MISIÓN AD GENTES 2019-2020

CURSO 2019 – 2020

ARTÍCULOS DE DON ANTONIO EVANS MARTOS

DELEGADO EPISCOPAL DE MISIONES

1.-Bautizados y enviados: la Iglesia de Cristo en misión en el mundo (Domingo, 1/9/19)

He pedido a toda la Iglesia que durante el mes de octubre de 2019 se viva un tiempo misionero extraordinario, para conmemorar el centenario de la promulgación de la Carta apostólica Maximum illud del Papa Benedicto XV (30 noviembre 1919). La visión profética de su propuesta apostólica me ha confirmado que hoy sigue siendo importante renovar el compromiso misionero de la Iglesia, impulsar evangélicamente su misión de anunciar y llevar al mundo la salvación de Jesucristo, muerto y resucitado.

La celebración de este mes nos ayudará en primer lugar a volver a encontrar el sentido misionero de nuestra adhesión de fe a Jesucristo, fe que hemos recibido gratuitamente como un don en el bautismo. Nuestra pertenencia filial a Dios no es un acto individual sino eclesial: la comunión con Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, es fuente de una vida nueva junto a tantos otros hermanos y hermanas. Y esta vida divina no es un producto para vender -nosotros no hacemos proselitismo- sino una riqueza para dar, para comunicar, para anunciar; este es el sentido de la misión. Gratuitamente hemos recibido este don y gratuitamente lo compartimos (cf Mt 10,8), sin excluir a nadie. Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, y a la experiencia de su misericordia, por medio de la Iglesia, sacramento universal de salvación (cf 1Tm 2,4; 3,15; LG, 48).

La Iglesia está en misión en el mundo: la fe en Jesucristo nos da la dimensión justa de todas las cosas haciéndonos ver el mundo con los ojos y el corazón de Dios; la esperanza nos abre a los horizontes eternos de la vida divina de la que participamos verdaderamente; la caridad, que pregustamos en los sacramentos y en el amor fraterno, nos conduce hasta los confines de la tierra (cf Mi 5,3; Mt 28,19; Hch 1,8; Rm 10,18). Una Iglesia en salida hasta los últimos confines exige una conversión misionera constante y permanente. Cuántos santos, cuántas mujeres y hombres de fe nos dan testimonio, nos muestran que es posible y realizable esta apertura ilimitada, esta salida misericordiosa, como impulso urgente del amor y como fruto de su intrínseca lógica de don, de sacrificio y de gratuidad (cf 2Co 5,14-21). Porque ha de ser hombre de Dios quien a Dios tiene que predicar (cf Maximum illud).

2.- La vida es una misión    (Domingo, 8/9/19)

Es un mandato que nos toca de cerca: yo soy siempre una misión; tú eres siempre una misión; todo bautizado y bautizada es una misión. Quien ama se pone en movimiento, sale de sí mismo, es atraído y atrae, se da al otro y teje relaciones que generan vida. Para el amor de Dios nadie es inútil e insignificante. Cada uno de nosotros es una misión en el mundo porque es fruto del amor de Dios. Aun cuando mi padre y mi madre hubieran traicionado el amor con la mentira, el odio y la infidelidad, Dios nunca renuncia al don de la vida, sino que destina a todos sus hijos, desde siempre, a su vida divina y eterna (cf Ef 1,3-6).

Esta vida se nos comunica en el Bautismo, que nos da la fe en Jesucristo vencedor del pecado y de la muerte, nos regenera a imagen y semejanza de Dios y nos introduce en el cuerpo de Cristo que es la Iglesia. En este sentido, el Bautismo es realmente necesario para la salvación porque nos garantiza que somos hijos e hijas en la casa del Padre, siempre y en todas partes, nunca huérfanos, extranjeros o esclavos. Lo que en el cristiano es realidad sacramental -cuyo cumplimiento es la Eucaristía-, permanece como vocación y destino para todo hombre y mujer que espera la conversión y la salvación. De hecho, el Bautismo es cumplimiento de la promesa del don divino que hace al ser humano hijo en el Hijo. Somos hijos de nuestros padres naturales, pero en el Bautismo se nos da la paternidad originaria y la maternidad verdadera: no puede tener a Dios como padre quien no tiene a la Iglesia como madre (cf. San Cipriano, La unidad de la Iglesia católica, 4).

Así, nuestra misión radica en la paternidad de Dios y en la maternidad de la Iglesia, porque el envío manifestado por Jesús en el mandato pascual es inherente al bautismo: como el Padre me ha enviado así también os envío yo, llenos del Espíritu Santo para la reconciliación del mundo (cf Jn 20,19-23; Mt 28,16-20). Este envío compete al cristiano, para que a nadie le falte el anuncio de su vocación a hijo adoptivo, la certeza de su dignidad personal y del valor intrínseco de toda vida humana desde su concepción hasta la muerte natural. El secularismo creciente, cuando se hace rechazo positivo y cultural de la activa paternidad de Dios en nuestra historia, impide toda auténtica fraternidad universal, que se expresa en el respeto recíproco de la vida de cada uno. Sin el Dios de Jesucristo, toda diferencia se reduce a una amenaza infernal haciendo imposible cualquier acogida fraterna y la unidad fecunda del género humano.

3.- Transmitir la fe hasta los confines de la tierra   (Domingo, 15/9/19)

El destino universal de la salvación ofrecida por Dios en Jesucristo condujo a Benedicto XV a exigir la superación de toda clausura nacionalista y etnocéntrica, de toda mezcla del anuncio del Evangelio con las potencias coloniales, con sus intereses económicos y militares. En su Carta apostólica Maximum illud, el Papa recordaba que la universalidad divina de la misión de la Iglesia exige la salida de una pertenencia exclusiva a la propia patria y a la propia etnia. La apertura de la cultura y de la comunidad a la novedad salvífica de Jesucristo requiere la superación de toda introversión étnica y eclesial impropia. También hoy la Iglesia sigue necesitando hombres y mujeres que, en virtud de su bautismo, respondan generosamente a la llamada a salir de su propia casa, su propia familia, su propia patria, su propia lengua, su propia Iglesia local. Ellos son enviados a las gentes en el mundo que aún no está transfigurado por los sacramentos de Jesucristo y de su santa Iglesia. Anunciando la Palabra de Dios, testimoniando el Evangelio y celebrando la vida del Espíritu llaman a la conversión, bautizan y ofrecen la salvación cristiana en el respeto de la libertad personal de cada uno, en diálogo con las culturas y las religiones de los pueblos donde son enviados. La missio ad gentes, siempre necesaria en la Iglesia, contribuye así de manera fundamental al proceso de conversión permanente de todos los cristianos. La fe en la pascua de Jesús, el envío eclesial bautismal, la salida geográfica y cultural de sí y del propio hogar, la necesidad de salvación del pecado y la liberación del mal personal y social exigen que la misión llegue hasta los últimos rincones de la tierra.

La coincidencia providencial con la celebración del Sínodo especial de los obispos para la región Panamazónica me lleva a destacar que la misión confiada por Jesús, con el don de su Espíritu, sigue siendo actual y necesaria también para los habitantes de esas tierras. Un Pentecostés renovado abre las puertas de la Iglesia para que ninguna cultura permanezca cerrada en sí misma y ningún pueblo se quede aislado, sino que se abran a la comunión universal de la fe. Que nadie se quede encerrado en el propio yo, en la autorreferencialidad de la propia pertenencia étnica y religiosa. La pascua de Jesús rompe los estrechos límites de mundos, religiones y culturas, llamándolos a crecer en el respeto por la dignidad del hombre y de la mujer, hacia una conversión cada vez más plena a la verdad del Señor resucitado que nos da a todos la vida verdadera.

4.- Jesucristo, haciéndose carne, se hizo también historia y cultura   (Domingo, 22/9/19)

A este respecto, me vienen a la mente las palabras del papa Benedicto XVI al comienzo del encuentro de obispos latinoamericanos en Aparecida, Brasil, en el año 2007, palabras que deseo aquí recordar y hacer mías: «¿Qué ha significado la aceptación de la fe cristiana para los pueblos de América Latina y del Caribe? Para ellos ha significado conocer y acoger a Cristo, el Dios desconocido que sus antepasados, sin saberlo, buscaban en sus ricas tradiciones religiosas. Cristo era el Salvador que anhelaban silenciosamente. Ha significado también haber recibido, con las aguas del bautismo, la vida divina que los hizo hijos de Dios por adopción; haber recibido, además, el Espíritu Santo que ha venido a fecundar sus culturas, purificándolas y desarrollando los numerosos gérmenes y semillas que el Verbo encarnado había puesto en ellas, orientándolas así por los caminos del Evangelio. […] El Verbo de Dios, haciéndose carne en Jesucristo, se hizo también historia y cultura. La utopía de volver a dar vida a las religiones precolombinas, separándolas de Cristo y de la Iglesia universal, no sería un progreso, sino un retroceso. En realidad sería una involución hacia un momento histórico anclado en el pasado» (Discurso en la Sesión inaugural, 13 mayo 2007).

Confiemos a María, nuestra Madre, la misión de la Iglesia. La Virgen, unida a su Hijo desde la encarnación, se puso en movimiento, participó totalmente en la misión de Jesús, misión que a los pies de la cruz se convirtió también en su propia misión: colaborar como Madre de la Iglesia que en el Espíritu y en la fe engendra nuevos hijos e hijas de Dios.

Quisiera concluir con unas breves palabras sobre las Obras Misionales Pontificias, ya propuestas como instrumento misionero en la Maximum illud. Las OMP manifiestan su servicio a la universalidad eclesial en la forma de una red global que apoya al Papa en su compromiso misionero mediante la oración, alma de la misión, y la caridad de los cristianos dispersos por el mundo entero. Sus donativos ayudan al Papa en la evangelización de las Iglesias particulares (Obra de la Propagación de la Fe), en la formación del clero local (Obra de San Pedro Apóstol), en la educación de una conciencia misionera de los niños de todo el mundo (Obra de la Infancia Misionera) y en la formación misionera de la fe de los cristianos (Pontificia Unión Misional). Renovando mi apoyo a dichas obras, deseo que el Mes Misionero Extraordinario de Octubre 2019 contribuya a la renovación de su servicio a mi ministerio misionero.

 

5.- Semana del encuentro personal con Cristo vivo      (Domingo, 29/9/19)

Iniciamos la celebración del Octubre Misionero que, a petición del papa Francisco, quiere que sea un Mes Misionero Extraordinario. Su finalidad espiritual, pastoral y teológica consiste en reconocer que la misión es y debe ser el paradigma de la vida y de la obra de toda la Iglesia, de todo cristiano. El lema «Bautizados y enviados: la Iglesia de Cristo en misión en el mundo» busca convertirnos en discípulos misioneros, volver a poner la misio ad gentes en el centro de la vida de la Iglesia, y reconocer la misión de Jesús como corazón e identidad de la Iglesia nos hace redescubrir la genuina y desafiante relación que Dios tiene con el mundo amado, creado y redimido por Él.

Con ese objetivo, pide el papa Francisco que se inicie con una semana dedicada a la necesidad de tener un encuentro personal con Jesucristo, vivo en su Iglesia, a través de la Eucaristía, la palabra de Dios, la oración personal y la comunitaria.

La misión solo es posible desde la santidad de vida, desde una profunda experiencia espiritual. La Iglesia, como pueblo y en cuanto pueblo, tiene que ser sujeto y responsable de la misión. Si crece el amor por la misión -dice el papa Francisco-, se alimenta la pasión por Jesús que es, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo.

Solo desde la pasión por la misión, desde la experiencia de la “dulce alegría de evangelizar”, se podrá iniciar la reforma de la Iglesia. En caso contrario esta quedaría reducida a transformación de estructuras o a disputas sobre competencias de poder. La renovación de la Iglesia debe realizarse desde la pasión por la misión y en orden a la misión. Es la misión la que renueva a la Iglesia, la que refuerza la fe y la identidad cristiana. La urgencia de la misión es la que puede volver a situar a la Iglesia en la frescura y en el ardor del primer amor.

Hay que partir de la oración, pues todo es iniciativa de Dios, la caridad es el alma de la misión, es un amor servicial y propiciatorio, divino, del costado de Cristo es de donde brotan las actitudes misioneras de la ternura, la urgencia solidaridad, la comprensión, la paciencia…

6.- Semana del testimonio misionero  (Domingo, 6/10/19)

El Mes Misionero Extraordinario, con el lema «Bautizados y enviados: la Iglesia de Cristo en misión en el mundo», pide a la Iglesia despertar aún más la conciencia misionera de la missio ad gentes y retomar con un nuevo impulso la transformación misionera de la vida y de la pastoral.

En el kairós actual del universo, la palabra de Dios sigue resonando permanentemente, con el dinamismo de salida que Dios quiere provocar en los creyentes. Sorprende la fuerza con la que el papa Francisco vincula su propio proyecto de pontificado (conversión pastoral en clave misionera) con las interpelaciones más directas de sus predecesores para urgir a la Iglesia a la entrega a la misión, siguiendo la estela abierta por el decreto Ad gentes.

La causa misionera, subraya el papa Francisco, debe ser el primer objetivo de la Iglesia. De cara a ello se reclama una conversión pastoral misionera. La salida misionera debe convertirse para toda la Iglesia en el paradigma de toda obra o acción eclesial. Si ello se lograse, las comunidades cristianas vivirían en un estado permanente de misión. Entonces se perdería el miedo para ir transformándolo todo a fin de que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en cauce y lugar para la evangelización.

Durante esta semana se nos invita a contemplar el testimonio de los santos, de los mártires de la misión y de los confesores de la fe, que son expresión de la adultez en la fe de nuestra Iglesia repartidos por el mundo entero. «Cuántos santos, cuántas mujeres y hombres de fe nos dan testimonio, nos muestran que es posible y realizable esta apertura ilimitada, esta salida misericordiosa, como impulso urgente del amor y como fruto de su intrínseca lógica de don, de sacrificio y de gratuidad (cf 2Co 5,14-21). Porque ha de ser hombre de Dios quien a Dios tiene que predicar (cf  Maximum illud)» (Pp. Francisco, Domund 2019).

7.- Semana de la formación misionera       (Domingo, 13/10/19)

El Mes Misionero Extraordinario, con el lema «Bautizados y enviados: la Iglesia de Cristo en misión en el mundo», busca despertar aún más la conciencia misionera de la missio ad gentes y retomar con un nuevo impulso la transformación misionera de la vida y de la pastoral.

«Es un mandato que nos toca de cerca: yo soy siempre una misión; tú eres siempre una misión; todo bautizado y bautizada es una misión. Quien ama se pone en movimiento, sale de sí mismo, es atraído y atrae, se da al otro y teje relaciones que generan vida. Para el amor de Dios nadie es inútil e insignificante. Cada uno de nosotros es una misión en el mundo porque es fruto del amor de Dios. Aun cuando mi padre y mi madre hubieran traicionado el amor con la mentira, el odio y la infidelidad, Dios nunca renuncia al don de la vida, sino que destina a todos sus hijos, desde siempre, a su vida divina y eterna (cf Ef 1,3-6)» (Pp. Francisco, Domund 2019).

La Iglesia nos pide en esta semana adquirir una formación bíblica, catequética, espiritual y teológica sobre la missio ad gentes, pues los enviados «anunciando la Palabra de Dios, testimoniando el Evangelio y celebrando la vida del Espíritu llaman a la conversión, bautizan y ofrecen la salvación cristiana en el respeto de la libertad personal de cada uno, en diálogo con las culturas y las religiones de los pueblos donde son enviados» (Pp. Francisco, Domund 2019).

Hay que ser conscientes que, en la llamada de Jesús a salir, están presentes los escenarios y desafíos siempre nuevos de la misión evangelizadora a la que todos somos llamados. En esta, cada cristiano, desde su comunidad local, debe avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera, que no deja las cosas como están, sino que sale de sí y, abandonando su comodidad, discierne lo que el Señor le pide y la transforma, como expresa el pp. Francisco en Evangelii gaudium 24: es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, se involucran, acompañan, fructifican y festejan.

8.- Semana de la caridad misionera     (Domingo, 20/10/19)

«Las Obras Misionales Pontificias -nos dice el pp. Francisco en su Mensaje para el Domund- manifiestan su servicio a la universalidad eclesial en la forma de una red global que apoya al Papa en su compromiso misionero mediante la oración, alma de la misión, y la caridad de los cristianos dispersos por el mundo entero. Sus donativos ayudan al Papa en la evangelización de las Iglesias particulares (Obra de la Propagación de la Fe), en la formación del clero local (Obra de San Pedro Apóstol), en la educación de una conciencia misionera de los niños de todo el mundo (Obra de la Infancia Misionera) y en la formación misionera de la fe de los cristianos (Pontificia Unión Misional). Renovando mi apoyo a dichas obras, deseo que el Mes Misionero Extraordinario de Octubre 2019 contribuya a la renovación de su servicio a mi ministerio misionero».

«El programa evangelizador de la Iglesia se convierte en una intervención de ayuda al prójimo, de justicia para los más pobres, de posibilidad de instrucción en los pueblos más recónditos, de asistencia médica en lugares remotos, de superación de la miseria, de rehabilitación de los marginados, de apoyo al desarrollo de los pueblos, de superación de las divisiones étnicas, de respeto por la vida en cada una de sus etapas» (PP. Benedicto XVI, Domund 2012).

El Papa nos pide una caridad misionera como apoyo para el inmenso trabajo de evangelización, de la missio ad gentes y de la formación cristiana de las Iglesias más necesitadas. Pide que «recapacitemos a partir de la misión de Jesús, para darle una nueva impronta al esfuerzo de recaudar y distribuir las ayudas materiales a la luz de la misión y de la formación que esta requiere, para que la conciencia, el conocimiento y la responsabilidad misionera vuelvan a ser parte de la vida ordinaria de todo el pueblo santo de Dios» (Pp. Francisco, a los Directores Nacionales de OMP, 1-6-2018).


 

9.- La Iglesia es sierva de la misión       (Domingo, 27/10/19)

La certeza de que la misión no solo representa la naturaleza misma de la Iglesia (cf AG 2), sino también su origen, propósito y vida, nos obliga a reconsiderar su raíz trinitaria y cristológica y su origen pneumatológico para que Dios Padre sea glorificado y su creación tenga vida. Las relaciones intratrinitarias establecen el espacio teológico donde situar a la Iglesia desde la creación en Cristo, para la redención de la Pascua y en su realización escatológica.

La misión hace a la Iglesia porque la constituye como mucho más que un mero instrumento para la salvación. La constituye como una comunidad de salvados porque es una verdadera familia de Dios, hijos e hijas en el único Hijo, forma escatológica de toda la creación. La Iglesia, sacramento universal de salvación (cf LG 1,9,48; AG 1; GS 45), es mucho más que un medio o una marca a superar. La Iglesia es la revelación soteriológica de la Verdad plena sobre el mundo y sobre nuestra humanidad en Dios. «La misión no responde principalmente a las iniciativas humanas; el protagonista es el Espíritu Santo, el proyecto es suyo (cf RMi 21). Y la Iglesia es sierva de la misión. No es la Iglesia la que hace la misión, sino que es la misión la que hace la Iglesia. Por lo tanto, la misión no es el instrumento, sino el punto de partida y el fin» (pp. Francisco, Congregación para la Evangelización de los Pueblos, 3-12-2015).

Consiguientemente, la misión de la Iglesia debe entenderse como una efectiva participación histórica y sacramental efectiva en las misiones que Dios Padre confía al Hijo y al Espíritu Santo en el mundo.

10.- La misión es comunicar la vida de Dios, su amor, su santidad    (Domingo, 3/11/19)

La Iglesia es misionera por naturaleza porque nace y se funda en la Pascua de Jesús. La cruz, la vida histórica y la resurrección de Jesús y el derramamiento del Espíritu en Pentecostés constituyen la Iglesia en permanente estado de misión, caracterizando su naturaleza intrínseca como espacio de salvación y como tiempo de reconciliación con Dios, ubicado dentro de la historia y el mundo. El mandato misionero hace explicita su dimensión universal, la llamada a participar en la Pascua de Jesucristo en el bautismo y su permanencia en el tiempo y en el espacio geográfico hasta los confines de la tierra, sin reemplazar nunca a su Fundador (cf Mt 28,20).

La missio ad gentes es el paradigma que configura la misión de la Iglesia, ya que expresa el anuncio del Evangelio y la transformación sacramental del mundo, haciendo de todos los pueblos discípulos misioneros del Señor. Su especificidad reside en su peculiar relación con el todavía no acontecido encuentro personal con Jesucristo y su Evangelio, con la ausencia de una fe cristiana capaz de generar nuevas culturas, con personas cuyas religiones y pueblos anhelan la liberación del pecado y de la muerte aquí́ y ahora. Conocer a Cristo o no, ser bautizado o no, abrazar la fe cristiana y pertenecer a la Iglesia, vivir el Evangelio del perdón y la reconciliación y la experiencia de Dios o no vivirlo, constituye la verdadera diferencia. «Nosotros no tenemos un producto que vender, sino una vida que comunicar: Dios, su vida divina, su amor misericordioso, su santidad. Y es el Espíritu Santo quien nos envía, nos acompaña, nos inspira: es él el autor de la misión. Es él quien conduce la Iglesia, no nosotros» (pp. Francisco, a directores de OMP, 1-6-2018).

La misión de Jesús, el centro y culmen de la misión de la Iglesia, es la verdadera comunicación de la vida divina, de la vida eterna, de la vida de los hijos amados desde siempre por Aquel que nos ha creado y que es nuestro Padre en Cristo. Dar la vida por Dios Padre, ofrecer la vida por el Espíritu Santo, sacrificar la vida por Cristo representa el origen y la finalidad de la missio ad gentes, hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste, la morada de Dios entre los hombres (cf Ap 21).

11.- La misión convierte al enviado y al destinatario   (Domingo, 10/11/19)

La missio ad gentes, como el primer anuncio dirigido a personas, lugares y pueblos todavía no transfigurados por la Pascua de Jesús, cualifica la evangelización de la Iglesia guiada por el Espíritu Santo en su deber irrenunciable por penetrar, convertir y transformar el mundo hasta los confines de la tierra para que todos podamos ser salvados.

La missio ad gentes corresponde, aunque no se reduce a eso, a la necesidad natural inscrita en el corazón de todo hombre de ser salvado, es decir, de experimentar la plenitud de la vida en la victoria sobre el pecado, la enfermedad y la muerte.

En la missio ad gentes, la Iglesia es conducida por la salvación de Jesús hacia un mundo que el mismo Dios salvador ya había creado y constituido para ser salvado en su Hijo Jesús. En el anuncio, en los sacramentos y en el amor, propios de la missio ad gentes, los destinatarios, así́ como los misioneros, están todos necesitados de la salvación de Jesucristo, como el cumplimiento del proyecto original de la humanidad y de la vida en plenitud iniciada en la creación y siempre activa durante su camino hacia la eternidad. Toda la creación, en la central mediación antropológica de la vida inteligente, corporal y libre del hombre, pide la eternidad de la vida de Dios.

Para subrayar que el envío a la misión es una llamada inherente al bautismo y es para todos los bautizados el pp. Francisco puso de lema para la Jornada de la Propagación de la fe: “Bautizados y enviados: la Iglesia de Cristo en misión en el mundo”. «De este modo -decía el pp. Francisco- la misión es envío para la salvación, que realiza la conversión del enviado y del destinatario: nuestra vida es, en Cristo, una misión. Nosotros mismos somos misión porque somos el amor de Dios comunicado, somos la santidad de Dios creada a su imagen. Por lo tanto, la misión es nuestra propia santificación y la del mundo entero, desde la creación (cf Ef 1,3-6). La dimensión misionera de nuestro bautismo se traduce así́ en testimonio de santidad que da vida y belleza al mundo» (Pp. Francisco a OMP, 1-6-2018).

 

12.- La misión, criterio evaluador de la eficacia pastoral y de la alegría      (Domingo, 17/11/19)

Es bien conocida la insistencia del pp. Francisco sobre la misión como «Iglesia en salida», «Iglesia hospital de campaña», «Iglesia pueblo fiel y santo de Dios». En Evangelii gaudium 15 afirma que la misión debe convertirse en el paradigma de la vida y del trabajo ordinario de la Iglesia. Se requiere una auténtica conversión misionera de los discípulos de Jesús y de las estructuras de las comunidades eclesiales (cf Eg 25,27), como estado permanente de íntima comunión misionera con Cristo, de encuentro personal con Jesús vivo en su Iglesia. La misión de Jesús puesta en el corazón de la Iglesia se convierte así́ en el criterio de discernimiento espiritual para evaluar la eficacia de sus estructuras pastorales, de su trabajo apostólico, de sus ministros y la alegría que somos capaces de comunicar, ya que sin alegría no podremos atraer a nadie.

Esta insistencia del Papa pone de relieve la profunda crisis del sentimiento eclesial sobre la misión. Está muy difundido entre los bautizados cierto cansancio misionero en el que se esconde, detrás de supuestas formas de inculturación, la autorreferencialidad eclesial de ciertas Iglesias locales. También la introversión burocrático-clerical de la actividad administrativa pastoral parece estructurar la supervivencia de muchas instituciones y de algunos cristianos dedicados al mantenimiento de lo existente, de acuerdo con el criterio del «siempre se ha hecho así́» (cf Eg 33). La irrelevancia social y cultural de los cristianos, junto con la caída de la necesidad de ser aceptados y percibidos como comercialmente atrayentes en la era tecnológico-afectiva, nos obliga a una especie de homologación mundana y mediática, lo que desencadena una fuerte tentación centrípeta. Aparentamos estar más preocupados por renovar lo viejo que por renacer de lo alto a la novedad de la Pascua: el vino nuevo necesita odres nuevos, porque destruiría los viejos (cf Mt 9,17). Estamos muy tentados por la reducción de la misión a una mera yuxtaposición a estructuras ya existentes y tal vez fugaces, en lugar de tener el coraje apostólico y la audacia necesarios para dejarnos reconstruir y reformar con nuevas formas de presencia y de testimonio cristiano (cf Gaudete et exsultate, 130-132).

         

13.- La misión responde a la necesidad más profunda del ser humano    (Domingo, 24/11/19)

Un primer elemento para redescubrir para una verdadera renovación de la Iglesia en un estado permanente de misión es el vínculo intrínseco entre misión y salvación cristiana (cf AG 7). Discípulos misioneros, enviados y destinatarios, iglesias que parten y receptores, culturas y experiencias religiosas no marcadas por el Evangelio de Jesús, cuyos miembros desean plenitud de vida, requieren conversión y ser reconsiderados a la luz de la necesidad universal de salvación del pecado y la muerte. El misterio pascual y la misión histórica de Jesús muestran que la necesidad de amor, la necesidad de salvación del mal y de la muerte, del pecado y del dolor, del odio y de la división, es constitutiva del hombre que, por la creación en Cristo, añora la filiación divina. El interés por el diálogo, por la convivencia pacífica, por la justicia social y económica, por la ecología y la alteridad, deben recualificarse y reestructurarse profundamente ante la abundante ofrenda de salvación cuyo centro es el misterio pascual (cf GS 22).

Hemos sido llamados a inserirnos más conscientemente en la unicidad salvífica universal de Jesucristo salvador, en la misión soteriológica de la Iglesia ante los desafíos teológicos de las religiones y en el nuevo contexto mundial de la tecnología digital. La preocupación por la salvación realizada por Jesucristo, el único mediador entre Dios y los hombres, es estar interesados en que todos tengan vida y la tengan en abundancia y para siempre. Retomando las palabras del Papa, no se nos ha dado un producto para vender, sino una vida para comunicar: la de Dios, el fruto de su amor reconciliador, que es la plenitud eterna de la vida humana. La insistencia del papa Francisco sobre la santidad en el mundo contemporáneo, con su reciente Exhortación apostólica Gaudete et exsultate (19-4-2018) y el también reciente documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe, aprobado por el Santo Padre, Placuit Deo (1-4-2018), reclaman insistentemente el problema de la salvación en Jesucristo, por la gracia de Dios, como una experiencia de vida nueva, de conversión del pecado, de victoria sobre la muerte, de vida eterna. La Iglesia peregrina, su purificación y su gloria, son experiencias de comunión de los salvados, de los santos en la familia de los amigos de Dios.

 

14.- La misión debe recuperar la relación con el mundo   (Domingo, 1/12/19)

Un segundo elemento crucial para una verdadera renovación de la Iglesia en un estado permanente de misión es la necesidad de recuperar la relación con el mundo (cf Gaudium et spes), que nos incluye a todos nosotros, al mundo que nos rodea, el mundo de la materia, del cuerpo y de las cosas, el mundo del tiempo y del espacio, de las culturas y de las religiones. Debemos aprender de Dios que, para salvar al mundo, lo ama desde la creación y nos ofrece su vida divina en el Hijo enviado y sacrificado por nosotros. Dios amó tanto al mundo que envió́ a su Hijo para que tengamos vida plena, nos dice san Juan en su Evangelio (Jn 3,16; 10,10).

La missio ad gentes requiere un reavivamiento sustancial de la centralidad bautismal de los fieles laicos y de su secularidad, de su presencia ordinaria en el mundo. El testimonio cristiano renueva la misión del bautismo gracias a la santidad en el mundo. El testimonio cristiano encuentra, en la fe eclesial de los discípulos de Jesús y en su competencia profesional, la articulación y la eficacia de estar en el mundo a pesar de no ser del mundo ni provenir del mundo.

El fiel laico bautizado, en virtud de la experiencia común del amor conyugal que genera vida y familia, junto con su adhesión radical al mundo y a su transformación, gracias a su trabajo, exige ser colocado en el centro de las preocupaciones pastorales del anuncio, la vida litúrgica, la formación catequética y la caridad comunitaria. Nuestra primera y fundamental consagración tiene sus raíces en nuestro bautismo. Nos han bautizado laicos y este es el signo indeleble que nadie podrá́ cancelar.

La missio ad gentes debe entenderse como un modo de presencia dinámica del anuncio y conversión de los pueblos, culturas, religiones y personas que se encuentran y se abren al Evangelio de Jesús y a su Iglesia. La fe cristiana que impregna esta interculturalidad abre nuevos horizontes, transforma las relaciones y los pueblos, transfigura la materia, los cuerpos y el mundo, para la gloria de Dios y la vida plena del hombre y de la mujer. El dialogo entre las personas, sus culturas y sus religiones y el respeto indispensable para la libertad religiosa de cada persona representan el horizonte natural y necesario de la misión de la Iglesia en el mundo.

15.- La misión debe refundar la lógica sacramental del evento Jesucristo         (Domingo, 8/12/19)

Un tercer elemento de vital importancia para que la misión moldee la naturaleza, la vida y las estructuras de la Iglesia se encuentra en la necesidad experiencial y teológica de refundar y entender mejor la lógica sacramental del evento Jesucristo, de su Encarnación y de su Pascua. Limitar la misión al anuncio y testimonio de los valores del Reino es reducirla y privar a la Palabra de Dios y al reino de Dios de la realidad histórico-escatológica de la Encarnación y de la eficacia salvífica y transformadora de la obra misionera de la Iglesia fundada en la Pascua de Jesús. Lo que fue muy claro para el Vaticano II es la Iglesia como sacramento universal de salvación (LG 1,9,48; AG 1; GS 45), su necesidad radicada en la necesidad de la fe teologal y en el bautismo para la salvación.

El bautismo y la confirmación como inmersión e identificación pneumatológica con el misterio pascual; la Eucaristía como una forma de comunión de auténtica y corpórea unidad de Dios en Cristo con nuestra humanidad en el orden del sacrificio y la oblación; el matrimonio como sacramental unidad de Dios con su criatura humana, de Jesucristo con su Iglesia; la reconciliación y la unción de los enfermos como verdadera liberación del pecado y recreación de la vida plena; el sacramento del orden como un ministerio al servicio de la forma eucarística del mundo y de la humanidad redimida, necesitan ser redescubiertos en la reflexión teológica y en la acción pastoral en la misión.

Por lo tanto, la Iglesia es recibida por Dios y vivida en el Espíritu del Señor resucitado como pueblo santo y fiel de Dios, cuerpo y esposa de Jesucristo, templo del Espíritu Santo. Descuidar el sacramento como un momento sacrificado y resucitado de la Palabra de Dios proclamada y encarnada pone en peligro la exclusión de gran parte del trabajo pastoral ordinario de muchas comunidades cristianas, pastores y misioneros, por lo que la reflexión sobre la misión hoy parece ser insignificante. Una articulación ponderada y sabia del anuncio, del sacramento y del testimonio cristiano en la missio ad gentes, podría ayudarnos a renovar y reformar radicalmente en sentido misionero toda la vida y la actividad de la Iglesia.

16.- La misión es comunicar la vida divina a través de la entrega           (Domingo, 15/12/19)

En su exhortación apostólica post-sinodal Evangelii nuntiandi, san Pablo VI declara que: «Jesús mismo, Evangelio de Dios, ha sido el primero y el más grande evangelizador. Lo ha sido hasta el final, hasta la perfección, hasta el sacrificio de su existencia terrena» (EN 7).

San Juan Pablo II retoma la misma idea en Redemptoris missio cuando afirma que: «Al ser él la “Buena Nueva”, existe en Cristo plena identidad entre mensaje y mensajero, entre el decir, el actuar y el ser» (RM 13). No solo Cristo proclama el Reino, sino que él es, ante todo y, sobre todo, la autobasileia (el Reino en persona), hasta tal punto que se puede decir que la eficacia y la eficiencia de su misión residen en la identificación total de su persona con la Buena Nueva que anuncia.

Más precisamente, la misión del Hijo no es más que una comunicación de la vida divina a la humanidad en una autodonación continúa, desde su Encarnación hasta su Resurrección de entre los muertos, a través de sus milagros, de sus acciones y sus enseñanzas. El misterio de Cristo y su ministerio terreno se han desarrollado en una doble oblación: el don de su vida al Padre, de quien recibió́ su misión, y el don de su vida a sus hermanos y hermanas, hijos e hijas de Dios, que él ha querido reunir en una única familia.

Al llevar a cabo esta misión, la manera de ser y de obrar de Jesús, antes y después de Pascua, se diferencia y se completa. En el período prepascual, la misión que Jesús confió́ a sus discípulos parecía limitada en el tiempo y en el espacio (cf Mt 10,1-16); en el período postpascual, por el contrario, hay una universalización y globalización de la misión (cf Mt 28,16-20). Esto realza el carácter central y fontal del misterio pascual en la misión como acción de Dios y don-responsabilidad de la Iglesia.

17.- El mandato misionero es llevar la vida divina a todas las periferias (Domingo, 22/12/19)

En su pasión, muerte y resurrección, Jesucristo persigue y lleva a cabo de una manera más incisiva, decisiva y definitiva su misión de autodonación, que consiste en la comunicación de la vida divina para la salvación de las gentes. Y lo hace haciéndose último, servidor y ofrenda propiciatoria (cf Mc 10,45); ese es el sentido de su vida, encarnar la figura profética del Siervo de Yahvé.

En la misión post-pascual confiada a sus Apóstoles, el don de la nueva vida se universaliza y se extiende hasta los confines de la tierra. San Juan Pablo II en la Redemptoris missio señala que «todos los evangelistas, al narrar el encuentro del Resucitado con los Apóstoles, concluyen con el mandato misional (Mt 28,18-20; cf Mc 16,15-18; Lc 24,46-49; Jn 20,21-23)» (RM 22). Es el mandato de id al mundo entero, proclamad la Buena Noticia de la llegada del Reino, enseñad la justicia del Reino, testimoniando que ya se ha iniciado y comunicado la vida divina que lo posibilita.

Esta unión o concomitancia entre la misión y la resurrección es tan fuerte que se puede decir que la Resurrección significa la Misión, porque la exaltación del Resucitado es el acto de fundación de la Misión universal (cf Mt 28,18).

La misión, y por tanto la resurrección de Cristo, no son más que la transmisión de la vida nueva en el Espíritu, la vida divina a la que toda la humanidad está llamada a tomar parte debido al movimiento centrífugo de la misión universal, que el Resucitado inaugura enviando a sus discípulos por todo el mundo.

Esta misión de comunicación de la vida de Dios con el derramamiento del Espíritu del Padre y del Hijo se universaliza en el advenimiento pascual de Pentecostés. El anuncio, el bautismo y el discipulado establecen a partir de Jesús el envío en misión de los doce Apóstoles y de los discípulos.

18.- La Iglesia, espacio privilegiado de comunión    (Domingo, 29/12/19)

Antes de Pascua, el Espíritu mora en la persona de Cristo y obra a través de él. Después de su resurrección, el Espíritu se transmite a los Apóstoles y actúa a través de ellos y con ellos para hacer que Cristo resucitado esté presente de manera efectiva.

El plan divino para la reunificación de la humanidad en un solo rebaño se realiza con la Iglesia. A través de la muerte y la resurrección del Señor Jesucristo, la humanidad no solo se reconcilia con Dios, sino que disfruta verdaderamente, en la Iglesia y por medio del don del Espíritu Santo, de la verdadera comunión con Dios.

La misión de la Iglesia se realiza gracias a las «dos manos de Dios», según la hermosa formula de san Ireneo de Lyon, es decir: Jesucristo y el Espíritu Santo. La Iglesia de Dios está radicalmente marcada por el evento de la Cruz. Desde la muerte y la resurrección, la humanidad está reconciliada con Dios, se introduce en el «tiempo de Dios» y la Iglesia se constituye como un espacio privilegiado de comunión con Dios. El «tiempo de Dios» es el tiempo de la gracia para la Iglesia.

A través de su cruz, Cristo rompe el muro que separaba a la humanidad pecaminosa de Dios. El «tiempo de Dios» se convierte en «el tiempo de la Iglesia» en Jesucristo. Cristo, con su resurrección, el primogénito de entre los muertos, introduce el cuerpo eclesial en la comunión de la Santísima Trinidad. La Iglesia está así́ en comunión con la santidad de Dios. Una comunidad santificada por el sacrificio de la Cruz, la Iglesia es el cuerpo de Cristo que es, a su vez, la cabeza de la Iglesia. No se trata de una comunidad estática, sino dinámica en el tiempo y en el espacio, una comunidad enriquecida y asistida permanentemente por el Espíritu Santo.

19.- La misión precede a la concepción  (Domingo, 5/1/20)

Ciertamente, el hecho de estar en el mundo sin previa decisión nuestra nos hace intuir que hay una iniciativa que nos precede y nos llama a la existencia: cada uno de nosotros está llamado a reflexionar sobre esta realidad: «Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo» (Eg 273). De por sí es un mandato que nos toca de cerca: yo soy siempre una misión; tú eres siempre una misión; todo bautizado es una misión. Para el amor de Dios nadie es inútil e insignificante. Cada uno de nosotros es una misión en el mundo porque es fruto del amor de Dios. Vivir con alegría la propia responsabilidad ante el mundo es un gran desafío.

La Infancia Misionera es una gran escuela de formación de la conciencia misionera de los niños, busca hacerles descubrir que ellos han nacido para cumplir una misión nada inútil ni insignificante: llevar el amor de Dios a tantos millones de niños que sufren en su cuerpo y en su alma, que se encuentran desamparados y abandonados a su suerte; formar una cadena de solidaridad con los niños de los cinco continentes.

La Infancia Misionera es una obra pionera en la educación misionera de la infancia y en la atención a la infancia marginada y empobrecida. Desde su creación en 1843, pasó mucho tiempo -nada menos que 80 años- para que otra institución se acordara de los peligros y males que acechan a la infancia y aprobara la declaración de los derechos del niño. La Infancia Misionera busca que los propios niños se conviertan en protagonistas de la tarea misionera y desarrollen un papel activo en favor de sus hermanos que se encuentran desamparados y abandonados a su suerte, hacerles saber a quienes ni siquiera conocen, que Dios no les ha olvidado; que alguien, tan pequeño como ellos, ha visto en sus rostros el sufrimiento de Jesús.

20.- Con Jesús a Belén ¡QUÉ BUENA NOTICIA!                                (Domingo, 12/1/20)

Jesús ya está entre nosotros, es un recién nacido. Comenzamos un recorrido de Nazaret a Belén con María y José para descubrir el sentido misionero del nacimiento de Jesús y todos los acontecimientos que lo rodearon. Vamos a captar cinco valores misioneros que se desprenden de Belén:

El valor de la oración: María y José han sabido acoger la palabra de Dios, haciendo posible que Jesús se haga presente en nuestras vidas y nos llene de su alegría y paz. El misionero es el que acoge con alegría a Dios en su corazón y lo lleva siempre con él.

El valor de estar en vigilia: los pastores, por estar al raso, oyen el mensaje, van, reconocen, le adoran y le regalan lo que son y tienen. El misionero es el que tiene esperanza y ayuda a los que tiene cerca a no perderla.

El valor de buscar la verdad: los magos no tienen miedo, se ponen en camino para encontrarlo, no se dejan llevar por la comodidad, lo reconocen y ponen a sus pies todo tesoro. El misionero es el que no tiene miedo, ni se deja llevar por la comodidad a la hora de buscar al Señor y poner todo a sus pies.

El valor de la tradición recibida: el pueblo fiel que espera el cumplimiento de las promesas y reconoce su cumplimiento es Jesús, y lo proclama a todos. El misionero es el que da a conocer a Jesús, salvador del mundo, luz de las naciones, para que todos puedan encontrarse con Jesús.

El valor de la pobreza y de la obediencia: los pastores son los primeros en adorar a Jesús. Dios tiene preferencia por los que se reconocen necesitados. El misionero sabe que en los pobres y en la gente sencilla está Dios y estar con ellos es un modo concreto de estar con Dios.

21.- Con Jesús Niño, serán misioneros                                 (Domingo, 19/1/20)

En la Infancia Misionera todos los niños del mundo forman una gran red social de amigos. Pero esta red social no es virtual, sino real. No se conecta a través de internet, sino en Jesús y por medio de Jesús. Él, su mensaje, su ejemplo de vida, hace posible que los niños que lo conocen traten de imitarlo, abran los ojos a las injusticias que viven sus hermanos de países lejanos y pongan manos a la obra, con pequeñas privaciones, oraciones y esfuerzos para aliviar su situación. De tal manera que los otros niños, que no han oído hablar de ese tal Jesús, se pregunten quién es este que se identifica tanto con sus penurias, que estuvo dispuesto a morir por ellos; quién es este que anima a otros niños, que viven sin ninguna dificultad, a que les ayuden a salir del horror al que se les ha arrojado.

He aquí el “milagro” de la evangelización, la semilla que hace brotar la curiosidad por Jesús, aquel al que no es necesario preguntar si te deja ser su amigo, porque acoge a todos por igual. Y no solo eso, sino que quiere que todos se impliquen en el propósito de hacer un mundo más acorde con el que Dios había deseado para la humanidad. Ese es el sentido universalista de la actividad misionera, el que busca en los demás la propia salvación.

Gracias a la Infancia Misionera, los niños, como dijo San Juan Pablo II con ocasión del 160 aniversario de la Obra, quedan “convencidos de que quien encuentra a Jesús y acepta su Evangelio se enriquece con numerosos valores espirituales: la vida divina de la gracia, el amor que hermana, la entrega a los demás, el perdón dado y recibido, la disponibilidad a acoger y ser acogidos, la esperanza que nos proyecta hacia la eternidad, y la paz como don y como tarea”.

22.- Con Jesús a Egipto ¡EN MARCHA!                                  (Domingo, 26/1/20)

Este año, la Infancia Misionera nos muestra a Jesús Niño refugiado en Egipto, viviendo en carne propia el sufrimiento y la injusticia que afligen a los más débiles. Desde el principio, Jesús conoce la oposición y la persecución, y también desde estos primeros momentos manifiesta cómo Dios opta por los pequeños y los libera (cf. CCE 530). Esta es la gran esperanza que nos mueve a quienes somos enviados a transmitir en el mundo el amor de Dios, como hacen los misioneros.

La Sagrada Familia se ve obligada a ponerse en camino, como tantos migrantes, refugiados, desplazados forzosos de nuestros días. Jesús hubo de asumir esa salida de modo físico, abandonando su cultura, lengua, tradiciones, seguridades… Junto con María y José, tuvo que huir y refugiarse en Egipto. Allí la Sagrada Familia tendrá que aprender a convivir con gente distinta, pero comprenderá, sobre todo, que Jesús ha venido a compartir la vida con todos los hombres, sin mirar raza, color, lengua, cultura o tradición.

La Infancia Misionera busca enseñar a los niños que para ser cristiano hay que aprender a convivir con personas muy diversas, que no hablan nuestra lengua, de otros países, con dificultades para integrarse en nuestros ambientes, que ni siquiera participan de nuestra fe. Convivir con ellos y compartir lo que somos, lo que tenemos, lo que vivimos, no solo les ayudará en esa integración: a nosotros nos enseñará a ser más comprensivos, a escuchar, a mirar con ojos limpios. Nos ayudará a tener un corazón más grande, más generoso y universal, ¡un corazón más católico! Así lo vivió Jesús al integrarse en la cultura egipcia, y esto contribuyó, sin duda, a que aquellos a quienes fue conociendo descubrieran el amor que Dios ya había sembrado en sus corazones. “¡En marcha!” es precisamente una llamada a ir en peregrinación a buscar a quienes no conocen al Señor y también a acoger todo lo bueno que Él ha puesto ya en ellos.

23.- La Iglesia es el sacramento de la reconciliación con Dios                     (Domingo, 2/2/20)

En este mundo la Iglesia es «la parte concreta de la humanidad» que existe para que se manifieste de manera efectiva y visible la gloria de Dios. Esta gloria pasa por ser «el espacio de la salvación» abierto por la Cruz, por medio de la cual Cristo se une a su Iglesia, es decir, a la humanidad entera, y la salva. La Iglesia no existe para sí misma sino para la redención de la humanidad, para la manifestación de la gloria de Dios.

La misión de la Iglesia nace de la Pascua. El anuncio de Cristo resucitado es a la vez el fundamento, la fuente y la misión de la Iglesia, algo que deja patente el libro de Hechos de los Apóstoles. La razón de ser de la Iglesia consiste en continuar la obra de reconciliación de Jesucristo a través de su Santa Cruz, en el Espíritu Santo. La misión de la Iglesia está llamada a ser, en su conjunto, el sacramento de la reconciliación de la humanidad con Dios. De acuerdo con la afirmación de san Ireneo: «De hecho, la gloria de Dios es el hombre viviente, y la vida del hombre consiste en la visión de Dios: si ya la revelación de Dios a través de la creación da vida a todos los seres que viven en la tierra, mucho más la manifestación del Padre por medio del Verbo es causa de vida para los que ven a Dios» (Adversus haereses IV, 20,7).

La Iglesia, cuerpo de Cristo, participa en el mismo Señor Jesús en la construcción y el crecimiento del reino de Dios. El crecimiento del reino de Dios es el crecimiento de la misma Iglesia. En Jesucristo se realiza la santificación de la humanidad y aumenta la Iglesia su cuerpo. La Constitución Lumen gentium, del Concilio Vaticano II lo deja muy claro: «El Hijo de Dios, en la naturaleza humana que tomó para sí, venció́ a la muerte con su muerte y resurrección, y así́ redimió́ al hombre y lo convirtió́ en un ser nuevo (cf Gál 6,15; 2Cor 5,17). En efecto, por la comunicación de su Espíritu a sus hermanos, reunidos de todos los pueblos, Cristo los constituye místicamente en su pueblo» (LG 7).

24.- La Iglesia es santa porque participa de la santidad de Dios                   (Domingo, 9/2/20)

La Iglesia es santa porque en Jesucristo, su esposo, ella participa de la santidad de Dios. La Iglesia encuentra en Jesucristo, su cabeza, la perfección hacia la cual progresa y se siente atraída (cf Ef 4,13). La Iglesia está íntimamente ligada a Cristo. Solo en Cristo existe realmente: «Cristo, el único mediador, estableció́ en este mundo su Iglesia santa, comunidad de fe, esperanza y amor, como un organismo visible. La mantiene así́ sin cesar para comunicar por medio de ella a todos la verdad y la gracia. Pero la sociedad dotada de órganos jerárquicos y el cuerpo místico de Cristo, el grupo visible y la comunidad espiritual, la Iglesia de la tierra y la Iglesia llena de bienes del cielo no son dos realidades distintas. Forman más bien una realidad compleja en la que están unidos el elemento divino y el humano» (LG 8). San Agustín usó la expresión sublime de «Cristo total» para indicar la relación íntima entre Cristo y la Iglesia y para expresar el esplendor y la plenitud hacia la cual tiende cada Iglesia en camino. El «Cristo total» es la unión íntima entre Cristo-cabeza y la Iglesia-cuerpo, en todo momento y en todo lugar. No hay Iglesia sin Cristo: «Todos en conjunto somos los miembros y el cuerpo de Cristo; no solo los que estamos en este recinto, sino también los que se hallan en la tierra entera; ni solo los que viven ahora, sino también desde el justo Abel hasta el fin del mundo, mientras haya hombres que engendren y sean engendrados, cualquier justo que pase por esta vida, todo el que vive ahora, es decir, no en este lugar, sino en esta vida, todo el que venga después; todos ellos forman el único cuerpo de Cristo y cada uno en particular son miembros de Cristo. Y como dijo también de él que siempre es la cabeza de todo principado y potestad (Col 2,10), esta Iglesia, peregrina ahora, se asocia a aquella otra Iglesia celeste, donde tenemos a los ángeles como ciudadanos» (San Agustín, Sermón 341,11-12).

25.- La Iglesia actualiza y anuncia el Evangelio, la comunión universal       (Domingo, 16/2/20)

Después de Pentecostés, el Señor Jesucristo ya es totalmente inseparable de la Iglesia, aunque la trasciende y le debe todo lo que es. No hay Iglesia sin Cristo resucitado. La noción del «Cristo total» de san Agustín ilumina de manera admirable la comunión entre Cristo y la Iglesia y también entre todos los miembros de la Iglesia y Cristo, tanto personal como comunitariamente. La Iglesia es una en Jesucristo. El «Cristo total» es la cabeza, el Cristo, y el cuerpo es la Iglesia.

La Cruz, la Resurrección y Pentecostés son momentos decisivos de la comunión eclesial con la Santísima Trinidad. Estos momentos son distintos, pero no separados. La unidad lingüística que en un tiempo fue quebrada por Babel se reconstruye en Pentecostés a través del don del Espíritu Santo. A la confusión de las lenguas y a la separación de la humanidad que simboliza Babel, tal como nos recuerda el capítulo 11 del Génesis, responde la reunificación de la humanidad en la inteligencia del testimonio apostólico y en la eficacia reconciliadora del Espíritu. En Babel hay un solo lenguaje, un símbolo de unidad vivido y roto por la orgullosa pretensión humana; en Pentecostés, la multitud de lenguas, símbolo de las barreras levantadas entre los pueblos, se unificaron en el entendimiento común de la Palabra apostólica. Tal es la obra del Espíritu de los «últimos días». El fuego de este único Espíritu, que se adueña de cada uno tomado en su singularidad, abraza a la multitud para volver a unirla en una sola unidad. La comunidad que nace de Pentecostés se reúne con Dios a través del poder del Espíritu Santo. En Pentecostés, «la orgullosa pretensión humana» cede el puesto a la comunión; la diversidad humana está encerrada por la unidad en la multitud. Gracias a la presencia activa del Espíritu Santo, la Iglesia actualiza y anuncia el Evangelio. La Iglesia no ejerce este ministerio de comunión para adquirir méritos propios. La Iglesia que predica lo hace con el compromiso de la cualidad de su apego a Cristo. La Iglesia reconciliada evangeliza y participa, en el tiempo y en el espacio, en la construcción del reino de Dios, del cual ella misma forma parte plenamente aquí y ahora.

26.- La Doctrina Social forma parte de la misión evangelizadora de la Iglesia (Domingo, 23/2/20)

El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia deja claro que «la Iglesia, con su enseñanza social, quiere anunciar y actualizar el Evangelio en la compleja red de las relaciones sociales. No se trata simplemente de alcanzar al hombre en la sociedad –el hombre como destinatario del anuncio evangélico–, sino de fecundar y fermentar la sociedad misma con el Evangelio. Cuidar del hombre significa, por tanto, para la Iglesia, velar también por la sociedad en su solicitud misionera y salvífica. La convivencia social a menudo determina la calidad de vida y por ello las condiciones en las que cada hombre y cada mujer se comprenden a sí mismos y deciden acerca de sí mismos y de su propia vocación. Por esta razón, la Iglesia no es indiferente a todo lo que en la sociedad se decide, se produce y se vive, a la calidad moral, es decir, auténticamente humana y humanizadora, de la vida social. La sociedad y con ella la política, la economía, el trabajo, el derecho, la cultura no constituyen un ámbito meramente secular y mundano, y por ello marginal y extraño al mensaje y a la economía de la salvación. La sociedad, en efecto, con todo lo que en ella se realiza, atañe al hombre. Es esa la sociedad de los hombres, que son “el camino primero y fundamental de la Iglesia”» (n. 62).

Los valores y la capacidad de orientación hacia el bien común, que desde siempre han sido la expresión y la fuerza de la Doctrina Social, hoy más que nunca requieren una aplicación concreta y una declinación en referencia a los temas de gran importancia y gravedad de la actualidad. La profunda crisis que enfrenta un gran segmento de la población mundial actualmente requiere desplegar urgentemente este gran recurso, capaz de «un conocimiento iluminado por la fe, y en diálogo cordial con todos los saberes» (n.11).

27.- Día de Hispanoamérica: “Para que en Él tengan vida”               (Domingo, 1/3/20)

En este primer domingo de Cuaresma tiene lugar el Día de Hispanoamérica. El lema de este año para esta Jornada es «Para que en Él tengan vida», en referencia al título del Documento de Aparecida. Como escucharemos en la lectura del evangelio del primer domingo de Cuaresma, la vida está siempre amenazada por múltiples tentaciones que pretenden alejarnos de Dios, quien es la vida verdadera. Por eso en este domingo pedimos por toda la Iglesia y especialmente por la Iglesia en América Latina, para que los cristianos vivamos siempre con la conciencia misionera de que la vida que Dios nos regala es un don precioso que debemos compartir con todos nuestros hermanos, como hacen los misioneros y misioneras que están en América Latina.

Este Día de Hispanoamérica rinde un merecido homenaje a los misioneros y misioneras en América Latina, para que su labor de dar vida no quede relegada al olvido. También es ocasión propicia para reflexionar, como bautizados y como comunidades cristianas, sobre la vitalidad de nuestra comunión con Dios y con los demás, sobre las tentaciones actuales que pretenden alejarnos de la fuente de la vida, sobre las posibilidades que tenemos de compartir con los demás la sobreabundancia de la vida de Dios, de acompañar la vida de nuestros hermanos más cercanos…, así como a cooperar con su misión.

La palabra de Jesús en el evangelio de las tentaciones y el testimonio de los misioneros y misioneras en América Latina son una invitación a confiar en la fuerza de la gracia. El sufrimiento, la injusticia, las desigualdades injustas, las rivalidades… no tienen la última palabra. Nos golpean y hacen sufrir porque somos débiles pero en Cristo podemos vencerlas, tener la Vida en abundancia a la que Dios nos ha destinado y compartirla con nuestros hermanos.

28.- La misión debe generar nuevos modelos de progreso económico        (Domingo, 8/3/20)

«La economía -nos dice el papa Francisco en Evangelii gaudium-, como la misma palabra indica, debería ser el arte de alcanzar una adecuada administración de la casa común, que es el mundo entero. Todo acto económico de envergadura realizado en una parte del planeta repercute en el todo; por ello ningún gobierno puede actuar al margen de una responsabilidad común. De hecho, cada vez se vuelve más difícil encontrar soluciones locales para las enormes contradicciones globales, por lo cual la política local se satura de problemas a resolver. Si realmente queremos alcanzar una sana economía mundial, hace falta en estos momentos de la historia un modo más eficiente de interacción que, dejando a salvo la soberanía de las naciones, asegure el bienestar económico de todos los países y no solo de unos pocos» (n.206).

El papa Francisco más de una vez ha recordado la urgente necesidad de: «generar nuevos modelos de progreso económico más directamente orientados al bien común, a la inclusión, al desarrollo integral, al aumento de trabajo y a la inversión en los recursos humanos» (Discurso a la Fundación Centesimus Annus Pro Pontifice, 13-5-2016).

Los desafíos requeridos a los católicos laicos involucrados en el mundo de la economía para generar nuevos modelos de progreso económico son múltiples:

  • Promover una concepción de la empresa al servicio del bien común, evitando la lógica unilateral de la maximización del beneficio.
  • Fomentar formas mixtas de negocios, es decir, intermediar entre organizaciones con fines de lucro y sin ánimo de lucro, a menudo más adecuadas para llevar a cabo ciertas actividades de producción.
  • Desarrollar una nueva generación de empresarios atentos a los temas de la sostenibilidad y del bien común, en respuesta al gran desafío global, que es el del empleo.
  • Promover las soluciones de conciliación entre la empresa, el trabajo y la vida familiar, también para apoyar la tasa de natalidad en aquellos contextos caracterizados por la crisis demográfica.
  • Fomentar la colaboración, para la creación de asociaciones, entre empresarios cristianos del Norte y Sur del mundo, para que la solidaridad asuma también el rostro del intercambio de conocimientos, de la transferencia de tecnología, del soporte en los accesos a los mercados, de la creación de cadenas de producción respetuosas del hombre y del medio ambiente.

29.- La misión requiere dedicar más atención a los pobres y excluidos       (Domingo, 15/3/20)

Actualmente es justo y necesario repensar un paradigma de crecimiento basado en la idea de que el mercado siempre se autorregula, que el individualismo exagerado es una necesidad para el progreso y que el desarrollo de los países emergentes y no emergentes solo puede tener lugar adoptando ese paradigma. La Doctrina Social, desde este punto de vista, está llena de indicaciones concretas: se necesita un modelo de desarrollo basado en la mejora de la persona y en la mejora de las relaciones interpersonales de solidaridad.

Sobre todo, se necesita más atención para los pobres y los excluidos: «Cualquier comunidad de la Iglesia -nos dice el papa Francisco en Evangelii gaudium-, en la medida en que pretenda subsistir tranquila sin ocuparse creativamente y cooperar con eficiencia para que los pobres vivan con dignidad y para incluir a todos, también correrá́ el riesgo de la disolución, aunque hable de temas sociales o critique a los gobiernos. Fácilmente terminará sumida en la mundanidad espiritual, disimulada con prácticas religiosas, con reuniones infecundas o con discursos vacíos» (n.207). Si en el futuro queremos evitar nuevas y más dramáticas crisis, entonces será́ necesario encauzar los sistemas económicos nacionales e internacionales hacia un desarrollo real, sólido y sostenible en el tiempo, abandonando el consumo ilimitado de las ultimas décadas y centrándose en cambio en las inversiones y el empleo.

La crisis, derivada del cambio irreversible que ha tenido lugar en las ultimas décadas en las relaciones entre los países ricos y el resto del mundo, actualmente requiere un profundo replanteamiento de las relaciones económicas internacionales y el redescubrimiento de la solidaridad dinámica que, además de la distribución de los recursos existentes, también se preocupa por la producción y se refiere a las relaciones Norte-Sur y Este-Oeste.

Esta forma de compartir se expresa a través de los distintos componentes del desarrollo:

  • el desarrollo económico promovido por las instituciones, por la sociedad y por las empresas, formado por empresarios y trabajadores;
  • el desarrollo intergeneracional, que se basa en sistemas sostenibles de seguridad social y que conduce a la mejora de la familia basada en el matrimonio entre un hombre y una mujer;
  • y el desarrollo social, que promueve la cohesión de la sociedad y los territorios.

30.- Urge construir una política del bien común                   (Domingo, 22/3/20)

El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia nos dice que «el bienestar económico de un país no se mide exclusivamente por la cantidad de bienes producidos, sino también teniendo en cuenta el modo en que son producidos y el grado de equidad en la distribución de la renta, que debería permitir a todos disponer de lo necesario para el desarrollo y el perfeccionamiento de la propia persona. Una justa distribución del rédito debe establecerse no solo según los criterios de justicia conmutativa, sino también según los criterios de justicia social, es decir, considerando, además del valor objetivo de las prestaciones laborales, la dignidad humana de los sujetos que las realizan. Un bienestar económico auténtico se alcanza también por medio de adecuadas políticas sociales de redistribución de la renta que, teniendo en cuenta las condiciones generales, consideren oportunamente los méritos y las necesidades de todos los ciudadanos» (n.303).

Hoy es urgente alentar y adoptar una visión a largo plazo, que sepa prescindir del egoísmo particularista y que, en cambio, pueda construir una política del bien común. «El principio del destino universal de los bienes -nos dice el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia- invita a cultivar una visión de la economía inspirada en valores morales que permitan tener siempre presente el origen y la finalidad de tales bienes, para así́ realizar un mundo justo y solidario, en el que la creación de la riqueza pueda asumir una función positiva» (n.174). En este sentido, la subsidiariedad, como una mejora de la persona y su autonomía y responsabilidad en la consecución de los objetivos del bien común, sigue siendo el principio cardinal de una democracia que quiere implementar una distribución equilibrada de funciones entre los ámbitos institucionales, sociales y económicos de mercado.

«El principio de subsidiariedad -nos dice el papa Benedicto XVI en la Caritas in veritate- debe mantenerse íntimamente unido al principio de la solidaridad y viceversa, porque así́ como la subsidiariedad sin la solidaridad desemboca en el particularismo social, también es cierto que la solidaridad sin la subsidiariedad acabaría en el asistencialismo que humilla al necesitado» (n.58). De ello se deduce que solo mediante la interdependencia entre las instituciones, la sociedad y el mercado, dentro del paradigma de la subsidiariedad y la solidaridad, el desarrollo puede surgir en el pleno sentido del término.

31.- La misión urge al diálogo interreligioso                         (Domingo, 29/3/20)

En su carta encíclica Redemptoris missio, san Juan Pablo II afirmó claramente que «el diálogo interreligioso forma parte de la misión evangelizadora de la Iglesia. Entendido como método y medio para un conocimiento y enriquecimiento recíproco, no está en contraposición con la misión ad gentes; es más, tiene vínculos especiales con ella y es una de sus expresiones.

En efecto, esta misión tiene como destinatarios a los hombres que no conocen a Cristo y su Evangelio, y que en su gran mayoría pertenecen a otras religiones. Dios llama a sí a todas las gentes en Cristo, queriendo comunicarles la plenitud de su revelación y de su amor; y no deja de hacerse presente de muchas maneras, no solo en cada individuo, sino también en los pueblos, mediante sus riquezas espirituales, cuya expresión principal y esencial son las religiones, aunque contengan “lagunas, insuficiencias y errores”. Todo ello ha sido subrayado ampliamente por el Concilio Vaticano II y por el Magisterio posterior, defendiendo siempre que la salvación viene de Cristo y que el diálogo no dispensa de la evangelización.

A la luz de la economía de la salvación, la Iglesia no ve un contraste entre el anuncio de Cristo y el diálogo interreligioso; sin embargo, siente la necesidad de compaginarlos en el ámbito de su misión ad gentes. En efecto, conviene que estos dos elementos mantengan su vinculación íntima y, al mismo tiempo, su distinción, por lo cual no deben ser confundidos, ni instrumentalizados, ni tampoco considerados equivalentes, como si fueran intercambiables» (RM 55).

La misión y el diálogo contienen respeto por el otro, fundado en la proclamación de la Buena Nueva de Jesucristo, reconociendo y promoviendo la libertad religiosa y el compromiso con el imperativo misionero.

32.- Son necesarios el Anuncio y el diálogo interreligioso                           (Domingo, 5/4/20)

Ambos, el Anuncio y el diálogo interreligioso, afirman la necesidad de no imponerse nunca al otro, así́ como también la necesidad de proponer a Cristo, la fe en Cristo y la pertenencia cristiana a su Iglesia. Hay al menos dos entidades distintas en el diálogo y la misión, así́ como una serie de tensiones positivas y fecundas. No solo existen dualidades o dialécticas, sino que existen dimensiones que actúan en direcciones diferentes y que están motivadas por diferentes elementos culturales y religiosos. Por simplicidad, practicidad y claridad a menudo es útil considerar estos elementos de dos en dos, pues son algo más que fuerzas dialécticas entre dos polos: todas las dimensiones contribuyen a definir el resultado global, cada una con su peso y su dirección. La existencia de múltiples dimensiones confirma la complejidad de la única realidad de la misión (cf RM 41).

La misión y el diálogo tienen lugar cuando se encuentra la comunidad de fe con todo lo que constituye el contexto en el que vive y trabaja la comunidad cristiana. Toda la misión cristiana se realiza en la relación entre la Iglesia y el mundo, y las personas en el mundo. Tanto el depósito de la fe recibida de la Iglesia (las Sagradas Escrituras, los sacramentos y la caridad), como las culturas, los idiomas y las situaciones en las que se comunica esa Tradición están involucrados. Toda la fe y la teología son contextuales: el horizonte sociocultural es un factor esencial para la misión. Toda la misión tiene lugar dentro de áreas específicas y todas las teologías misioneras deben estar en una relación abierta y crítica con las culturas y religiones locales.

Es únicamente a través del diálogo como los cristianos pueden entender a los demás y a las expresiones culturales y religiosas que Dios nos ofrece para amar y evangelizar. Al comprometernos a dialogar con estas realidades, podemos comprender en nuestro tiempo y en los diferentes escenarios de nuestro mundo las constantes del amor de Dios por la salvación de todos.

33.- El diálogo debe ser interreligioso e intercultural                       (Domingo, 12/4/20)

En la visión occidental del mundo, la cultura y la religión generalmente se consideran como entidades separadas: podemos reconocernos a nosotros mismos en la identidad cultural europea sin agregar ninguna referencia a la identificación de tipo religioso, por ejemplo, cristiana o musulmana.

Sin embargo, esta división relativamente clara entre la religión y la cultura en la identificación personal o social, a menudo no se encuentra en otras realidades socioculturales del mundo. En muchos pueblos, la pertenencia religiosa es constitutiva de la propia identidad étnica.

Es precisamente por causa de esta riqueza en las diferentes visiones del mundo que el diálogo propuesto por la Iglesia no debe llevarse a cabo solo a nivel interreligioso, sino también a nivel de interculturalidad.

Participar en la misión de la Iglesia necesariamente implica involucrarse en formas de diálogo. La misión como anuncio del Evangelio implica comunicación, discernimiento espiritual y conversión: esto significa tener la paciencia y la sabiduría para aprender el idioma, comprender los símbolos y las dinámicas culturales que le dan sentido e identidad a la persona con la que se quiere compartir la fe en Jesucristo.

La acción y el compromiso por la justicia y la paz, por los pobres y los marginados, y por la integridad de la creación, requieren necesariamente comprender el contexto existencial de las personas, las formas culturales, sociales y religiosas con las que se convive, de donde han sido forjadas o bien limitadas y oprimidas.

La proclamación del Evangelio en el diálogo puede requerir formas de testimonio y liberación que unen a cristianos y a fieles de otras religiones.

34.- Cuatro formas de diálogo     (Domingo, 19/4/20)

Hay un texto muy importante e influyente que lleva por título: Diálogo y anuncio. Es un documento conjunto, producido en 1991 por el Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso y por la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, que afirma los elementos significativos del diálogo, especialmente el diálogo interreligioso y los de la misión evangelizadora de la Iglesia, y al mismo tiempo la relación mutua que los une. Este documento se refiere a cuatro formas de diálogo (cf Diálogo y anuncio, 42), las cuales pueden considerarse dimensiones complementarias e interactivas:

  • El diálogo de la vida, donde las personas luchan por vivir en un espíritu de apertura y buena vecindad, compartiendo las alegrías y las tristezas, los problemas y los desafíos de la vida humana para una mejor comprensión y respeto mutuos;
  • El diálogo de la acción, en el que los cristianos y los demás creyentes colaboran para el desarrollo integral, la libertad religiosa y la liberación del prójimo;
  • El diálogo del intercambio teológico, donde los expertos tratan de profundizar la comprensión de sus respectivas herencias religiosas, sus Sagradas Escrituras y tradiciones para apreciar los valores espirituales de los demás;
  • El diálogo de la experiencia religiosa y la oración, en el que las personas arraigadas en sus propias tradiciones religiosas comparten sus riquezas espirituales, en relación con la oración y la contemplación, con la fe y los caminos místicos de la búsqueda de Dios o del Absoluto.

El papa Francisco enfatiza que la dimensión primaria del diálogo, esencial para la misión cristiana, es el diálogo con Dios (cf Gaudete et exsultate, 29 y 169). Nuestro encuentro fundamental y vivificante con el Absoluto nos transforma. Para nosotros, los cristianos, consiste en el encuentro con el Señor Jesús, muerto y resucitado, Dios del amor y de la santidad. Es a través de este encuentro que nuestra participación interior con Dios en Cristo, vivida como espiritualidad, se revela como una verdadera llamada a la santidad a través de la misión y el diálogo. «No imponemos nada, no usamos ninguna estrategia engañosa para atraer a los fieles, sino que testimoniamos con alegría, con sencillez, lo que creemos y lo que somos» (Discurso a los participantes en el Plenario del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso, 28 de noviembre de 2013).

35.- El diálogo interreligioso e intercultural es tarea de todos         (Domingo, 26/4/20)

El diálogo intercultural e interreligioso no está reservado a los especialistas, sino que representa el compromiso de toda la Iglesia. «Todas las Iglesias locales y todos sus miembros –liderados por el Papa y sus obispos– están llamados al diálogo» (Diálogo y anuncio, 43). Los miembros de la Iglesia ejercen diferentes formas de diálogo –de la vida, de la acción, del intercambio teológico, de la experiencia religiosa– de acuerdo con su experiencia, su responsabilidad en la Iglesia y su estado de vida.

El objetivo del diálogo intercultural e interreligioso en la misión de la Iglesia no es necesariamente la conversión al cristianismo, sino la conversión de las personas a una mejor comprensión mutua, a un conocimiento honesto y al respeto mutuo, al servicio de la paz, de la armonía, de la justicia, de la reconciliación y de la promoción de la libertad religiosa. No obstante, los miembros de otras religiones pueden decidir libremente convertirse y abrazar la fe cristiana entrando en la Iglesia cuando son movidos por el Espíritu Santo y su conciencia les pide que lo hagan. La confianza y la apertura mutuas, basadas en la libertad religiosa, son la base del compromiso con un diálogo auténtico y fructífero.

San Juan Pablo II nos dice en Redemptoris missio que «“aunque la Iglesia reconoce con gusto cuanto hay de verdadero y de santo en las tradiciones religiosas del budismo, del hinduismo y del islam –reflejos de aquella verdad que ilumina a todos los hombres–, sigue en pie su deber y su determinación de proclamar sin titubeos a Jesucristo, que es ‘el camino, la verdad y la vida’… El hecho de que los seguidores de otras religiones puedan recibir la gracia de Dios y ser salvados por Cristo independientemente de los medios ordinarios que Él ha establecido, no quita la llamada a la fe y al bautismo que Dios quiere para todos los pueblos”. En efecto, Cristo mismo, “al inculcar con palabras explícitas la necesidad de la fe y el bautismo… confirmó al mismo tiempo la necesidad de la Iglesia, en la que los hombres entran por el bautismo como por una puerta”. El diálogo debe ser conducido y llevado a término con la convicción de que la Iglesia es el camino ordinario de salvación y que solo ella posee la plenitud de los medios de salvación» (n.55).

36.- «Jesús vive y te quiere vivo»  (Vocaciones Nativas)       (Domingo, 3/5/20)

Hoy celebramos la Jornada de Oración por las Vocaciones, organizada por la Conferencia Episcopal, y, unida a ella, la de Vocaciones Nativas, propia de las Obras Misionales Pontificias. Este año, todo va a ser un poco especial. La gran crisis del coronavirus nos está haciendo replantearnos muchas cosas y tiempos, y entre las dificultades que vamos a tener es su celebración.

Si todos los años esta jornada, tan importante y bonita, es complicada de sacarla adelante…Este año, en el que no sabemos cuándo acabará realmente el confinamiento y la situación en la que las personas y familias van a quedar, vamos a tener que hacer un esfuerzo mayor por vivir este Domingo del Buen Pastor.

El lema ‘Jesús vive y te quiere vivo’ es el mejor resumen de lo que el Santo Padre desea transmitir a los jóvenes. Cristo no es un personaje del pasado, no es un ser lejano en el tiempo y en el espacio: es real, actual, interpelante, ¡está vivo! El Papa quiere dejar claras tres verdades fundamentales para los creyentes de hoy:

– Dios te ama, a ti, en concreto, tal como eres, con tus limitaciones y proyectos.

– Cristo, movido por ese amor, entregó su vida por ti, para salvarte, para darte vida.

– Jesús está vivo; por eso está presente en tu vida, en cada momento.

Es una interpelación al corazón de los jóvenes a que vivan cerca del Señor y sientan su presencia en sus vidas y quehaceres.

La vocación es esa llamada concreta y “por su nombre” que cada uno recibe para seguir transmitiendo la vida de Cristo a los demás. Nuestra oración es necesaria para sostener la entrega de los llamados a una especial consagración –como sacerdotes, religiosos, religiosas o en institutos seculares– y pedir a Dios nuevas vocaciones.

Y, en este clima vocacional y de plegaria, debemos hacer sitio en nuestro corazón a las vocaciones locales de los territorios de misión, para orar también por ellas y ayudarlas en las dificultades económicas que obstaculizan su camino de formación. No dejemos que se pierda ninguna de estas vocaciones por falta de unos medios que nosotros podemos ofrecerles.

Ojalá dé frutos aquí, con jóvenes vocaciones a la vida consagrada, misionera y sacerdotal, y en los territorios de misión, donde las vocaciones son muchas pero la posibilidad de darles una formación y una vida espiritual profunda y adecuada va a depender de la ayuda que nosotros podamos aportar desde aquí.

37.- La Iglesia es el sacramento de la comunión universal                           (Domingo, 10/5/20)

La Iglesia de Dios, misterio de comunión, está dirigida a la vocación universal a la salvación. Por supuesto, se expresa de mil maneras diferentes en sus miembros individuales, pero no se cierra en su individualidad. El horizonte de la Iglesia es el horizonte de Dios, Señor de la comunión en su Hijo Jesucristo por medio del Espíritu.

La Iglesia, pueblo de Dios en comunión, nació de la destrucción de todo odio y de todas las barreras, fuentes de división. Está anclada en el ya y el todavía no del «cumplimiento» y de la perfección de comunión de la humanidad en Dios. De ser signo de esa unión ya comenzada e instrumento que la hace universal, que recapitula en Cristo todo lo creado.

La Iglesia unión, o mejor aún, la Iglesia comunión, históricamente hunde sus raíces en la historia de Israel. De por sí, la Iglesia encuentra sus orígenes en Dios «antes de la creación del mundo» (Ef 1,4). Ella no puede ni debe separarse de su fuente. Todo lo que no contribuye a la comunión eclesial es contrario a la naturaleza de la Iglesia. Así leemos en la constitución dogmática sobre la Iglesia: «Todos los hombres están invitados al pueblo de Dios. Por eso este pueblo, uno y único, ha de extenderse por todo el mundo a través de todos los siglos, para que así se cumpla el designio de Dios, que en el principio creó una única naturaleza humana y decidió́ reunir a sus hijos dispersos (cf Jn 11,52)» (Lumen gentium, 13).

Cristo es el artífice de la «recapitulación» total y universal en la cual, y a través de la cual, tiene lugar la «reconciliación» por medio del que es el único mediador entre Dios y los hombres, en la creación y en la redención.

38.- La Iglesia se siente obligada con todos a anunciar la Palabra               (Domingo, 17/5/20)

En la Exhortación Apostólica Verbum Domini de Benedicto XVI se acentúa cómo «al exhortar a todos los fieles al anuncio de la Palabra divina, los Padres sinodales han reiterado también la necesidad en nuestro tiempo de un compromiso decidido en la missio ad gentes. La Iglesia no puede limitarse en modo alguno a una pastoral de “mantenimiento” para los que ya conocen el Evangelio de Cristo. El impulso misionero es una señal clara de la madurez de una comunidad eclesial. Además, los Padres han manifestado su firme convicción de que la Palabra de Dios es la verdad salvadora que todo hombre necesita en cualquier época. Por eso, el anuncio debe ser explícito. La Iglesia ha de ir hacia todos con la fuerza del Espíritu (cf 1Cor 2,5), y seguir defendiendo proféticamente el derecho y la libertad de las personas de escuchar la Palabra de Dios, buscando los medios más eficaces para proclamarla, incluso con riesgo de sufrir persecución. La Iglesia se siente obligada con todos a anunciar la Palabra que salva (cf Rom 1,14)» (n. 95).

En el Antiguo Testamento, la Palabra prepara el evento de la Palabra que se hace carne. La carta a los Hebreos comienza precisamente subrayando este dinamismo extremo de la Palabra: “En muchas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a los padres por los profetas. En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha realizado los siglos” (Hb 1,1-2). La Palabra nos convoca y nos reúne como pueblo sacerdotal de Dios, uniéndonos interiormente, liberando nuestra identidad y devolviéndonos la conciencia de la fraternidad universal bajo la mirada de un solo Padre. Es la Palabra que está en el origen de cada relación, como nos dice la Constitución Conciliar Dei Verbum: «[Dios] movido de amor, habla a los hombres como amigos (cf Éx 33,11; Jn 15,14-15), trata con ellos (cf Bar 3,38), para invitarlos y recibirlos en su compañía» (n.2).

39.- La fe es la sustancia de la esperanza en la vida eterna                          (Domingo, 24/5/20)

Proclamar el Evangelio en cualquier circunstancia no significa tener coraje, sino tener fe; significa creer que la proclamación franca y constante de la Palabra que salva, sin retroceder frente a las dificultades y fracasos, corresponde a las necesidades más profundas y a las preocupaciones más universales del corazón humano. Muchas veces, la Iglesia, en su liturgia, repite la advertencia de no cansarse en este itinerario de fe. La Palabra de Dios crece y se propaga a través de las persecuciones, en las diásporas, en los rechazos y también en las acogidas inesperadas (cf Is 55,10-11). La fe es la certeza y la convicción de que el Evangelio de Jesús es, para el hombre de todos los tiempos, la Verdad que da la vida e indica el camino para su vida de comunión eterna con Dios (cf Jn 14,6).

La Exhortación Apostólica Verbum Domini, del pp. Benedicto XVI nos dice cómo «los primeros cristianos han considerado el anuncio misionero como una necesidad proveniente de la naturaleza misma de la fe: el Dios en que creían era el Dios de todos, el Dios uno y verdadero que se había manifestado en la historia de Israel y, de manera definitiva, en su Hijo, dando así́ la respuesta que todos los hombres esperan en lo más íntimo de su corazón. Las primeras comunidades cristianas sentían que su fe no pertenecía a una costumbre cultural particular, que es diferente en cada pueblo, sino al ámbito de la verdad que concierne por igual a todos los hombres. […] En efecto, la novedad del anuncio cristiano es la posibilidad de decir a todos los pueblos: “Él se ha revelado. Él personalmente. Y ahora está abierto el camino hacia Él. La novedad del anuncio cristiano no consiste en un pensamiento sino en un hecho: Él se ha revelado”» (n.92).

Creer en Jesucristo no es una opinión religiosa, o una opción ideológica: es una opción de vida frente a la revelación de la Verdad. La paradoja cristiana de la Cruz de Jesús revela el significado del sufrimiento, inevitable, de la condición humana, abriéndolo a su dimensión más profunda y a la posibilidad de una total entrega de la vida. La fe transmitida (Palabra de Dios y Bautismo) es siempre la fe de la Iglesia y en la Iglesia, que da la vida de Dios a través de Cristo y el Espíritu (Verbo encarnado y Eucaristía). La fe es la sustancia de la esperanza en la vida eterna (cf Spe salvi, 2-9).

40.- La misión es compartir con Cristo la propia obra de la evangelización (Domingo, 31/5/20)

El papa Benedicto XVI, en la Exhortación Apostólica Sacramentum caritatis nos dice cómo «la fe de la Iglesia es esencialmente fe eucarística y se alimenta de modo particular en la mesa de la Eucaristía. La fe y los sacramentos son dos aspectos complementarios de la vida eclesial. La fe que suscita el anuncio de la Palabra de Dios se alimenta y crece en el encuentro de gracia con el Señor resucitado que se produce en los sacramentos. […] El sacramento del altar está siempre en el centro de la vida eclesial; “gracias a la Eucaristía, la Iglesia renace siempre de nuevo”. Cuanto más viva es la fe eucarística en el pueblo de Dios, tanto más profunda es su participación en la vida eclesial a través de la adhesión consciente a la misión que Cristo ha confiado a sus discípulos. La historia misma de la Iglesia es testigo de ello. Toda gran reforma está vinculada de algún modo al redescubrimiento de la fe en la presencia eucarística del Señor en medio de su pueblo» (n.6).

La dinámica de la fe es fascinante: desde el encuentro con Cristo hasta la misión de anunciar a Cristo. Es la alegría de hacer que Cristo sea conocido y amado. La misión es compartir con Cristo su propia obra de evangelización: «Como el Padre me ha enviado, así́ también os envío yo» (Jn 20,21).

Los sacramentos, especialmente el Bautismo y la Eucaristía, son signos efectivos y visibles que realmente comunican la vida de Dios en Cristo y nos involucran en el torbellino de su misión, la pasión por la vida y la salvación de cada hombre. Orar la Palabra de Dios revela el encuentro con este amor y es una experiencia de la presencia del Señor Jesús que mora en nosotros junto con el Padre, en el Espíritu.

41.- La Lectio divina conduce a la misión   (Domingo, 7/6/20)

La Lectio divina se presenta como un camino gradual de conocimiento e interiorización que conduce a la transformación y plenitud de la misión. La lectura orante de las Escrituras, que es la Palabra viva, nos introduce en la conciencia de una Presencia, que absorbe el tiempo humano y lo involucra en lo divino. La meditación sigue al estudio atento: así la Palabra se hace experiencia y el paso sucesivo de la oración aparece espontáneamente como un diálogo personal con Dios, como una forma experiencial de conocimiento y amor, hasta la contemplación que expande el corazón en la caridad. La lectura orante de la Palabra está impregnada de la dimensión sacramental del Advenimiento cristiano porque el que habla, se comunica en la carne y en la sangre, comunica la gracia divina y la nueva vida en el agua y el Espíritu. La Palabra de Dios se encuentra, en la historia de hoy, con la carne resucitada del Señor Jesús en los sacramentos de la Iglesia y en el testimonio de fe, esperanza y caridad de los fieles bautizados.

La Exhortación apostólica Verbum Domini, del papa Benedicto XVI, nos dice que «el Verbo de Dios nos ha comunicado la vida divina que transfigura la faz de la tierra, haciendo nuevas todas las cosas (cf Ap 21,5). Su Palabra no solo nos concierne como destinatarios de la revelación divina, sino también como sus anunciadores. Él, el enviado del Padre para cumplir su voluntad (cf Jn 5,36-38; 6,38-40; 7,16-18), nos atrae hacia sí y nos hace partícipes de su vida y misión. El Espíritu del Resucitado capacita así́ nuestra vida para el anuncio eficaz de la Palabra en todo el mundo. […] Por eso la Iglesia es misionera en su esencia. No podemos guardar para nosotros las palabras de vida eterna que hemos recibido en el encuentro con Jesucristo: son para todos, para cada hombre. Toda persona de nuestro tiempo, lo sepa o no, necesita este anuncio. […] Nos corresponde a nosotros la responsabilidad de transmitir lo que, a su vez, hemos recibido por gracia» (n.91).

42.- El cristiano sabe que por el Bautismo Jesús ha entrado en su vida      (Domingo, 14/6/20)

La misión de Cristo no conoce límites y llega al mundo (cf Mt 28,19). En vista del encuentro con Cristo por el Bautismo, el cristiano sabe que Jesús ha entrado en su propia vida, realmente lo transforma (conversión) enviándolo. Gracias al Bautismo, la Palabra proclamada y recibida por la fe, nos involucra en el flujo de la revelación de Dios. La vida cristiana es un proceso en progreso, bajo la acción del Espíritu Santo, es un reflejo de Cristo, ante el Padre y ante los hermanos. Es una «vida nueva», una participación bautismal en la Pascua del Señor (cf Rom 6), porque vivimos «según el Espíritu» (Gál 5,25). Es una verdadera victoria sobre el pecado, un proceso de constante conversión en la dura lucha contra el pecado.

Gracias al Bautismo, la fe de la Iglesia, libremente aceptada, genera nuevos hijos de Dios, nuevos hermanos y hermanas en la familia de Dios. La pila bautismal genera porque la Iglesia es verdadera madre fértil de la Palabra que salva y por el Espíritu que la hace vivir. La Eucaristía hace que la carne y la sangre de los bautizados sea capaz de generar por su participación en la Pascua de Jesús. La comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo les hace partícipes de la fuerza unificadora del Padre (el Espíritu Santo) que une a Cristo con su Iglesia. Esta unidad sacramental hace de la Iglesia esposa la verdadera madre de una multitud de creyentes. Desde los primeros tiempos, los cristianos se han sentido implicados en esta realidad misionera de la maternidad de la Iglesia: Jesús se atrevió́ a comparar a sus apóstoles con una madre que sufre de parto, pero llena de alegría por haber dado la vida (cf Jn 16,21-22). Así, san Pablo, recordando que Jesús mismo «nació́ de una mujer», dijo: «Hijos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo se forme en vosotros» (Gál 4,19).

43.- La misión es anunciar que Dios es Padre                       (Domingo, 21/6/20)

El papa Francisco, en la Audiencia general de enero de 2014 dejó muy claro que «el Bautismo es el sacramento en el cual se funda nuestra fe misma, que nos injerta como miembros vivos en Cristo y en su Iglesia. Junto a la Eucaristía y la Confirmación forma la así́ llamada “Iniciación cristiana”, la cual constituye como un único y gran acontecimiento sacramental que nos configura al Señor y hace de nosotros un signo vivo de su presencia y de su amor. […] Que el Bautismo es un acto que toca en profundidad nuestra existencia. No es lo mismo un niño bautizado o un niño no bautizado. No es lo mismo una persona bautizada o una persona no bautizada. Nosotros, con el Bautismo, somos inmersos en esa fuente inagotable de vida que es la muerte de Jesús, el más grande acto de amor de toda la historia; y gracias a este amor podemos vivir una vida nueva, no ya en poder del mal, del pecado y de la muerte, sino en la comunión con Dios y con los hermanos».

Todo bautizado dice, con Cristo y en Cristo, “Padre nuestro”, porque desde entonces cada uno de nosotros ya forma parte de la única familia humana, la Iglesia. El Bautismo nos hace hijos, miembros del pueblo de Dios, discípulos misioneros (cf Eg 120), revelándonos la paternidad de Dios. La misión es la forma de la nueva vida en Cristo como la entrega gratuita de sí mismos a Dios en la vocación especifica de cada uno. El Bautismo hace al cristiano capaz de la entrega total de sí mismo habilitando su corazón y su carne para el Sacrificio Eucarístico. El don total de Dios en el cuerpo y la sangre de Jesús nos hace entrar y nos envuelve en su movimiento eterno de amor: es una verdadera comunicación corporal, una participación real de acuerdo con la dinámica del Espíritu Santo. La Eucaristía manifiesta a toda la creación, gracias a la libertad del hombre, el verdadero significado de la misión: la salvación de todos comunicando la vida de Dios con el fin de que todos tengan vida (cf Jn 6 y 10).

44.- En la Eucaristía se revela el Designio eterno de amor               (Domingo, 28/6/20)

El papa Benedicto XVI dice en la Exhortación Apostólica Sacramentum caritatis cómo «en la Eucaristía se revela el designio de amor que guía toda la historia de la salvación. En ella, el Dios Trinitario, que en sí mismo es amor, se une plenamente a nuestra condición humana. En el pan y en el vino, bajo cuya apariencia Cristo se nos entrega en la cena pascual, nos llega toda la vida divina y se comparte con nosotros en la forma del sacramento. Dios es comunión perfecta de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Ya en la creación, el hombre fue llamado a compartir en cierta medida el aliento vital de Dios. Pero es en Cristo muerto y resucitado, y en la efusión del Espíritu Santo que se nos da sin medida, donde nos convertimos en verdaderos partícipes de la intimidad divina» (n.8).

Y sigue diciéndonos que «la misión para la que Jesús vino a nosotros llega a su cumplimiento en el misterio pascual. Desde lo alto de la cruz, donde atrae todo hacia sí, dice todo está cumplido. En el misterio de su obediencia hasta la muerte, se ha cumplido la nueva y eterna alianza. La libertad de Dios y la libertad del hombre se han encontrado definitivamente en su carne crucificada, en un pacto indisoluble y eterno. También el pecado del hombre ha sido expiado una vez por todas por el Hijo de Dios. […] “En su muerte en la cruz se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es el amor en su forma más radical”» (n.9).

Como pan de vida, la Eucaristía establece la ofrenda sacrificial de uno mismo como una medida de la verdadera caridad y el testimonio del discípulo misionero. El cristiano no da su vida al lado de la de su Maestro, sino que, ofreciéndose a sí mismo en el Bautismo, se entrega en el único acto oblativo de Jesús. La Eucaristía revela el verdadero significado de la carne y la sangre de nuestra humanidad. Recibimos un cuerpo de carne y sangre porque al hacer la voluntad de Aquel que nos creó, pudimos darnos y dar fruto.