missio ad gentes, pues los enviados anunciando la Palabra de Dios, testimoniando el Evangelio y celebrando la vida del Espíritu llaman a la conversión, bautizan y ofrecen la salvación cristiana en el respeto de la libertad personal de cada uno, en diálogo con las culturas y las religiones de los pueblos donde son enviados.

Por ese motivo nos enseña el Papa que «el conocimiento de la Escritura es importante para la vida del cristiano, y todavía más para el anuncio de Cristo y de su Evangelio. De lo contrario, ¿qué trasmitiríamos a los demás sino nuestras propias ideas y proyectos? Y un corazón frío, ¿acaso sería capaz de encender el corazón de los demás?. Por eso nos invita a que nos dejemos acompañar siempre por el Señor resucitado que nos explica el sentido de las Escrituras. Dejemos que Él encienda nuestro corazón, nos ilumine y nos trasforme, de modo que podamos anunciar al mundo su misterio de salvación con la fuerza y la sabiduría que vienen de su Espíritu».

Hay que ser conscientes que, en la llamada de Jesús a salir, están presentes los escenarios y desafíos siempre nuevos de la misión evangelizadora a la que todos somos llamados. En esta, cada cristiano, desde su comunidad local, debe avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera, que no deja las cosas como están, sino que sale de sí y, abandonando su comodidad, discierne lo que el Señor le pide y la transforma.

«Pongámonos de nuevo en camino también nosotros -nos invita el Papa-, iluminados por el encuentro con el Resucitado y animados por su Espíritu. Salgamos con los corazones fervientes, los ojos abiertos, los pies en camino, para encender otros corazones con la Palabra de Dios, abrir los ojos de otros a Jesús Eucaristía, e invitar a todos a caminar juntos por el camino de la paz y de la salvación que Dios, en Cristo, ha dado a la humanidad».

8.- Semana de la caridad misionera      (22-10-23).

El Octubre Misionero culmina en esta cuarta semana, dedicada a la caridad misionera como apoyo para el inmenso trabajo de evangelización y de la formación cristiana de las Iglesias más necesitadas.

La caridad es la prueba de nuestra fe y de nuestra esperanza. La caridad se convierte en programa de vida para la Iglesia apoyando materialmente el trabajo de la evangelización: anunciar a un Dios hecho hombre, que acompaña a cada criatura en su caminar ofreciendo amor, sentido a la vida y esperanza. La caridad urge a la opción preferencial por los más alejados, empobrecidos y marginados… Se manifiesta en amar lo no amable, soportar lo insoportable, esperar contra toda esperanza, en reaccionar siempre amando… Se acrisola en el perdón, en entregar la vida por los que te la quitan…

Los misioneros han de ser personas que han acogido el amor de Dios en sus corazones, despertando en ellos un amor divino, gratuito y fiel, capaz de llevar esperanza, reconciliación, y comunión. Un amor misericordioso capaz de conducir hacia el camino del bien. «Es un doble amor -nos dice el Papa Francisco-: el que Cristo tiene por nosotros, que atrae, inspira y suscita el nuestro por Él. Y este amor es el que hace que la Iglesia en salida sea siempre joven, con todos sus miembros en misión para anunciar el Evangelio de Cristo, convencidos de que «Él murió por todos, a fin de que los que viven no vivan más para sí mismos, sino para aquel que murió y resucitó por ellos (2Co 2,14-15)». Todos pueden contribuir a este movimiento misionero con la oración y la acción, con la ofrenda de dinero y de sacrificios, y con el propio testimonio».

Como todos los años, hay que recordar que están esperando de nuestra caridad: millones de personas que viven en la más absoluta pobreza; millones que nacen viven y mueren sin hogar; millones que mueren de hambre; millones de refugiados; y un desgraciado largo etc. de dolor, sufrimiento, injusticia, desesperanza y desolación.

9.- La comunidad cristiana es misionera por su propia naturaleza   (29-10-23)

En este momento histórico, mientras la Iglesia lleva adelante el proceso sinodal, es importante recordar que la comunidad cristiana es misionera por su propia naturaleza, que la misión que el Señor resucitado dio a la Iglesia es el de evangelizar a cada persona y a cada pueblo hasta los confines de la tierra. Así pues, hoy más que nunca, la humanidad, herida por tantas injusticias, divisiones y guerras, necesita la Buena Noticia de la paz y de la salvación en Cristo. Por tanto, hay que reiterar que todos los hombres tienen derecho a recibir el Evangelio, y los cristianos el deber de anunciarlo sin excluir a nadie; y no como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable. La conversión misionera sigue siendo el objetivo principal que debemos proponernos como individuos y como comunidades, porque la salida misionera es el paradigma de toda obra de la Iglesia.

Todo cristiano, en efecto, ha recibido el don del Espíritu Santo y es enviado a continuar la obra de Jesús, anunciando a todos la alegría del Evangelio y llevando su consuelo a las diversas situaciones de nuestra historia, a menudo herida. Quien se deja atraer por el amor de Cristo, convirtiéndose en su discípulo, siente también el deseo de llevar a todos la misericordia y la compasión que brotan de su Corazón. La misionariedad no es una cosa natural. Evidentemente, nosotros siempre buscamos la comodidad, que todo esté en orden. Fue necesario que viniera el Espíritu Santo para hacer ese “desorden” tremendo que ocurrió la mañana de Pentecostés, porque el Espíritu, para crear la misionariedad, para crear la vida de la Iglesia, es creador de desorden, pero luego de la armonía. Ambas cosas vienen del Espíritu Santo.

La Iglesia nos invita a contemplar el Corazón de Jesús. Mirando su Corazón misericordioso y compasivo, podemos reflexionar sobre lo que es y debe ser siempre el carisma y la misión de las Obras Misionales Pontificias.

10.- La misión es significar el Corazón de Cristo   (5-11-23)

Contemplando el Corazón de Cristo descubrimos la grandeza del proyecto de Dios para la humanidad. Porque el Padre «amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna» (Jn 3,16). En el Corazón traspasado del Crucificado podemos descubrir la medida infinita del amor del Padre, que nos ama con amor eterno; nos llama a ser sus hijos y a participar de la alegría que tiene su fuente en Él; nos viene a buscar cuando estamos perdidos; nos levanta cuando caemos y nos hace renacer de la muerte. Jesús mismo nos habla así del amor del Padre, por ejemplo, cuando afirma que «la voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda nada de lo que él me dio, sino que lo resucite en el último día» (Jn 6,39).

Esto es lo que Jesús nos ha enseñado a lo largo de su vida: su compasión por los que estaban heridos; su conmoción ante el dolor; la misericordia ungiendo a los pecadores; su inmolación por el pecado del mundo. Nos ha manifestado el corazón de Dios, como el de un Padre que siempre nos espera, nos ve desde lejos y viene a nuestro encuentro con los brazos abiertos; un Padre que no rechaza a nadie, sino que acoge a todos; que no excluye a ninguno, sino que llama a todos.

La misión, si no es orientada por la caridad, si no nace de un profundo acto de amor divino, corre el riesgo de reducirse a una mera actividad filantrópica y social. Efectivamente, el amor que Dios tiene por cada persona, constituye el núcleo de la experiencia y del anuncio del Evangelio, y todos cuantos lo acogen se convierten a su vez en testigos. El amor de Dios que da vida al mundo es el amor que nos ha sido dado en Jesús, Palabra de salvación, icono perfecto de la misericordia del Padre. Después de su resurrección, Jesús confió a los discípulos el mandato de difundir el anuncio de este amor, y los Apóstoles, transformados interiormente por la fuerza del Espíritu el día de Pentecostés, comenzaron a dar testimonio del Señor muerto y resucitado. Desde entonces, la Iglesia continúa esta misma misión, que constituye para todos los creyentes un compromiso irrenunciable y permanente.

11.- La misión es llegar a todos con el don del amor de Dios     (12-11-23)

Nosotros hemos sido enviados para continuar esta misión: ser signo del Corazón de Cristo y del amor del Padre, abrazando al mundo entero. En esto encontramos el “corazón” de la misión evangelizadora de la Iglesia: llegar a todos con el don del amor infinito de Dios, buscar a todos, acoger a todos, ofrecer nuestra vida por todos sin excluir a nadie. Todos. Esta es la palabra clave. Cuando el Señor nos cuenta sobre aquel banquete nupcial (cf. Mt 22,1-14), que salió mal porque los invitados no asistieron; uno porque había comprado una vaca, otro porque tenía que viajar, otro porque se había casado, los que nos dice es que vayamos a los cruces de los caminos e invitemos a todos, a todos: sanos y enfermos, malos, buenos, pecadores, todos. Esto está en el corazón de la misión, ese “todos”, sin excluir a nadie. Todos. Por tanto, toda nuestra misión brota del Corazón de Cristo, para dejar que Él atraiga a todos hacia sí.

Al origen, el hombre salió de las manos del Creador como fruto de una iniciativa de amor. Después, el pecado ofuscó en él la huella divina y, engañado por el Maligno, terminó por perder la felicidad originaria y gustó la amargura de la tristeza del pecado y de la muerte. Pero Dios no lo abandonó y le prometió la salvación, a él y a sus descendientes, preanunciando el envío de su Hijo unigénito, Jesús, que revelaría, en la plenitud de los tiempos, su amor de Padre, un amor capaz de rescatar cada criatura humana de la esclavitud del mal y de la muerte. Por tanto, en Cristo se da a los hombres de cada tiempo la posibilidad de entrar en la comunión con Dios, Padre misericordioso pronto a volver a acoger en la casa al hijo pródigo. Signo sorprendente de este amor es la Cruz. En la muerte en cruz de Cristo se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más radical. Es allí, en la cruz, donde puede contemplarse esta verdad. Y a partir de allí se debe definir ahora qué es el amor. Y, desde esa mirada, el cristiano encuentra la orientación de su vivir y de su amar.

12.- El carisma de las OMP es sostener la evangelización    (19-11-23)

El carisma de las Obras Misionales Pontificias hoy, su vocación, es ser instrumentos de promoción y de responsabilidad misionera de cada bautizado y de apoyo para las nuevas Iglesias particulares. Las Obras Misionales Pontificias, entonces, no son una mera agencia de distribución de fondos para los necesitados de ayuda, sino una realidad llamada a sostener «la misión evangelizadora de la Iglesia universal y de las Iglesias locales» y para alimentar el espíritu misionero en el Pueblo de Dios, Así pues, el Papa Francisco las alienta a intensificar aún más, con la audacia y la fantasía del Espíritu Santo, las diversas actividades de animación, información y formación del espíritu misionero; las invita a promover la responsabilidad misionera de los bautizados, potenciando la red capilar de las direcciones nacionales, tanto en los países de primera evangelización como en los de antigua tradición cristiana, que quizás necesitan una nueva primera evangelización; ya que estos, están marcados por una grave crisis de fe y necesitan una renovada evangelización y conversión pastoral. La Iglesia repite insistentemente que no se reduzcan las Obras Misionales Pontificias a la recogida de dinero. Este es indiscutiblemente un medio necesario. Se necesita dinero, sí, pero no se deben reducir a eso. Las Obras Misionales Pontificias son algo más grande que el dinero. Ciertamente que se necesita el dinero para salir adelante en la compleja tarea de la evangelización. Pero si falta la espiritualidad y se trata solo de una empresa [que produce] dinero, llega inmediatamente la corrupción. Desgraciadamente vemos también en nuestros días que aparecen en los periódicos historias de presunta corrupción en nombre de la misionariedad de la Iglesia.

Ciertamente que la fe debe preceder a la caridad, pero la fe solo se revela genuina si culmina en la caridad. La fe debe traducirse en ayuda al prójimo, justicia para los más pobres, posibilidad de instrucción en los pueblos más recónditos, asistencia médica en lugares remotos, superación de la miseria, rehabilitación de los marginados, apoyo al desarrollo de los pueblos, superación de las divisiones étnicas, respeto por la vida en cada una de sus etapas, etc., etc.

13.- Perspectivas y sueños para la renovación de las OMP:     (26-11-23)

A la luz de todo esto, permítanme soñar -dijo el Papa Francisco a los participantes en la Asamblea General de las Obras Misionales Pontificias- junto a ustedes “con los ojos abiertos”, es decir, mirando lejos juntos, hacia aquellas perspectivas que las Obras Misionales Pontificias están llamadas a perseguir al servicio de la misión evangelizadora de toda la Iglesia.

El sueño más grande es el de una cooperación misionera cada vez más estrecha y coordinada entre todos los miembros de la Iglesia. En este proceso ustedes tienen un papel importante, que se lo recuerda también el lema del padre Manna para la Pontificia Unión Misional: “Toda la Iglesia para todo el mundo”. Los confirmo en su llamada a convertirse en fermento, para ayudar a promover y fomentar el estilo misionero en la Iglesia y apoyar las obras de evangelización.

Esta llamada, que exige de ustedes una particular aptitud para cultivar la comunión y la fraternidad, se realiza también a través de las estructuras establecidas en todas las Conferencias episcopales y diócesis para el bien del entero Pueblo de Dios. Es significativo que los fundadores de las Obras Misionales Pontificias hayan sido un obispo, un sacerdote y dos laicas, es decir, representantes de diferentes categorías de bautizados; este es un signo que nos compromete a involucrar a todos los miembros del Pueblo de Dios en la animación misionera. No dejemos de soñar con «una nueva estación de la acción misionera en las comunidades cristianas». Por favor, mantengamos vivo este sueño.

Les agradezco a ustedes aquí presentes y a todos los colaboradores y colaboradoras su servicio, realizado a menudo “lejos de los reflectores” y en medio de muchas dificultades. Les deseo que abunden siempre de celo apostólico y que estén apasionados por la evangelización. Lleven el Evangelio con alegría, para que se difunda por todo el mundo, y que la Virgen los acompañe como Madre. Los bendigo de corazón. Y, por favor, recen por mí. Gracias.

14.- Hay que tener pasión por la evangelización, corazón misionero      (3-12-23)

El Papa Francisco nos invita a dejarnos ayudar por el testimonio de santa Teresita del Niño Jesús, patrona de las misiones, por su pasión por la evangelización, por su celo apostólico.

En su “diario” cuenta que ser misionera era su deseo y que quería serlo no solo por algunos años, sino para toda la vida, es más, hasta el fin del mundo. Teresa fue “hermana espiritual” de diversos misioneros: desde el monasterio los acompañaba con sus cartas, con la oración y ofreciendo por ellos continuos sacrificios. Sin aparecer intercedía por las misiones, como un motor que, escondido, da a un vehículo la fuerza para ir adelante. Sin embargo, a menudo no fue entendida por las hermanas monjas: obtuvo de ellas “más espinas que rosas”, pero aceptó todo con amor, con paciencia, ofreciendo junto a la enfermedad, también las críticas y las incomprensiones. Y lo hizo con alegría, lo hizo por las necesidades de la Iglesia, para que, como decía, se esparcieran “rosas sobre todos”, sobre todo sobre los más alejados.

Todo este celo, esta fuerza misionera y esta alegría de interceder le vienen, en primer lugar, por un episodio que sucedió antes de que Teresa entrara en el monasterio, con 14 años. Se refiere al día que le cambió la vida, la Navidad de 1886, cuando Dios obró un milagro en su corazón. Al volver de la Misa de medianoche, el padre, muy cansado, no tenía ganas de asistir a la apertura de los regalos de la hija y dijo: «¡Menos mal que es el último año!», porque a los 15 años ya no se hacía. Teresa, de carácter muy sensible y propensa a las lágrimas, se sintió mal, subió a su habitación y lloró. Pero rápido se repuso de las lágrimas, bajó y llena de alegría, fue ella la que animó al padre. ¿Qué había pasado? Que, en esa noche, en la que Jesús se había hecho débil por amor, ella se volvió fuerte de ánimo. Un verdadero milagro: en pocos instantes había salido de la prisión de su egoísmo y de su lamento; empezó a sentir que “la caridad le entraba en el corazón, con la necesidad de olvidarse de sí misma”.

Desde entonces dirigió su celo a los otros, para que encontraran a Dios y en vez de buscar consolación para sí se propuso «consolar a Jesús, hacerlo amar por las almas», porque «Jesús está enfermo de amor y […] la enfermedad del amor solo se cura con amor». Este es el propósito de todas sus jornadas: «hacer amar a Jesús», interceder para que los otros lo amaran. Escribió: «Quisiera salvar las almas y olvidarme por ellos: quisiera salvarles también después de mi muerte». En más de una ocasión dijo: «Pasaré mi cielo a hacer el bien en la tierra».

15.- El celo apostólico es preferencialmente por los últimos   (10-12-23).

Todo celo apostólico de Santa Teresa, su fuerza misionera y su alegría de interceder estaba dirigido sobre todo a los pecadores, a los “alejados”. Y su fuente arranca cuando Teresa supo de un criminal condenado a muerte por crímenes horribles, que se llamaba Enrico Pranzini, considerado culpable del brutal homicidio de tres personas, estaba destinado a la guillotina, pero no quiso recibir el consuelo de la fe.

Teresa lo tomó muy en serio e hizo todo lo que pudo: reza de todas las formas por su conversión, para que el que, con compasión fraterna, llama «pobre desgraciado Pranzini», tenga un pequeño signo de arrepentimiento y haga espacio a la misericordia de Dios, en la que Teresa confía ciegamente. Tuvo lugar la ejecución. Al día siguiente Teresa leyó en el periódico que Pranzini, poco antes de apoyar la cabeza en el patíbulo «se volvió, cogió el crucifijo que le presentaba el sacerdote ¡y besó por tres veces sus llagas sagradas!». La santa comenta: «Después su alma voló a recibir la sentencia misericordiosa de Aquel que dijo que habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por los noventa y nueve justos que no necesitan convertirse».

Esta es la fuerza de la intercesión movida por la caridad -nos dice el Papa-, este es el motor de la misión. De hecho, los misioneros, de los que Teresa es patrona, no son solo los que hacen mucho camino, aprenden lenguas nuevas, hacen obras de bien y son muy buenos anunciando; no, misionero es también cualquiera que vive, donde se encuentra, como instrumento del amor de Dios; es quien hace de todo para que, a través de su testimonio, su oración, su intercesión, Jesús pase. Y este es el celo apostólico que, recordémoslo siempre, no funciona nunca por proselitismo -¡nunca!- o por constricción -¡nunca!-,  sino por atracción: la fe nace por atracción, uno no se vuelve cristiano porque sea forzado por alguien, no, sino porque es tocado por el amor. La Iglesia, antes que muchos medios, métodos y estructuras, que a veces distraen de lo esencial, necesita corazones como el de Teresa, corazones que atraen al amor y acercan a Dios. Pidamos a la santa la gracia de superar nuestro egoísmo y pidamos la pasión de interceder para que esta atracción sea más grande en la gente y para que Jesús sea conocido y amado.

16.- La misión desde la cruz   (17-12-23).

La inspiradora de la Unión de Enfermos Misioneros (UEM), Marguerite Godet (1899-1932), nace y vive en la región de la Vendée, Francia. La enfermedad, una parálisis, la afectó cuando apenas tenía diez años, haciendo que su capacidad para desplazarse se redujera a las posibilidades de un pequeño carrito. Esta discapacidad duró veintitrés años, durante los cuales nuestro Señor obró maravillas en su alma.

Sin pedir por su curación, Marguerite peregrinó diez años a Lourdes. En 1923 la Virgen le hizo comprender la belleza y la fecundidad del sufrimiento. Tuvo lugar lo que ella llamó su “conversión a la sonrisa”. Siguiendo la estela de Santa Teresa del Niño Jesús, tomó la resolución “de ayudar a los sacerdotes, a los misioneros y a toda la Iglesia”. Tuvo la idea de agrupar a los enfermos, que pusieran todos sus “poderes de redención” al servicio de las misiones.

También aprendió de Santa Teresita que “el Señor no tiene necesidad de nuestras obras, sino de nuestro amor”. De este modo. Tres palabras parecen resumir la esencia de su vida: amar, sufrir, sonreír.

Para acercarnos a la espiritualidad de Marguerite Godet hay que conocer y rezar “el Evangelio de la Cruz”. Hablar de la Cruz es hablar de nuestra redención, y hay algo en nuestro corazón que nos hace pasar por la cruz como de puntillas, porque contemplar al Señor crucificado, verle sufrir, saber que esto es por nuestros pecados, nos encoge por dentro. Ella da testimonio de este misterio, que hay que proclamar, acoger y creer que nos salva: “Hay que amar el sufrimiento, no porque sea sufrimiento, sino porque el sufrimiento nos atrae muchos favores. No queremos la medicina porque tenga un mal sabor, sino porque cura”.

17.- Necesidad del testimonio personal, comunitario e institucional   (24-12-23).

Nunca estamos preparados para la enfermedad -nos dice el Papa Francisco en la Jornada del Enfermo 2023-. Y, a menudo, ni siquiera para admitir el avance de la edad. Tenemos miedo a la vulnerabilidad y la cultura omnipresente del mercado nos empuja a negarla. No hay lugar para la fragilidad. Y, de este modo, el mal, cuando irrumpe y nos asalta, nos deja aturdidos. Puede suceder, entonces, que los demás nos abandonen, o que nos parezca que debemos abandonarlos, para no ser una carga para ellos. Así comienza la soledad, y nos envenena el sentimiento amargo de una injusticia, por el que incluso el Cielo parece cerrarse. De hecho, nos cuesta permanecer en paz con Dios, cuando se arruina nuestra relación con los demás y con nosotros mismos. Por eso es tan importante que toda la Iglesia, también en lo que se refiere a la enfermedad, se confronte con el ejemplo evangélico del buen samaritano, para llegar a convertirse en un auténtico “hospital de campaña”. Su misión, sobre todo en las circunstancias históricas que atravesamos, se expresa, de hecho, en el ejercicio del cuidado. Todos somos frágiles y vulnerables; todos necesitamos esa atención compasiva, que sabe detenerse, acercarse, curar y levantar. La situación de los enfermos es, por tanto, una llamada que interrumpe la indiferencia y frena el paso de quienes avanzan como si no tuvieran hermanos.

Marguerite Godet, la inspiradora de la Unión de Enfermos Misioneros (UEM) es una joven sin estudios, pero que posee la inteligencia de las cosas de Dios. Ella no quería dejar a ningún alma sin consuelo, ni pasar al lado de ninguna miseria sin aliviarla; quería ir en ayuda de los corazones tristes. Escribir era su trabajo cotidiano y, así, más de quinientas cartas fueron redactadas por su dedos adormecidos y legaron a muchas personas, que vivieron en la intimidad de Marguerite. Su inspiración profunda fue la de llevar hacia Jesús a aquellos sobre los que ella podía tener alguna influencia y dar a Dios el mayor número de almas posible, pasión que la dominaba.

La Pontificia Unión Misional, en su impulso a la misión en el corazón de cada uno de los fieles cristianos, se ha unido a esta verdadera fuerza redentora y misionera en los enfermos por medio de la Unión de Enfermos Misioneros. Esta tiene como ambicioso objetivo animarles a sentirse y ser parte de la misión de la Iglesia, siendo también misioneros en el propio ambiente familiar y social, como portadores de esperanza para otros enfermos, familiares y personas que les acompañan. Nos lo recuerda el Papa Francisco: “as personas enfermas están en el centro del Pueblo de Dios, que avanza con ellos como profecía de una humanidad en la que todos son valiosos y nadie debe ser descartado” (Mensaje Jornada del Enfermo 2023).

18.- 2024: AÑO DEDICADO A LA ORACIÓN PREPARANDO EL JUBILEO DEL 2025 (31-12-23).

El Jubileo ha sido siempre un acontecimiento de importancia espiritual, eclesial y social. Desde que el Papa Bonifacio VIII instituyó el primer Año Santo en 1300, el pueblo de Dios ha vivido esta celebración como un don especial de gracia. Millones y millones de peregrinos han acudido a los lugares santos a lo largo de los siglos, dando testimonio vivo de su fe perdurable.

El Gran Jubileo del año 2000 introdujo la Iglesia en el tercer milenio de su historia. El Papa San Juan Pablo II lo convocó esperando que todos los cristianos, superadas las divisiones, pudiéramos celebrar juntos los dos mil años del nacimiento de Jesucristo. El Papa Francisco convocó el año 2015 el de la Misericordia para que redescubriéramos la fuerza y ternura del amor del Padre, y para que a su vez podamos ser sus testigos. Ahora, estamos llamados a poner en marcha una preparación que permita al pueblo cristiano vivir el Jubileo del año 2025, «Peregrinos en esperanza», en todo su significado pastoral.

El Papa Francisco busca mantener encendida la llama de la esperanza que nos ha sido dada, y hacer todo lo posible para que cada uno recupere la fuerza y la certeza de mirar al futuro con mente abierta, corazón confiado y amplitud de miras. Esto solo será posible si somos capaces de recuperar la fraternidad universal, si no cerramos los ojos ante la tragedia de la pobreza galopante que impide a millones de personas vivir de manera humanamente digna. Especialmente los refugiados que se ven obligados a abandonar sus tierras. Sin olvidar a los niños, víctimas colaterales en todas las tragedias de la humanidad.

El Papa Francisco ha pedido que 2024 sea un año de preparación dedicado a una gran “sinfonía” de oración. Oración, ante todo, para recuperar el deseo de estar en presencia del Señor, de escucharlo y adorarlo. Oración, para agradecer a Dios los múltiples dones de su amor por nosotros y alabar su obra en la creación, que nos compromete a respetarla y a actuar de forma concreta y responsable para salvaguardarla. Oración como voz “de un solo corazón y una sola alma” (cf. Hch 4,32) que se traduce en ser solidarios y en compartir el pan de cada día. Oración que permite a cada hombre y mujer de este mundo dirigirse al único Dios, para expresarle lo que tienen en el secreto del corazón. Oración como vía maestra hacia la santidad, que nos lleva a vivir la contemplación en la acción. En definitiva, un año intenso de oración, en el que los corazones se puedan abrir para recibir la abundancia de la gracia, haciendo del “Padre Nuestro”, la oración que Jesús nos enseñó, el programa de vida de cada uno de sus discípulos.

19.-LA SINFONÍA DE LOS NIÑOS. LA INFANCIA MISIONERA INVITA A LA ORACIÓN (7-01-2024). 

Una de las experiencias más bonitas que puede tener un niño en su vida de fe es que la Iglesia es una gran familia en la que nadie sobra y, sin ser nadie imprescindible, todos somos necesarios, todos rezamos y remamos en la misma dirección. Así, la Obra de la Infancia Misionera, en todo el mundo, quiere hacer una llamada a padres, catequistas y educadores con tres objetivos:

    • Que los niños aprendan a rezar… por la misión: por los misioneros, para que el Señor los mantenga encendidos de amor, sin desfallecer, contagiando esperanza y enseñando a amar; también, por la tarea de evangelización de todas las periferias, anunciando el amor eterno del Padre, testimoniando la manera de amar evangélica de Jesús, y comunicando el amor divino capaz de transformar todo en bien; por último, por las vocaciones a la misión, pues todos somos llamados y todos somos necesarios, existimos para la misión, somos una misión… siempre, con una opción preferencial.

    • Que los niños hablen al Señor… de la misión: de las guerras, malos tratos, deportaciones, niños soldados, terrorismo, injusticias…; de los niños abandonados por sus padres y por la sociedad; de los niños que no tienen nada, salvo la calle por donde transitan pidiendo limosna; de los niños que son deshonrados, humillados, no queridos no deseados; de los niños perseguidos, torturados, vendidos…; de la emigración, hambre, sufrimientos, desconfianzas, incultura, retroceso económico…

    • Que los niños escuchen al Señor… para la misión: pues Dios llama a cada uno por su nombre (cf. 1Sam 3,3b-10.19), para Él somos únicos e irrepetibles, y con un papel singular en la historia del mundo. La misión precede a la concepción… y tú eres una misión. Esa es la razón por la que te encuentras viviendo en la tierra:. «Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo» (Eg 273). Y no hay misión que sea insignificante… La misión es entregar, compartir, lo que vivo y soy de manera integral y total.

20.- INFANCIA MISIONERA: «COMPARTO LO QUE SOY» (14-01-2024).

En nuestra sociedad es fundamental vivir compartiendo de manera integral. Para lo cual, es necesario educar en una cultura del compartir, con conciencia de administradores, no de propietarios… El hombre no es solo, el hombre imagen de Dios es comunión.

El ser humano como persona y miembro de la comunidad universal es creado y reflejo de Alguien que nos ama y ha dado origen a nuestro corazón. Más aún, ha sido creado para, su vida tiene un sentido, una misión a la que también pertenece. Somos personas, no individuos. La clave de nuestra identidad es que todos somos hijos y hermanos de una misma familia: todos buscamos, inexorablemente, la Verdad, el Bien y la Belleza; todos estamos inmersos en una historia de amor que arrancó del corazón de Dios y que continua con un signo imborrable de esperanza.

Por todo lo cual, en la familia humana nadie debería sentirse extranjero, y sí llamados a construir la historia amando en un proyecto ciertamente global, irreversible.  El verdadero progreso de la humanidad se fragua en el compartir, en la interrelación, en la comunión, donde cada uno aporte su retazo admirable en una historia que se inició y continuará en el corazón mismo de Dios.

Sin embargo, la cultura actual es de individualismo, de oposición y enfrentamiento. Una de las grandes victorias del demonio en la sociedad actual es provocar la división, la confrontación, los recelos, la enemistad… Y es triste, porque cada uno es diferente, pero no para enfrentarse al prójimo, sino para compartirse poniéndose al servicio de los demás. Esa cultura de enfrentamiento, desgraciadamente, también se puede dar en la Iglesia y entre los cristianos.

Como contrapunto, ser cristiano es descubrir la grandeza y belleza de formar una sola familia, la de los hijos de Dios, y la de la fraternidad universal en comunión de vida y amor. Recibir el Bautismo no nos impide ser nosotros mismos, con nuestras virtudes y defectos, pero sí nos ayuda a vivir la diferencia con el deseo de ayudar, de aprender de los demás, de valorar lo que nos une y asombrarnos con lo que nos diferencia, y a vivir compartiendo todo…, a no llamar propio a nada, a poner todo en común…, a “compartir-nos”…, a vivir la comunión, a ser comunión…

21.- INFANCIA MISIONERA EDUCA PARA UNA COMUNIÓN EVANGÉLICA (21-01-2024). 

La misión es compartir que soy hijo de Dios, hermano universal, testigo de una comunión ya iniciada e instrumento que la hace universal y total. Toda la acción de la Infancia Misionera se mueve en la educación para una auténtica comunión evangélica que se preocupe por cooperar al sostenimiento «de las obras de caridad, de educación y promoción humana» (RMi.81); que, consciente de que la pobreza más radical es la falta de fe, el vacío de Dios, posibilite el encuentro con Alguien -Cristo- que ilumine, llene la vida, infunda esperanza, posibilite vivir en el amor; y que sienta «como parte integrante de su fe la solicitud apostólica de transmitir a otros su alegría y su luz», que transmita el «hambre y sed de dar a conocer al Señor» (RMi.40).

Consciente de que la mayor y mejor riqueza que posee el cristiano es su fe en Jesucristo, no solo ha de agradecer este don, sino que ha de desear compartirlo. De ahí brota la necesidad de educar en una espiritualidad de comunión, sentirla, buscarla, desearla, vivirla…; ese es el gran desafío que la Iglesia ha depositado en nosotros: que todos nuestros ámbitos educativos -familia, catequesis, escuela- forjen en una auténtica espiritualidad de comunión; conscientes de que la comunión solo es posible con el don del Espíritu, que tiene más de don que de tarea, que es una luz, una sensibilidad y un talante que va forjando el Espíritu de Dios en nuestras vidas.

Y, justamente eso es lo que constituye los tres objetivos de la Infancia Misionera:

1º. Invitar a involucrarse para salvar de la muerte y de la miseria a los niños del mundo entero, a tener solidaridad con sus obras e instituciones. Primero, invitando a abrir los ojos a la cruda realidad de la infancia en el mundo, son las víctimas. Segundo, educando en una sensibilidad humana, solidaria, comprometida y misionera. Y tercero, pidiendo una disponibilidad inmediata para involucrarse con esas situaciones y ayudar concretando las respuestas, materializándolas, traduciéndolas en obras de caridad.

2º. Enseñar la necesidad de anunciar y compartir la fe en Jesucristo, de bautizar y educar en cristiano. Conscientes de que dar bienes sin educar, es corromper, despierta una avidez insaciable; sabedores de que la pobreza espiritual es más dramática y fuerte que la material. Sabiendo que orientar la mirada a Cristo es el primer y mejor servicio que se puede dar. Hay que acogerlos, incorporarlos, configurarlos e integrarlos en Cristo.

3º. Preparar para que sean apóstoles de los demás niños, despertar su conciencia misionera. Es el signo de tener el Espíritu Santo, sano, el corazón de Dios, su manera de ser y actuar; viviendo una auténtica espiritualidad misionera: arrebatados, entregados, vivificando; sintiéndose urgidos para llevar a cabo la salvación universal y total, la gran fraternidad.

22.-UNA IGLESIA EN CONVERSIÓN PASTORAL (28-01-2024).  

La exhortación apostólica Evangelii gaudium muestra la necesidad de vivir en la iglesia una etapa evangelizadora de renovación, pasando de una pastoral de mantenimiento a una pastoral misionera.

Una Iglesia en salida que no se queda en el Cenáculo, que no se mira a sí misma, que pone la centralidad en Cristo; una Iglesia empujada, urgida, en salir a todas las periferias de nuestra sociedad, a las geográficas, culturales, sociales y existenciales.

Una Iglesia en salida que recupera la frescura original del Evangelio, encontrando nuevos caminos, ofreciendo métodos creativos y no encerrando a Jesús en nuestros esquemas aburridos. Una Iglesia que se mueva al aire del Espíritu, actualizando al Entregado para la vida del mundo, con el talante de las Bienaventuranzas. Una Iglesia con el perfil de la santidad.

Para ello se hace necesaria una conversión pastoral y misionera que lleva consigo también una reforma de estructuras, donde el Papa Francisco incluye incluso al papado, como ya lo había indicado San Juan Pablo II al hablar de ecumenismo y del deseo de recuperar el sentido del Primado del Papa del Primer Milenio.

Con el mismo objetivo, el Papa Francisco señala en Evangelii gaudium el deseo de que también las Conferencias Episcopales pudieran contribuir a este objetivo, de que el afecto colegial tuviera una aplicación más concreta, se viviera con efecto.

Ciertamente que es necesario una saludable descentralización, no hay que tener miedo a revisar costumbres de la Iglesia no directamente ligadas al núcleo del Evangelio, algunas muy arraigadas a lo largo de la historia y que en algunos ámbitos mantienen el aspecto de una Iglesia burocratizada.

23.- UNA IGELSIA EN PERMANENTE SALIDA MISIONERA (4-02-2024). 

La exhortación apostólica Evangelii gaudium invita a la Iglesia a ser consciente de las tentaciones, de esas tentaciones de los agentes pastorales que el Papa describe. Ese dejarse llevar por un gran pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia y al mismo tiempo superar una Iglesia de eventos, sin más, una pastoral de eventos que desgastan las fuerzas y los recursos. Es verdad que los eventos tienen una dinámica y pueden servir para generar significación y presencia, pero lo que no se puede estar es en permanente desgaste de eventos, sin luego volver a una cotidianidad de referencia del Evangelio, en la vida ordinaria, porque entonces estamos de feria de muestras o de exposiciones; es verdad que hay, siguiendo con el símil comercial, que mantener el stand en una propuesta pastoral de sentidos para hacer referencia a lo que hacemos y llegar a los demás, pero no podemos estar todo el día con el muestrario de exposiciones, tenemos que trabajar seriamente en el día a día de la acción evangelizadora.

Esto impulsará a su vez una necesaria revitalización de la misión Ad gentes, ya que generará una vitalidad cristiana en nuestras comunidades, la propia de un catolicismo expansivo, de comunicación y salida, de propuesta salvadora a los hombres de nuestro tiempo, entre los que están no solo los de la proximidad geográfica, sino también, y hoy más que nunca, aquellos de los que cada día nos dan cuenta los medios de comunicación en un mundo globalizado que nos hace próximos y cotidianos a aquellos que antes sentíamos lejanos y esporádicos. La Nueva Evangelización de las viejas cristiandades y la misión Ad gentes son inseparables y una condiciona la vitalidad de la otra, ya que a ambas les es común la “misionareidad” o celo evangelizador que las posibilita.

24.- UNA IGLESIA QUE OFREZCA UNA CATEQUESIS KERIGMÁTICA Y EVITA TENTACIONES (11-02-2024). 

El Papa Francisco invita en la exhortación apostólica Evangelii gaudium a una pastoral catequética que exprese de manera positiva ante el mundo la originalidad del Primer Anuncio cristiano como una propuesta salvadora de Dios, de misericordia, de acogida y de perdón en su Hijo Jesucristo. No una Iglesia que mete miedo en el cuerpo al personal, no una Iglesia de condenas, sino una Iglesia de ofertas salvadoras.

Para ello ha de superar esas tentaciones que el Papa señala con el calificativo de “mundanidad espiritual”, concretando que los peligros están fundamentalmente en la ideologización del mensaje, en el funcionalismo y en el clericalismo.

En la ideologización del mensaje evangélico al leerlo en una hermenéutica que está al margen del Evangelio; en una hermenéutica que puede ser de reduccionismo socializante, interpretación del cristianismo en clave sociológica, sea liberal o sea marxista; una ideologización psicológica, donde el encuentro con Cristo es una dinámica inmanentista de autoconocimiento, donde en el encuentro con Cristo no hay trascendencia ni espíritu misionero.

La ideologización del mensaje es una propuesta agnóstica, una espiritualidad superior y desencarnada, de despacho, de laboratorio de pastoral que no sabe de trascendencia y por tanto de misionareidad, que llama él de celo apostólico, de celo evangelizador; una propuesta pelagiana en la que aparece fundamentalmente un forma de restauracionismo, esa tendencia exagerada a la seguridad doctrinal, a la disciplina, y busca recuperar el pasado perdido, y no vale; estamos en otra época. Hay cuestiones accidentales que han sido valiosas, meritorias en un momento de la historia de la Iglesia, pero ya no lo son. Hay incluso iconografías que responden a una sensibilidad que ya no se tiene; entonces son salidas en falso fruto de una ideologización del mensaje con un contenido o con otro y que nos han hecho mucho daño.

Hay otro peligro, el del funcionalismo. Su acción en la Iglesia es paralizante: más que con la ruta, se entusiasma con la hoja de ruta, va a la eficacia, no tolera el misterio, estructura a la Iglesia como una “ONG” o una empresa. Eso es la burocratización de la Iglesia, todo son expedientes, procedimientos, formas, todo son papeles, pegas… que nos desgastan y nos perdemos lo mejor: el sentido de misterio; así nos convertimos en funcionarios y convertimos la Iglesia en organismo administrativo, en pura y fría institución.

25.- UNA IGLESIA DONDE TODO EL PUEBLO DE DIOS ANUNCIE EL EVANGELIO-I (18-02-2024). 

El Papa Francisco en la exhortación apostólica Evangelii gaudium invita a superar las tentaciones que señala con el calificativo de “mundanidad espiritual”, ya hemos visto la de ideologización del mensaje y la del funcionalismo. Ahora acentuamos la tentación del clericalismo.

El cura secularizado y el laico clericalizado es una falta de adultez cristiana, de madurez cristiana y de libertad. Esto en España es especialmente grave, sobre todo en el ámbito público, porque somos herederos de una historia donde el espacio público, por una concepción confesional del Estado, ha estado preservado y otorgado en monopolio al carácter confesional católico, que eximía al laico cristiano del ejercicio de su presencia pública, coherente con la fe que profesaba, y no lo ha hecho más que en el ámbito cultural, devocional y asociativo, como lo demuestran la cantidad de asociaciones piadosas que hay en España. Ha habido una especie de desamortización del laicado en nuestro país y eso ha creado unos anticuerpos para el compromiso social y público. Entonces, lo único que le pide el cuerpo a muchos laicos es una participación en el poder jerárquico o la proximidad al altar, y por parte de los curas hemos podido ver una salida de ayuda a donde no llegamos con nuestras propias fuerzas.

Hemos de reivindicar la presencia pública de laicos cristianos, aunque no debe extrañarnos que las fuerzas políticas y las de opinión púbica tampoco quieran esa presencia activa porque la han identificado con un régimen político concreto confesional, carente de libertades. Entonces, todo lo que suene a presencia pública de la Iglesia lleva ese matiz político de prejuicio, esto no se da en otros países donde hay una pluralidad instaurada eclesial y un sentido también de minoría que les hacen ser muy activos apostólicamente en la vida pública. Por nuestra parte, sin imponer nada y de manera propositiva, tenemos que llegar a esta Iglesia en salida por medio de nuestra tarea evangelizadora; una Iglesia que es la totalidad de Pueblo de Dios, recuperando el espíritu y la letra de la Constitución Dogmática Lumen Gentium del Concilio Vaticano II..

26.- UNA IGLESIA DONDE TODO EL PUEBLO DE DIOS ANUNCIE EL EVANGELIO-II (25-02-2024). 

El Papa Francisco se mueve constantemente hablando de la necesidad de ser una Iglesia fuente, una Iglesia reflejo. Es una vivencia de religiosidad popular con una forma de ser propia, con un sentido profundo y un calado muy comunitario que tiene elementos de participación de verdadero Pueblo Santo de Dios. Este nuevo concepto ha logrado depurar el concepto ideologizado de comunidad cristiana desde la clave marxista de la Teología de la Liberación, enriquecerlo y depurarlo de esa injerencia extraña hasta hacer una concepción del pueblo verdaderamente, con un alma que tampoco se identifica con el sentido romántico del alma de otros pueblos. Hay un sentido mucho más profundo y novedoso.

El Papa Francisco nos ha recordado a toda la Iglesia en su Exhortación Apostólica Evangelii gaudium que solo podemos vivir como creyentes y a la vez evangelizadores si lo hacemos de forma comunitaria, como pueblo. Jesús “nos toma de en medio del pueblo y nos envía al pueblo, de tal modo que nuestra identidad no se entiende sin esta pertenencia” (n. 268).

Esta manera de encarnar como pueblo la fe que se hace cultura -forma de entender la vida- se expresa sobre todo en la religiosidad popular. Así “cada porción del Pueblo de Dios, al traducir en su vida el don de Dios, según su genio propio, da testimonio de la fe recibida y la enriquece con nuevas expresiones que son elocuentes. Puede decirse que el pueblo se evangeliza continuamente a sí mismo” (n.122).

27.- Día de Hispanoamérica «Arriesgan su vida por el Evangelio»(3-03-24).

Muchas veces, cuando conocemos a nuestros misioneros, que están repartidos por todos los países de Hispanoamérica, destaca su alegría… Y es verdad que transmiten un gran entusiasmo. Pero no olvidemos que ese entusiasmo y alegría es fruto de su entrega y del olvido de sí mismos.

La vida de los misioneros está bendecida por el Señor, pero esa bendición va muchas veces acompañada por la cruz…, la que tienen que llevar cada día para hacer presente a Jesús. En muchas ocasiones tienen que hacer grandes renuncias, y no es extraño que en ocasiones afronten momentos de persecución o de incomprensión… Llevan a Cristo a quienes no lo tienen fácil; llevan a Cristo, aceptando, ellos también, poner en juego su vida.

Hoy, tercer domingo de Cuaresma, la Iglesia en España quiere recordar a nuestros sacerdotes, religiosas y religiosos, seglares que, llamados por la vocación misionera, han abandonado nuestra nación y se han ido a Hispanoamérica para acompañar a las comunidades cristianas que tanta necesidad tienen de su presencia y labor.

El lema elegido para este año es: «Arriesgan su vida por el Evangelio». No podemos olvidar que, como Jesús enseña en la parábola, la semilla tiene que morir para dar fruto… y ellos entregan su vida para que otros muchos descubran el amor de Dios.

Recordemos hoy con alegría, en esta Jornada de Hispanoamérica, a todos esos sacerdotes, seglares y laicos españoles que hoy comparten la vida, su vida, con nuestros hermanos hispanoamericanos.

La Jornada del Día de Hispanoamérica nos permite al mismo tiempo renovar el agradecimiento de todas las Iglesias que, a través de estos años de cooperación misionera, se han beneficiado de la generosidad de numerosas vocaciones de España que, incluso desde muy jóvenes, decidieron entregar sus vidas y ponerlas al servicio del anuncio evangélico en las jóvenes Iglesias de Hispanoamérica.

 

28.- Colaborar en la misión universal es el termómetro de la verdadera comunión (10-03-24).

Hay que reconocer la prioridad de la responsabilidad misionera que corresponde a las Iglesias particulares con su Obispo y su Presbiterio (RMi 61-64, 67-68), puesto que la responsabilidad misionera se encuentra principalmente en los sucesores de los Apóstoles: «Los Doce son los primeros agentes de la misión universal» (RMi 61). Al reconocer que «cada Iglesia es enviada a las gentes», se afirma la realidad de comunión misionera. En efecto, «en ese vínculo esencial de comunión entre la Iglesia universal y las Iglesias particulares se desarrolla la auténtica y plena condición misionera» (RMi 62). Las afirmaciones conciliares y postconciliares son explícitas y no dejan lugar a dudas: «toda la diócesis se haga misionera» (AG 38); «toda Iglesia particular debe abrirse generosamente a las necesidades de los demás» (RMi 64).

Las realidades de gracia que constituyen cada Iglesia particular (ministerios, vocaciones y carismas) expresan y viven su realidad de comunión con la Iglesia universal, asumiendo la responsabilidad misionera que es inherente. Al ser y vivir la realidad de Iglesia particular, se asume la responsabilidad misionera universal de la misma. La colaboración en la misión universal es el termómetro de la vivencia de la verdadera comunión de Iglesia, la cual es «sacramento» como «señal e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano» (LG 1). Así se hace realidad el que la Iglesia sea «sacramento universal de salvación» (LG 48; AG 1).

La espiritualidad de toda vocación es eminentemente eclesial y, por tanto misionera. El amor a la Iglesia es la forma más concreta de expresar el amor a Cristo que vive en ella como misterio de comunión misionera. El servicio pastoral y la espiritualidad específica del sacerdote ministro, consiste también en dinamizar toda vocación cristiana por el camino de la santidad y de la misión (cfr. PO 6 y 9). Esta toma de conciencia misionera de toda vocación y de toda comunidad eclesial, está relacionada con la pertenencia a la Iglesia particular y la labor apostólica realizada por todos en la misma Iglesia.

La doctrina sobre la Iglesia particular misionera es, pues, clara y admitida teóricamente. Pero hay que pasar al terreno práctico y operativo: insistencias y urgencias actuales, necesidad de educación y formación, programación…

29.- Invitación a la animación misionera a la Iglesia en Europa I      (17-03-24).

La última exhortación apostólica continental es la que se refiere a Europa. Siendo la última de la serie y tratándose del Continente que más ha aportado, hasta ahora, a la misión universal, no es de extrañar que el tema de la evangelización «ad gentes», de parte de las Iglesias particulares, quede explicado con más amplitud. A pesar de algunos signos negativos sobre la situación religiosa europea, se insta a redescubrir la misión, precisamente en vistas a un nuevo resurgir espiritual y apostólico.

La acción misionera de las Iglesia particulares debe fundamentarse en el anuncio sin ambigüedades de la unicidad de Cristo como Salvador y Mediador universal: «Las Iglesias particulares… profundizando su propia dimensión misionera, deben dar constantemente testimonio de que Jesucristo es el único mediador y portador de salvación para la humanidad entera: sólo en Él la humanidad, la historia y el cosmos encuentran su sentido positivo definitivamente y se realizan totalmente; Él tiene en sí mismo, en sus hechos y en su persona, las razones definitivas de la salvación; no sólo es un mediador de salvación, sino la fuente misma de la salvación» (EEu 20).

Este anuncio debe presentar, al mismo tiempo, cómo los valores evangélicos enraízan en la cultura y en la historia: «La misión de cada Iglesia particular en Europa es tener en cuenta la sed de verdad de toda persona y la necesidad de valores auténticos que animen a los pueblos del Continente… Se trata de emprender una articulada acción cultural y misionera, enseñando con obras y argumentos convincentes cómo la nueva Europa necesita descubrir sus propias raíces últimas» (EEu 21).

Para conseguir el objetivo de una «acción misionera armónica», es necesario llegar a una comunión eclesial efectiva entre las diversas instituciones eclesiales. Entonces las Iglesias particulares serán el reflejo de la vida trinitaria: «Ante las insistentes tentaciones de división y contraposición, la diversas Iglesias particulares en Europa, bien unidas al Sucesor de Pedro, han de esforzarse en ser verdaderamente lugar e instrumento de comunión de todo el Pueblo de Dios en la fe y en el amor… se esfuercen en realizar una pastoral que, valorando todas las diversidades legítimas, fomente una colaboración cordial entre todos los fieles y sus asociaciones; promuevan los organismos de participación como instrumentos preciosos de comunión para una acción misionera armónica, impulsando la presencia de agentes de pastoral adecuadamente preparados y cualificados. De este modo, las Iglesias mismas, animadas por la comunión, que es manifestación del amor de Dios, fundamento y razón de la esperanza que no defrauda (cfr. Rom 5, 5), serán un reflejo más brillante de la Trinidad, además de un signo que interpela e invita a creer (cfr. Jn 17, 21)» (EEu 28).

30.- Invitación a la animación misionera a la Iglesia en Europa II     (24-03-24)

La exhortación apostólica del papa san Juan Pablo II a Europa insta a esta a redescubrir la misión, precisamente en vistas a un nuevo resurgir espiritual y apostólico.

Ante las nuevas situaciones, las diversas Iglesias particulares deben aunar esfuerzos: «Las Iglesias particulares no pueden estar solas a la hora de afrontar el reto que se les presenta. Se necesita una auténtica colaboración entre todas las Iglesias particulares del Continente, que sea expresión de su comunión esencial; colaboración exigida también por la nueva realidad europea» (EEu 53).

De esta vida de comunión en la vida interna de las Iglesias particulares, así como de la colaboración entre todas ellas, se pasará fácilmente la revitalización de la acción misionera universal, recordando la aportación misionera de años anteriores: «La obra de evangelización está animada por verdadera esperanza cristiana cuando se abre a horizontes universales, que llevan a ofrecer gratis a todos lo que se ha recibido también como don. La misión ad gentes se convierte así en expresión de una Iglesia forjada por el Evangelio de la esperanza, que se renueva y rejuvenece continuamente. Esta ha sido la convicción de la Iglesia en Europa a lo largo de los siglos: innumerables grupos de misioneros y misioneras han anunciado el Evangelio de Jesucristo a las gentes de todo el mundo, yendo al encuentro de otros pueblos y civilizaciones. El mismo ardor misionero debe animar a la Iglesia en la Europa de hoy» (EEu 64).

La falta de vocaciones y la disminución numérica de los apóstoles no es motivo para olvidar la misión universalista: «La disminución de presbíteros y personas consagradas en ciertos Países no ha de ser impedimento en ninguna Iglesia particular para que asuma las exigencias de la Iglesia universal. Cada una encontrará el modo de favorecer la preparación a la misión ad gentes, para responder así con generosidad al clamor que se eleva aún en muchos pueblos y naciones deseosas de conocer el Evangelio. En otros Continentes, particularmente Asia y África, las Comunidades eclesiales observan todavía a las Iglesias en Europa y esperan que sigan llevando a cabo su vocación misionera. Los cristianos en Europa no pueden renunciar a su historia» (EEu 64).

31.- Dimensión misionera de los diferentes estados de vida             (31-03-24).

En toda comunidad eclesial y, de modo especial, en la Iglesia particular, encontramos personas (vocaciones), que realizan servicios o ministerios (proféticos, litúrgicos, de caridad y de dirección), por los que la misma comunidad se evangeliza y se hace evangelizadora. Los servicios ministeriales, realizados con armonía, ayudan a despertar la conciencia y la disponibilidad misionera en los diferentes estados de vida (vocaciones) con la ayuda de carismas específicos.

La acción apostólica de los laicos como inserción en las estructuras humanas, a modo de fermento evangélico, se realiza en el ámbito de la Iglesia particular y en relación con la Iglesia universal. Ellos participan en la vida de la Iglesia no solo llevando a cabo sus funciones y ejercitando sus carismas, sino también en otros muchos modos. Pero, para poder participar adecuadamente en la vida eclesial es del todo urgente que los fieles laicos posean una visión clara y precisa de la Iglesia particular en su relación originaria con la Iglesia universal.

El mismo Concilio anima a los fieles laicos para que vivan activamente su pertenencia a la Iglesia particular asumiendo al mismo tiempo una amplitud de miras cada vez más «católica»: «Cultiven constantemente -leemos en el Decreto sobre el apostolado a los laicos- el sentido de la diócesis, de la cual es la parroquia como un cédula, siempre dispuestos, cuando sean invitados por su Pastor, a unir sus propias fuerzas a las inicia­tivas diocesanas. Es más, para responder a las necesidades de la ciudad y de las zonas rurales, no deben limitar su cooperación a los confines de la parroquia o de la diócesis, sino que han de procurar ampliarla al ámbito interparroquial, interdiocesano, nacional o internacional; tanto más cuando los crecientes despla­zamientos demográficos, el desarrollo de las mutuas relaciones y la facilidad de las comunicaciones no consiente ya a ningún sector de la sociedad permanecer cerrado en sí mismo. Tengan así presente las necesidades del Pueblo de Dios esparcido por toda la tierra» (ChL 25).

32.- Una Iglesia en comunión y corresponsabilidad                          (7-04-24)

Esta dimensión misionera del laicado es hoy más necesaria que nunca, debido a las situaciones actuales. El mandato misionero les atañe también a ellos, personalmente y formando parte de la Iglesia particular: «La acción de los fieles laicos -que, por otra parte, nunca ha faltado en este ámbito- se revela hoy cada vez más necesaria y valiosa.

En realidad, el mandato del Señor «Id por todo el mundo» sigue encontrando muchos laicos generosos, dispuestos a abando­nar su ambiente de vida, su trabajo, su región o patria, para trasladarse, al menos por un determinado tiempo, en zona de misiones…

Pero el problema misionero se presenta actualmente a la Iglesia con una amplitud y con una gravedad tales, que solo una solidaria asunción de responsabilidades por parte de todos los miembros de la Iglesia -tanto personal como comunitariamente- puede hacer esperar una respuesta más eficaz.

La invitación que el Concilio Vaticano II ha dirigido a las Iglesias particulares conserva todo su valor; es más, exige hoy una acogida más generalizada y más decidida: «La Iglesia particu­lar, debiendo representar en el modo más perfecto la Iglesia universal, ha de tener la plena conciencia de haber sido también enviada a los que no creen en Cristo»…

En esta nueva etapa, la formación no solo del clero local, sino también de un laicado maduro y responsable, se presenta en las jóvenes Iglesias como elemento esencial e irrenunciable de la “plantatio Ecclesiae».


33.-EL SACERDOTE ESTÁ ORDENADO PARA LA IGLESIA UNIVERSAL (14-04-24).

«El ministerio del presbítero está totalmente al servicio de la Iglesia; está para la promoción del ejercicio del sacerdocio común de todo el Pueblo de Dios; está ordenado no solo para la Iglesia particular, sino también para la Iglesia universal (cfr. Presbyterorum Ordinis, 10), en comunión con el Obispo, con Pedro y bajo Pedro» (PDV 16)

«El don espiritual que los presbíteros recibieron en la ordenación no los prepara a una misión limitada y restringida, sino a la misión universal y amplísima de salvación hasta los confines del mundo, pues cualquier ministerio sacerdotal participa de la misma amplitud universal de la misión confiada por Cristo a los Apóstoles» (PO 10).

Por la naturaleza misma de su ministerio, deben por tanto estar llenos y animados de un profundo espíritu misionero y «de un espíritu genuinamente católico, que les habitúe a trascender los límites de la propia diócesis, nación o rito y proyectarse en una generosa ayuda a las necesidades de toda la Iglesia y con ánimo dispuesto a predicar el Evangelio en todas partes» (OT 20)» (PDV 18).

La pertenencia a la Iglesia particular supone el asumir las responsabilidades misioneras de esta: «Es necesario que el sacerdote tenga la conciencia de que su «estar en una Iglesia particular» constituye, por su propia naturaleza, un elemento calificativo para vivir una espiritualidad cristiana. Por ello, el presbítero encuentra, precisamente en su pertenencia y dedicación a la Iglesia particular, una fuente de significados, de criterios de discernimiento y de acción, que configuran tanto su misión pastoral como su vida espiritual» (PDV 31).

Por esto, la misma «incardinación» es una gracia de pertenencia y dedicación que podríamos llamar esponsal y que deriva necesariamente hacia la misión universal. Pues la pertenencia y dedicación a una Iglesia particular no circunscriben la actividad y la vida del presbítero, ya que, dada la naturaleza de la Iglesia particular y del ministerio sacerdotal, aquellas no pueden reducirse a estrechos límites. Pues «todos los sacerdotes deben tener corazón y mentalidad de misioneros, estar abiertos a las necesidades de la Iglesia y del mundo, atentos a los más lejanos y, sobre todo, a los grupos no cristianos del propio ambiente. Que en la oración y, particularmente, en el sacrificio eucarístico sientan la solicitud de toda la Iglesia por la humanidad entera» (RMi 67)».

34.- Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones y Vocaciones Nativas (21-04-2024).

El Papa Francisco con el lema “Hágase tu voluntad. Todos discípulos, todos misioneros” nos invita a considerar el precioso don de la llamada que el Señor nos dirige para que podamos ser partí-cipes de su proyecto de amor y encarnar la belleza del Evangelio en los diversos estados de vida.

Escuchar la llamada divina es el modo más seguro de alimentar el deseo de felicidad que lle-vamos dentro, pues nuestra vida se realiza y llega a su plenitud cuando descubrimos quiénes somos, cuáles son nuestras cualidades, en qué ámbitos podemos hacerlas fructificar, qué camino podemos recorrer para convertirnos en signos e instrumentos de amor, de acogida, de belleza y de paz, en los contextos donde cada uno vive.

Por eso, esta Jornada es siempre una hermosa ocasión para recordar con gratitud ante el Se-ñor el compromiso fiel, cotidiano y a menudo escondido, de los que han abrazado una llamada que implica toda su vida.

– Las madres y padres que no anteponen sus propios intereses y no se dejan llevar por la co-rriente de un estilo superficial, sino que orientan su existencia, con amor y gratuidad, hacia el cuidado de las relaciones, abriéndose al don de la vida y poniéndose al servicio de los hijos y de su crecimiento.

– Los que llevan adelante su trabajo con entrega y espíritu de colaboración; los que se com-prometen, en diversos ámbitos y de distintas maneras, a construir un mundo más justo, una economía más solidaria, una política más equitativa, una sociedad más humana; todos los hombres y las muje-res de buena voluntad que se desgastan por el bien común.

– Las personas consagradas que ofrecen la propia existencia al Señor tanto en el silencio de la oración como en la acción apostólica, a veces en lugares de frontera y exclusión, sin escatimar energías, llevando adelante su carisma con creatividad y poniéndolo a disposición de aquellos que encuentran.

– Los que han acogido la llamada al sacerdocio ordenado y se dedican al anuncio del Evangelio, y ofrecen su propia vida, junto al Pan eucarístico, por los hermanos, sembrando esperanza y mostrando a todos la belleza del Reino de Dios.

– Los jóvenes, especialmente los que se sienten alejados o desconfían de la Iglesia: para que se dejen fascinar por Jesús, le planteen sus inquietudes fundamentales; para que a través del Evangelio se dejen inquietar por su presencia que siempre pone beneficiosamente en crisis. Jesús respeta nuestra libertad más que nadie, no se impone sino que se propone. Ojalá le den cabida y encontrarán la felicidad en su seguimiento y, si se lo pide, en la entrega total a Él.

Sin olvidar las Vocaciones Nativas de los territorios de Misión, donde las vocaciones son mu-chas pero la posibilidad de darles una formación y una vida espiritual profunda y adecuada va a de-pender de la ayuda que nosotros podamos aportar desde aquí.

 

35.- La vida consagrada es una dedicación a la Iglesia universal (28-04-2024).

A la luz del carisma fundacional, la vida consagrada vive su actividad evangelizadora como participación en la vida eclesial: «En los fundadores y fundadoras aparece siempre vivo el sentido de la Iglesia, que se manifiesta en su plena participación en la vida eclesial en todas sus dimensiones, y en la diligente obediencia a los Pastores, especialmente al Romano Pontífice» (VC 46). «De aquí nace principalmente, obedeciendo el mandato de Cristo, el impulso misionero ad gentes, que todo cristiano consciente comparte con la Iglesia, misionera por su misma naturaleza. Es un impulso sentido sobre todo por los miembros de los Institutos, sean de vida contemplativa o activa» (VC 77)

La vida consagrada, por su misma naturaleza, es una dedicación a la Iglesia universal, en rela-ción de dependencia de quien preside la caridad universal (el sucesor de Pedro) y colaborando en el intercambio de dones que debe existir entre todas las Iglesias particulares: «Las personas consagra-das están llamadas a ser fermento de comunión misionera en la Iglesia universal por el hecho mismo de que los múltiples carismas de los respectivos Institutos son otorgados por el Espíritu para el bien de todo el Cuerpo místico, a cuya edificación deben servir (cfr. 1Cor 12,4-11)…

Emerge de este modo el carácter de universalidad y de comunión que es peculiar de los Institutos de vida consagrada y de las Sociedades de vida apostólica. Por la connotación supradiocesana, que tiene su raíz en la especial vinculación con el ministerio petrino, ellos están también al servicio de la colaboración entre las diversas Iglesias particulares, en las cuales pueden promover eficazmente el « intercambio de dones»» (VC 47)

Pero, también se inserta en la Iglesia particular, participando de la diocesaneidad de un modo peculiar, favoreciendo la armonía en toda la pastoral de conjunto de la diócesis. De ahí «la importan-cia que reviste la colaboración de las personas consagradas con los Obispos para el desarrollo armo-nioso de la pastoral diocesana. Los carismas de la vida consagrada pueden contribuir poderosamente a la edificación de la caridad en la Iglesia particular» (VC 48). «Las personas consagradas, por su par-te, no dejarán de ofrecer su generosa colaboración a la Iglesia particular según las propias fuerzas y respetando el propio carisma, actuando en plena comunión con el Obispo en el ámbito de la evangelización, de la catequesis y de la vida de las parroquias» (VC 49).

 

36.- La espiritualidad misionera es parte integrante de la vida consagrada (5-05-2024).

««El amor de Cristo nos apremia » (2Co 5,14): los miembros de cada Instituto deberían repetir estas palabras con el Apóstol, por ser tarea de la vida consagrada el trabajar en todo el mundo para consolidar y difundir el Reino de Cristo, llevando el anuncio del Evangelio a todas partes, hasta las regiones más lejanas» (VC 78).

En cualquier institución eclesial y, por tanto, también y especialmente en todo el campo vocacional diferenciado, hay que ir creando una mentalidad de comunión eclesial, que va más allá del propio interés carismático e institucional.

Toda institución eclesial debe ser una «escuela de comunión» misionera: «Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: este es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo… Antes de programar iniciativas concretas, hace falta promover una espiritualidad de la comunión, proponiéndola como principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano, donde se educan los ministros del altar, las personas consagradas y los agentes pastorales, donde se construyen las familias y las comunidades. Espiritualidad de la comunión significa ante todo una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado… No nos hagamos ilusiones: sin este camino espiritual, de poco servirían los instrumentos externos de la comunión. Se convertirían en medios sin alma, máscaras de comunión más que sus modos de ex-presión y crecimiento» (NMi 43).

Colaborar en la misión local y universal no es algo de adorno o de paréntesis, sino que es expresión de la autenticidad de vida cristiana que existe en la comunidad. Vocaciones, ministerios y caris-mas integran la comunión eclesial misionera «ad intra» y «ad extra». No basta con afirmar que la Iglesia particular tiene una prioridad en el campo de la responsabilidad misionera universal. Para que ello sea una realidad concreta, se necesita una preparación o proceso, que constituye la base de la animación misionera: formación, información, compromisos y ayudas, programación pastoral armónica y coherente, etc.

 

37.- La apertura garantiza el crecimiento y madurez de la Iglesia (12-05-2024).

La animación misionera forma parte integrante del proceso de evangelización en todos sus niveles ministeriales: profético, litúrgico y de caridad. La animación misionera se inserta en esta realidad evangelizadora como algo normal.

Es toda la comunidad diocesana la que se abre a la misión sin fronteras. El carisma episcopal es imprescindible: «Suscitando, promoviendo y dirigiendo la obra misionera en su diócesis, con la que forma una sola cosa, el Obispo hace presente y como visible el espíritu y el ardor misionero del Pueblo de Dios, de forma que toda la diócesis se haga misionera» (AG 38).

En la acción pastoral de una comunidad (especialmente de la Iglesia particular), «se encuentra y opera verdaderamente la Iglesia de Cristo» (CD 11; can. 369). Toda vocación, ministerio y carisma tiende a hacer realidad esta dimensión universalista de la Iglesia particular, a partir de unas circunstancias socio-culturales y de una historia peculiar de gracia.

La Iglesia particular, con todos sus componentes, es «enviada a quienes no creen en Cristo», realizando este objetivo «con el testimonio de la vida de cada fiel y de toda la comunidad» (AG 20; can. 781).

La animación misionera tiende a aprender el ser «comunión de los santos», como proceso de dar y recibir sin fronteras. Esta apertura universalista garantiza el proceso de crecimiento y de implantación de la Iglesia hasta su madurez. Es un proceso eclesial que salva los valores locales auténticos en armonía con la herencia común de toda la humanidad, dando lugar a una auténtica inculturación.

Para que una comunidad eclesial se abra y se capacite, tanto para «beber el patrimonio universal» como para «comunicar a la Iglesia universal la experiencia y la vida de su pueblo en beneficio de todos» (EN 64), es necesario que las vocaciones, ministerios y carismas se realicen de modo dinámico por medio de una animación misionera verdaderamente coherente y comprometida.

38.- Necesidad de renovar las comunidades para que se hagan misioneras (19-05-2024).

Un programa de animación misionera intenta formar personas vocacionadas, que amen profundamente su propia realidad eclesial (carisma particular e Iglesia particular). Se podrían señalar cuatro instancias prioritarias:

— Vivencia del propio carisma personal e institucional, en el que está enraizada la dimensión misionera universalista,

— vivencia de la comunión eclesial, como coordinación de vocaciones, ministerios y carismas,

— disponibilidad para el seguimiento evangélico de Cristo expresado en criterios, motivaciones, lógica y escala de valores evangélicos,

— disponibilidad para la evangelización de los más pobres, dentro y fuera de la propia comunidad, es decir, de los que no tienen la fe cristiana.

La animación o cooperación misionera «se fundamenta y se vive, ante todo, mediante la unión personal con Cristo; solo si se está unido a él, como el sarmiento a la vid (cfr. Jn 15,5), se pueden producir buenos frutos. La santidad de vida permite a cada cristiano ser fecundo en la misión de la Iglesia» (RMi 77).

Si no hubiera esta renovación de la propia comunidad, difícilmente se podría dar la animación misionera de la Iglesia particular. Una comunidad eclesial renovada es escuela de misionariedad. Es necesario planificar la formación inicial y permanente, de suerte que derive hacia la participación de personas e instituciones en el dinamismo misionero de la Iglesia particular. «Es necesaria una radical conversión de la mentalidad para hacerse misioneros, y esto vale tanto para las personas, como para las comunidades» (RMi 49).

La llamada «nueva evangelización» supone una renovación de la comunidad eclesial para que responda generosamente al deber de la misión «ad gentes». Así se llega a una cooperación efectiva y afectiva en todos los aspectos.

Hay que formar para una mentalidad misionera de dar y recibir. La actitud de dar equivale a compartir los dones recibidos con los hermanos de la misma familia de hijos de Dios, alejando todo ti-po de proteccionismo, paternalismo o neocolonialismo. Se puede y debe dar también «desde nuestra pobreza». «La Iglesia misionera da lo que recibe… La generosidad en el dar debe estar siempre iluminada e inspirada por la fe: entonces sí que hay más alegría en dar que en recibir» (RMi 81). Verdaderamente «hay mayor felicidad en dar que en recibir» (Hch 20,35).

 

39.- En la misión se constata que se recibe mucho más de lo que se da (26-05-2024).

«Cooperar con las misiones quiere decir no solo dar, sino también saber recibir: todas las Iglesias particulares, jóvenes o antiguas, están llamadas a dar y a recibir en favor de la misión universal, y ninguna deberá encerrarse en sí misma… Las Iglesias locales, aunque arraigadas en su pueblo y en su cultura, sin embargo deben mantener concretamente este sentido universal de la fe, es decir, dan-do y recibiendo de las otras Iglesias dones espirituales, experiencias pastorales del primer anuncio y de evangelización, personal apostólico y medios materiales» (RMi 85; cfr. EN 64).

La educación para el dar y recibir es, pues, parte integrante de la animación misionera de toda Iglesia particular, tanto de la que ayuda con personal y con medios económicos, como de la que es ayudada. Se ayuda como expresión de la comunidad entera (sin personalismos), como ayuda entre Iglesias hermanas. Las mismas Iglesias necesitadas aprenden, ya desde el primero momento de la implantación, el mismo proceso de dar y de recibir, como quien comparte familiarmente. La generosi-dad en dar, por parte de las Iglesia necesitadas y más jóvenes, será un estímulo para las Iglesias de antigua cristiandad (cfr. RMi 65, 85, 91).

Tanto el dar como el recibir, son signo de comunión eclesial, sin humillar ni atrofiar. No se da só-lo lo que sobra, sino que se tiende a compartir todo. Toda Iglesia particular es «evangelizada y evangelizadora» (cfr. EN 15). La formación para esta animación misionera del dar y recibir, comporta unas línea básicas: por qué, a quiénes, cómo, qué y para qué hay que dar.

Con esta actitud evangélica de dar y recibir, se acierta en el objetivo de la misión, abarcando to-dos los campos de pobreza (material, cultural, moral), sin olvidar a los más pobres, es decir, a los que todavía no creen en Cristo Salvador. «Los pobres tienen hambre de Dios, y no sólo de pan y libertad; la actividad misionera ante todo ha de testimoniar y anunciar la salvación en Cristo, fundando las Igle-sia locales que son luego instrumento de liberación en todos los sentidos» (RMi 83).

40.- Hay que proyectar cómo hacer misionera a toda la comunidad (6-06-2024).

En el plan estructural, todos los servicios diocesanos necesitan moverse en la dinámica de la única misión que Cristo confió a su Iglesia: la de evangelizar a todos los pueblos. Sin esta dimensión misionera «ad gentes», las estructuras diocesanas no lograrían situarse más allá de una estructura parecida a las demás. Las estructuras diocesanas abren la herencia común de gracia a la Iglesia universal. De esta apertura dependerá su propia viabilidad y eficacia.

Los servicios diocesanos de organización, administración y dirección tienen que llegar a ser estimulantes que respeten el principio de subsidiariedad. La curia pastoral y administrativa, consiste en servicios para potenciar todos los sectores pastorales (catequesis, educación, liturgia, juventud, familia, sanidad, cáritas, asociaciones, pobres, migraciones…).

El Directorio para el ministerio pastoral de los Obispos, urge a que «los fieles y comunidades parroquiales se sientan realmente miembros tanto de la diócesis como de la Iglesia universal».

Cualquier servicio diocesano (incluyendo el consejo presbiteral y pastoral), tendrá que respetar el principio de subsidiariedad de personas y pequeñas comunidades o grupos. Este respecto de las di-versas autonomías solo será posible con la apertura misionera «ad gentes», indicando las pistas del universalismo (geográfico, sociológico, cultural), de la primera evangelización (colaborando a implantar la Iglesia en toda comunidad humana) y de la ayuda a las Iglesias hermanas más necesitadas.

Todo ello supone una pastoral integral, de conjunto, armónica, que penetre la vida de la comunidad diocesana, donde la dimensión misionera sea connatural.

La pastoral de conjunto de la Iglesia particular incluye el servicio de la animación y cooperación misionera. Para ello es necesario organizar agentes cualificados, que sepan presentar las situaciones «ad gentes» y, al mismo tiempo, que sepan exponer los fundamentos teológicos de la misión, en vistas a suscitar mentalidad y disponibilidad misionera sin fronteras. Tantos los individuos como las instituciones, salvando la identidad de su propio carisma, deben insertarse en la pastoral de conjunto de la Iglesia particular. La información y la formación deben impartirse en armonía con las directrices conciliares y postconciliares, así como según las indicaciones de la pastoral local dirigida por el Obispo.

41.- Medios de animación y cooperación misionera (9-06-2024).

Es fácil hacer una lista: oración, sacrificio, ofrecimiento del dolor, vocaciones, ayuda económica, formación misionera, atención a la movilidad humana para conocer los campos misioneros, coordinación por parte de las Obras Misionales Pontificias, etc. Se trata de medios espirituales, materiales, formativos y vocacionales.

La oración y el sacrificio han sido siempre considerados como los medios más importantes. Pero cuando se trata de la aportación directa al trabajo misional, las vocaciones misioneras tienen la preferencia. «A este respecto, hay que reconocer la validez de las diversas formas de actividad misioneras; pero, al mismo tiempo, es necesario reafirmar la prioridad de la donación total y perpetua a la obra de las misiones, especialmente en los Institutos y congregaciones misioneras, masculinas y femeninas. La promoción de estas vocaciones es el corazón de la cooperación» (RMi 79).

Lo importante es formar a la comunidad para que asuma su propia responsabilidad y, por tanto, colabore en la aportación de los medios indicados de animación y cooperación. Es la formación e información que debe llegar a la infancia y juventud, a los enfermos, la familia, los centros de formación, de las instituciones apostólicas laicales, religiosas y sacerdotales. Vocaciones, ministerios y carismas deben orientarse hacia misión local y «ad gentes.»

Se podrían trazar unas líneas maestras de la animación misionera en la Iglesia particular, que abarcaran todos los campos (vocaciones, ministerios, carismas), así como las diversas estructuras y servicios:

– suscitar la cooperación espiritual concretada en la oración, el sacrificio, la participación en la Eucaristía, el propio trabajo (AG 36; RMi 78);

– despertar la conciencia y mentalidad misionera por medio de una adecuada formación doctrinal (AG 29, 36-39; RMi 83);

– promover las vocaciones misioneras, especialmente las de una dedicación de por vida a la misión «ad gentes» (AG 23, 27; RMi 32, 65-66, 79);

– preparar una justa distribución de los efectivos apostólicos (LG 23; CD 6; RMi 68);

– contribuir económicamente a las necesidad de las comunidades más necesitadas, especial-mente por medio de las Obras Misionales Pontificias, en cuanto que esas Obras miran al bien de todas las instituciones misioneras y de todas las misiones (LG 38).

42.- Pistas para la organización de la animación misionera (16-06-2024).

1º Fomentar vocaciones misioneras. 2º) Destinar un sacerdote a promover iniciativas en favor de las misiones, especialmente las OMP. 3º) Celebrar el día anual en favor de las misiones. 4º) Pagar cada año una cuota para las misiones, que se remitirá a la Santa Sede» (CIC, can.791).

A la formación e información están llamados los sacerdotes y sus colaboradores, los educadores y profesores, los teólogos, particularmente los que enseñan en los Seminarios y en los centros para laicos. Hay que «animar a los teólogos a profundizar y exponer sistemáticamente los diversos aspectos de la misión» (RMi 2).

Sería muy eficaz si la dimensión misionera universalista llegara a impregnar todos los tratados de teología, sin que falte la misionología o teología de la misión: «La enseñanza teológica no puede ni debe prescindir de la misión universal de la Iglesia, del ecumenismo, del estudio de las grandes religiones y de la misionología» (RMi 83).

La formación misionológica especializada es necesaria hoy para orientar mejor al personal apostólico para llegar a superar la actual «debilitación del impulso misionero de la Iglesia», así como las «dudas y ambigüedades sobre la misión ad gentes» (RMi 2).

La Evangelii nuntiandi y la Redemptoris Missio ofrecen una doctrina adecuada para deshacer malentendidos e ideas confusas, que son las causantes de que la misión y las vocaciones misioneras hayan perdido altura. Urge, pues, una formación doctrinal sobre los siguientes puntos de fricción: concepto de salvación en Cristo (único Salvador), el Reino, la acción del Espíritu Santo en las culturas y religiones no cristianas, nuevos ámbitos de la misión (geográficos, sociológicos, culturales), responsabilidad misionera de cada vocación y estructura eclesial, la Iglesia particular misionera, el anuncio y el diálogo, el testimonio, la experiencia contemplativa específica del cristianismo, el ecumenismo, la inculturación…

43.- Teología, acción y espiritualidad misioneras (23-06-2024).

Al impartir la formación misionera podrían tenerse en cuenta estos niveles:

— El nivel doctrinal estudia la naturaleza de la misión en sus diversas dimensiones, siguiendo la pauta de la misma misión realizada por el Señor: dimensión trinitaria, cristológica, pneumatológica, eclesiológica y antropológica.

— El nivel pastoral aborda la acción misionera en todas sus dimensiones ministeriales (profética, litúrgica y de animación o dirección) y en todos sus caminos concretos, situaciones misioneras y estadísticas.

— El nivel espiritual indica la disponibilidad misionera y el estilo misionero que deriva de cada vocación, como fidelidad generosa a la misión del Espíritu Santo.

En la comunidad cristiana, son animadores natos del espíritu misionero los padres, educadores, sacerdotes, religiosos, formadores en Seminarios, responsables de las instituciones apostólicas. Pero todo creyente debe estar insertado responsablemente en la cooperación y animación misionera.

Cuando se colabora en la cooperación y animación misionera, se debe tener en cuenta un ab-nico de posibilidades que deben respetarse mutuamente: la iniciativa privada (personal o grupal), las instituciones misioneras, las obras de ayuda específica o particular, Conferencia de Religiosos, Comisiones Episcopales, organismos dependientes más directamente de la Santa Sede (OMP, etc.)…

Ningún servicio de animación y cooperación misionera debe impedir la iniciativa privada (personal o grupal), que es respuesta a los diversos carismas. Son las personas vocacionadas, con carisma, quienes mueven con eficacia los servicios misioneros. Históricamente se puede comprobar que casi todos los servicios de cooperación y animación misionera han comenzado a partir de la iniciativa privada, siempre en armonía y con la aprobación por parte de la autoridad eclesiástica. La autoridad garantiza la existencia del carisma y lo promueve, respetando el principio de subsidiariedad.

Las personas e instituciones que se mueven en el ámbito de la vocación específica «ad gentes», aportan en el campo de la animación su propio carisma y experiencia. No solamente ayudan en el fomento de la propia vocación e institución, sino que deben colaborar en la animación de toda la comunidad eclesial y de todas las Instituciones de la Iglesia particular, suscitando todas las otras vocaciones y ayudas misioneras.

En todo el ámbito la pastoral diocesana e interdiocesana, la acción de la Jerarquía, por una parte, garantiza y aprueba todos los servicios de cooperación y animación, pero también asume la alta dirección y la primera responsabilidad.

44.- Tres servicios de animación misionera (30-06-2024).

Entre todos los servicios de animación misionera destacan tres, que de algún modo aglutinan a los demás: las Obras Misionales Pontificias, las Instituciones misioneras (Institutos, asociaciones, comunidades…) y la Diócesis misionera. Cuando los objetivos y medios están bien definidos, la coor-dinación y armonía es más viable:

— Las Obras Misionales Pontificias se centran en su objetivo específico de animación misionera (formación e información) de toda la comunidad eclesial, para que ayude (oración, sacrificio, limosna, vocaciones) a todas las misiones.

— Las Instituciones (asociaciones, comunidades…) misioneras realizan la animación que corres-ponde a sus propias misiones, buscando las ayudas necesarias y, de modo especial, las vocaciones específicas, cooperando, al mismo tiempo, en la animación general.

— La diócesis misionera, con sus diversos servicios, ocupa un campo específico, que consiste en el envío del personal (sacerdotes «fidei donum», OCSHA, laicos voluntarios, vida consagrada), la atención a este mismo personal y, en general, la ayuda entre Iglesias hermanas.

Dada, pues, la existencia de diversos servicios de animación y cooperación, habrá que señalar los cauces propios de cada servicio, siempre dentro de la comunión de Iglesia:

— Actuar según la identidad del propio carisma misionero.

— Insertarse en la programación de la pastoral de la Iglesia particular en su derivación misionera.

— Seguir las indicaciones del Obispo, de la Conferencia Episcopal y del Dicasterio misionero.

— Conocer y respetar (también colaborando) el campo específico de los demás.

— Hacer que la animación tienda a su objetivo específico de la misión universal «ad gentes».

Como cualquier actuación pastoral, también la animación misionera que se realiza en la Iglesia particular, tiene como punto de referencia obligado el Obispo, como principio de unidad que garantiza y hace respetar la especificidad de cada institución y servicio (cf. LG 23; CD 11; can. 369). A nivel na-cional y universal, habrá que remitirse a las orientaciones de la propia Conferencia Episcopal y del Di-casterio misionero. Este último tiene también como objetivo «coordinar por todas partes la obra misio-nal en sí y la cooperación misionera»(AG 29).