El Mensaje para el Domund 2025 está considerado el “testamento espiritual misionero” del Papa Francisco.
Continúa el camino de renovación evangélica misionera de la Iglesia, propuesto en sus Mensajes desde el 2022, para que todos lleguemos a ser “artesanos” de esperanza.
Con el detalle personal de su agradecimiento a los misioneros ad gentes y a todos los fieles, a los que exhorta a participar activamente “en la común misión evangelizadora”.
Así, con el lema Misioneros de esperanza entre los pueblos, recuerda a todos los cristianos que nuestra vocación fundamental es ser mensajeros y constructores de esperanza.
Para ese fin propone cuatro pasos: (está latente el perenne Plan de Pastoral de la Iglesia)
Ir tras las huellas de Cristo, nuestra esperanza.
Ser, en Él y como Él, portadores y constructores de esperanza entre los pueblos.
Renovar la misión de la esperanza.
“Dar razón de nuestra esperanza” (1Pe 3,15)
I.- IR TRAS LAS HUELLAS DE CRISTO, FUNDAMENTO Y MODELO DE LA ESPERANZA CRISTIANA:
Invita a mantener la mirada en Cristo, porque es el centro de la historia, «es el mismo ayer y hoy y lo será siempre» (Hb 13,8):
Ya, en la sinagoga de Nazaret, declaró el cumplimiento de la Escritura en el “hoy” de su presencia histórica.
Él era el enviado del Padre, con la unción del Espíritu Santo, para llevar la Buena Noticia del Reino de Dios, e inaugurar «un año de gracia del Señor» para toda la humanidad (cf Lc 4,16-21)
Ese «año de gracia del Señor» es la realización del Jubileo bíblico (cf. Lv 25) en el que se celebraba:
La liberación de todo lo que impedía la plena realización y la felicidad…
La restauración de todos los daños originados por el pecado: personales y sociales.
La renovación del Proyecto original de Dios, su recreación, nacer de nuevo.
La capacitación para poder llegar a ser realidad el sueño de Dios, su Reino…
Todo se traducía en fiesta, Dios es fiel en su misericordia, es signo de lo que se espera…
Este “hoy” perdura, Cristo es el cumplimiento de la salvación para todos los que esperan:
Él, en su vida terrena, pasó devolviendo la esperanza a los necesitados y al pueblo.
Además, experimentó todas las fragilidades humanas (Getsemaní), menos el pecado.
Pero Él encomendaba todo a su Padre, obedeciendo confiado a su Plan salvífico.
Así se convirtió en modelo supremo de todos los Misioneros de Esperanza.
Cristo resucitado continúa su ministerio de esperanza para todos a través de su Iglesia:
Sigue siendo buen samaritano ante cada persona pobre, afligida, desesperada y oprimida
Con su mismo espíritu de servicio, la Iglesia prolonga esa misión en medio de las gentes.
Afrontando persecuciones, tribulaciones y dificultades; …y sus imperfecciones y caídas
Impulsada por su amor avanza acogiendo el clamor de la humanidad, esperando…
Esta es la Iglesia del Señor: misionera, caminando con el Señor por las vías del mundo.
Debemos ser, todos los bautizados, discípulos-misioneros que hagan resplandecer la propia esperanza, la esperanza cristiana, en cada rincón de la tierra.
II.- DE AHÍ EL LEMA: «MISIONEROS DE ESPERANZA ENTRE LOS PUEBLOS»
Los cristianos estamos llamados a evangelizar compartiendo las condiciones de vida de las personas que nos encontramos, siendo portadores y constructores de la esperanza cristiana (cf. GS, 1).
El Papa dice pensar particularmente en los misioneros ad gentes (periferias geográficas):
Ellos, siguiendo la llamada divina, han ido a otras naciones para dar a conocer el amor de Dios en Cristo… Por eso, el Papa les está agradecido de corazón.
Sus vidas son una respuesta concreta al mandato de Cristo resucitado, glorioso, que envía a sus discípulos a evangelizar a todos los pueblos (cf. Mt28,18-20).
De ese modo señala la vocación universal de todos los bautizados a ser, con la fuerza del Espíritu Santo y el compromiso diario, entre los pueblos, misioneros de esa inmensa esperanza que nos concede Jesús, el Señor.
Pero están también las periferias sociales y culturales… Pues la esperanza cristiana va más allá de las realidades mundanas y se abre a las divinas que ya pregustamos en el presente (EN, 27). Lo cual requiere que seamos signos de una nueva humanidad en un mundo que muestras síntomas de crisis de humanidad:
Hay un sentimiento general de desorientación; predomina la soledad y el abandono de los ancianos; hay dificultad para estar disponibles a ayudar a quienes nos rodean.
Decae la proximidad: estamos todos interconectados, pero no estamos en relación.
La eficiencia y el apego a las cosas y a las ambiciones hacen que estemos centrados en nosotros mismos y seamos incapaces de altruismo.
El Evangelio, vivido en la comunidad, puede restituirnos una humanidad íntegra, sana, redimida.
El Papa renueva la invitación a todos, con opción preferencial a todas las periferias, a realizar las obras indicadas en la Bula de convocación del Jubileo(nn. 7-15):
Una particular atención a los más pobres y débiles, enfermos, ancianos y excluidos.
Además, hacerlo con el estilo de Jesús: con cercanía, compasión y ternura, cuidando la relación personal en su situación concreta (cf. EG, 127-128).
Acentúa que muchas veces, serán ellos quienes nos enseñarán a vivir con esperanza.
Esas dos expresiones son claves, porque los cristianos, discípulos-misioneros de la esperanza, somos transmisores a los demás de las gracias concretas de Dios en Cristo:
Para vivir como portadores y constructores de esperanza por vocación, estamos llamados a ser cada vez más “signos del Corazón de Cristo y del Amor del Padre, abrazando al mundo entero”.
Los misioneros de esperanza entre los pueblos son, por tanto, también y sobre todo, los Misioneros de la Misericordia Fiel de Dios.
III.- TRES CAMINOS PARA RENOVAR LA ESPIRITUALIDAD MISIONERA DE LA ESPERANZA:
Hoy, ante la urgencia de la misión de la esperanza, todos los bautizados somos invitados por el Papa a ser los primeros en formarnos para poder realizar el altísimo honor de ser, en Cristo y como Cristo, “artesanos” de esperanza y restauradores de una humanidad con frecuencia distraída e infeliz.
El primer camino necesario a seguir es el de renovar en nosotros la espiritualidad pascual, que vivimos en cada celebración Eucarística y sobre todo en el Triduo Pascual, centro y culmen del año litúrgico.
Se trata de tomar conciencia de que hemos sido bautizados en la muerte y resurrección redentora de Cristo, en la Pascua del Señor, que marca la eterna primavera de la historia. Renacemos permanentemente del Señor.
Somos entonces “gente de primavera”, con una mirada siempre llena de esperanza para compartir con todos, porque en Cristo «creemos y sabemos que la muerte y el odio no son las últimas palabras» sobre la existencia humana (Catequesis, 23-08-23).
Siendo conscientes de que de los misterios pascuales, que se actualizan en cada una de las celebraciones litúrgicas y en los sacramentos, recibimos continuamente la fuerza del Espíritu Santo con el celo, la determinación y la paciencia necesarios para trabajar en el vasto campo de la evangelización del mundo.
«Cristo resucitado y glorioso es la fuente profunda de nuestra esperanza, y no nos faltará su ayuda para cumplir la misión que nos encomienda» (EG, 275). En Él vivimos, nos movemos y existimos (cf Hch 17,28); y testimoniamos esa santa esperanza que es “un don y una tarea para cada cristiano” (La speranza è una luce nella notte, Vat. 2024, 7).
El segundo camino necesario a seguir es el de la oración, una manera sencilla pero siempre eficaz de vivir y transmitir la esperanza en la misión. Los misioneros de esperanza son hombres y mujeres de oración.
Porque “la persona que espera es una persona que reza”, como decía el venerable cardenal Van Thuan, que mantuvo viva la esperanza en la larga tribulación de la cárcel gracias a la fuerza que recibía de la oración perseverante y de la Eucaristía (cf. Il cammino della speranza, n. 963).
No olvidemos que rezar es la primera acción misionera y, al mismo tiempo, «la primera fuerza de la esperanza» (Catequesis, 20 mayo 2020).
El Papa apunta concretamente a hacerlo también y sobre todo con la Palabra de Dios y particularmente con los Salmos:
Estos son una gran sinfonía de oración cuyo compositor es el Espíritu Santo (cf. Catequesis, 19 junio 2024).
Son los que nos educan para esperar en las adversidades, para discernir los signos de esperanza y tener el constante deseo “misionero” de que Dios sea alabado por todos los pueblos (cf. Sal41,12; 67,4).
Rezando mantenemos encendida la llama de la esperanza que Dios encendió en nosotros, para que se convierta en una gran hoguera, que ilumine y dé calor a todos los que están alrededor, también con acciones y gestos concretos inspirados por la oración.
El tercer camino necesario a seguir es ser conscientes de que la evangelización es siempre un proceso comunitario, como el carácter de la esperanza cristiana (cf. SS, 14).
Es necesario continuar, después del primer anuncio y el bautismo, con la construcción de comunidades cristianas a través del acompañamiento de cada bautizado por el camino del Evangelio. En la sociedad moderna, la pertenencia a la Iglesia no es nunca una realidad adquirida de una vez por todas.
La acción misionera de transmitir y formar una fe madura en Cristo, «paradigma de toda obra de la Iglesia» (EG, 15), requiere comunión de oración y de acción.
IV.- A MODO DE CONCLUSIÓN: Llamados a “dar razón de nuestra esperanza” (1Pe 3,15)
El Papa completa su Mensaje para el Domund insistiendo sobre dos puntos:
Recomendando de nuevo la renovación del espíritu sinodal de la Iglesia.
Así como el servicio de las Obras Misionales Pontificias en promover la responsabilidad misionera de los bautizados y en sostener a las nuevas Iglesias particulares.
Y exhorta a todos -niños, jóvenes, adultos, ancianos-, a participar activamente en la común misión evangelizadora con el testimonio de sus vidas y con la oración, con sus sacrificios y su generosidad. Por todo lo cual, da las gracias de corazón.
Por último, confía a María, Madre de Jesucristo, nuestra esperanza, «Que la luz de la esperanza cristiana pueda llegar a todas las personas, como mensaje del amor de Dios que se dirige a todos. Y que la Iglesia sea testigo fiel de este anuncio en todas partes del mundo» (Spes non confundit, 6).
V.- PARA LO CUAL, SIGUE VIGENTE EL VIVIR INTENSAMENTE EL OCTUBRE MISIONERO:
La primera semana está dedicada al encuentro personal con Jesucristo, vivo en su Iglesia a través de la Eucaristía, la palabra de Dios, la oración personal y la comunitaria:
Celebrar la santa Misa en un monasterio de vida contemplativa.
El rezo del Rosario Misionero se aconseja para todas las semanas.
En el jueves eucarístico: Vigilia de oración del Octubre Misionero de esa semana.
Visitar los conventos de clausura y pedir oración por el evangelización de los pueblos.
La segunda semana está dedicada a madurar el testimonio de los santos, mártires y confesores de la fe de la misión, que son la expresión de la adultez en la fe de las Iglesias:
Leer las biografías de “Testigos de la Misión” de nuestra Iglesia particular.
Dedicar cada día a un santo misionero diocesano.
En el jueves eucarístico: Vigilia de oración del Octubre Misionero de esa semana.
Incluir en la Oración de los fieles alguna petición por la evangelización de los pueblos.
La tercera semana está dedicada a la necesaria formación bíblica, catequética, espiritual y teológica sobre la misión ad gentes, como paradigma de la pastoral ordinaria:
Santa Misa en la Catedral, presidida por el Sr. Obispo, realizando el envío misionero.
Posibilitar charlas de animación misionera ad gentes impartidas por misioneros/as.
Asumir los retos y desafíos de las distintas periferias que requieren evangelización.
En el jueves eucarístico: Vigilia de oración del Octubre Misionero de esa semana.
La cuarta semana está dedicada a la caridad misionera apoyando el trabajo de evangelización, de la misión ad gentes y de la formación cristiana de las Iglesias más necesitadas:
Visibilizar la opción preferencial por los más pobres y lejanos.
Sostener económicamente la evangelización de los pueblos.
En el jueves eucarístico: Vigilia de oración del Octubre Misionero de esa semana.
Realizar la animación misionera de los jóvenes en su peregrinación a Guadalupe.