CURSO 2018 – 2019
ARTÍCULOS DE DON ANTONIO EVANS MARTOS
DELEGADO EPISCOPAL DE MISIONES
1.-Junto a los jóvenes, llevemos el Evangelio a todos (Domingo, 2/9/18)
Queridos jóvenes, deseo reflexionar con vosotros sobre la misión que Jesús nos ha confiado. Dirigiéndome a vosotros lo hago también a todos los cristianos que viven en la Iglesia la aventura de su existencia como hijos de Dios. Lo que me impulsa a hablar a todos, dialogando con vosotros, es la certeza de que la fe cristiana permanece siempre joven cuando se abre a la misión que Cristo nos confía. «La misión refuerza la fe», escribía san Juan Pablo II (Rmi, 2), un Papa que tanto amaba a los jóvenes y que se dedicó mucho a ellos.
El Sínodo que celebraremos en Roma el próximo mes de octubre, mes misionero, nos ofrece la oportunidad de comprender mejor, a la luz de la fe, lo que el Señor Jesús os quiere decir a los jóvenes y, a través de vosotros, a las comunidades cristianas.
Cada hombre y mujer es una misión, y esta es la razón por la que se encuentra viviendo en la tierra. Ser atraídos y ser enviados son los dos movimientos que nuestro corazón, sobre todo cuando es joven en edad, siente como fuerzas interiores del amor que prometen un futuro e impulsan hacia adelante nuestra existencia. Nadie mejor que los jóvenes, percibe cómo la vida sorprende y atrae. Vivir con alegría la propia responsabilidad ante el mundo es un gran desafío. Conozco bien las luces y sombras del ser joven, y, si pienso en mi juventud y en mi familia, recuerdo lo intensa que era la esperanza en un futuro mejor.
Queridos jóvenes: el próximo octubre misionero, en el que se desarrollará el Sínodo que está dedicado a vosotros, será una nueva oportunidad para hacernos discípulos misioneros, cada vez más apasionados por Jesús y su misión, hasta los confines de la tierra. A María, Reina de los Apóstoles, a los santos Francisco Javier y Teresa del Niño Jesús, al beato Pablo Manna, les pido que intercedan por todos nosotros y nos acompañen siempre.
2.- La vida es una misión (Domingo, 9/9/18)
Cada hombre y mujer es una misión, y esta es la razón por la que se encuentra viviendo en la tierra. Ser atraídos y ser enviados son los dos movimientos que nuestro corazón siente como fuerzas interiores del amor que prometen un futuro e impulsan hacia adelante nuestra existencia. Vivir con alegría la propia responsabilidad ante el mundo es un gran desafío. El hecho de que estemos en este mundo sin una previa decisión nuestra nos hace intuir que hay una iniciativa que nos precede y nos llama a la existencia. Cada uno de nosotros está llamado a reflexionar sobre esta realidad: «Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo» (Eg, 273).
La Iglesia, anunciando lo que ha recibido gratuitamente (cf. Mt 10,8; Hch 3,6), comparte el camino y la verdad que conducen al sentido de la existencia en esta tierra. Jesucristo, muerto y resucitado por nosotros, se ofrece a nuestra libertad y la mueve a buscar, descubrir y anunciar este sentido pleno y verdadero. No tengáis miedo de Cristo y de su Iglesia. En ellos se encuentra el tesoro que llena de alegría la vida. Os lo digo por experiencia: gracias a la fe he encontrado el fundamento de mis anhelos y la fuerza para realizarlos. He visto mucho sufrimiento, mucha pobreza, desfigurar el rostro de tantos hermanos y hermanas. Sin embargo, para quien está con Jesús, el mal es un estímulo para amar cada vez más. Por amor al Evangelio, muchos hombres y mujeres, y muchos jóvenes, se han entregado generosamente a sí mismos, a veces hasta el martirio, al servicio de los hermanos. De la cruz de Jesús aprendemos la lógica divina del ofrecimiento de nosotros mismos (cf 1Co 1,17-25), como anuncio del Evangelio para la vida del mundo (cf Jn 3,16). Estar inflamados por el amor de Cristo consume a quien arde y hace crecer, ilumina y vivifica a quien se ama (cf 2Co 5,14). Siguiendo el ejemplo de los santos, que nos descubren los amplios horizontes de Dios, os invito a preguntaros en todo momento: «¿Qué haría Cristo en mi lugar?».
3.- Transmitir la fe hasta los confines de la tierra (Domingo, 16/9/18)
Por el Bautismo somos miembros vivos de la Iglesia, y juntos tenemos la misión de llevar a todos el Evangelio. Crecer en la gracia de la fe, que se nos transmite en los sacramentos de la Iglesia, nos sumerge en una corriente de multitud de generaciones de testigos, donde la sabiduría del que tiene experiencia se convierte en testimonio y aliento para quien se abre al futuro.
Esta transmisión de la fe, corazón de la misión de la Iglesia, se realiza por el “contagio” del amor, en el que la alegría y el entusiasmo expresan el descubrimiento del sentido y la plenitud de la vida. La propagación de la fe por atracción exige corazones abiertos, dilatados por el amor. No se puede poner límites al amor: fuerte como la muerte es el amor (cf Ct 8,6). Y esa expansión crea el encuentro, el testimonio, el anuncio; produce la participación en la caridad con todos los que están alejados de la fe y se muestran ante ella indiferentes, a veces opuestos y contrarios. Ambientes humanos, culturales y religiosos todavía ajenos al Evangelio de Jesús y a la presencia sacramental de la Iglesia representan las extremas periferias, “los confines de la tierra”, hacia donde sus discípulos misioneros son enviados, desde la Pascua de Jesús, con la certeza de tener siempre con ellos a su Señor (cf. Mt 28,20; Hch 1,8). En esto consiste lo que llamamos missio ad gentes. La periferia más desolada de la humanidad necesitada de Cristo es la indiferencia hacia la fe o incluso el odio contra la plenitud divina de la vida. Cualquier pobreza material y espiritual, cualquier discriminación de hermanos y hermanas es siempre consecuencia del rechazo a Dios y a su amor.
Los confines de la tierra son hoy muy relativos y siempre fácilmente “navegables”. El mundo digital, las redes sociales que nos invaden y traspasan, difuminan fronteras, borran límites y distancias, reducen las diferencias. Parece todo al alcance de la mano, todo tan cercano e inmediato. Sin embargo, sin el don comprometido de nuestras vidas, podremos tener miles de contactos, pero no estaremos nunca inmersos en una verdadera comunión de vida. La misión hasta los confines de la tierra exige el don de sí en la vocación que nos ha dado quien nos ha puesto en esta tierra (cf Lc 9,23-25). Me atrevería a decir que, para alguien que quiere seguir a Cristo, lo esencial es la búsqueda y la adhesión a la propia vocación.
4.- Necesidad de testimoniar el amor (Domingo, 23/9/18)
Agradezco a todas las realidades eclesiales que permiten encontrar personalmente a Cristo vivo en su Iglesia: las parroquias, asociaciones, movimientos, las comunidades religiosas, las distintas expresiones de servicio misionero. Muchos jóvenes encuentran en el voluntariado misionero una forma para servir a los “más pequeños” (cf Mt 25,40), promoviendo la dignidad humana y testimoniando la alegría de amar y de ser cristianos. Estas experiencias eclesiales hacen que la formación de cada uno no sea solo una preparación para el propio éxito profesional, sino el desarrollo y el cuidado de un don del Señor para servir mejor a los demás. Estas formas loables de servicio misionero temporal son un comienzo fecundo y, en el discernimiento vocacional, pueden ayudaros a decidir el don total de vosotros mismos como misioneros.
Las Obras Misionales Pontificias nacieron de corazones jóvenes, con la finalidad de animar el anuncio del Evangelio a todas las gentes, contribuyendo al crecimiento cultural y humano de tanta gente sedienta de Verdad. La oración y la ayuda material, que generosamente son dadas y distribuidas por las Obras Misionales Pontificias, sirven a la Santa Sede para procurar que quienes las reciben para su propia necesidad puedan, a su vez, ser capaces de dar testimonio en su entorno. Nadie es tan pobre que no pueda dar lo que tiene, y antes incluso lo que es. Me gusta repetir la exhortación que dirigí a los jóvenes chilenos: «Nunca pienses que no tienes nada que aportar o que no le haces falta a nadie: Le haces falta a mucha gente y esto piénsalo. Cada uno de vosotros piénselo en su corazón: Yo le hago falta a mucha gente» (Encuentro con los jóvenes, Santuario de Maipú, 17 de enero de 2018).
5.- Semana de oración por las misiones (Domingo, 30/9/18)
El próximo 21 de octubre celebraremos el DOMUND, que este año nos hace una indicación apremiante “cambia el mundo”. Es una actualización del mandato evangélico, pues la iniciativa es solo de Dios que nos revela su amor, su proyecto y su capacitación. De ahí la importancia de la oración, la importancia de escuchar la iniciativa de Dios y de responderle generosamente con nuestra disponibilidad y entrega fiel.
Necesitamos volvernos a Dios, darle a Dios lo que es de Dios, escuchar su Palabra, orar… Y escucharemos que necesita misioneros, obreros que estén dispuestos a trabajar en su Designio de amor, testigos de que su Reino ya se ha iniciado.
La misión -nos dice el Papa en su Mensaje- es propia de corazones jóvenes que contribuyen “al crecimiento cultural y humano de tanta gente sedienta de Verdad”.
Estamos, pues, invitados a llevar el Evangelio a todos los que no conocen a Dios. Si anunciamos la Buena Noticia y contribuimos a formar una sociedad más justa y fraterna, el mundo cambiará. Pongamos nuestro pequeño grano de arena para que esto ocurra y Dios sea conocido en toda la Tierra.
La misión, vivida con el Evangelio en la mano, transforma el miedo en valentía, la oscuridad en luz, la venganza en unión, y, a quien está prostrado en el camino, lo levanta y lo ayuda a caminar con dignidad. Hagámoslo unidos a los misioneros, a quienes tenemos muy presentes en nuestra celebración.
Vamos a propiciar la oración personal y comunitaria por la vida y acción evangelizadora de la Iglesia en las misiones, por sus dificultades, problemas e ilusiones. Vamos a potenciar, muy especialmente, el Rosario Misionero.
6.- Semana del sacrificio y dolor compartidos (Domingo, 7/10/18)
El lema del Domund de este año “Cambia el mundo”, quiere resaltar que el objetivo esencial de la misión no es otro que anunciar la Buena Noticia de que este mundo puede cambiar, que podemos construir una sociedad más justa y más humana, que con Jesús ha nacido la esperanza.
Jesús anuncia un cambio revolucionario y radical: el Evangelio es Buena Noticia solo para los pobres, últimos, sufrientes…; a la par que se hace lamento para los satisfechos y autosuficientes. Jesús vino a cambiar el mundo: a hacer a los últimos, primeros; a los pequeños, grandes; a los débiles, fuertes; a los pobres, ricos…
El mundo encontró el cambio al nacer Jesús en Belén. Dios se encarna en Jesús, se hace niño en Jesús, para que en el mundo los seres humanos tengamos una mirada limpia, gestos llenos de ternura y palabras esperanzadoras; en definitiva, para que el mundo progrese según el plan amoroso de Dios. Y la Iglesia prolonga esa misión de cambiar el mundo: “Yo soy una misión en esta Tierra, y para esto estoy en este mundo” (Eg 273)
En la semana dedicada al valor evangelizador del sacrificio y del dolor aceptados, hacemos nuestra la invitación del Cardenal Tomasek: «Hemos de trabajar por el reino de Dios, lo cual es mucho; pero es más todavía orar por el reino de Dios; hemos de sufrir con Cristo crucificado a favor del reino de Dios. ¡Eso sí que es todo!».
7.- Semana de la cooperación económica (Domingo, 14/10/18)
El lema del Domund de este año “Cambia el mundo”, quiere resaltar que el objetivo esencial de la misión no es otro que anunciar la Buena Noticia y contribuir así a construir una sociedad más justa y más fraterna. Algo en lo que estamos todos implicados.
A los misioneros se les admira por su entrega, por su dedicación a la obra evangelizadora, en lugares tan diferentes a los de origen y en situaciones, a veces, nada fáciles. Pero tienen clara su misión: colaborar -través de la Palabra de Dios y el anuncio de Jesucristo Salvador- para que las personas con quienes conviven obtengan un modo de vida de acuerdo con la dignidad que Dios quiere para sus hijos e hijas. La evangelización incluye buscar los medios necesarios para que en el mundo, todos nos encontremos como en nuestra casa común. Los misioneros y misioneras se cansan, se gastan y se desgastan en el empeño.
La actividad misionera, que busca cambiar el mundo, debe comprender también la construcción improrrogable de iglesias, escuelas, seminarios, universidades, centros asistenciales, etc., para la promoción religiosa y humana de tantos hermanos.
La actividad misionera, que busca cambiar el mundo, se ve muy condicionada por múltiples dificultades de tipo económico. Y, ofrecer este socorro generoso es una obligación, un honor y un motivo de gozo, porque significa contribuir a hacer partícipes de los inestimables beneficios de la redención a todos los que todavía no conocen las “insondables riquezas de Cristo” (cf Ef 3,8).
Esta semana, pretende suscitar en las comunidades cristianas y en todos los fieles la cooperación económica, compartir los bienes con los que carecen de ellos, cambiar el mundo para hacerlo según el corazón de Dios.
8.- Semana de oración por las vocaciones misioneras (Domingo, 21/10/18)
La transmisión de la fe -nos dice el Papa Francisco en su Mensaje-, corazón de la misión de la Iglesia, se realiza por el “contagio” del amor, en el que la alegría y el entusiasmo expresan el descubrimiento del sentido y la plenitud de la vida. La propagación de la fe por atracción exige corazones abiertos, dilatados por el amor. Y esa expansión crea el encuentro, el testimonio, el anuncio; produce la participación en la caridad con todos los que están alejados de la fe y se muestran ante ella indiferentes, a veces opuestos y contrarios.
“Cambia el mundo”, todos estamos implicados en la obra misionera de la Iglesia. Tú eres una misión… para iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar, liberar… “Nadie es tan pobre -nos dice el Papa- que no pueda dar lo que tiene, y antes incluso lo que es. Nunca pienses que no tienes nada que aportar o que no le haces falta a nadie. Le haces falta a mucha gente y esto piénsalo. Cada uno de vosotros piénselo en su corazón: ‘Yo le hago falta a mucha gente”.
Cada uno de nosotros debe hacer comprender a los que están a nuestro alrededor, en la familia, en la escuela, en el mundo de la cultura, del trabajo, que Cristo es el camino, la verdad y la vida; que solo él puede desvanecer la desesperación y la alienación del hombre, dando razón de su existencia como criatura dotada de altísima dignidad, hecha a imagen y semejanza de Dios.
Comenzamos la semana dedicada a orar por las vocaciones misioneras. El objetivo es interpelar a nuestras comunidades para que en su seno promuevan las vocaciones específicamente misioneras.
9.- Los misioneros son “la niña de los ojos de la Iglesia” (Domingo, 28/10/18)
Siempre se ha saludado a los misioneros como “la niña de los ojos de la Iglesia”, pues representan el testimonio constante, elocuente y seguro de que la voluntad del Señor de difundir la luz y los beneficios del Evangelio a todos los hombres es siempre actual y eficiente en la Iglesia.
Todo el mundo católico conoce y ama las Obras Misionales Pontificias, que se proponen organizar y avalar la generosidad de los fieles en favor de los heraldos del Evangelio: la primera y principal de todas es la Obra de la Propagación de la Fe, a la que se asocian como preciosas auxiliares la Obra de la Santa Infancia y la Obra de San Pedro Apóstol –Vocaciones Nativas- para el clero y para la vida religiosa de los países que se abren al Evangelio. Y, el alma de todas ellas, la Pontificia Unión Misional del Clero que, por medio de los sacerdotes, nutre el espíritu misionero en todos los fieles.
Son llamadas Obras Pontificias porque son propias de la Sede Apostólica. En efecto, en nombre del Papa, proveen, según un plano universal y con una visión total de las más variadas necesidades, a la ayuda espiritual y material que ha de ser destinada a todas las misiones.
Deseamos por todo esto, siguiendo el ejemplo de todos los Papas, recomendar con gran solicitud e insistencia las Obras Misionales Pontificias a toda la Iglesia: a los obispos, al clero secular y regular, a todos los religiosos y religiosas que se consagran a los intereses del Reino de Dios, y a todos los fieles laicos que de una manera corresponsable trabajan por la Propagación de la fe.
10.- Responsabilidad misionera de la Iglesia (Domingo, 4/11/18)
El Concilio Vaticano II dio relieve plástico al problema misionero, encuadrándolo en la misma noción de la Iglesia y en el deber de apostolado de cada uno de sus miembros.
Según el Concilio, ningún cristiano, digno de tal nombre, puede eximirse del deber o responsabilidad misionera.
En efecto, si se siente miembro vivo de un cuerpo o de una familia, como es la Iglesia, el anuncio del Evangelio, la revelación de la paternidad de Dios a todos los hombres y su consiguiente salvación, no pueden ser ya un problema facultativo, una obra de misericordia, objeto de limosna ocasional; se resuelve, en cambio, en una cuestión de fe vivida y de personal responsabilidad.
Pero la obra de los misioneros quedaría paralizada si no pudiera contar con una colaboración habitual, asidua, constante, que, proviniendo de la retaguardia, les asegure la posibilidad de vivir, de hacer el bien “hasta que Cristo sea anunciado a todos los pueblos”.
Las Obras Misionales Pontificias asumen esa misión dentro de la Iglesia: poner de relieve precisamente el llamamiento urgente a toda la Iglesia a asumir la misión; ser la voz de los pueblos que piden luz, verdad y gracia; ser la voz de los heraldos del Evangelio que piden ayuda y sustento; ser las voces de los hijos que se elevan al Padre común.
Las Obras Misionales Pontificias son los canales para hacer converger al Padre de todos, la debida contribución de los hijos, porque ellas representan las estructuras constitucionales de la Iglesia: a través de cada uno de los párrocos, los donativos llegan al obispo, y éste los entrega al Papa. No existe cauce más seguro y eficaz de ayudar a las misiones.
11.- Es tiempo propicio para la evangelización (Domingo, 11/11/18)
Creemos que no puede haber momento más feliz y prometedor para un gran avance misionero de la Iglesia: la expectación de los pueblos es más ansiosa que nunca; las tribulaciones de los tiempos y los peligros de la paz hacen entrever que está próximo el tiempo de Dios.
Una respuesta concreta, activa, operante a la expectación de los pueblos es la del permanente compromiso evangelizador de la Iglesia. Propagar la fe es la naturaleza y misión de la iglesia. La iglesia existe para evangelizar, esa es su razón de ser, su vocación, su gozo. Así, nuestro pensamiento y reconocimiento se dirigen a los misioneros, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, apóstoles del Reino de Dios, que, respondiendo a una sublime vocación, dejando familia, casa, patria, se han hecho anunciadores de la paternidad de Dios, de la divinidad de Cristo, del misterio de la salvación en el Espíritu Santo que se realiza en la Iglesia. Por todo ello es por lo que los proponemos a todo el mundo como ejemplo.
Con todo, el llamamiento se dirige a todo el Pueblo cristiano y se hace más angustioso, más apremiante, más persuasivo, a fin de que todos los hijos de Dios, que se encuentran ya en la casa del Padre, se acuerden de los hermanos que todavía quedan fuera, y se unan a nosotros en las súplicas y en las obras de la caridad solidaria y fraterna.
Si hoy la Iglesia, con la cooperación de todos los fieles unidos al Papa en el apoyo a las Obras Misionales Pontificias, pudiera multiplicar ampliamente las obras de caridad de las misiones, ello redundaría también en incomparable incremento de la propagación de la fe en el mundo.
Por este motivo, se recomienda siempre a las Obras Misionales Pontificias como las que mejor realizan la unidad de la cooperación de los fieles con el Papa. Ellas son obras de la Iglesia.
12.- Somos misioneros por nuestro Bautismo (Domingo, 18/11/18)
El Concilio Vaticano II afirma que todo hijo de la Iglesia es misionero por su misma vocación bautismal, y no puede eludir este deber sin sustraerse a las exigencias de su vida sobrenatural; y, además, nadie es, en la Iglesia, tan pequeño o tan pobre que no pueda dar su contribución, según sus propias posibilidades, a la edificación del Reino.
Conscientes de nuestras pobres posibilidades, pero fortalecidos por la confianza en Dios y por la presencia de Cristo en su Iglesia, deseamos ante todo reunir a todos los cristianos en una sola oración unánime, solidaria y simultánea, para el advenimiento del Reino de Dios.
La animación misionera permanente de nuestra Iglesia local nos ofrece unas perspectivas de luz y de caridad, nos asegura la victoria definitiva del amor de Dios que quiere manifestarse a los hombres mediante la caridad de sus hermanos.
El Concilio Vaticano II llamó a la cooperación misional a todos los hombres de buena voluntad: padres, madres, jóvenes, niños; a todos nos ha recordado nuestra vinculación a este deber por el hecho de ser cristianos, y que un día seremos juzgados sobre él.
La voz de la Iglesia repite constantemente aquel grito: ¡No os mostréis insensibles al mismo! Ofreced vuestras oraciones, vuestra ayuda, vuestro interés, demostrando la vitalidad de vuestra fe.
Es la voz misma de Cristo la que nos recuerda que hacemos por él cuanto hagamos en favor de sus hermanos. El solo hecho de repetirla conmociona el corazón, pensando en las graves necesidades existentes; pero también se alegra por la respuesta que ella encontrará de seguro en tantos corazones buenos y generosos.
13.- La misión es misión de Dios (Domingo, 25/11/18)
La doctrina teológica y práctica sobre las misiones ha sido amplia y autorizadamente ilustrada por el decreto del Concilio Ecuménico Vaticano II sobre la actividad misionera de la Iglesia. Su idea fuerza es el descubrimiento del plan de Dios sobre la suerte de la humanidad. Por esto es una idea divina, una idea misteriosa e inmensa, una idea estupenda y amorosa, una idea necesaria y urgente. Es una idea de fe para la fe.
“La razón de esta actividad misionera se basa en la voluntad de Dios” (AG 7), el cual “quiere que todos los hombres se salven y vengan al conocimiento de la verdad”.
Una cadena de necesidades sostiene la actividad misionera: Dios, el ser y la vida, es necesario; Cristo, el Salvador, es necesario; la Iglesia, arca de la salvación, es necesaria; el bautismo, sacramento de regeneración, es necesario; la fe, para llegar al sacramento y a Cristo, es necesaria; y, para alcanzar la fe, el misionero, es necesario.
Por esto es derecho-deber de la Iglesia, por la fe que tiene en Cristo, por el amor que le profesa, difundir el Evangelio de la salvación, “de suerte que la actividad misionera conserva íntegra hoy, como siempre, su eficacia y necesidad” (AG 7).
El hecho misionero se realiza en la trayectoria de la caridad de Cristo, la prolonga, la difunde; es don, don inmenso, don gratuito, don de locura (como la del Crucificado); es sacrificio, es generosidad.
14.- La Iglesia es católica por institución, y debe serlo en la realidad (Domingo, 2/12/18)
La misión es una vocación constitucional de la Iglesia; ésta ha sido fundada para ser misionera. Se llama católica, es decir, universal.
Está llamada a ser de hecho en la historia, en las filas de la humanidad, lo que ya es por derecho, lo que es por deber: el testimonio de Cristo para todos, el medio de salvación para todos, la sociedad mística y humana abierta a todos.
La Iglesia no es para dominar, no es para reemplazar o para sobreponerse a la ciudad terrena, sino para penetrar en los espíritus con su luz de verdad, con su fermento de libertad, con su estímulo al trabajo diligente en la justicia y en la fraternidad; para dar al mundo su unidad religiosa, en la armonía de sus naturales y respetables diferenciaciones étnicas, culturales, políticas.
Es católica por institución, debe ser católica en la realidad.
El que se mostrara distraído o indiferente ante esta epifanía de la santa Iglesia debería dudar de la propia fidelidad a Cristo y al propio bautismo. Las misiones son nuestras, de cada uno de nosotros, de cada comunidad de creyentes: lejanas en el espacio, deben estar próximas dentro de corazón. Las misiones necesitan todavía, y más que nunca, medios: vocaciones y donativos.
Las necesidades de los territorios de misión son inmensas. Se necesitan escuelas, hospitales, iglesias, oratorios, leproserías, seminarios, centros de formación y de reposo, viajes sin fin.
Todo obispo, todo sacerdote, todo fiel, aunque realice alguna actividad de apostolado misionero directo o indirectamente en un sector particular, debe prestar su colaboración también a las actividades generales de la Iglesia, es decir, a las Obras Misionales Pontificias, que al mismo tiempo que son del Papa, son también de todo el episcopado y de todo el Pueblo de Dios.
15.- Difundir la fe integra la definición de cristiano (Domingo, 9/12/18)
La idea misional es una idea que afecta a todos los fieles, a toda la Iglesia. Integra la definición del cristiano: “El deber de difundir la fe”, dice el Concilio, “incumbe a todo discípulo de Cristo en la parte a él correspondiente” (LG 17)… Todos estamos bajo esta presión, esta urgencia de la caridad de Cristo… Esta es la novedad en la conciencia de la Iglesia: la solicitud apremiante y universal del apostolado.
Empleamos aquí la palabra “misión” en su significado específico de actividad intencionalmente concebida y prácticamente organizada para evangelizar a los pueblos que no son todavía cristianos, mediante la acción de personas a ello dedicadas, escogidas, preparadas y autorizadamente mandadas, es decir, cualificadas como “misioneras”, la proclamación conciliar de la libertad religiosa no enerva el deber apostólico, sino constituye más bien la condición civil para el ejercicio de la actividad misionera, a la vez que esta misma se obliga al respeto de las conciencias…
También la actitud del misionero ha evolucionado mucho: no es ya la que veía en la diversidad de culturas un obstáculo irreductible a su predicación, sino que descubre valores indígenas merecedores de respeto y admiración, dignos de ser comprendidos, favorecidos y asumidos, y consiguientemente “purificados, fortalecidos y elevados” (LG 13).
El misionero no es un extranjero que con su fe imponga la propia civilización, sino el amigo, el hermano que se compenetra con el modo de vivir honesto del ambiente, para infundir el fermento vivificador del Evangelio.
16.- Evangelización y desarrollo (Domingo, 16/12/18)
Ha sonado una nueva hora para las misiones… Esto significa que la actividad misionera debe ser concebida con perspectivas amplias y modernas. Se impone una nueva planificación en los principios teológicos, en la propaganda, en el reclutamiento, en la preparación, en los métodos, en las obras, en la organización. En esta revisión de la vocación misionera se confrontan dos concepciones distintas: evangelización y desarrollo.
Evangelización, la acción propia orientada al anuncio del Reino de Dios, del Evangelio como revelación del plan salvífico en Cristo Señor, mediante la acción del Espíritu Santo, que encuentra en el ministerio de la Iglesia su vehículo y en la edificación de la Iglesia misma su objetivo y en la gloria de Dios su término.
Desarrollo, la promoción humana, civil, temporal de aquellos pueblos que, al contacto con la civilización moderna y con la ayuda que ésta puede darles, adquieren una nueva conciencia de sí mismos y se ponen en marcha hacia niveles superiores de cultura, de prosperidad: por esta promoción debe ser interesarse el misionero como deber suyo imprescindible.
Para nosotros, creyentes, sería inconcebible una actividad misionera que hiciese de la realidad terrena su objetivo único y principal, y perdiese de vista su fin esencial: llevar a todos los hombres la luz de la fe, regenerarlos mediante el bautismo…
No debe ser dilema… La cuestión se plantea más bien en el método: ¿debe preceder la evangelización o el desarrollo?
La respuesta no puede ser univoca, sino dictada por la experiencia, la posibilidad, el modo de actuar: vigilante y paciente, conforme al carácter apostólico y a las exigencias de las distintas ocasiones…
La actividad por el desarrollo coordinada con la evangelización irradia también ella una luz de Cristo, la luz de la dignidad humana.
17.- No se puede separar el amor de Dios del amor a los hombres (Domingo, 23/12/18)
Nos corresponde anunciar el Evangelio en este período extraordinario de la historia humana… en el que, a extremos de progreso nunca antes logrados, se asocian abismos de perplejidad y desesperación, también sin precedentes.
La Buena Nueva es esta: que Dios nos ama; que se ha hecho hombre para compartir nuestra vida y compartir su vida con nosotros; que él marcha con nosotros -cada paso del camino-, haciendo suyas nuestras inquietudes, puesto que tiene cuidado de nosotros; y que, por tanto, los hombres no estamos solos, porque Dios está presente en toda nuestra historia, la de los pueblos y la de los individuos; que nos llevará, si queremos, a una felicidad eterna que trasciende los límites de toda esperanza humana.
Fieles a su espíritu, nuestros misioneros nunca han pensado en separar el amor de Dios del amor a los hombres, mucho menos en oponer el uno al otro… Así descubrimos al hombre las últimas razones de sus esfuerzos por el desarrollo: el reconocimiento de los valores supremos, y de Dios, su fuente y fin… la fe… Tenemos que decir a los hombres y recordarles sin cesar que “la clave, el punto focal y la meta de la historia humana” se encuentran en nuestro Señor y Maestro (GS 21)… No; “no nos avergonzamos del Evangelio”.
No podemos proveer de la ayuda necesaria a los misioneros de la Iglesia, ni al gran número de obras de religión y caridad que ellos emprenden sin cesar… Nos vemos forzados a urgir a todos y a cada uno de los fieles católicos a que hagan todavía mayores sacrificios por la fe; y lo pedimos no solo a las sociedades más prósperas, sino también a los que, como la viuda alabada por Cristo, deben dar “de su pobreza”… Tenemos que sentirnos una cosa sola con nuestros misioneros.
18.- El fin primario de la misión es evangelizar (Domingo, 30/12/18)
La cooperación misionera hay que entenderla siempre como una ayuda específica y directa a la evangelización. El fin primario de la acción de la Iglesia es el anuncio y difusión del Evangelio de su divino Fundador. Por eso, la ayuda no la podemos reducir a una obra de civilización humana, a la promoción del “Tercer Mundo”.
Con frecuencia, hay que agregar a la actividad evangelizadora, iniciativas de apremiante necesidad para la promoción material y cultural de las personas y de los pueblos en fase de desarrollo. Aún en estos casos, es necesario conservar el carácter preeminente del anuncio del Evangelio y de la fundación de las Iglesias locales, de modo que la ayuda técnica o económica aparezca como lógica consecuencia de la predicación de la ley del amor, aprendida en la escuela de Cristo.
De este modo, la ayuda prestada por los misioneros se presentará en forma de entrega exquisitamente fraterna, esparciendo así la semilla y abriendo la puerta a la predicación que seguirá allá donde Jesucristo no se ha manifestado todavía en su trascendente plenitud.
Los primeros llamados a colaborar son los obispos, sacerdotes, religiosos, y los laicos que desean vivir coherentemente su vocación bautismal.
El espíritu de ayuda que queremos recomendar y promover es precisamente el de las Obras Misionales Pontificias… porque nacieron en el seno mismo de la comunidad cristiana para estimular la conciencia misionera de todo el Pueblo de Dios.
19.- ¿Qué es Infancia Misionera? (Domingo, 6/1/19)
Infancia Misionera es una Obra del Papa -dentro de la institución encargada de apoyar a los territorios de misión, las Obras Misionales Pontificias (OMP)- que promueve la ayuda recíproca entre los niños del mundo. En esta obra los niños ejercen como pequeños misioneros y desde su humildad, creatividad y sencillez son protagonistas de la evangelización.
Infancia Misionera, cuya misión principal es la de “ayudar a los niños con los niños”, fue pionera en la defensa de la infancia, se adelantó 80 años a la Declaración de los Derechos de Niño de Ginebra, y 100 años al nacimiento de UNICEF.
Nació en 1843, cuando el Obispo Monseñor Forbin-Janson recurrió a los niños de su diócesis -en vez de a grandes benefactores- para ayudar a los niños necesitados de China.
En 1852 -solo nueve años después de su nacimiento- se inicia en España, acogida por Isabel II. La primera niña registrada es su hija, la Princesa de Asturias.
En 1922, el Papa Pío XI asume esta iniciativa como propia y le da el carácter de Pontificia.
Infancia Misionera sigue hoy presente en cientos de países de todo el mundo y es una escuela de formación y una red de generosidad universal donde los principales protagonistas son los niños, los sigue implicando directamente en la tarea misionera de la Iglesia, les dice: ¡Atreveos a ser misioneros!
Infancia Misionera promueve actividades misioneras en colegios, y catequesis con las que educar a los niños en la fe y la solidaridad con la misión. También invita a los niños a colaborar personalmente con sus ahorros para los niños de las misiones.
20.- ¿Por qué hablar de la misión a los niños? (Domingo, 13/1/19)
Porque forma parte del carisma fundacional de la Infancia Misionera. Este carisma misionero brota cuando Monseñor Forbin-Janson capta cómo «el nacimiento de Jesús, hijo de Dios e hijo del hombre, pareció consagrar ya la primera edad de la vida, haciendo a la infancia amable, iluminada por el dulce reflejo de su misma gloria, y muy pronto, un nuevo lenguaje de enseñanzas y de ejemplos quitarán toda duda sobre la voluntad formal de dar a la infancia los derechos negados y, más aún, de añadir privilegios».
Monseñor Forbin-Janson estaba convencido de que la debilidad de la infancia, tiempo de silencio y de soledad, ha sido divinizada por Jesús y se ha convertido en fuente de gracia para todos, sobre todo para los niños y para los que se hacen como ellos.
Según el carisma de la Infancia Misionera, el camino formativo debe dar a los niños una conciencia nueva. Los pequeños son depositarios de la gracia bautismal, en la cual se encuentra la plenitud del Espíritu. El bautismo es un don gratuito que pertenece al individuo, pero la abundancia de la gracia que se deriva de él pertenece a la universalidad de los hermanos, a los que nos une la misma paternidad de Dios.
Hay que hablar de la misión a los niños porque los niños son capaces de Dios, y lo son desde su más temprana edad. Desde esta capacidad de conocer y encontrar a Dios en sus vidas, nace otra capacidad intrínseca: los niños son capaces de la misión.
Despertar el sentido misionero en los niños es primordial, ya que, desde que recibimos el Bautismo, todos somos misioneros. La misión hace que crezca en los niños un espíritu de amor al prójimo, de generosidad, solidaridad y entrega que les acompañará para toda la vida.
21.- Con Jesús Niño, serán misioneros (Domingo, 20/1/19)
Desde su nacimiento, la Infancia Misionera se configuró como un itinerario de fe que, llevando la misión al corazón de los pequeños, les hacía descubrir la alegría de servir a los hermanos. Este compromiso misionero de los niños no era a sentido único: las oraciones, los sacrificios, la simpatía de nuestros niños son correspondidos con las oraciones, los sacrificios, la simpatía y, a veces el testimonio del martirio, de los niños de otros continentes.
“Los niños ayudan a los niños” -lema permanente de la infancia Misionera- realizó una revolución copernicana en campo apostólico. Por primera vez los pequeños actuaban en la Iglesia como protagonistas de pastoral, y se demostraron protagonistas humildes, sencillos, pero también creativos y valientes.
Los niños, considerados solo beneficiarios de la misión y destinatarios del anuncio, de pronto y de manera imprevista, se convirtieron en protagonistas convencidos y determinados. Se constata una gran acogida por parte de los niños que desean tomar parte activa en la misión.
Desde los primeros meses de la fundación, la Comunidad cristiana tomó conciencia de la fuerza misionera de los niños, en los cuales se manifestaba una presencia particular del Espíritu.
El protagonismo misionero de los niños fue, efectivamente, un punto sin vuelta atrás de la historia de la Iglesia. Con Cristo, el niño se ha convertido en el punto de partida y de llegada del nuevo Reino. Muy a menudo, el Reino que Jesús describe en las parábolas evangélicas se compara a algo muy pequeño que llegará a ser muy grande: la semilla de mostaza, el grano de trigo, una pizca de levadura.
Así, partiendo de un reencuentro con ese carisma original de la Infancia Misionera, desde OMP de España se ha preparado un itinerario formativo con el que, durante cuatro años, los niños recorrerán la Infancia de Jesús, el primer misionero.
La figura de Jesús Niño les ayudará a vivir una doble pasión misionera:
- La pasión por Jesús, hecho niño como ellos, les convertirá en testigos y, por tanto, en discípulos misioneros que desean anunciarlo.
- La pasión por la gente, les hará ser pequeños misioneros interesados por el prójimo y el mundo que les rodea, y les iluminará su misión en la vida, en la sociedad, en la Iglesia…
22.- Con Jesús a Belén ¡QUÉ BUENA NOTICIA! (Domingo, 27/1/19)
Jesús ya está entre nosotros, es un recién nacido. Comenzamos un recorrido de Nazaret a Belén con María y José para descubrir el sentido misionero del nacimiento de Jesús y todos los acontecimientos que lo rodearon. Vamos a captar cinco valores misioneros que se desprenden de Belén:
El valor de la oración: María y José han sabido acoger la palabra de Dios, haciendo posible que Jesús se haga presente en nuestras vidas y nos llene de su alegría y paz. El misionero es el que acoge con alegría a Dios en su corazón y lo lleva siempre con él.
El valor de estar en vigilia: los pastores, por estar al raso, oyen el mensaje, van, reconocen, le adoran y le regalan lo que son y tienen. El misionero es el que tiene esperanza y ayuda a los que tiene cerca a no perderla.
El valor de buscar la verdad: los magos no tienen miedo, se ponen en camino para encontrarlo, no se dejan llevar por la comodidad, lo reconocen y ponen a sus pies todo tesoro. El misionero es el que no tiene miedo, ni se deja llevar por la comodidad a la hora de buscar al Señor y poner todo a sus pies.
El valor de la tradición recibida: el pueblo fiel que espera el cumplimiento de las promesas y reconoce su cumplimiento es Jesús, y lo proclama a todos. El misionero es el que dar a conocer a Jesús, salvador del mundo, luz de las naciones, para que todos puedan encontrarse con Jesús.
El valor de la pobreza y de la obediencia: son los primeros en adorar a Jesús: los pastores. Dios tiene preferencia por los que se reconocen necesitados. El misionero sabe que en los pobres y en la gente sencilla está Dios y estar con ellos es un modo concreto de estar con Dios.
23.- La ayuda a misiones es para la evangelización (Domingo, 3/2/19)
El fin primario de la acción de la Iglesia es el anuncio y difusión del Evangelio de Jesucristo. Por eso, la ayuda no la podemos reducir exclusivamente a una obra de civilización humana, a la promoción del “Tercer Mundo”.
La ayuda de los fieles debe destinarse con preferencia prioritaria a la evangelización propiamente tal, a fin de asegurar a toda la comunidad humana, haciéndolos bien visibles, los signos permanentes de la presencia salvadora de Jesucristo, mediante la Iglesia, “sacramento universal de salvación” (AG 1).
Con frecuencia hay que agregar a la actividad evangelizadora iniciativas de apremiante necesidad para la promoción material y cultural de las personas y de los pueblos en fase de desarrollo. Aún en estos casos, es necesario conservar el carácter preeminente del anuncio del Evangelio y de la fundación de las Iglesias locales, de modo que la ayuda técnica o económica aparezca como lógica consecuencia de la predicación de la ley del amor, aprendida en la escuela de Cristo.
De este modo la ayuda prestada por los misioneros se presentará en forma de entrega exquisitamente fraterna, esparciendo así la semilla y abriendo la puerta de la predicación que seguirá allá donde Jesucristo no se ha manifestado todavía en su trascendente plenitud.
Los primeros en colaborar son los sacerdotes, los religiosos y los laicos que desean vivir coherentemente su vocación bautismal.
El espíritu de ayuda que se recomienda y promueve es precisamente el de la Obras Misionales Pontificias, porque nacieron en el seno mismo de una comunidad cristiana para estimular la conciencia misionera de todo el Pueblo de Dios.
24.- La misión busca salvar y desarrollar los valores (Domingo, 10/2/19)
“La misión no es nunca una destrucción, sino una reasunción de valores y una nueva construcción” (RH, 12). Los valores presentes en el hombre: los específicos de su naturaleza, como la vida, la espiritualidad, la libertad, la sociabilidad, la capacidad de donación y de amor; los que provienen del contexto cultural en que está situado, como el lenguaje, las forjas de expresión religiosa, ética, artística; los que proceden de su compromiso y de su experiencia en la esfera personal y en las de la familia, del trabajo y de las relaciones sociales.
El misionero, en su obra de evangelización, entra en contacto precisamente con este mundo de valores, preocupándose de no sofocar nunca, sino por el contrario de salvar y desarrollar tales bienes acumulados a lo largo de tradiciones seculares.
La actitud básica en los mensajeros de la Buena Nueva del Evangelio a los pueblos consiste en proponer, y no en imponer la verdad cristiana.
La misión es reasunción de valores: la actividad evangelizadora debe tender, por lo tanto, a destacar y desarrollar los elementos válidos y sanos presentes en el hombre evangelizado y en el contexto sociocultural a que pertenece.
La misión es una nueva construcción: aquí encontramos las bases del “humanismo cristiano”, en el que los valores naturales se compenetran con los de la Revelación: la gracia de la filiación adoptiva divina, de la fraternidad con Cristo, de la acción santificadora del Espíritu.
25.- Las misiones son aún necesarias e insustituibles (Domingo, 17/2/19)
Viviendo de lleno el tercer milenio hay que seguir constatando que el Evangelio del Señor está muy lejos de ser reconocido y difundido en su integridad, entre todos los hombres. Hay que reconocer entre otras causas el escaso número de aquellos que trabajan en la evangelización.
Ante esta verdadera carencia, la Iglesia no puede permanecer callada ni tranquila, ignorando las necesidades de tantos millones de hermanos que esperan el anuncio del mensaje de salvación.
Las misiones se revelan también hoy necesarias e insustituibles, hasta el punto de que, sin ellas, la actuación de este plan y la expansión del Reino hasta los confines de la tierra no podrían siquiera concebirse; sin ella no podría nacer y desarrollarse la civilización nueva basada -bajo el signo de Cristo- en la justicia, en la paz y en el amor, porque en la misión es donde se plasma el hombre nuevo, consciente de su dignidad y de su destino trascendente de criatura redimida.
También en las situaciones donde se ponen trabas a la predicación de la Palabra, la simple presencia del misionero, con su testimonio de pobreza, de caridad, de santidad, constituye por sí misma una eficaz forma de evangelización y crea muchas veces las bases para un diálogo constructivo. Son los misioneros los que, con inmensos sacrificios y entre dificultades de todo tipo, esparcen la semilla de la Palabra de la que procede después el desarrollo de la Iglesia y su arraigo en el mundo.
Y, en cuanto a la cooperación, hay que añadir como premisa irrenunciable la de la oración. Es necesario rezar por las vocaciones, por los misioneros, y por los hermanos a quienes hay que evangelizar.
26.- Una Iglesia no misionera, es incompleta o enferma (Domingo, 24/2/19)
Todos debemos meditar los textos del Concilio Vaticano II en los que se afirma cómo toda la Iglesia es misionera, que la obra de la evangelización es el deber fundamental del Pueblo de Dios (cf AG 35) y que a cada discípulo de Cristo le corresponde su parte en la tarea de difundir la fe (cf LG 17). Es necesario volver incesantemente a las enseñanzas de Concilio, expresadas en tantos documentos, profundizadas permanentemente por el Magisterio de la Iglesia.
También despierta alegría el desarrollo de un nuevo movimiento misionero en las Iglesias jóvenes que, de evangelizadas, van pasando a ser evangelizadoras. En todas partes se encuentran ya misioneros provenientes de todos los países del mundo.
Una Iglesia cerrada en sí misma, sin apertura misionera, es una Iglesia incompleta o una Iglesia enferma. El ejemplo del despertar misionero en las Iglesias jóvenes pueden recordar esta verdad a las Iglesias de vieja cristiandad que, después de haber desarrollado una actividad admirable, parece que a veces se abandonan al desaliento y a la duda acerca de su deber misionero.
La evangelización de la familia constituye, pues, el objetivo principal de la acción pastoral, y ésta, a su vez, no alcanza plenamente la propia finalidad si las familias cristianas no se convierten ellas mismas en evangelizadoras y misioneras: la profundización de la conciencia espiritual personal hace ver a cada uno, padres e hijos, la propia función y la propia importancia en orden a la vida cristiana de todos los otros miembros de la familia.
El afán misionero manifestará un elemento esencial de la santidad de la familia cristiana. Como afirmaba Juan Pablo I: “A través de la oración en familia, la Iglesia doméstica se convierte así en realidad efectiva y lleva a la transformación del mundo”
27.- Día de Hispanoamérica: “La alegría de ser misionero” (Domingo, 3/3/19)
España es el país con más misioneros del mundo… según la última memoria de las OMP hablamos de 11.018 personas. Todos estos misioneros están repartidos por todo el mundo, siendo América la que se gana el premio: el 55% de ellos están en todos los países de aquel enorme continente. Perú, con 801 misioneros, Venezuela con 776 y Argentina con 528 son los países con mayor numero de ellos.
Más de 300 de todos estos misioneros son sacerdotes de las diferentes diócesis de España y 260 pertenecen a la Obra de Cooperación Sacerdotal Hispano Americana (OCSHA), que depende del Secretariado de la Comisión Episcopal de Misiones y Cooperación entre las Iglesias (CEM).
La mayoría de estos sacerdotes y misioneros, no están en esos territorios que se llaman técnicamente de misión. La mayoría de los territorios en los que viven no dependen de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos. Son territorios que ya tienen la Iglesia constituida y, por lo tanto, no son ayudados en sus necesidades por las Obras Misionales Pontificias. Lo que significa de modo sencillo que no reciben ayuda económica alguna del exterior.
La Conferencia Episcopal Española decidió así, crear una forma para ayudar a estos sacerdotes que, sin estar en territorios de misión, vivían en situaciones de verdadera pobreza y necesidad. No solo una ayuda económica y material, sino también, poder ayudar a que tuvieran el reconocimiento y el afecto de los españoles que sabían que se habían ido a la misión. Así nació la Jornada de Hispanoamérica. Así a la Comisión Episcopal de Misiones y de Cooperación entre las Iglesias se le encomendó tener alguna actividad a lo largo del año para que todos los españoles rezaran por esos misioneros españoles que estaban dando su vida por mantener vivo el amor de Cristo en todos aquellos pueblos hermanos nuestros.
28.- Corresponsabilidad de los obispos en la evangelización del mundo (Domingo, 10/3/19)
En 1957 Pío XII publicó la Encíclica Fidei donum, iniciando un nuevo e importante rumbo en la pastoral misionera, siguiendo las orientaciones emanadas del Concilio Vaticano II. En ella recordó, en primer lugar, el principio de la corresponsabilidad de los obispos, en cuanto miembros del Colegio Episcopal, en la evangelización del mundo. Recordando que “han sido consagrados no solo para una diócesis determinada, sino para la salvación de todo el mundo” (AG 38).
Todas las diócesis deben tomar cada vez más plena conciencia de esta dimensión universal, descubrir o renovar su propia naturaleza misionera, “ensanchando los espacios de la caridad hasta los últimos confines de la tierra, demostrando por los que están lejos la misma solicitud que sienten por sus propios miembros” (AG 37).
Una forma concreta de cooperación es el envío de sacerdotes diocesanos a las misiones, pues uno de los apremios más fuertes de muchas Iglesias es actualmente la falta inquietante de apóstoles y de servidores del Evangelio. Esta es la gran novedad a la que la Fidei donum ha legado su nombre, “la vida de la Iglesia… hoy se presenta como un intercambio de vida y de energía entre todos los miembros del Cuerpo místico de Cristo” (FD I c).
Las Iglesias locales se han transformado progresivamente en sujetos primarios de misionariedad (cf AG 20), responsables por sí mismas de la misión (cf ib., 36-37), como se puede constatar en África, América Latina y Asia.
La misión pasa a ser, pues, no solo ayuda generosa de Iglesias “ricas” a Iglesias “pobres”, sino gracia para cada Iglesia, condición de renovación, ley fundamental de vida (cf AG 37).
29.- El sufrimiento es la más valiosa cooperación misionera (Domingo, 17/3/19)
Los mártires tienen el privilegio de testimoniar con el supremo holocausto de sus vidas terrenas la certeza de la vida eterna en el Señor resucitado. Cristo mismo llevó a cabo su obra redentora de la humanidad sobre todo mediante la pasión dolorosa y el martirio más atroz, e indicó este camino a sus discípulos: “El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt 16,24).
Es necesario valorar el sufrimiento en sus múltiples formas, uniéndolo al sacrificio de la cruz en orden a la evangelización, es decir, para la redención de aquellos que no conocen todavía a Cristo.
San Francisco Javier, Patrono de las Misiones, no dudó en afrontar todo tipo de penalidades, hambre, frío, naufragios, persecuciones, enfermedades; solo la muerte interrumpió su marcha apostólica.
Santa Teresa del Niño Jesús, Patrona de las Misiones, concretó el carácter universal y apostólico de sus deseos con el sufrimiento pedido a Dios y en el precioso ofrecimiento de sí misma como víctima voluntaria del Amor misericordioso. Sufrimiento que alcanzó su cenit en las tribulaciones de la oscuridad de la fe, ofrecidos heroicamente para hacer llegar la luz de la fe a tantos hermanos sumergidos todavía en las tinieblas.
También la valoración del sufrimiento para fines misioneros constituye una de las expresiones más nobles del apostolado de Obras Misionales Pontificias que ha suscitado inmediata adhesión entre los enfermos, ancianos, abandonados, marginados, así como entre los encarcelados. Esta es la más valiosa forma de cooperación misionera por la unión de los sufrimientos de los hombres con el sacrificio de Cristo, renovado en los altares.
30.- La vocación cristiana es, por su propia naturaleza, vocación misionera (Domingo, 24/3/19)
Todos los laicos cristianos, precisamente en virtud del bautismo, son llamados por Dios a un apostolado efectivo: la vocación cristiana es, por su naturaleza misma, vocación también al apostolado.
La Iglesia no se cansa de apremiar a los laicos, sobre todo a los jóvenes, a que reconozcan la realidad de estos dones divinos y asuman con espíritu de responsabilidad personal la tarea de la evangelización mediante la palabra, el testimonio, la sementera de la sabiduría y esperanza tan anheladas, muchas veces inconscientemente, por la humanidad. Sí, la Iglesia necesita hoy laicos maduros que actúen como discípulos y testigos de Cristo, artífices de comunidades cristianas, transformadores del mundo con los valores del Evangelio. Por todo ello, la Iglesia no deja de agradecer y alentar a todos los laicos que ya están trabajando en la actividad misionera de la Iglesia, confirmando a cada uno de ellos en sus respectivos trabajos para que no decaigan en su imprescindible trabajo evangelizador.
La Iglesia siempre tiene un recuerdo especial de los catequistas, hombres y mujeres, que dan una aportación insustituible a la propagación de la fe, servicio de máxima importancia. ¿Cómo no reconocer que, sin estos agentes especializados en tierras de misión, tantas Iglesias hoy florecientes no habrían sido edificadas? Los catequistas han sido y son testigos directos de la fe, a veces hasta los pioneros, cronológicamente, en anunciarla, haciéndose así activos colaboradores para implantar, desarrollar e incrementar en la misión la vida cristiana.
Otra forma de compromiso laical misionero de la que, hoy sobre todo, la Iglesia espera mucho es la del voluntariado laical. Animados de fe y caridad evangélicas, dan testimonio de amor y de servicio al hombre en toda su integridad corporal y espiritual.
31.- María acompaña siempre la actividad misionera de la iglesia (Domingo, 31/3/19)
María, Estrella de la evangelización y Madre de todos los pueblos: La presencia e influencia de la Madre de Jesús han acompañado siempre la actividad misionera de la Iglesia. Los heraldos del Evangelio, al presentar el misterio de Cristo a los pueblos no cristianos, han ilustrado también la persona y la función de María que, “por su íntima participación en la historia de la salvación, reúne en sí, y refleja en cierto modo, las supremas verdades de la fe”, y “cuando es anunciada y venerada atrae a los creyentes a su Hijo, a su sacrificio y al amor del Padre” (LG 65).
Consuela observar que, junto a las Iglesias de antigua fundación, las Iglesias jóvenes de África, de Asia y de América Latina participan cada vez más en la misión universal. El envío de misioneros ad gentes por parte de estas comunidades eclesiales, en fase de desarrollo todavía, es prueba del auténtico espíritu católico y misionero que debe animar a las nuevas Iglesias.
Los heraldos del Evangelio, con frecuencia ignorados, olvidados o perseguidos, que gastan la vida en las avanzadas misioneras de la Iglesia, tienen un modelo perfecto de consagración y fidelidad en María, que “se consagró plenamente como esclava del Señor a la persona y a la obra de su Hijo” (LG 56).
La Santísima Virgen interceda ante su Hijo para que un nuevo espíritu de Pentecostés anime a todos aquellos que, con el bautismo, han recibido el don inestimable de la fe.
María los haga cada vez más conscientes de su responsabilidad misionera, para que, con su perseverancia y generosidad, el Evangelio se anuncie a todos los pueblos, y la fe en Cristo lleve luz y salvación al mundo entero.
32.- Necesidad de las vocaciones nativas (Domingo, 7/4/19)
Con el Concilio Vaticano II se abrió una nueva época en la historia siempre apasionante de la actividad misionera. La Iglesia es misionera por su naturaleza y toda Iglesia particular es llamada a reproducir en sí misma la imagen de la Iglesia universal; por eso, también las nuevas Iglesias han de participar cuanto antes activamente en la misión universal de la Iglesia, enviando también ellas misioneros que anuncien el Evangelio por toda la tierra, aunque sufran escasez de clero.
La Obra Misional Pontificia de San Pedro Apóstol conserva aún hoy todo su valor en la perspectiva de su finalidad original: “Sensibilizar al pueblo cristiano sobre el problema de la formación del clero local en las Iglesias misioneras e invitarlo a colaborar en la formación de los candidatos al sacerdocio mediante una ayuda espiritual y material”.
Así pues, la Obra Pontificia de San Pedro Apóstol evoca la función propia e insustituible del clero en la misión evangelizadora. Las comunidades cristianas necesitan su servicio pastoral como guía para su vida de fe y para formarse en el espíritu misionero. Hay que destacar la necesidad y el valor de la presencia del clero autóctono en las jóvenes comunidades cristianas Las vicisitudes de la formación y del desarrollo del clero autóctono marcan el camino de la evangelización misionera.
El reto más importante que la misión universal presenta a toda la Iglesia es el de las vocaciones a la vida sacerdotal, religiosa y laical, las vocaciones nativas en todas sus expresiones. “Para la evangelización del mundo hacen falta evangelizadores. Por eso, todos, comenzando por las familias cristianas, debemos sentir la responsabilidad de favorecer el surgir y madurar de vocaciones específicamente misioneras, tanto sacerdotales y religiosas como laicales…”
33.- Todo sacerdote es propiamente misionero para el mundo (Domingo, 14/4/19)
La vocación pastoral de los sacerdotes es grande, y el Concilio Vaticano II enseña que es universal: está dirigida a toda la Iglesia y, en consecuencia, es también misionera. Todo sacerdote es propiamente misionero para el mundo. Por todo lo cual, la Iglesia invita a todos los sacerdotes de la Iglesia a ofrecerse al Espíritu Santo y al obispo para ir, como enviados, a predicar el Evangelio más allá de los confines de su país.
La evangelización de los no-cristianos, que viven en el área de una diócesis o de una parroquia, es un deber primario del respectivo pastor. Por eso, los sacerdotes se han de esforzar personalmente, asociando también a los fieles, por predicar el Evangelio a aquellos que no forman parte todavía de la comunidad eclesial.
Los sacerdotes, en su mayor parte, viven la dimensión misionera en una Iglesia particular, bien ocupándose de las situaciones misioneras en ella existentes, bien educando y estimulando a sus comunidades a participar en la misión universal de la Iglesia.
La educación de los futuros sacerdotes en el espíritu misionero debe ser tal que el sacerdote se sienta y actúe, allí donde se encuentre, como un párroco del mundo, al servicio de toda la Iglesia misionera. Es el animador nato y el primer responsable del despertar de la conciencia misionera de los fieles.
Para demostrar tal corazón y llevar a cabo tan amplia actividad pastoral, se necesita una sólida formación misionera que se deberá impartir en primer lugar en el seminario durante los años de preparación de los futuros sacerdotes. Es importante que la misionología ocupe un espacio destacado en el programa der estudios de la teología.
34.- La misión renueva la Iglesia (Domingo, 21/4/19)
La misión es evangelizar el amor de Dios a los hombres -a todos y cada uno de los hombres y las mujeres- y el amor de los hombres a Dios y entre sí, encomendada por Cristo a su Iglesia, está tan lejos de completarse que se puede considerar más bien apenas iniciada.
Esta constatación es la que mueve a la Iglesia a hacer una llamada especial a todos los miembros de la Iglesia a una renovada misión que les impulse a un mayor esfuerzo pastoral y a una catequesis más adecuada.
Es muy bello y estimulante recordar la vida de las comunidades de los primeros cristianos, cuando éstos se abrían al mundo, al que por vez primera miraban con ojos nuevos: era la mirada de quien ha comprendido que el amor de Dios se debe traducir en servicio por el bien de los hermanos.
El recuerdo de esa experiencia induce a reafirmar la idea de que “la misión renueva la Iglesia, refuerza la fe y la identidad cristiana, da nuevo entusiasmo y nuevas motivaciones. ¡La fe se fortalece dándola! (Rmi 2).
El primer ámbito de desarrollo del binomio fe-misión es la comunidad familiar. Es la primera comunidad de la fe en su adquisición, crecimiento y también en la donación, y, por tanto, en la misión.
Otro ámbito, asimismo importante, es la comunidad parroquial, o la comunidad eclesial de base, la cual, mediante el servicio de sus pastores y animadores, debe ofrecer a los fieles el alimento de la fe e ir en busca de los alejados y extraños, realizando así la misión.
Ninguna comunidad cristiana es fiel a su cometido si no es misionera: o es comunidad misionera o no es ni siquiera comunidad cristiana, pues se trata de dos dimensiones de la misma realidad, tal como es definida por el bautismo y los otros sacramentos.
35.- Ningún creyente en Cristo puede eludir la misión de evangelizar (Domingo, 28/4/19)
Ningún creyente en Cristo, ninguna institución de la Iglesia puede eludir el deber supremo de anunciar a Cristo a todos los pueblos. Dos terceras partes de la humanidad no conocen todavía a Cristo, y tienen necesidad de él y de su mensaje de salvación.
Siempre tenemos presente la memoria de los misioneros que, partiendo de Europa, anunciaron el Evangelio a todos los confines de la tierra. Es algo que celebramos en espíritu de humildad y verdad, dando gracias a Dios por los beneficios espirituales otorgados a aquellas antiguas y nobles poblaciones.
Hoy, nos alegra ver que los misioneros no provienen solo de Europa, de las Iglesias evangelizadas de antiguo, sino también de las Iglesias de África, de Asia y de América Latina, donde son ya muchos los que se consagran a la primera evangelización. En los países de misión continúa la actividad preciosa e indispensable de los catequistas locales, animados de gran espíritu misionero y apóstoles incansables de la fe y esperanza.
La Jornada Mundial de las Misiones es el momento crucial para tomar conciencia de la corresponsabilidad misionera de todo el Pueblo de Dios. Siendo la celebración de la Eucaristía el momento central para dar a conocer el problema misionero y suscitar el compromiso responsable de todo bautizado, de toda familia cristiana y de toda institución eclesial, sin descuidar otras oportunidades de sensibilización misionera.
La Jornada Mundial de las Misiones constituye la movilización eclesial más importante para incrementar la cooperación espiritual y material con la misión ad gentes.
36.- Es necesario educar en el evangelio de la vida (Domingo, 5/519)
Educar en el evangelio de la vida es la gran tarea de la familia y de la misma comunidad cristiana con respecto a los jóvenes, ya desde la infancia. Ésta fue la intuición fundamental que movió al obispo de Nancy, Mons. Charles Forbin-Janson, a fundar, en el año 1843, la Obra Pontificia de la Infancia Misionera.
El servicio eclesial que esta Obra, honrada luego con el título de Pontificia, lleva a cabo en todos los continentes, resulta cada vez más valioso y providencial, pues contribuye a dar nuevo impulso a la acción misionera de los niños en favor de sus coetáneos, y sostiene el derecho de los niños a crecer en su dignidad de hombres y de creyentes, ayudándoles sobre todo a realizar su deseo de conocer, amar y servir a Dios. La colaboración de los jóvenes en la evangelización es necesaria: la Iglesia tiene puestas grandes esperanzas en su capacidad de cambiar el mundo.
La Iglesia continuamente invita a los creyentes de todo el mundo, y en particular a los padres, los educadores y los catequistas, así como a los religiosos y religiosas, a impulsar la formación misionera de los niños, conscientes de que la educación en el espíritu misionero debe comenzar ya desde la más tierna edad. Si se les guía oportunamente en el ámbito de la familia, de la escuela y de la parroquia, los niños pueden llegar a ser misioneros de sus coetáneos, y no solo de ellos.
La Iglesia está convencida de que, del compromiso de la evangelización y del de la promoción humana, en los que es preciso sensibilizar también a los niños, podrán brotar nuevas vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa. La promoción y el cuidado de las vocaciones misioneras constituye, por consiguiente, una tarea actual y urgente. En efecto, cada vez aumenta más el número de personas a quienes la Iglesia debe llevar el mensaje salvífico y “el anuncio del Evangelio requiere anunciadores…”
37.- “Di sí al sueño de Dios” (Domingo, 12/5/19)
Hoy, con el lema “Di sí al sueño de Dios”, la Jornada de Vocaciones Nativas quiere presentar a los jóvenes que Dios tiene un plan precioso para ellos, para cada uno de ellos.
“Di sí…”. El “sí” de la Virgen, dice el papa Francisco en su Mensaje, “fue el «sí» de quien quiere comprometerse y el que quiere arriesgar”. ¿A qué apostar así la vida, entregándola para siempre?
“… al sueño de Dios”. La vocación es el sueño que Dios tiene para cada uno. Un sueño que “se pone en pie” a través de un diálogo: la llamada personal e intransferible con la que nos “primerea” el amor del Señor espera una respuesta de asentimiento desde nuestra libertad. Así lo expresó el Papa en la Jornada Mundial de la Juventud de Panamá: “con María sigan diciendo «sí» al sueño que Dios sembró en ustedes”.
El papa Francisco nos invita a que le pidamos al Señor “nos descubra su proyecto de amor para nuestra vida y nos dé el valor para arriesgarnos en el camino que él ha pensado para nosotros desde la eternidad”, que reflexionemos sobre “cómo la llamada del Señor nos hace portadores de una promesa y nos pide la valentía de arriesgarnos con él y por él”.
Además, en los Territorios de misión, donde las llamadas Vocaciones nativas son tan numerosas, a los dos requisitos anteriores hay que sumar nuestra responsabilidad de ayudarles con la oración y la limosna.
Ciertamente que todas las vocaciones son un sí al sueño de Dios. También las vocaciones nativas, surgidas en las Iglesias en formación, y que son como la huella dejada por la entrega generosa de los misioneros. Es responsabilidad nuestra, como Iglesia, apoyar a estas vocaciones, que tienen que superar dificultades añadidas por las circunstancias de sus entornos. Lo hacemos hoy con nuestra oración y nuestra cooperación económica.
38.- La familia participa en la misión eclesial (Domingo, 19/5/19)
Cristo mismo eligió a la familia humana como ámbito de su encarnación y de su preparación para la misión que el Padre celestial le había confiado. Además, fundó una nueva familia, la Iglesia, como prolongación de su acción universal de salvación.
Por tanto, la Iglesia y la familia, en la perspectiva de la misión de Cristo, manifiestan vínculos recíprocos y finalidades convergentes. Si todos los cristianos son corresponsables de la actividad misionera, constitutiva de la familia eclesial a la que todos pertenecemos por la gracia de Dios (cf RM 77), con mayor razón la familia cristiana, que se basa en un sacramento específico, ha de sentirse impulsada por el celo misionero.
La familia participa en la vida y en la misión eclesial según una triple acción evangelizadora: dentro de sí, en la comunidad de pertenencia y en la Iglesia universal. En efecto, el sacramento del matrimonio “constituye a los cónyuges y padres cristianos en testigos de Cristo ‘hasta los confines de la tierra’, como verdaderos ‘misioneros’ del amor y de la vida” (FC 54).
La familia es misionera, ante todo, mediante la oración y el sacrificio. Como toda oración cristiana, la oración familiar ha de incluir también la dimensión misionera, a fin de que resulte eficaz para la evangelización.
La manifestación más elevada de generosidad es la entrega total de sí. No debemos tener miedo de comprometer nuestras vidas al servicio de Cristo y de su Evangelio. María, Madre de la Iglesia, y san José, obtengan que en cada comunidad doméstica se desarrolle el espíritu misionero.
39.- La misión es anunciar a Cristo (Domingo, 26/5/19)
La Iglesia nos pide insistentemente, y muy especialmente a todos los que están sufriendo por el nombre de Jesús, que proclamemos a todos que abrirse al amor de Cristo es la verdadera liberación. En él, solo en él, somos liberados de toda forma de alienación y extravío, de la esclavitud al poder del pecado y de la muerte. Él es camino y verdad, resurrección y vida; él es el Verbo de la vida.
La Iglesia nos urge a que anunciemos a Cristo con la palabra, que lo anunciemos con manifestaciones concretas de solidaridad, haciendo visible su amor al hombre, colocándonos, con la Iglesia y en la Iglesia, siempre en la primera línea de la caridad.
La vocación especial ad gentes del misionero de por vida sigue conservando toda su validez: representa el paradigma del compromiso misionero de toda la Iglesia, que necesita siempre entregas radicales y totales, impulsos nuevos y audaces. Los misioneros han consagrado sus vidas a Dios para dar testimonio del Resucitado entre las gentes. Por todo ello, la Iglesia les pide que no se dejen atemorizar por dudas, dificultades, rechazos y persecuciones, que, reviviendo la gracia del carisma específico, continúen sin vacilaciones el camino emprendido con tanta fe y generosidad.
Pero también dirige la Iglesia su urgente petición a las Iglesias de antigua y de reciente fundación, a sus pastores, consagrados no solo para una diócesis, sino para la salvación de todo el mundo, que con frecuencia sufren por la falta de vocaciones y de medios.
También urge la Iglesia, muy singularmente, a las comunidades cristianas en situación de minoría.
Por último, la Iglesia recuerda a los jóvenes que es a ellos a quienes está confiado el anuncio del Evangelio de un modo especial, que son muchas las exigencias del Señor, que el Señor pide la plena entrega de todo el ser para difundir el Evangelio y servir a su pueblo, que ¡no tengan miedo!, pues las exigencias del Señor son también la medida del amor personal que le tiene a cada uno.
40.- La misión es un problema de fe (Domingo, 2/6/19)
¿Qué es el cristiano? El cristiano es un hombre “conquistado” por Cristo (Flp 3,12) y, por ello, deseoso de darlo a conocer y hacer que sea amado por doquier, “hasta los confines de la tierra”. La fe nos impulsa a ser misioneros, sus testigos. Si no lo somos, significa que nuestra fe es aún incompleta, parcial, inmadura.
“La misión es un problema de fe, es el índice exacto de nuestra fe en Cristo y en su amor por nosotros” (RM 11). La fe y la misión van juntas: cuanto más robusta y profunda sea la fe, tanto más se sentirá la necesidad de comunicarla, compartirla, testimoniarla. Si, por el contrario, se debilita, el impulso misionero disminuye y pierde vigor la capacidad de testimonio. Siempre ha sido así en la historia de la Iglesia: la pérdida de vitalidad en el impulso misionero ha sido siempre síntoma de una crisis de fe.
Todo cristiano, incorporado a la Iglesia mediante el bautismo, está llamado a ser misionero y testigo. Se trata de un mandato explícito del Señor. Y el Espíritu Santo envía a todo bautizado a proclamar y dar testimonio de Cristo a todas las gentes: es, por tato, un deber, al igual que un privilegio, pues es una invitación a cooperar con Dios para la salvación de cada uno y de la humanidad entera.
Si somos verdaderamente dóciles a la acción del Espíritu, lograremos reproducir e irradiar en nuestro entorno el misterio de amor que habita en nosotros. Ésa es la identidad del cristiano-testigo, copia, signo e irradiación viva de Jesús. La Jornada Mundial de las Misiones tiene sentido si impulsa, en las parroquias y en las familias cristiana, la oración por las vocaciones misioneras y suscita un ambiente adecuado para su maduración.
A los bautizados, Cristo hoy les pregunta: “¿Sois mis testigos?” Y cada uno está invitado a preguntarse con sinceridad: “¿Doy ante el mundo el testimonio que el Señor me pide?”
41.- Jesucristo es el único Salvador del mundo (Domingo, 9/6/19)
Jesucristo, el enviado del Padre, el primer misionero, es el único Salvador del mundo. Pero, ningún hombre podrá invocar nunca a Jesús, creer en él, si antes no ha oído hablar de él, es decir, si antes no se le ha dado a conocer ese nombre (cf Rm 10,14-15).
De ahí el mandato supremo del Maestro a los suyos antes de volver al Padre: “Id (…) haced discípulos” (Mt 28,19); “Predicad (…); el que crea y sea bautizado, se salvará” (Mc 16,16).
Ante los muchos que, aun siendo amados por el Padre (cf RM 3), no han recibido todavía la buena nueva de la salvación, el cristiano no puede menos de experimentar en su conciencia el ansia que estremeció al apóstol Pablo, y le hizo exclamar: “¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!” (1Co 9,16). En efecto, en cierta medida, cada uno es responsable personalmente ante Dios de la “fe malograda” de millones de hombres.
La magnitud de la empresa y el constatar la insuficiencia de las propias fuerzas puede, a veces, inducir al desaliento, pero no hemos de tener miedo: no estamos solos. El Señor nos ha asegurado: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Debe animarnos pensar que, por muy laudables e indispensables que sean los esfuerzos del hombre, la misión sigue siendo siempre, principalmente, obra de Dios, obra del Espíritu Santo, el Consolador, que es su indiscutible “protagonista”.
Tenemos dos respuestas ejemplares: San Francisco Javier, Patrono de las Misiones, quien no dudó en afrontar todo tipo de penalidades, hasta que la muerte interrumpió su marcha apostólica. Y Santa Teresa del Niño Jesús, Patrona también de las Misiones, que supo ofrecerse como víctima voluntaria del Amor misericordioso: “En el corazón de la Iglesia, mi madre, seré el amor (…): así seré ¡todo!”.
42.- El Espíritu Santo es el protagonista de la misión (Domingo, 16/6/19)
El Espíritu Santo es, en efecto, el protagonista de toda misión eclesial, cuya “obra resplandece de modo eminente en la misión ad gentes, como se ve en la Iglesia primitiva” (RM 21). El Espíritu Santo no ha perdido la fuerza propulsora que tenía en la época de la Iglesia naciente; hoy actúa como en los tiempos de Jesús y de los Apóstoles.
El Espíritu está presente en la Iglesia y la guía en la misión ad gentes. Es consolador saber que no somos nosotros, sino que es él mismo el protagonista de la misión. Esto da serenidad, alegría, esperanza, intrepidez. El Espíritu ensancha además la perspectiva de la misión eclesial a los confines del mundo entero. Incluso el hecho de que, en la Iglesia, nacida de la cruz de Cristo, haya todavía hoy persecución y martirio, constituye un fuerte signo de esperanza para la misión.
En las Iglesias jóvenes, la presencia del Espíritu se revela también con otro signo muy fuerte: las jóvenes comunidades cristianas son entusiastas de la fe, y sus miembros, especialmente los jóvenes, se hacen sus propagadores convencidos.
El panorama que, al respecto, tenemos ante nuestros ojos es consolador. Fieles de reciente conversión, o incluso aún catecúmenos, sienten fuertemente el soplo del Espíritu y, entusiastas de su fe, se hacen misioneros en su ambiente. El “tiempo del Espíritu”, que estamos viviendo, nos orienta cada vez más hacia una variedad de expresiones, un pluralismo de métodos y formas, en los que se manifiestan la riqueza y vitalidad de la Iglesia.
La Iglesia nos invita a reafirmar, contra todo pesimismo, la fe en la acción del Espíritu, que llama a todos los creyentes a la santidad y al empeño misionero.
43.- La misión es anunciar que Dios es Padre (Domingo, 23/6/19)
La Iglesia es misionera porque anuncia incansablemente que Dios es Padre, lleno de amor a todos los hombres. Todo ser humano y todo pueblo busca, a veces incluso inconscientemente, el rostro misterioso de Dios que, sin embargo, solo el Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, nos ha revelado plenamente (cf Jn 1,18). Dios es “Padre de nuestro Señor Jesucristo”, y “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1Tim 2,4). Todos los que acogen su gracia descubren con estupor que son hijos del único Padre y se sienten deudores hacia todos del anuncio de la salvación.
En la cultura moderna es difuso un sentido de espera de una era nueva de paz, bienestar, solidaridad, respeto de los derechos, amor universal.
Iluminada por el Espíritu, la Iglesia anuncia que este reino de justicia, de paz y de amor, ya proclamado en el Evangelio, se realiza misteriosamente en el curso de los siglos gracias a personas, familias y comunidades que optan por vivir de modo radical las enseñanzas de Cristo, según el espíritu de las Bienaventuranzas. Mediante su empeño, la misma sociedad temporal es estimulada a dirigirse hacia metas de mayor justicia y solidaridad.
En nuestro tiempo es muy fuerte la conciencia de que todos tienen derecho al “pan cotidiano”, es decir, a lo necesario para vivir. Se siente igualmente la exigencia de una debida equidad y de una solidaridad compartida que una entre sí a los seres humanos. Dios, Padre lleno de amor, da fuerza para vencer al mal con el bien y hace capaz a quien recambia su amor de contribuir a la redención del mundo.
44.- La misión está aún en sus comienzos (Domingo, 30/6/19)
Recordar que estamos en el tercer milenio del nacimiento de Jesús quiere decir que tomamos conciencia también que estamos en el tercer milenio del nacimiento de la misión, pues Cristo es el primero y más grande misionero del Padre.
La misión, nacida con la encarnación del Verbo, continúa en el tiempo a través del anuncio y del testimonio eclesial. Y, tomar conciencia de que estamos en el tercer milenio, nos lleva a plantearnos que es un tiempo muy favorable para que la Iglesia se empeñe, gracias al Espíritu Santo, en un nuevo impulso misionero.
Toda la misión de la Iglesia, y de modo especial la misión ad gentes, necesita apóstoles dispuestos a perseverar hasta el fin, fieles a la misión recibida, siguiendo el mismo camino recorrido por Cristo, “el camino de la pobreza, de la obediencia, del servicio y del sacrificio hasta de sí hasta la muerte” (AG 5).
En el tercer milenio del inicio de la misión, son todavía vastas las áreas geográficas, las culturales y las humanas o sociales, en las que Cristo y su Evangelio no han penetrado aún. ¿Cómo no escuchar la llamada que implica esta situación?
Es aún vasto el campo y queda todavía mucho que hacer: es necesaria la colaboración de todos. En efecto, nadie es tan pobre que no pueda dar algo. Se participa en la misión, en primer lugar, con la oración, en la liturgia o en la propia habitación, con el sacrificio y la ofrenda a Dios de los propios sufrimientos. Esta es la primera colaboración que cada uno puede ofrecer. Luego, es importante dar una contribución económica, que es vital para muchas Iglesias particulares.
Urge fomentar en nosotros el afán apostólico por transmitir a los demás la luz y la alegría de la fe, y para este ideal debemos educar a todo el Pueblo de Dios. Todos hemos sido convocados, consagrados y enviados.