Colaboración semanal durante el curso 2024-2025 en clave misionera de Don Antonio Evans Martos, Delegado episcopal de misiones en Córdoba. España.
VÍDEOS DE MISIÓN AD GENTES 24-25-
1.- «ID E INVITAD A TODOS AL BANQUETE» (cf. Mt 22,9) (1-09-24).
Para la Jornada Mundial de las Misiones de este año he elegido el tema de la parábola evangélica del banquete nupcial (cf. Mt 22,1-14). Después de que los invitados rechazaron la invitación, el rey, protagonista del relato, dice a sus siervos: «Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren» (v. 9).
Reflexionando sobre esta palabra clave, en el contexto de la parábola y de la vida de Jesús, podemos destacar algunos aspectos importantes de la evangelización, los cuales resultan particularmente actuales para todos nosotros, discípulos-misioneros de Cristo, en esta fase final del itinerario sinodal que, de acuerdo con el lema “Comunión, participación, misión”, deberá relanzar a la Iglesia hacia su compromiso prioritario, es decir, el anuncio del Evangelio en el mundo contemporáneo.
La misión es un incansable ir hacia toda la humanidad para invitarla al encuentro y a la comunión con Dios. La Iglesia seguirá yendo más allá de toda frontera, seguirá saliendo una y otra vez sin cansarse ni desanimarse ante las dificultades y los obstáculos, para cumplir fielmente la misión recibida del Señor.
Aprovecho la ocasión para agradecer a los misioneros y misioneras que, respondiendo a la llamada de Cristo, han dejado todo para ir lejos de su patria y llevar la Buena Noticia allí donde la gente todavía no la ha recibido o la ha acogido recientemente.
Continuemos rezando y dando gracias a Dios por nuevas y numerosas vocaciones misioneras dedicadas a la obra de la evangelización hasta los confines de la tierra. Por eso continuemos rezando y dando gracias a Dios por nuevas y numerosas vocaciones misioneras dedicadas a la obra de evangelización hasta los confines de la tierra.
«Hoy el drama de la Iglesia es que Jesús sigue llamando a la puerta, pero desde el interior, ¡para que lo dejemos salir! Muchas veces se termina siendo una Iglesia […] que no deja salir al Señor, que lo tiene como “algo propio”, mientras el Señor ha venido para la misión y nos quiere misioneros».
¡Que todos nosotros, los bautizados, estemos dispuestos a salir de nuevo en misión, cada uno según la propia condición de vida, para iniciar un movimiento misionero, como en los albores del cristianismo! El ir es inseparable del invitar. Esos siervos-mensajeros transmitían la invitación del soberano con urgencia, pero también con gran respeto y amabilidad. De igual modo, la misión de llevar el Evangelio a toda criatura debe tener necesariamente el mismo estilo de Aquel a quien se anuncia. Con gozo, magnanimidad y benevolencia, fruto del Espíritu en ellos (cf. Ga 5,22); sin forzamiento, coacción o proselitismo; Siempre con cercanía, compasión y ternura, aspectos que reflejan el modo de ser y de actuar de Dios.
2.- «ID E INVITA A TODOS AL BANQUETE» (cf. Mt 22,9) (8-9-2024).
El rey pide a los siervos que lleven la invitación para el banquete de bodas de su hijo. Este banquete es reflejo de aquel escatológico, es imagen de la salvación final en el Reino de Dios, realizada desde ahora con la venida de Jesús, el Mesías e Hijo de Dios, que nos dio la vida en abundancia (cf. Jn 10,10), simbolizada por la mesa llena «de manjares suculentos, […] de vinos añejados», cuando Dios «destruirá la Muerte para siempre» (Is 25,6-8).
La misión de Cristo es la de la plenitud de los tiempos, como Él declaró al inicio de su predicación: «El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca» (Mc 1,15). Así, los discípulos de Cristo están llamados a continuar esta misma misión de su Maestro y Señor.
Sabemos que el celo misionero en los primeros cristianos tenía una fuerte dimensión escatológica. Ellos sentían la urgencia del anuncio del Evangelio. También hoy es importante tener presente esta perspectiva, porque nos ayuda a evangelizar con la alegría de quien sabe que «el Señor está cerca» y con la esperanza de quien está orientado a la meta, cuando todos estaremos con Cristo en su banquete nupcial en el Reino de Dios.
Así pues, mientras el mundo propone los distintos “banquetes” del consumismo, del bienestar egoísta, de la acumulación, del individualismo; el Evangelio, en cambio, llama a todos al banquete divino donde, en la comunión con Dios y con los demás, reinan el gozo, el compartir, la justicia y la fraternidad. Esta plenitud de vida, don de Cristo, se anticipa ya desde ahora en el banquete de la Eucaristía que la Iglesia celebra por mandato del Señor y en memoria de Él.
Esta plenitud de vida, don de Cristo, se anticipa ya desde ahora en el banquete de la Eucaristía que la Iglesia celebra por mandato del Señor y en memoria de Él. Y así, la invitación al banquete escatológico, que llevamos a todos a través de la misión evangelizadora, está intrínsecamente vinculada a la invitación a la mesa eucarística, donde el Señor nos alimenta con su Palabra y con su Cuerpo y su Sangre. Por eso, todos estamos llamados a vivir más intensamente cada Eucaristía en todas sus dimensiones, particularmente en la escatológica y misionera.
A este propósito, reitero que no podemos acercarnos a la Mesa eucarística sin dejarnos llevar por ese movimiento de la misión que, partiendo del corazón mismo de Dios, tiende a llegar a todos los hombres. La renovación eucarística será también fundamental para despertar el espíritu misionero en cada fiel.
La oración diaria y particularmente la Eucaristía hacen de nosotros peregrinos-misioneros de la esperanza, en camino hacia la vida sin fin en Dios, hacia el banquete nupcial preparado por Él para todos sus hijos.
3.- «ID E INVITAD A TODOS AL BANQUETE» (cf. Mt 22,9) (15-9-24).
La tercera y última reflexión se refiere a los destinatarios de la invitación del rey: ¡A todos! Como he subrayado, «esto está en el corazón de la misión, ese “a todos”, sin excluir a nadie. Todos. Por tanto, toda nuestra misión brota del Corazón de Cristo, para dejar que Él atraiga a todos hacia sí» (Discurso del papa Francisco en la Asamblea de OMP, 3 de junio de 2023).
Aún hoy, en un mundo desgarrado por divisiones y conflictos, el Evangelio de Cristo es la voz dulce y fuerte que llama a los hombres a encontrarse, a reconocerse hermanos y a gozar de la armonía en medio de las diferencias. Dios quiere que «todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1Tm 2,4).
Por eso, no olvidemos nunca, en nuestras actividades misioneras, que somos enviados a anunciar el Evangelio a todos, y «no como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable» (Evangelii Gaudium, 14).
Los discípulos-misioneros de Cristo llevan siempre en su corazón la preocupación por todas las personas de cualquier condición social o incluso moral. La parábola del banquete nos dice que, siguiendo la recomendación del rey, los siervos reunieron «a todos los que encontraron, malos y buenos» (Mt 22,10).
Además, precisamente «los pobres, los lisiados, los ciegos y los paralíticos» (Lc 14,21), es decir, los últimos y los marginados de la sociedad son los invitados especiales del rey. Así, el banquete nupcial que Dios ha preparado para el Hijo, permanece abierto a todos y para siempre, porque su amor por cada uno de nosotros es grande e incondicional. «Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna» (Jn 3,16). Quienquiera, todo hombre y toda mujer es destinatario de la invitación de Dios a participar de su gracia que transforma y salva.
Solo hace falta decir “sí” a este don divino y gratuito, revistiéndonos de Él como con un “traje de fiesta”, acogiéndolo y permitiéndole que nos transforme (cf. Mt 22,12).
4.- «ID E INVITAD A TODOS AL BANQUETE» (cf. Mt 22,9) (22-09-24).
La misión universal requiere el compromiso de todos. Por eso es necesario continuar el camino hacia una Iglesia al servicio del Evangelio completamente sinodal-misionera. La sinodalidad es de por sí misionera y, viceversa, la misión es siempre sinodal.
Por tanto, una estrecha cooperación misionera resulta hoy aún más urgente y necesaria en la Iglesia universal, así como en las Iglesias particulares.
Siguiendo la línea del Concilio Vaticano II y de mis predecesores, recomiendo a todas las diócesis del mundo el servicio de las Obras Misionales Pontificias, que son los medios primarios para «infundir en los católicos, desde la infancia, el sentido verdaderamente universal y misionero, y de recoger eficazmente los subsidios para bien de todas las misiones, según las necesidades de cada una» (Decr. Ad gentes, 38).
Por esta razón, las colectas de la Jornada Mundial de las Misiones, en todas las Iglesias locales, están enteramente destinadas al Fondo Universal de Solidaridad que la Obra Pontificia de la Propagación de la Fe distribuye después, en nombre del Papa, para las necesidades de todas las misiones de la Iglesia. Pidamos al Señor que nos guíe y nos ayude a ser una Iglesia más sinodal y más misionera (cf. Homilía del Santo Padre Francisco Clausura de la Asamblea General Ordinario del Sínodo de los Obispos, 29 octubre 2023)
Por último. dirijamos nuestra mirada a María, que obtuvo de Jesús el primer milagro, precisamente en una fiesta de bodas, en Caná de Galilea (cf. Jn 2,1-12). El Señor ofreció a los esposos y a todos los invitados la abundancia del vino nuevo, signo anticipado del banquete nupcial que Dios prepara para todos, al final de los tiempos. Supliquemos también hoy su materna intercesión por la misión evangelizadora de los discípulos de Cristo. Con la alegría y la solicitud de nuestra Madre, con la fuerza de la ternura y del afecto (cf. Exhort. ap. Evangelii Gaudium, 288), vayamos y llevemos a todos la invitación del Rey Salvador. ¡Santa María, Estrella de la evangelización, ruega por nosotros!
5.- SEMANA DEL ENCUENTRO PERSONAL CON CRISTO VIVO EN SU IGLESIA (29-09-24).
Iniciamos la celebración del Octubre Misionero que, a petición del Papa Francisco, quiere sea siempre un mes cuya finalidad espiritual, pastoral y teológica consista en reconocer que la misión es y debe ser el paradigma de la vida de toda la Iglesia. Con ese objetivo, se inicia con una semana dedicada a la necesidad de tener un encuentro personal con Jesucristo, vivo en su Iglesia, a través de la Eucaristía, la palabra de Dios, la oración personal y la comunitaria.
Una semana para recuperar el deseo de estar en la presencia del Señor, de escucharlo y adorarlo. Oración, para agradecer a Dios los múltiples dones de su amor por nosotros y alabar su obra en la creación, que nos compromete a respetarla y a actuar de forma concreta y responsable para salvaguardarla. Oración como voz “de un solo corazón y una sola alma” (cf. Hch 4,32) que se traduce en ser solidarios y en compartir el pan de cada día. Oración que permite a cada hombre y mujer de este mundo dirigirse al único Dios, para expresarle lo que tienen en el secreto del corazón. Oración como vía maestra hacia la santidad, que nos lleva a vivir la contemplación en la acción. Oración que posibilite que los corazones se puedan abrir para recibir la abundancia de la gracia, haciendo del “Padre Nuestro”, la oración que Jesús nos enseñó, el programa de vida de cada uno de sus discípulos.
Para el Domund de este año ha elegido el Papa el tema de la parábola evangélica del banquete nupcial (cf. Mt 22,1-14). Después de que los invitados rechazaron la invitación, el rey, protagonista del relato, dice a sus siervos: «Id e invitad a todos al banquete». Por ello, termina el Papa Francisco su Mensaje para el Domund invitando a todos a intensificar ante todo la participación en la Misa y la oración por la misión evangelizadora de la Iglesia. En efecto, la Iglesia, obediente a la palabra del Salvador, no cesa de elevar a Dios en cada celebración eucarística y litúrgica la oración del Padrenuestro con la invocación «venga a nosotros tu reino». Y así la oración diaria, y particularmente la Eucaristía, hacen de nosotros peregrinos-misioneros de la esperanza, en camino hacia la vida sin fin en Dios, hacia el banquete nupcial preparado por Él para todos sus hijos.
6.- SEMANA DEL TESTIMONIO CRISTIANO (6-10-24).
Iniciamos la segunda semana del Octubre Misionero en la que se nos invita a contemplar el testimonio de los santos, de los mártires de la misión y de los confesores de la fe, que son expresión de la adultez en la fe de las Iglesias repartidas por el mundo entero.
El Papa Francisco, en su Mensaje para la Jornada de la Propagación de la fe de este año, quiere expresar su agradecimiento a los misioneros y misioneras que, respondiendo a la llamada de Cristo, han dejado todo para ir lejos de su patria y llevar la Buena Noticia allí donde la gente todavía no la ha recibido o la ha acogido recientemente. Queridos hermanos, vuestra generosa entrega es la expresión tangible del compromiso de la misión ad gentes que Jesús confió a sus discípulos: «Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos» (Mt 28,19). Por eso continuemos rezando y dando gracias a Dios por nuevas y numerosas vocaciones misioneras dedicadas a la obra de evangelización hasta los confines de la tierra.
Ciertamente que ellos son auténticos testigos del amor de Dios al mundo, son testigos de Cristo que sigue vivo y continúa su misión en la historia y los envía por doquier para que, a través de sus testimonios de fe y del anuncio del Evangelio, Dios siga manifestando su amor y pueda tocar y transformar corazones, mentes, cuerpos, sociedades y culturas, en todo lugar y tiempo.
Pero no nos podemos olvidar -nos sigue diciendo el Papa en su Mensaje- que todo cristiano está llamado a participar en esta misión universal con su propio testimonio evangélico en todos los ambientes, de modo que toda la Iglesia salga continuamente con su Señor y Maestro a los “cruces de los caminos” del mundo de hoy. Sí, «hoy el drama de la Iglesia es que Jesús sigue llamando a la puerta, pero desde el interior, ¡para que lo dejemos salir! Muchas veces se termina siendo una Iglesia […] que no deja salir al Señor, que lo tiene como “algo propio”, mientras el Señor ha venido para la misión y nos quiere misioneros». Que todos nosotros, los bautizados, estemos dispuestos a salir de nuevo en misión, cada uno según la propia condición de vida, para iniciar un movimiento misionero, como en los albores del cristianismo!
7.- SEMANA DE LA FORMACIÓN MISIONERA (13-10-24).
La Iglesia nos pide en esta semana adquirir una formación adecuada, catequética, espiritual y teológica sobre la missio ad gentes, pues los enviados anunciando la Palabra de Dios, testimoniando el Evangelio y celebrando la vida del Espíritu llaman a la conversión, bautizan y ofrecen la salvación
cristiana en el respeto de la libertad personal de cada uno, en diálogo con las culturas y las religiones de los pueblos donde son enviados.
En el Mensaje para el Domund de este año el Papa insiste en dos ideas clave a la hora de vivir nuestra misión evangelizadora:
La primera es la necesidad de salir, de ir de manera incansable al encuentro de todo hombre para llamarlo a la felicidad del Reino de Dios, al banquete divino donde, en la comunión con Dios y con los demás, reinan el gozo, el compartir, la justicia y la fraternidad…, a pesar de la indiferencia o del rechazo; pues vamos siguiendo el mandato del Señor, grande en amor y rico en misericordia, que siempre está en salida.
Y, en segundo lugar, es la manera de hacerlo. Pues la misión de llevar el Evangelio a toda criatura debe tener necesariamente el mismo estilo de Aquel a quien se anuncia. Al proclamar al mundo «la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado» (Evangelii Gaudium, 36), los discípulos-misioneros lo realizan con gozo, magnanimidad y benevolencia, fruto del Espíritu Santo en ellos (cf. Ga 5,22); sin forzamiento, coacción o proselitismo; siempre con cercanía, compasión y ternura, aspectos que reflejan el modo de ser y de actuar de Dios.
Siendo conscientes de que, en la llamada de Jesús a ir, están presentes los escenarios y desafíos siempre nuevos de la misión evangelizadora a la que todos somos llamados. En esta, cada cristiano, desde su comunidad local, debe avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera, que no deja las cosas como están, sino que sale de sí y, abandonando su comodidad, discierne lo que el Señor le pide y la transforma.
8.-SEMANA DE CARIDD MISIONERA (20-10-24).
El Octubre Misionero culmina en esta cuarta semana, dedicada a la caridad misionera como apoyo para el inmenso trabajo de evangelización y de la formación cristiana de las Iglesias más necesitadas.
Así, la tercera y última reflexión del Papa Francisco se refiere a los destinatarios de la invitación del rey: «todos», sin excluir a nadie. En un mundo desgarrado por divisiones y conflictos, el Evangelio de Cristo es la voz dulce y fuerte que llama a los hombres a encontrarse, a reconocerse hermanos y a gozar de la armonía en medio de las diferencias.
La parábola del banquete nos dice que, siguiendo la recomendación del rey, los siervos reunieron «a todos los que encontraron, malos y buenos» (Mt 22,10). Además, precisamente «los pobres, los lisiados, los ciegos y los paralíticos» (Lc 14,21), los últimos y los marginados de la sociedad, son los invitados especiales del rey. Así, el banquete nupcial que Dios ha preparado para el Hijo, permanece abierto a todos y para siempre, porque su amor por cada uno de nosotros es grande e incondicional. «Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna» (Jn 3,16). Quienquiera, todo hombre y toda mujer es destinatario de la invitación de Dios a participar de su gracia que transforma y salva. Solo hace falta decir “sí” a este don divino y gratuito, revistiéndonos de él como con un “traje de fiesta”, acogiéndolo y permitiéndole que nos transforme (cf. Mt 22,12).
La caridad es la prueba de nuestra fe y de nuestra esperanza. La caridad se convierte en programa de vida para la Iglesia apoyando materialmente el trabajo de la evangelización: anunciar a un Dios hecho hombre, que acompaña a cada criatura en su caminar ofreciendo amor, sentido a la vida y esperanza. La caridad urge a la opción preferencial por los más alejados, empobrecidos y marginados. Se manifiesta en amar lo no amable, soportar lo insoportable, esperar contra toda esperanza, en reaccionar siempre amando. Se acrisola en el perdón, en entregar la vida por los que te la quitan.
Como todos los años, hay que recordar que están esperando de nuestra caridad: millones de personas que viven en la más absoluta pobreza; millones que nacen viven y mueren sin hogar; millones que mueren de hambre; millones de refugiados; y un desgraciado largo etc. de dolor, sufrimiento, injusticia, desesperanza y desolación.
9.- SÍNODO-CONCILIO Y SINODALIDAD (27-10-24).
“Sínodo” es una palabra antigua muy venerada por la Tradición de la Iglesia, cuyo significado se asocia con los contenidos más profundos de la Revelación.
– Compuesta por la preposición griega σύν, y el sustantivo ὁδός, indica el camino que recorren juntos los miembros del Pueblo de Dios. Remite al Señor Jesús que se presenta a sí mismo como «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6), y al hecho de que los cristianos, sus seguidores, en su origen fueron llamados «los discípulos del camino» (cfr. Hch 9,2; par.).
– En la lengua griega, utilizada en la Iglesia, se aplica a los discípulos de Jesús convocados en asamblea, y en algunos casos es sinónimo de la comunidad eclesial.
– Con un significado específico, desde los primeros siglos se designan con la palabra “sínodo” las asambleas eclesiásticas convocadas en diversos niveles (diocesano, provincial o regional, patriarcal, universal) para discernir, a la luz de la Palabra de Dios y escuchando al Espíritu Santo, las cuestiones doctrinales, litúrgicas, canónicas y pastorales que se van presentando periódicamente.
“Concilium” o synodus es la traducción latina de la palabra griega σύνoδος (sýnodos). De por sí, la palabra concilium, en el uso profano, indica una asamblea convocada por la autoridad legítima. Ahora bien, aunque las raíces de “sínodo” y de “concilio” son diversas, el significado coincide.
– La palabra “concilio” enriquece el contenido semántico de “sínodo” porque se relaciona: con el hebreo ָהל ָק) qahal) -la asamblea convocada por el Señor-, y con su traducción en griego ἐκκλησία (ekklesía), que en el Nuevo Testamento designa la convocación escatológica del Pueblo de Dios en Cristo Jesús.
– En la Iglesia católica la distinción en el uso de las palabras concilio y sínodo es reciente. En el Vaticano II son sinónimos que designan la asamblea conciliar. Una precisión fue introducida en el Código de Derecho Canónico de la Iglesia latina (1983), en el que se distingue entre Concilio particular (plenario o provincial) y Concilio ecuménico por una parte, y Sínodo de los Obispos y Sínodo Diocesano por la otra.
En la literatura teológica, canónica y pastoral de los últimos decenios se ha hecho común el uso de un sustantivo acuñado recientemente, “sinodalidad”, correlativo al adjetivo “sinodal” y derivados los dos de la palabra “sínodo”.
– Se habla así de la sinodalidad como “dimensión constitutiva” de la Iglesia o simplemente de “Iglesia sinodal”.
– Este lenguaje novedoso, que requiere una atenta puntualización teológica, testimonia una adquisición que se viene madurando en la conciencia eclesial a partir del Magisterio del Concilio Vaticano II y de la experiencia vivida, en las Iglesias locales y en la Iglesia universal, desde el último Concilio hasta el día de hoy.
10.- COMUNIÓN-SINODALIDAD Y COLEGIALIDAD (3-11-24).
Aunque el término y el concepto de sinodalidad no se encuentren explícitamente en la enseñanza del Concilio Vaticano II, se puede afirmar que la instancia de la sinodalidad se encuentra en el corazón de la obra de renovación promovida por él.
El concepto comunión sintetiza la eclesiología del Pueblo de Dios, destaca la común dignidad y misión de todos los bautizados en el ejercicio de la multiforme y ordenada riqueza de sus carismas, de su vocación, de sus ministerios, expresa la sustancia profunda del misterio y de la misión de la Iglesia, que tiene su fuente y su cumbre en el banquete eucarístico, designa la res del Sacramentum Ecclesiae: la unión con Dios Trinidad y la unidad entre las personas humanas que se realiza mediante el Espíritu Santo en Cristo Jesús.
El concepto sinodalidad indica la específica forma de vivir y obrar (modus vivendi et operandi) de la Iglesia Pueblo de Dios que manifiesta y realiza en concreto su ser comunión en el caminar juntos, en el reunirse en asamblea y en el participar activamente de todos sus miembros en su misión evangelizadora. Se refiere a la corresponsabilidad y a la participación de todo el Pueblo de Dios en la vida y la misión de la Iglesia,
El concepto de colegialidad precisa el significado teológico y la forma de ejercicio del ministerio de los Obispos en el servicio de la Iglesia particular confiada al cuidado pastoral de cada uno, y en la comunión entre las Iglesias particulares en el seno de la única y universal Iglesia de Cristo, mediante la comunión jerárquica del Colegio episcopal con el Obispo de Roma. Es la forma específica en que se manifiesta y se realiza la sinodalidad eclesial a través del ministerio de los Obispos en el nivel de la comunión entre las Iglesias particulares en una región y en el nivel de la comunión entre todas las Iglesias en la Iglesia universal. Toda auténtica manifestación de sinodalidad exige por su naturaleza el ejercicio del ministerio colegial de los Obispos.
11.-LA LLAMADA A CAMINAR Y REFLEXIONAR JUNTOS (10-11-24).
La Iglesia de Dios es convocada en Sínodo. Con esta convocatoria, el Papa Francisco invita a toda la Iglesia a que tome conciencia de que el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de ella, que es una dimensión constitutiva de su ser, que lo que el Señor le pide, en cierto sentido, está contenido en la palabra Sínodo.
Este itinerario es un don y una tarea: caminando y reflexionando juntos sobre el camino recorrido, la Iglesia podrá aprender, a partir de lo que irá experimentando, cuáles son los procesos que pueden ayudarla a vivir la comunión, a realizar la participación y a abrirse a la misión. Nuestro “caminar y reflexionar juntos” es lo que mejor realiza y manifiesta la naturaleza de la Iglesia como Pueblo de Dios peregrino y misionero.
¿Cómo se realiza hoy ese “caminar y reflexionar juntos” que permita a la Iglesia anunciar el Evangelio, de acuerdo con la misión que le fue confiada; y qué pasos nos invita a dar el Espíritu para crecer como Iglesia sinodal?
1º. Haciendo memoria sobre cómo el Espíritu ha guiado el camino de la Iglesia en la historia y nos llama hoy a ser juntos testigos del amor de Dios.
2º. Viviendo un proceso eclesial participado e inclusivo, que ofrezca a cada uno -en particular a cuantos por diversas razones se encuentran en situaciones marginales- la oportunidad de expresarse y de ser escuchados para contribuir en la construcción del Pueblo de Dios.
3º. Reconociendo y apreciando la riqueza y la variedad de los dones y de los carismas que el Espíritu distribuye libremente, para el bien de la comunidad y en favor de toda la familia humana. 4º. Experimentando modos participados de ejercitar la responsabilidad en el anuncio del Evangelio y en el compromiso por construir un mundo más hermoso y más habitable.
5º. Examinando cómo se viven en la Iglesia la responsabilidad y el poder, y las estructuras con las que se gestionan, haciendo emerger y tratando de convertir los prejuicios y las prácticas desordenadas que no están radicadas en el Evangelio.
6º. Sosteniendo la comunidad cristiana como sujeto creíble y socio fiable en caminos de diálogo social, sanación, reconciliación, inclusión y participación, reconstrucción de la democracia, promoción de la fraternidad y de la amistad social.
7º. Regenerando las relaciones entre los miembros de las comunidades cristianas, así como también entre las comunidades y los otros grupos sociales, por ejemplo, comunidades de creyentes de otras confesiones y religiones, organizaciones de la sociedad civil, movimientos populares, etc. Favoreciendo la valoración y la apropiación de los frutos de las recientes experiencias sinodales a nivel universal, regional, nacional y local.
12.- UNA IGLESIA SINODAL Y MISIONERA (17-11-24).
Embarcados en el itinerario sinodal que, de acuerdo con el lema “Comunión, participación, misión”, deberá relanzar a la Iglesia hacia su compromiso prioritario, es decir, al anuncio del Evangelio en el mundo contemporáneo, debemos tomar conciencia de que la misión universal requiere el compromiso de todos, que es necesario continuar el camino hacia una Iglesia al servicio del Evangelio completamente sinodal-misionera. La sinodalidad es de por sí misionera y, viceversa, la misión es siempre sinodal. Por tanto, una estrecha cooperación misionera resulta hoy aún más urgente y necesaria en la Iglesia universal, así como en las Iglesias particulares. La urgencia de la acción misionera de la Iglesia supone naturalmente una cooperación misionera cada vez más estrecha de todos sus miembros a todos los niveles. Este es un objetivo esencial en el itinerario sinodal que la Iglesia está recorriendo con las palabras clave comunión, sinodalidad y misión. Tal itinerario no es de ningún modo un replegarse de la Iglesia sobre sí misma, ni un proceso de sondeo popular para decidir, como se haría en un parlamento, qué es lo que hay que creer y practicar y qué no, según las preferencias humanas. Es más bien un ponerse en camino, recordando una vez más la validez perenne de la misión ad gentes, la misión que el Señor resucitado dio a la Iglesia de evangelizar a cada persona y a cada pueblo hasta los confines de la tierra. Hoy más que nunca la humanidad, herida por tantas injusticias, divisiones y guerras, necesita la Buena Noticia de la paz y de la salvación en Cristo. Por tanto, es necesario tener presente que «todos tienen el derecho de recibir el Evangelio. Los cristianos tienen el deber de anunciarlo sin excluir a nadie, no como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable» (Evangelii Gaudium,14). La conversión misionera sigue siendo el objetivo principal que debemos proponernos como individuos y como comunidades, porque «la salida misionera es el paradigma de toda obra de la Iglesia» (Evangelii Gaudium,15).
13.- LA SINODALIDAD SE CONVIERTE EN CORRESPONSABILIDAD MISIONERA (24-11-24).
La palabra que quiere acentuar la Iglesia sinodal es la de escuchar, la necesidad de sabernos escuchar, con la petición de entrar en el dinamismo de una escucha recíproca, conducida a todos los niveles de la Iglesia, implicando a todo el Pueblo de Dios. Se trata ante todo de un camino que interpela a cada comunidad en su ser expresión visible de una comunión de amor, reflejo de la
relación Trinitaria, de su bondad y de su belleza, capaz de suscitar nuevas energías para confrontarnos concretamente con el momento actual.
Volver a la propia llamada, reencontrar la alegría de sentirse y ser parte de un proyecto de amor y redescubrir con estupor que el Señor llama a cada uno a realizar el sueño de bien para la humanidad, ayuda a reavivar y a reforzar la propia pertenencia, la primera declinación de la participación. No puedo participar si me siento como el todo y no me reconozco como parte de un proyecto compartido.
Es un cuerpo que pide la participación de todos –ninguno se excluya o se sienta excluido; ninguno piense “no me preocupa”-, que recuerda la unidad de los miembros con el cuerpo y la comunión de todas las riquezas de las vidas y de los carismas, comprendidas las fatigas y las heridas, que no se esconden.
La participación se convierte a la vez en responsabilidad: la llamada a ser Iglesia sinodal no puede ser desatendida, no se puede faltar o trabajar con autonomía. La sinodalidad comienza dentro de nosotros: con un cambio de mentalidad, con una conversión personal, en la comunidad o fraternidad, dentro de casa, en el trabajo, en nuestras estructuras, para expandirse en los ministerios y en la misión.
En consecuencia, el estilo de participación se convierte en el de la corresponsabilidad, propio de la naturaleza de la Iglesia, la comunión y su sentido último: el sueño misionero de llegar a todos, de cuidar de todos, de sentirse todos hermanos y hermanas, juntos en la vida y en la historia, que es la historia de la salvación.
14.-POR UNA IGLESIA SINODAL: COMUNIÓN-PARTICIPACIÓN Y MISIÓN (1-12-24).
Estas tres dimensiones están profundamente interrelacionadas, son los pilares vitales de una Iglesia sinodal. No hay un orden jerárquico entre ellas, más bien, cada una enriquece y orienta a las otras dos. Existe una relación dinámica que debe articularse teniendo en cuenta los tres términos: Primero, la comunión: pues Dios, en su benévola voluntad, reúne pueblos distintos, pero con una misma fe, mediante la alianza que ofrece a su pueblo. La comunión que compartimos encuentra sus raíces más profundas en el amor y en la unidad de la Trinidad. Es Cristo quien nos reconcilia con el Padre y nos une entre nosotros en el Espíritu Santo. Juntos, nos inspiramos en la escucha de la Palabra de Dios, a través de la Tradición viva de la Iglesia, y nos basamos en el sensus fidei que compartimos. Todos tenemos un rol que desempeñar en el discernimiento y la vivencia de la llamada de Dios a su pueblo.
En segundo lugar, la participación: pues la llamada de Dios es a la participación de todos los que pertenecen a su Pueblo -laicos, consagrados y ordenados- para que se comprometan en el ejercicio de la escucha profunda y respetuosa de los demás. Esta actitud crea un espacio para escuchar juntos al Espíritu Santo, que guía nuestras aspiraciones en beneficio de la Iglesia del Tercer Milenio. La participación se basa en que todos los fieles están cualificados y llamados a servirse recíprocamente a través de los dones que cada uno ha recibido del Espíritu Santo. En una Iglesia sinodal, toda la comunidad, en la libre y rica diversidad de sus miembros, está llamada a rezar, escuchar, analizar, dialogar, discernir y aconsejar para tomar decisiones pastorales que correspondan lo más posible a la voluntad de Dios. Hay que hacer esfuerzos genuinos para asegurar la inclusión de los que están en los márgenes o se sienten excluidos.
Y, en tercer lugar la misión: pues la Iglesia existe para evangelizar. Nunca podemos concentrarnos en nosotros mismos. Nuestra misión es testimoniar el amor de Dios en medio de toda la familia humana. Este proceso sinodal tiene una profunda dimensión misionera. Su objetivo es permitir a la Iglesia que pueda testimoniar mejor el Evangelio, especialmente con aquellos que viven en las periferias espirituales, sociales, económicas, políticas, geográficas y existenciales de nuestro mundo. De este modo, la sinodalidad es un camino a través del cual la Iglesia puede cumplir con más fruto su misión de evangelización en el mundo, como levadura al servicio de la llegada del Reino de Dios.
15.-LA SINODALIDAD EN UN DETERMINADO CONTEXTO SOCIAL Y ECLESIAL (8-12-24).
El camino sinodal se desarrolla dentro de un contexto histórico caracterizado por cambios “epocales” de la sociedad en que vivimos y por una etapa crucial de la vida de la Iglesia, que no es posible ignorar.
Es en los pliegues de este contexto complejo, en sus tensiones y contradicciones, donde estamos llamados a «escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio» (Gaudium et Spes n. 4), buscando señalar algunos elementos del escenario global más estrechamente vinculados con el tema del Sínodo, pero conscientes de que el cuadro deberá enriquecerse y completarse siempre a nivel local.
Y, sin olvidar extender nuestra mirada también al panorama que presenta la humanidad. Una Iglesia sinodal es como un estandarte alzado entre las naciones (cf. Is 11,12). En un mundo que -aun invocando participación, solidaridad y la transparencia en la administración de lo público- a menudo entrega el destino de poblaciones enteras en manos codiciosas de pequeños grupos de poder. Como Iglesia que «camina junto» a los hombres, partícipe de las dificultades de la historia, cultivamos el sueño de que el redescubrimiento de la dignidad inviolable de los pueblos y de la función de servicio de la autoridad, podrán ayudar a la sociedad civil a edificarse en la justicia y la fraternidad, fomentando un mundo más bello y más digno del hombre para las generaciones que vendrán después de nosotros.
Vivimos en una época de rápidos cambios y que la pandemia que hemos vivido los ha acelerado aún más. Por ello, la Iglesia, que vive en el mundo y para el mundo, no solo debe afrontar lo que ocurre con fe, sino que ella misma se ve cuestionada sobre su propia identidad y misión. Su “pastoralidad” consiste precisamente en esta inmersión radical en la historia de los hombres, porque la Iglesia debe contar no solo con la fuerza del Evangelio, sino también con la condición de los destinatarios del Evangelio, que nunca son hombres y mujeres teóricos, sino los que existen realmente en una época histórica determinada.
De aquí la importancia de nombrar desde el principio algunos temas actuales de la teología pastoral, pues en Europa estamos viviendo un tiempo postmetafísico y postsecular que plantea no solo nuevas «condiciones de creencia» para los cristianos, sino incluso «nuevas condiciones de existencia» para el propio cristianismo.
16.- SE VISLUMBRAN TRES «GRANDES CONSTELACIONES» EN NUESTRA SOCIEDAD (15-12-24).
Son tres «grandes constelaciones» vinculadas a la contextualidad de la reflexión teológica y de la acción pastoral:
1º. La teológica: Estamos llamados a explorar la constelación de la hospitalidad: Repensar a Dios en el contexto de la hospitalidad significa pensar en Él como abierto y disponible, es decir, capaz de dar cabida a los demás y dispuesto a extender su propia comunión de amor.
El Dios de Jesucristo no tiene nada de narcisista ni de autorreferente. Pensemos en su generosidad sistémica capaz de crear un hogar hospitalario para nosotros a través de la creación, generando así un mundo distinto a Él. Pensemos en la mansedumbre de Dios en Jesús, que viene a nosotros pidiendo hospitalidad en el mundo que nos ha sido confiado. Pensemos también en la apremiante invitación del Papa Francisco al discernimiento como una práctica espiritual de escucha de Dios, al que hay que acoger, seguir y amar.
En esta primera constelación hay una clara referencia al desafío ecológico, a la urgente cuestión de la migración y también a la violencia que con demasiada frecuencia sigue teniendo una matriz religiosa. Es el gran reto de la fraternidad universal y de la amistad social, que en la encíclica Fratelli tutti 4 ha encontrado una autorizada reactivación.
2º. La antropológica: En estas últimas décadas hay una creciente atención a la constelación de la escucha. Durante los últimos procesos sinodales -el de la familia, el de los jóvenes y el de la región panamazónica- hemos tomado cada vez más conciencia, como Iglesia, de estar en deuda para escuchar: el grito de las familias heridas, el grito de los jóvenes y de la tierra y el grito de los pobres sigue siendo demasiado a menudo desoído.
Por ello, es decisivo, desde todos los puntos de vista, reavivar y profundizar en el tema de la escucha: Pensar en el hombre como un ser que escucha, oyente de la Palabra, abierto a la voz de Dios. Ser conscientes de que la Iglesia es deudora de la «escucha empática» con Dios y con los hombres. Volver a la vida espiritual como escucha activa de la Palabra de Dios. Partir de nuevo del discernimiento como práctica de la escucha en el Espíritu de la llamada que nos llega de la realidad, de la conciencia, del mundo.
3º. La sinodalidad: Se trata de un redescubrimiento de las últimas décadas, que ha recibido un impulso decisivo por parte del Papa Francisco. El volver a poner en el centro de la identidad de la Iglesia su ser “Pueblo de Dios” está en su raíz; el redescubrimiento del bautismo como plataforma de todo posible discipulado misionero es su base sacramental. Se trata de una tarea abierta, aventurera y envolvente, que comprometerá a la Iglesia en las próximas décadas.
17.- LAS TRES GRANDES CONSTELACIONES ESTÁN ENTRELAZADAS (22-12-24)
Estas tres constelaciones están entrelazadas, se remiten unas a otras y se implican continuamente. En realidad no se pueden separar, sino que solo se distinguen metodológicamente, porque forman parte de un único poliedro. Forman un todo porque, como bien dice la carta encíclica Laudato sí: «todo está conectado».
– Está claro que la hospitalidad y el saberse acogidos se refieren a la escucha, al diálogo y a la sinodalidad.
– Así como la escucha se refiere a las condiciones esenciales para vivir la sinodalidad. – Así como que la sinodalidad es una práctica de la hospitalidad y de la escucha que reconoce al otro como un don al que hay que acoger y dar la palabra, además de la bienvenida. Todo lo cual hace que nos centremos en la tercera constelación, la relacionada con la sinodalidad. La sinodalidad tiene, desde el principio, tres características:
1º. Es generativa, y por tanto radical: Está en juego la sustancia de la Iglesia y no algunos de sus accidentes. Es un atributo de la Iglesia, una de sus características que se deriva de su naturaleza comunional, es una dimensión constitutiva de la Iglesia. No es una cuestión periférica, sino esencial.
2º. Es sistémica y no sectorial: Se trata del modo global de ser Iglesia y del modo de proceder en la Iglesia y como Iglesia. Se trata de su “estilo” de ser ella misma y de estar en el mundo. Se trata de la vida y la misión de la Iglesia.
3º. Es poliédrica, afecta a todo y a todos: Es un tema polifacético y transversal, y para abordarlo no bastará con hacer unos pequeños ajustes estéticos, sino que tendremos que redefinir nuestra identidad y nuestra misión. Es algo que requiere actitud de conversión. Es un programa de verificación y relanzamiento de toda la vida eclesial: Por una Iglesia sinodal: comunión, participación, misión.
18.- 2025: AÑO JUBILAR-PEREGRINOS DE ESPERANZA (29-12-2024).
El Jubileo ha sido siempre un acontecimiento de importancia espiritual, eclesial y social. Desde que el Papa Bonifacio VIII instituyó el primer Año Santo en 1300, el pueblo de Dios ha vivido esta celebración como un don especial de gracia. Millones y millones de peregrinos han acudido a los lugares santos a lo largo de los siglos, dando testimonio vivo de su fe perdurable.
El Gran Jubileo del año 2000 introdujo la Iglesia en el tercer milenio de su historia. El Papa San Juan Pablo II lo convocó esperando que todos los cristianos, superadas las divisiones, pudiéramos celebrar juntos los dos mil años del nacimiento de Jesucristo. El Papa Francisco convocó el año 2015 el de la Misericordia para que redescubriéramos la fuerza y ternura del amor del Padre, y para que a su vez podamos ser sus testigos. Ahora, iniciamos este Año Jubilar celebrando que el Señor que nos libera, nos restaura, recrea su sueño eterno de amor, y nos capacita para que podamos vivir auténticamente como «Peregrinos de esperanza», en todo su significado pastoral.
El Papa Francisco busca mantener encendida la llama de la esperanza que nos ha sido dada, y hacer todo lo posible para que cada uno recupere la fuerza y la certeza de mirar al futuro con mente abierta, corazón confiado y amplitud de miras. Esto solo será posible si somos capaces de recuperar la fraternidad universal, si no cerramos los ojos ante la tragedia de la pobreza galopante que impide a millones de personas vivir de manera humanamente digna. Especialmente los refugiados que se ven obligados a abandonar sus tierras. Sin olvidar a los niños, víctimas colaterales en todas las tragedias de la humanidad.
El Papa Francisco nos pidió a comienzos del 2024 fuese un año de preparación dedicado a una gran “sinfonía” de oración. Oración, ante todo, para recuperar el deseo de estar en presencia del Señor, de escucharlo y adorarlo. Oración, para agradecer a Dios los múltiples dones de su amor por nosotros y alabar su obra en la creación, que nos comprometa a respetarla y a actuar de forma concreta y responsable para salvaguardarla. Oración como voz “de un solo corazón y una sola alma” (cf. Hch 4,32) que se traduzca en ser solidarios y en compartir el pan de cada día. Oración que permita a cada hombre y mujer de este mundo dirigirse al único Dios, para expresarle lo que tienen en el secreto del corazón. Oración como vía maestra hacia la santidad, que nos lleve a vivir la contemplación en la acción. En definitiva, un año intenso de oración, en el que los corazones se puedan abrir para recibir la abundancia de la gracia, haciendo del “Padre Nuestro”, la oración que Jesús nos enseñó, el programa de vida de cada uno de sus discípulos.
19.-INFANCIA MISIONERA: «COMPARTO LO QUE TENGO» (5-01-2025).
Con el lema “Comparto lo que tengo”, la Infancia Misionera quiere invitarnos, en primer lugar, a compartir la fe, a abrirse al Espíritu, el auténtico protagonista de la misión.
Así vemos cómo la primera misión de la Iglesia primitiva no fue dar oro ni plata, sino dar el poder y la fuerza de Dios, su Espíritu, el que capacita para levantarse y andar (cf. Hch 3,5). Pues es el Espíritu Santo el que libera, restaura, recrea y capacita (cf Lc 4,14ss); es el ‘Regalo’ del Padre y del Hijo, el Don síntesis; es la inhabitación de la Voluntad amorosa de Dios; es la Vida eterna, la capacidad de amar divina.
Esa es la razón por la que nos hemos preparado con un año dedicado a la oración: a escuchar la declaración de amor de Dios, lo que somos para Él: un sueño eterno de su corazón; a escuchar que nos necesita para hacerlo presente, visible y hacer posible su Designio de amor; a escuchar que nos capacita dándonos su propio Espíritu, su alma, su corazón, su vida… Aliándose con nosotros para llenarnos de sabor, de sentido y de seguridad.
Pero es necesario darle el protagonismo en nuestra vida al Espíritu Santo, que nos arrebate y nos entregue, para que haga posible el ‘milagro’: sin el don del Espíritu Santo nos somos testigos del Hoy se cumple…; sin la consagración no hay misión, pues es Él el que nos arrebata, nos entrega, y hace florecer…
Con. todo, hay que acentuar que al Espíritu Santo solo se le reconoce por sus frutos misioneros: teniendo los sentimientos de una vida en Cristo (cf Flp 2,5), mirando con un corazón tierno, limpio, compasivo; haciéndonos optar, salir, buscar a las víctimas del pecado del mundo, asumiendo su suerte y su causa; liberando, restaurando los daños, recreando el Sueño de amor de Dios, y dando la Capacidad sobrenatural para transformar todo en bien (cf Lc 4,14ss); proclamando el Año de gracia del Señor, el hoy se cumple esta Escritura, que se ha iniciado la esperanza que no defrauda y acreditándolo con las Obras de Misericordia, las Corporales y las Espirituales, Todo lo que tengo. Pues son las obras las que dan la medida de lo cierto, por sus frutos los conoceréis.
El Espíritu Santo transforma nuestra existencia en testigos del único Misionero: con los ojos del corazón de Jesús: tierno, comprensivo, tolerante y solidario; con los pies de Jesús: siempre expeditos para ir, acercarse y acompañar; con las manos de Jesús: que se abren, acarician, curan, reconcilian y perdonan.
20.-INFANCIA MISIONERA: «COMPARTO LO QUE TENGO» (12-01-2025).
Con el lema “Comparto lo que tengo”, la Infancia Misionera quiere invitarnos, en segundo lugar, a testimoniar la caridad, los sentimientos de cristo (cf flp 2,5):
Aunque la ONU, hace 66 años, desde el 1959, reconoció el Decálogo de sus Derechos, la situación de los niños en el mundo es lamentable: nuestras confrontaciones y discriminaciones repercuten principal y directamente en los niños; la desprotección se traduce en su explotación para guerrillas, misiones suicidas, pornografía; los niños son auténticamente víctimas de campos de refugiados, apátridas, sin escuelas, sin alimentos, sin sonrisas; cada vez se agravan la desnutrición, las diferencias Norte-Sur, las epidemias ya erradicadas; se les discrimina o se les impide el nacimiento; sigue el problema de los niños de la calle, las bandas de mendigos, los caídos en las redes internacionales de adopción ilegal; la causa principal del subdesarrollo es el analfabetismo; indiscutiblemente los niños son las principales víctimas de los desastres naturales, son los más débiles; son tremendamente explotados en el trabajo con jornadas superiores a las doce horas y con unos salarios que apenas les permite alimentarse.
También, aunque la Infancia Misionera, un 19 de mayo de 1843, hace ya 182 años, empezó a educar en el Evangelio de la esperanza, o sea, a sostener el derecho de los niños a desarrollarse en su dignidad de hombres y de creyentes, a ayudarles, sobre todo, a satisfacer su deseo de conocer, amar y servir a Jesucristo, única esperanza de la humanidad (Col 1,27). Sin embargo, hay que tomar conciencia de la necesidad de Compartir lo que tengo, pues la situación de los niños en el mundo es dramática, los datos son demoledores:
Población infantil en el Tercer Mundo………………… 200 millones
Tasa de mortalidad (menores de 5 años)……………… 4,9 millones (1 de cada 27 niños).
Niños que no asisten a escuela (entre 6-11 años)….. 1 de cada 10 permanece sin escolarizar.
En 2023 el 44 % de nuevas infecciones por el VIH se dieron en mujeres y niñas.
Niños trabajadores (entre 5 y 14 años): 352 millones:
En Asia Central y Meridional: 26,3 millones,
En Asia Oriental y Sudoriental: 24,3 millones,
En África Septentrional y Asia Occidental: 10,1 millones,
En América Latina y Caribe 8,2 millones
En Europa y América del Norte: 3,8 millones
Niños muertos por desnutrición…………………………. 1 millón.
A lo que habría que añadir una larga lista de niños asesinados; de discapacitados y heridos, con traumas psicológicos, huérfanos o sin casa por causa de las guerras; y un incontable número de niños explotados en el negocio de la prostitución.
21.- INFANCIA MISIONERA: «COMPARTO LO QUE TENGO» (19-01-2025).
Por último, con el lema “Comparto lo que tengo”, la Infancia Misionera quiere invitarnos a hacer que los niños sean testigos y agentes de esperanza.
En primer lugar, trabajando en su información, formación y cooperación, para que se comprometan y participen en la cadena de solidaridad con los demás niños del mundo, mediante una información formativa, tratando de abrir sus horizontes a la geografía humana universal, dando a conocer su situación humana, social y cultural. Buscando, además, que descubran los valores que contienen, y que pueden enriquecerse y crecer en “humanidad”…
En segundo lugar, propiciando una estima cordial, una apertura de corazón, una acogida a todos con un amor «a lo divino», sin límites ni fronteras. Acogida que tenga como primera expresión mostrar a Jesús desde la oración y el compromiso, el deseo de que lleguen a compartir la misma fe y puedan vivir en el seno de la familia universal: la Iglesia. Acogida que se debe traducir en compartir con todos los niños del mundo todos los bienes, de manera integral. Un compartir que sea recíproco: «Cooperar con las misiones quiere decir no solo dar sino también recibir» (RMi.85).
En tercer lugar, sembrando entre sus miembros la semilla de la vocación misionera, «el corazón de la cooperación» (RMi.79). Muchos misioneros encuentran los orígenes de su vocación en sus años de entrega “infantil” a la misión ad gentes.
La Infancia Misionera buscar hacerlos conscientes de que la esperanza solo brota cuando se realiza una evangelización integral, sin reduccionismos:
Haciendo crecer en gracia: dimensión compuesta por lo trascendente que ilumina, da sentido, educa, motiva, embellece, ennoblece, diviniza…
Haciendo crecer en sabiduría: dimensión compuesta por lo espiritual y psíquico: dignidad personal, formación, cultura, promoción, desarrollo…
Haciendo crecer en estatura: dimensión compuesta por todo lo material necesario para su realización: comida, salud, libertad, vivienda, trabajo…
Las tres dimensiones se complementan y posibilitan la felicidad, la paz –Shalom-, la alegría… despiertan la esperanza, la provocan, la contagian.
Por todo ello, la Infancia Misionera viene atendiendo a una serie de proyectos que no dejan atrás ninguna de las tres dimensiones, en todos ellos se da una evangelización sin reduccionismos:
Acogiéndolos en miles de casas de acogida y de orfanatos.
Asistiéndolos en sus enfermedades en miles de hospitales, dispensarios y leproserías.
Atendiendo a la educación de millones de niños en miles de guarderías, centros de enseñanza media y escuelas de enseñanza básica.
La Infancia Misionera de España, con 2.618.967,84 euros procedentes de las aportaciones del ejercicio del año 2023, ha atendido proyectos pastorales y sociales a favor de los niños en 42 países de los cinco Continentes.
22.- NECESIDAD DE UNA NUEVA EVANGELIZACIÓN QUE DESPIERTE LA ESPERANZA (26-01-2025).
Como parte de la preparación para el Gran Jubileo del Año 2000, san Juan Pablo II convocó cinco Sínodos especiales de Obispos para considerar la situación de la Iglesia católica en cada uno de los cinco Continentes: África, América, Asia, Oceanía y Europa.
Los Sínodos desarrollaron respuestas a los desafíos de santidad, evangelización y servicio que enfrenta la Iglesia en cada Continente en este hito de la historia. Los Sínodos prepararon a la Iglesia para el año 2000 y el tercer milenio promoviendo una “nueva evangelización” que despertara la esperanza.
El Sínodo de Europa se llevó a cabo durante el 1 al 23 de octubre de 1999 con el lema : “Jesucristo, vivo en su Iglesia, manantial de esperanza para Europa”. Ya en la homilía de la Misa de apertura, San Juan Pablo II lanzaba una llamada a una “vigorosa esperanza”. Y el mensaje final del Sínodo, centrado en “el Evangelio de la esperanza”, vino a confirmar que ese había sido el espíritu que había reinado durante toda la Asamblea:
La profundización en el tema de la esperanza fue desde el principio el objetivo principal del II Sínodo de Europa, analizando la situación de la Iglesia en ella y ofreceindo indicaciones para promover un nuevo anuncio del Evangelio, como subrayó san Juan Pablo II en la convocatoria que anunció públicamente el 23 de junio de 1996, al final de la Eucaristía celebrada en el Estadio Olímpico de Berlín.
Ciertamente que los trabajos de grupo pusieron bien en claro que el contexto de la misión en Europa hoy es el de una crisis de la fe. En efecto, en el transcurso de los últimos años, las sociedades han sufrido una fuerte secularización. Sin embargo, a pesar de los numerosos aspectos negativos que presenta la situación de Europa, no conviene tener una visión pesimista de las cosas, ya que, por otro lado, se comprueba, un poco por todas partes, una fuerte demanda de fe. Asimismo, parece más justo interpretar esta situación de crisis como un signo, una invitación a aunar las energías de las comunidades cristianas para hacer renacer la verdadera esperanza.
Así, en el transcurso del Sínodo, paulatinamente se fue notando un gran impulso hacia la esperanza. Aun aceptando los análisis sobre la complejidad que caracteriza el Continente, los Padres sinodales se han percatado de que, tal vez, lo más crucial, en el Este como en el Oeste, es su creciente necesidad de esperanza que pueda dar sentido a la vida y a la historia, y permita caminar juntos. Por ello, todas las reflexiones del Sínodo se han orientado a dar respuesta a esta necesidad, partiendo del misterio de Cristo y del misterio trinitario. El Sínodo ha presentado de nuevo la figura de Jesús, que vive en su Iglesia y es revelador del Dios Amor, que es comunión de las tres Personas divinas.
23.- SIGNOS DEL OSCURECIMIENTO DE LA ESPERANZA ENLA SOCIEDAD (2-02-2025).
Primero, la pérdida de la memoria y de la herencia cristianas, unida a una especie de agnosticismo práctico y de indiferencia religiosa, por lo cual muchos dan la impresión de vivir sin base espiritual y como herederos que han despilfarrado el patrimonio recibido a lo largo de la historia.
Segundo, el lento y progresivo avance del laicismo que hace que muchos ya no logren integrar el mensaje evangélico en la vida cotidiana; aumenta la dificultad de vivir la fe en Jesús en un contexto social y cultural en que el proyecto de vida cristiano se ve desdeñado y amenazado; en muchos ambientes es más fácil declararse agnóstico que creyente; se tiene la impresión de que lo obvio es no creer, mientras que creer requiere una legitimación social que no es indiscutible ni puede darse por descontada.
Tercero, un cierto miedo en afrontar el futuro. Del futuro se tiene más temor que deseo. Lo demuestra el vacío que atenaza a muchas personas y la pérdida del sentido de la vida. Como manifestaciones y frutos de esta angustia pueden mencionarse el dramático descenso de la natalidad, la disminución de las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, la resistencia o rechazo a tomar decisiones definitivas de vida, incluso en el matrimonio.
Cuarto, una difusa fragmentación de la existencia: prevalece una sensación de soledad, se multiplican las divisiones y las contraposiciones, el grave fenómeno de las crisis familiares y el deterioro del concepto mismo de familia, la persistencia y los rebrotes de conflictos étnicos, el resurgir de algunas actitudes racistas, las tendencias interreligiosas, el egocentrismo que encierra en sí mismos a las personas y grupos, el crecimiento de una indiferencia ética general, y una búsqueda obsesiva de los propios intereses y privilegios. Para muchos, la globalización, en vez de llevar a una mayor unidad del género humano, amenaza con seguir una lógica que margina a los más débiles y aumenta el número de pobres
Quinto, junto con la difusión del individualismo, se nota un decaimiento creciente de la solidaridad interpersonal: mientras las instituciones asistenciales realizan un trabajo benemérito, se observa una falta del sentido de solidaridad, así que muchas personas, aunque no carezcan de las cosas materiales necesarias, se sienten más solas, abandonadas a su suerte, sin lazos de apoyo afectivo.
Sexto, en la raíz de la pérdida de la esperanza está el intento de hacer prevalecer una antropología sin Dios y sin Cristo. La cultura actual da la impresión de ser una apostasía silenciosa por parte del hombre autosuficiente que vive como si Dios no existiera.
Y séptimo, asistimos al nacimiento de una nueva cultura con características y contenidos que a menudo contrastan con el Evangelio y con la dignidad de la persona humana. De esta cultura forma parte también un agnosticismo religioso cada vez más difuso, vinculado a un relativismo moral y jurídico más profundo, que hunde sus raíces en la pérdida de la verdad del hombre como fundamento de los derechos inalienables de cada uno. Los signos de la falta de esperanza se manifiestan a veces en las formas preocupantes de lo que se puede llamar una “cultura de muerte”.
24.- EL HOMBRE NO PUEDE VIVIR SIN ESPERANZA (9-02-2025).
El hombre siente dentro de sí la imborrable nostalgia de la esperanza, no puede vivir sin ella, su vida, condenada a la insignificancia, se convertiría en insoportable. Frecuentemente piensa poder saciarla con realidades efímeras y frágiles. Así, la esperanza, reducida al ámbito intramundano cerrado a la trascendencia, se contenta con el paraíso prometido por la ciencia y la técnica, con las diversas forma de mesianismo, con la felicidad tipo hedonista, lograda a través de consumismo o aquella ilusoria y artificial de las sustancias estupefacientes, con ciertas modalidades del milenarismo, con el atractivo de las filosofías orientales, con la búsqueda de formas esotéricas de espiritualidad o con las diferentes corrientes de New Age.
Sin esperanza no podemos vivir, entonces: bajamos la guardia y nos dejamos invadir, seducir, arrastrar; perdemos la capacidad de discernimiento, de pensar, de sopesar; vivimos `llevados´ consumiendo, gozando, disfrutando… Realmente drogados, llenos de trivialidades, de frivolidades, de superficialidades…
Cuando dejamos de esperar ilusionadamente, de creer en lo que esperamos, dejamos de crecer, de tener ideales, de tener una meta, un horizonte; y ya no luchamos, nos hemos rendido, nos entregamos…
Cuando perdemos la esperanza caemos en el pecado de la presunción: nos sumergimos en el sueño de construirnos nuestro propio cielo, cayendo en la prisa, la urgencia, la ansiedad, el agobio…; vivimos drogados con el materialismo, el hedonismo, el consumismo…; consumimos la existencia, provocamos una des-creación, la cultura de la muerte…
Cuando perdemos la esperanza caemos en la tristeza, el cansancio, el aburrimiento, la rutina, y la frustración; sufrimos una fuerte pérdida de valores y se nos apagan los ideales, “nos hacemos mayores”, “estamos de vuelta de todo”, tristes, insensibles, quemados… Nuestro “pan” son los ansiolíticos, estimulantes, sedantes…
Sin embargo, todo esto se demuestra sumamente ilusorio e incapaz de satisfacer la sed de felicidad que el corazón del hombre continúa sintiendo dentro de sí. De este modo permanecen y se agudizan los signos preocupantes de la falta de esperanza que a veces se manifiestan también bajo formas de agresividad y violencia.
Realmente, sin esperanza no podemos vivir… pero, ¿de quién o de qué esperamos?
25.- CON TODO, TAMBIÉN HAY SINOS DE ESPERANZA ( 16-02-2025).
Primero, que ningún ser humano puede vivir sin perspectivas de futuro. Mucho menos la Iglesia, que vive de la esperanza del Reino que viene y que ya está presente en este mundo. Sería injusto no reconocer los signos de la influencia del Evangelio de Cristo en la vida de la sociedad.
Segundo, el que la Iglesia priorice la evangelización, la toma de conciencia de la misión propia de todos los bautizados, con la variedad y complementariedad de sus dones y tareas, la mayor presencia de la mujer en las estructuras y en los diversos ámbitos de la comunidad cristiana.
Tercero, la creación de una comunidad de pueblo, con apertura, reconciliación, vida democrática, libertad, respetando y valorando las legítimas diversidades, los derechos humanos, la calidad de vida, y con el deseo de que se garantice la supremacía de los alores éticos y espirituales.
Cuarto, los numerosos testigos de la fe cristiana que han sabido vivir el Evangelio en situaciones de hostilidad y persecución, frecuentemente hasta el testimonio supremo de la sangre. Ellos muestran la vitalidad de la Iglesia; son para ella y la humanidad como una luz, porque han hecho resplandecer en las tinieblas la luz de Cristo. Demuestran que el martirio es la encarnación suprema del Evangelio de la esperanza: porque están seguros de no poder vivir sin Cristo y están dispuestos a morir por Él, convencidos de que Jesús es el Dios y el Salvador del hombre y que, por tanto, son en Él encuentra el hombre la plenitud verdadera de la vida; porque el ofrecimiento de su vida es la manifestación más radical y más grande del sacrificio vivo, santo y agradable a Dios, que constituye el verdadero culto espiritual (cf Rm 12,1), origen, alma y cumbre de toda celebración cristiana; porque con su martirio expresan en sumo grado el amor y el servicio al hombre, en cuanto demuestran que la obediencia a la ley evangélica genera una vida moral y una convivencia social que honra y promueve la dignidad y la libertad de cada persona.
Quinto, la santidad de muchos hombres de nuestro tiempo que con sencillez y en la existencia cotidiana, han dado testimonio de su fidelidad a Cristo. Nuestro Señor Jesucristo lo había prometido: “El que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y las hará mayores aún, porque yo voy al Padre” (Jn 14,12). Los santos son la prueba viva del cumplimiento de esta promesa, y nos animan a creer que ello es posible también en los momentos más difíciles de la historia.
Sexto, en las comunidades parroquiales, en las personas consagradas, en las asociaciones de laicos, en los grupos de oración y apostolado, en muchas comunidades juveniles, así como también a través de la presencia y difusión de nuevos movimientos y realidades eclesiales.
Y séptimo, los progresos logrados por el camino ecuménico siguiendo las directrices de la verdad, la caridad y la reconciliación.
26.- NECESIDAD DE VOLVER A CRISTO, FUENTE DE TODA ESPERANZA (23-02-2025).
Es necesario confesar nuestra fe en Jesucristo, fuente de la esperanza que no defrauda, el Señor; en Él, y en ningún otro, podemos salvarnos (cf Hch 4,12)…, y la Iglesia es el canal a través del cual pasa y se difunde la ola de la gracia que fluye en el Corazón traspasado del Redentor.
Jesucristo es nuestra esperanza porque nos ha amado hasta el punto de asumir en todo nuestra naturaleza humana, excepto el pecado, participando de nuestra vida para salvarnos.
Jesucristo es nuestra esperanza porque revela el misterio de la Trinidad, centro de la fe cristiana, que puede ofrecer una gran aportación a la edificación de estructuras que, inspirándose en los valores evangélicos o confrontándose con ellos, promuevan la vida, la historia y la cultura de los pueblos.
Múltiples son las raíces ideales que han contribuido con su savia al reconocimiento del valor de la persona y de su dignidad inalienable, del carácter sagrado de la vida humana y el papel central de la familia, de la importancias de la educación y la libertad de opinión, de palabra, de religión, así como también a la tutela legal de los individuos y los grupos, a la promoción de la solidaridad y el bien común, al reconocimiento de la dignidad del trabajo.
Tales raíces han favorecido que el poder político esté sujeto a la ley y al respeto de los derechos de la persona y de los pueblos.
Debemos abrirnos constantemente con confianza a Cristo y dejarnos renovar por Él, anunciando con el vigor de la paz y el amor a todas las personas de buena voluntad, que quien encuentra al Señor conoce la Verdad, descubre la Vida y reconoce el Camino que conduce a ella (cf Jn 14,6; Sal 16[15],11). Por el tenor de vida y el testimonio de la palabra de los cristianos, los hombres podrán descubrir que Cristo es el futuro del hombre. En efecto, en la fe de la Iglesia no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que debamos salvarnos (Hch 4,12).
Jesucristo es la esperanza de toda persona porque da la vida eterna. Él es “la Palabra de vida” (1Jn 1,1), venido al mundo para que los hombres “tengan la vida y la tengan en abundancia”” (Jn 10,10). Así nos enseña cómo el verdadero sentido de la vida del hombre no queda encerrado en el horizonte mundano, sino que se abre a la eternidad. La misión la Iglesia es tener en cuenta la sed de verdad de toda persona y la necesidad de valores auténticos que anima a los pueblos. En efecto, la verdadera esperanza cristiana es teologal y escatológica, fundada en el Resucitado, que vendrá de nuevo como Redentor y Juez, y que nos llama a la resurrección y al premio eterno.
27.- Día de Hispanoamérica «Historia de esperanza» (2-03-2025)
La Iglesia celebra el Día de Hispanoamérica -2 de marzo-, este año bajo el lema Historia de Esperanza. Esa jornada pone en valor la presencia de la Iglesia en América y su labor en el desarrollo de los pueblos americanos hasta ser «historias de esperanza». Para ello se destaca la importancia del mensaje cristiano, donde fe y esperanza suponen una buena noticia para cada persona y para cada comunidad.
Los grandes desafíos sociales y los sufrimientos de sus pueblos pueden llevar al desánimo. Sin embargo, el mensaje de la jornada invita a mirar la realidad de otra manera, gracias a la presencia real de Jesucristo. Todo ello hace ver que el bien no está totalmente ausente y muestra al pueblo americano como un «continente de la esperanza». Así lo recordó el papa Francisco:
América Latina es el «continente de la esperanza», porque de ella se esperan nuevos modelos de desarrollo que conjuguen tradición cristiana y progreso civil, justicia y equidad con reconciliación, desarrollo científico y tecnológico con sabiduría humana, sufrimiento fecundo con alegría esperanzadora. Solo es posible custodiar esa esperanza con grandes dosis de verdad y amor, fundamentos de toda la realidad, motores revolucionarios de auténtica vida nueva.
Al final de su mensaje para el Día de Hispanoamérica, el cardenal Robert Francis Prevost, presidente de la Pontificia Comisión para América Latina, vela por los misioneros y su labor en el continente americano. En el marco del año Jubilar, insiste en el anuncio con alegría para continuar haciendo de los pueblos americanos auténticas «historias de esperanza».
Como todos los años, recuerdo los misioneros cordobeses que actualmente están en Hispanoamérica. Son 79: Argentina (7), Bolivia (4), Brasil (3), Chile (4), Colombia (11), Ecuador (11), Guatemala (4), Haití (4), Méjico (5), Nicaragua (1), Paraguay (4), Perú (11), Puerto Rico (1), República Dominicana (3), Uruguay (1), Venezuela (5).
Esta es la Jornada en la que un tanto por ciento de lo recaudado puede ser canalizado como ayuda a la Misión Diocesana en Picota (Moyobamba, Perú), constituyendo así una buena ocasión para tener muy presentes a D. Nicolás Rivero Moreno y a D. Francisco de Borja Redondo de la Calle, para sostenerlos con nuestra oración y con nuestra aportación económica.
28.- Jesús, que vive en su Iglesia, llama a la conversión y a la comunión (9-03-2025).
A pesar de que a veces pueda parecer que Cristo duerme y deja su barca a merced de las olas encrespadas, se pide a la Iglesia que cultive una certeza: que el Señor está siempre presente y actúa en ella y en la historia de la humanidad, que Él prolonga en el tiempo su misión, haciendo que la Iglesia sea una corriente de vida nueva que fluye dentro de la vida de la humanidad como signo de esperanza para todos.
En un contexto en el que la tentación del activismo llega fácilmente también al ámbito pastoral, se pide a los cristianos que sigan siendo transparencia real del Resucitado, viviendo en íntima comunión con Él. Hacen falta comunidades que, contemplando e imitando a la Virgen María, figura y modelo de la Iglesia en la fe y en la santidad, cuiden el sentido de la vida litúrgica y de la vida interior. Ante todo y sobre todo, han de alabar al Señor, invocarlo, adorarlo y escuchar su Palabra. Solo así asimilarán su misterio, viviendo totalmente dedicadas a Él, como miembros de su fiel Esposa.
Ante las insistentes tentaciones de división y contraposición, la Iglesia ha de esforzarse en ser verdaderamente lugar e instrumento de comunión de todo el Pueblo de Dios en la fe y en el amor: cultivando un clima de caridad fraterna, vivida con radicalidad evangélica en el nombre de Jesús y de su amor; desarrollando un ambiente de relaciones de amistad, de comunicación, corresponsabilidad, participación, conciencia misionera, disponibilidad y servicialidad; esté animada por actitudes recíprocas de estima, acogida y corrección, de servicio y ayuda, de perdón mutuo y edificación de unos con otros; se esfuerce en realizar una pastoral que, valorando todas las diversidades legítimas, fomente una colaboración cordial entre todos los fieles y sus asociaciones; promuevan los organismos de participación como instrumentos preciosos de comunión para una acción misionera armónica, impulsando la presencia de agentes de pastoral adecuadamente preparados y cualificados. De este modo, la Iglesia, animada por la comunión, que es manifestación del amor de Dios, fundamento y razón de la esperanza que no defrauda, será un reflejo más brillante de la Trinidad, además de un signo que interpela e invita a creer.
La Iglesia es anti-tipo de Babel, es “lugar de convocación”: la comunión es signo de Cristo vivo y la forma de vida de la Iglesia; la comunión encarna y manifiesta la esencia del misterio de la Iglesia; la comunión es el fruto y la manifestación de aquel amor que, surgiendo del corazón eterno del Padre, se derrama en nosotros posibilitando la unidad, la comunión de amor; la comunión es una condición previa a cualquier otra acción o tarea, porque es la condición necesaria para la evangelización, que es tarea de la Iglesia. Todos tenemos necesidad de ser reconocidos, de ser queridos tal como somos, y de ser ayudados a hacer el camino al que Dios ha querido confiar nuestra vida.
29.- Se necesita una espiritualidad de comunión en la pluralidad y diversidad (16-03-2025).
Previo a todo, hace falta vivir una espiritualidad de la comunión, sentirla, buscarla, desearla, vivirla… Este es el gran desafío de la Iglesia, si queremos ser fieles al designio de Dios: Hacer de la Iglesia y de cada comunidad una “casa y escuela de comunión”.
Sabiendo que la comunión solo es posible con el don del Espíritu, que tiene más de don que de tarea, que es una luz, una sensibilidad y un talante que va forjando el Espíritu de Dios en nuestras vidas. El principio educativo de la espiritualidad de comunión consiste:
En una capacidad para descubrir la presencia de Dios en el otro. Descubrir el Don que habita en todos, lo que nos une e identifica; que somos la familia de Dios, sus hijos, sus ungidos, su Verbo.
En una capacidad para sentir a otro como hermano, alguien mío, uno que me pertenece. Sentirnos Cuerpo de Cristo, una sola carne, comunión de vida y amor. Lo que nos lleva a asumir la causa y la suerte de cada uno, sintiendo como propias sus alegrías y penas, sus ilusiones y sus necesidades; todo lo cual se debe manifestar en una auténtica y profunda amistad…
En una capacidad para valorar al otro: descubrir, acoger y valorar todo lo que de bueno hay en el otro, sentirlo como un regalo de Dios para mí; sus cualidades personales son auténticos carismas, dones que Dios me envía, la manifestación de su gracia.
En una capacidad para dar ‘su sitio’ a cada uno y ayudar a sobrellevarnos mutuamente, asumiéndonos tal y como somos, acogiendo las debilidades de los demás, y rechazando todo lo que sea competitividad, rivalidad, presunción, envidia, protagonismo, recelo, desconfianza…
Para vivir de manera plena la comunión en la Iglesia, hace falta valorar la variedad de carismas y vocaciones, para que confluyan cada vez más en la unidad y puedan enriquecerla.
Para poder responder a la llamada del Evangelio a la conversión y a la comunión, debemos hacer un examen de conciencia para reconocer nuestros temores y errores, para confesar nuestras lentitudes, omisiones, infidelidades y culpas.
El Evangelio de la esperanza es y también fuerza y llamada a la conversión en el campo ecuménico. Pues la unidad de los cristianos corresponde al mandato del Señor, y hoy se presenta como una necesidad para que sea más creíble la evangelización. Para esto hace falta un paciente y constante empeño por parte de todos, orientado a la valoración de lo que ya nos une, a la sincera estima recíproca, a la eliminación de los prejuicios, al conocimiento y al amor mutuo. Es preciso continuar con determinación el diálogo bajo muchos aspectos (doctrinal, espiritual y práctico), haciendo del ecumenismo, rectamente entendido, una dimensión ordinaria de la vida y de la acción eclesial.
30.- Toda la iglesia enviada en misión (23-03-2025).
Servir al Evangelio de la esperanza mediante una caridad que evangeliza es un compromiso y una responsabilidad de todos. Cualquiera que sea el carisma y el ministerio de cada uno, la caridad es la vía maestra indicadas a todos y que todos pueden recorrer, la que la comunidad eclesial entera está llamada a emprender siguiendo las huellas de su Maestro.
En virtud de su ministerio, los sacerdotes están llamados a celebrar, enseñar y servir de modo especial el Evangelio de la esperanza; a prolongar la presencia de Cristo, único y supremo Pastor, siguiendo su estilo de vida y siendo como una transparencia suya en medio del rebaño que les ha sido confiado. Se les pide que sean signo de contradicción y esperanza para una sociedad aquejada de horizontalismo y necesitada de abrirse al Trascendente.
El testimonio de las personas consagradas es particularmente elocuente. En el contexto contaminado por el laicismo y subyugado por el consumismo, la vida consagrada se convierte cada vez más en signo de esperanza, en la medida en que da testimonio de la dimensión trascendente de la existencia. La presencia de nuevas formas de pobreza y marginación debe suscitar la creatividad en la atención a los más necesitados, que ha distinguido a tantos fundadores de Institutos religiosos.
La aportación de los fieles laicos a la vida eclesial en el anuncio y el servicio al Evangelio de la esperanza es irrenunciable e insustituible:
Por medio de ellos la Iglesia de Cristo se hace presente en los más variados sectores del mundo, como signo y fuente de esperanza y amor. Están llamados a dar testimonio de que la fe cristiana es la única respuesta completa a los interrogantes que la vida plantea a todo hombre y a cada sociedad. Ellos son los que pueden insertar en el mundo los valores del Reino de Dios, promesa y garantía de una esperanza que no defrauda.
Especial atención se ha de prestar también a la pastoral de la familia, institución fundamental que está viviendo una crisis generalizada y radical: en la visión cristiana, la relación hombre-mujer –relación recíproca y total, única e indisoluble– responde al proyecto primitivo de Dios. Elevado a la dignidad de sacramento, expresa el “gran misterio del amor esponsal de Cristo a su Iglesia” (cf Ef 5,32). La Iglesia no puede ceder a las presiones de una cultura, aunque sea muy extendida y “militante”.
31.- Aportación de la mujer al servicio del Evangelio de la esperanza (30-03-2025).
La Iglesia es consciente de la aportación específica de la mujer al servicio del Evangelio de la esperanza. Las vicisitudes de la comunidad cristiana muestran que las mujeres han tenido siempre un lugar relevante en el testimonio del Evangelio.
Se debe recordar todo lo que han hecho, a menudo en silencio y con discreción, acogiendo y transmitiendo el don de Dios: bien mediante la maternidad física y espiritual, la actividad educativa, la catequesis y la realización de grandes obras de caridad; bien por la vida de oración y contemplación, las experiencias místicas y por escritos ricos de sabiduría evangélica.
A la luz de los magníficos testimonios del pasado, la Iglesia manifiesta su confianza en lo que las mujeres pueden hacer hoy en favor del crecimiento de la esperanza en todas sus dimensiones:
Hay aspectos de la sociedad actual contemporánea que son un reto a la capacidad que tienen las mujeres de acoger, compartir y engendrar en el amor, con tesón y gratuidad: en la mentalidad científico-técnica generalizada que ensombrece la dimensión afectiva y la importancia de los sentimientos; en la falta de gratuidad; en el temor difuso a dar vida a nuevas criaturas; en la dificultad de vivir la reciprocidad con el otro y en acoger a quien es diferente. Este es el contexto en el que la Iglesia espera de las mujeres una aportación vivificadora para una nueva oleada de esperanza.
Para lograr todo esto es necesario que, ante todo, en la Iglesia se promueva la dignidad de la mujer, puesto que la dignidad del hombre y de la mujer es idéntica, creados ambos a imagen y semejanza de Dios (cf Gn 1,27), y cada uno colmado de dones propios y particulares: favorecer la plena participación de la mujer en la vida y misión de la Iglesia, que se tenga en mayor estima sus propias cualidades, también mediante la asunción de funciones eclesiales reservadas por el derecho a los laicos; además, se ha de valorar adecuadamente la misión de la mujer como esposa y madre, así como su dedicación a la vida familiar.
La Iglesia no deja de alzar su voz para denunciar las injusticias y violencias cometidas contra las mujeres, en cualquier lugar y circunstancias que ocurran: pide que se apliquen efectivamente las leyes que protegen a la mujer y que se establezcan medidas eficaces contra el empleo humillante de imágenes femeninas en la propaganda comercial, así como contra la plaga de la prostitución; desea que el servicio prestado por la madre, del mismo modo que por el padre, en la vida doméstica, se considere como una contribución al bien común, incluso mediante formas de reconocimiento económico.
32.- Evangelizar es proclamar que hay esperanza (6-04-2025).
El Evangelio de la esperanza, entregado a la Iglesia y asimilado por ella, exige que se anuncie y testimonie cada día para despertar la esperanza. Esta es la vocación propia de la Iglesia en todo tiempo y lugar. “Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la Santa Misa, memorial de su Muerte y Resurrección gloriosas” (EN 14).
A la Iglesia le espera la tarea de una “nueva evangelización”, y para ello debe recobrar el entusiasmo del Anuncio; pues, aunque no se exprese o incluso se reprima, esta es la invocación más profunda y verdadera que surge del corazón de los hombres de hoy, sedientos de una esperanza que no defrauda. A ella se le ha dado la esperanza como don para que la ofrezca con gozo en todos los tiempos y latitudes; por tanto, el anuncio de Jesús, que es el Evangelio de la esperanza, debe ser su honra y su razón de ser. Debe continúa con renovado ardor el mismo espíritu misionero que, a lo largo de estos veintiún siglos, ha animado a tantos Santos y Santas, auténticos evangelizadores.
En algunos sitios de nuestro entorno ya se necesita un primer anuncio del Evangelio ante el crecimiento, por distintos motivos, del número de personas no bautizadas, y por la existencia también amplios sectores sociales y culturales en los que se necesita una verdadera y auténtica misión ad gentes.
Más aún, por doquier es necesario un nuevo anuncio incluso a los bautizados:
Muchos contemporáneos creen saber qué es el cristianismo, pero realmente no lo conocen. Con frecuencia se ignoran ya hasta los elementos y las nociones fundamentales de la fe.
Muchos bautizados viven como si Cristo no existiera: se repiten los gestos y los signos de la fe, especialmente en las prácticas de culto, pero no se corresponden con una acogida real del contenido de la fe y una adhesión a la persona de Jesús.
En muchos, un sentimiento religioso vago, y poco comprometido, ha suplantado a las grandes certezas de la fe.
Se difunden diversas formas de agnosticismo y ateísmo práctico que contribuyen a agravar la disociación entre fe y vida.
Algunos se han dejado contagiar por el espíritu de un humanismo inmanentista que ha debilitado su fe, llevándolos frecuentemente, por desgracia, a abandonarla completamente.
Se observa una especie de interpretación secularista de la fe cristiana que la socava, relacionada también con una profunda crisis de la conciencia y la práctica moral cristiana.
La pregunta de Jesús “cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará la fe sobre la tierra? (Lc 18,8), indica la profundidad y el dramatismo de uno de los retos más serios que la Iglesia ha de afrontar. Se puede decir que tal desafío consiste frecuentemente no tanto en bautizar a los nuevos convertidos, sino en guiar a los bautizados a convertirse a Cristo y a su Evangelio. La Iglesia tendría que preocuparse por llevar el Evangelio de la esperanza a los alejados de la fe o que se han apartado de la práctica cristiana.
33.- La evangelización requiere cristianos adultos en su fe (13-04.2025).
Para poder anunciar el Evangelio de la esperanza hace falta una sólida fidelidad al Evangelio mismo. Por tanto, la predicación de la Iglesia en todas sus formas, se ha de centrar siempre en la persona de Jesús y debe conducir cada vez más a Él presentándolo en su integridad: no solo como modelo ético, sino ante todo como el Hijo de Dios, el Salvador único y necesario para todos, que vive y actúa en su Iglesia. Para que la esperanza sea verdadera e indestructible, debe ser una prioridad en la acción pastoral la predicación íntegra, clara y renovada, de Jesucristo resucitado, de la resurrección y de la vida eterna.
Si bien el Evangelio que se ha de anunciar es siempre el mismo, los modos en que dicho anuncio puede hacerse son diferentes. Cada uno está llamado a “proclamar” a Jesús y la fe en Él en todas las circunstancias: a “atraer” a otros a la fe poniendo un práctica formas de vida personal, familiar, profesional y comunitaria que reflejen el Evangelio; y a “irradiar” en su entorno alegría, amor y esperanza, para que muchos, viendo nuestras buenas obras, den gloria al Padre que está en los cielos (cf Mt 5,16), de tal modo que sean “contagiados” y conquistados.
Pero no basta solo el anuncio, nuestra sociedad reclama testimonios de vida, evangelizadores creíbles, en cuya vida, en comunión con la cruz y la resurrección de Cristo, resplandezca la belleza del Evangelio. Estos evangelizadores han de ser formados adecuadamente. Hoy más que nunca se necesita una conciencia misionera en todo cristiano.
Hoy son decisivos los signos de la santidad, requisito previo esencial para una auténtica evangelización capaz de dar de nuevo esperanza. El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escucha a los que enseñan es porque dan testimonio. Hacen falta testimonios fuertes, personales y comunitarios, de vida nueva en Cristo.
En síntesis, el anuncio del Evangelio de la esperanza comporta que se promueva el paso de una fe sustentada por costumbres sociales, aunque sean apreciables, a una fe más personal y madura, iluminada y convencida. Los cristianos han de tener una fe que les permita enfrentarse críticamente con la cultura actual, resistiendo a sus seducciones; incidir eficazmente en los ámbitos culturales, económicos, sociales y políticos; manifestar que la comunión entre los miembros de la Iglesia católica y con los otros cristianos es más fuerte que cualquier vinculación étnica; transmitir con alegría la fe a las nuevas generaciones; construir una cultura cristiana capaz de evangelizar la cultura más amplia en que vivimos.
El ministerio de la Palabra, la celebración de la liturgia y el ejercicio de la caridad, se deben orientar a la edificación y el sustento de una fe madura y personal.
Para todo ello, la catequesis debe ser apropiada a los diversos itinerarios espirituales según las edades y condiciones de vida, previendo además formas adecuadas de acompañamiento espiritual y de descubrimiento del propio Bautismo. El Catecismo de la Iglesia Católica es punto de referencia.
Cultivar o relanzar el ministerio de la catequesis como educación y desarrollo de la fe de cada persona, de modo que crezca y madure la semilla puesta por el Espíritu Santo y transmitida con el Bautismo. Una catequesis orgánica y sistemática es sin duda alguna un instrumento esencial y primario para formar a los cristianos en una fe adulta.
34.- Testimoniar desde la unidad y desde el Evangelio: (20-04-2025).
La fuerza del anuncio del Evangelio de la esperanza será más eficaz si se une al testimonio de una profunda unidad y comunión en la Iglesia, así como con un espíritu radicalmente evangélico.
Para anunciar el Evangelio de la esperanza en la diversidad cultural y religiosa actual es necesario mirar con ojos de fe, con espíritu evangélico, que todos los cristianos nos acerquemos unos a otros y avancemos juntos, con un mismo espíritu: evangelización y unidad, evangelización y ecumenismo están indisolublemente vinculados entre sí. Los fanatismos, fundamentalismos y actitudes de violencia han estado y están en todos. También hay que saber descubrir la labor del Espíritu Santo que siempre nos precede sabiendo “tomar en consideración lo que hay de verdadero, de noble, de justo, de limpio, de amable, de laudable, de virtuoso y de encomiable” (Flp 4,8), y sabiendo “reconocer, acoger, valorar y dar sitio” a la obra que Dios ya ha iniciado, a las “semillas del Verbo”.
Para anunciar el Evangelio de la Esperanza hay que huir tanto del sincretismo como del relativismo o infravaloración religiosa. De entrada, sería una falta de respeto y de valoración a la labor del Espíritu, además de un empobrecimiento de la vida de la fe. Apreciar, discernir, admirar, alegrarse y compartir, es la pauta que construirá un nuevo proyecto de humanidad que armonice la pluralidad.
Para anunciar el Evangelio de la Esperanza es necesario buscar lo que nos une por encima de “raza, lengua, pueblo, cultura…” y nos hace valorar las diferencias y enriquecernos con la pluralidad: es Jesucristo, Él nos da un Amor-Fontal que es Principio y Fundamento de toda existencia, nuestro Padre; una Referencia universal, válida para todo hombre; y un Corazón sano, ardiente, que capacita y posibilita vivir en el amor.
Para anunciar el Evangelio de la esperanza es necesario también que se restablezca un diálogo interreligioso profundo e inteligente, en particular con el hebraísmo y el islamismo. No se trata de dejarse llevar por una mentalidad indiferentista, enraizada a menudo en concepciones teológicas no correctas y marcada por un relativismo religioso que termina por pensar que “una religión vale la otra”. Sino más bien de tomar conciencia de la relación que nos une con el pueblo judío y de conocer mejor las demás religiones para poder dialogar con ellas. Todo lo cual está exigiendo una mayor formación en los cristianos.
35.- Evangelización de la cultura e inculturación del Evangelio (27-04-2025).
El anuncio de Jesucristo tiene que llegar también a la cultura contemporánea. La evangelización de la cultura debe mostrar también que hoy es posible vivir en plenitud el Evangelio como itinerario que da sentido a la existencia imprimiendo una mentalidad cristiana a la vida ordinaria: en la familia, la escuela, la comunicación social, en el mundo de la cultura, del trabajo y de la economía, de la política, del tiempo libre, de la salud y la enfermedad. Evaluando las tendencias emergentes, los hechos y las situaciones de mayor relieve de nuestro tiempo, a la luz del papel central de Cristo y de la antropología cristiana.
Hoy es preciso el planteamiento evangélico, teórico y práctico, de la realidad y del hombre. Además, considerando el impacto de las ciencias y los progresos, la Iglesia está llamada a relacionarse de manera activa con los conocimientos científicos y sus aplicaciones, indicando la insuficiencia y el carácter inadecuado de una concepción inspirada en el cientifismo y señalando asimismo los criterios éticos que el hombre lleva inscritos en su propia naturaleza.
En la tarea de la evangelización de la cultura interviene el importante servicio desarrollado por las escuelas católicas. Exhorto a los fieles implicados en el mundo de la escuela a perseverar en su misión, llevando la luz de Cristo Salvador en sus actividades educativas específicas, científicas y académicas.
Se debe valorar en particular la contribución de los cristianos dedicados a la investigación o que enseñan en la Universidades: con su “servicio intelectual”, transmiten a las jóvenes generaciones los valores de un patrimonio cultural enriquecido por dos milenios e experiencias humanista y cristiana.
Convencido de la importancia de las instituciones académicas, pido también que en las diversas Iglesias particulares se promueva una pastoral universitaria apropiada, favoreciendo así una respuesta a las actuales necesidades culturales.
Tampoco puede olvidarse la aportación positiva que supone la valoración de los bienes culturales de la Iglesia. Con una adecuada conservación y un uso inteligente, pueden ser, en cuanto testimonio vivo de la fe profesada a lo largo de los siglos, un instrumento válido para la nueva evangelización y la catequesis, e invitar a descubrir el sentido del misterio.
Al mismo tiempo, se han de promover nuevas expresiones artísticas de la fe mediante un diálogo asiduo con quienes se dedican al arte. En efecto, la Iglesia necesita el arte, la literatura, la música, la pintura, la escultura y la arquitectura, porque la belleza artística, como un reflejo del Espíritu de Dios, es un criptograma del misterio, una invitación a buscar el rostro de Dios hecho visible en Jesús de Nazaret.
36.- Evangelizar las distintas áreas de la vida social (4-05-2025).
-En primer lugar, hay que dedicar una creciente atención a la educación de los jóvenes en la fe. Encontrarnos con la mente, corazón y carácter juvenil, para ofrecerles una sólida formación humana y cristiana.
No es difícil percatarse de que hay en ellos actitudes diferenciales: se constata un deseo de vivir juntos para salir del aislamiento, y la sed, o menos sentida, de lo absoluto; también se ve en ellos una fe oculta que debe ser purificada e impulsada a seguir al Señor; y se les nota la decisión de continuar el camino ya emprendido y la exigencia de compartir la fe.
Pero para lograrlo hace falta renovar la pastoral juvenil articulada por edades y atenta a las distintas condiciones de niños, de adolescentes y de jóvenes; dotándola de mayor organicidad y coherencia; y escuchando las preguntas de los jóvenes, para hacerlos protagonistas de la evangelización y edificación de la sociedad.
En este quehacer hay que promover ocasiones de encuentro entre los jóvenes, para favorecer un clima de escucha recíproca y oración: no se ha de tener miedo a ser exigentes con ellos en lo que atañe a su crecimiento espiritual. Más aún, se les debe indicar el camino de la santidad, estimulándolos a tomar decisiones comprometidas en el seguimiento de Jesús, fortalecidos por una vida sacramental intensa
-En segundo lugar hay que prestar mayor atención a los medios de comunicación social. Entre otras cosas, esto comporta la adecuada formación de los cristianos que trabajan en ellos y de los usuarios de los mismos, con el fin de alcanzar un buen dominio de los nuevos lenguajes. Y no se debe descuidar la creación de medios de comunicación social locales, incluso en el ámbito parroquial.
Al mismo tiempo, hay que tratar de introducirse en los procesos de la comunicación social para hacer que se respete mejor la verdad de la información y la dignidad de la persona humana. Ojalá se viva el respeto de la dignidad de la persona humana, de sus derechos, incluido el derecho a la privacidad; el servicio a la verdad, a la justicia y a los valores humanos, culturales y espirituales; el respeto por las diversas culturas, evitando que se diluyan en la masa, tutela de los grupos minoritarios y de los más débiles; y, por último, la búsqueda del bien común por encima de intereses particulares o del predominio de criterios exclusivamente económicos.
-Por último, y no en importancia, urgencia y gravedad, está la necesidad de seguir realizando la Misión ad gentes. Pues la obra de evangelización está animada por verdadera esperanza cristiana cuando se abre a horizontes universales, que lleven a ofrecer gratis a todos lo que se ha recibido también como don. La misión ad gentes es la expresión de una Iglesia forjada por el Evangelio de la esperanza, que se renueva y rejuvenece continuamente.
Ese mismo ardor misionero que ha urgido siempre a la Iglesia debe animar a la Iglesia hoy. La disminución de presbíteros y personas consagradas no ha de ser impedimento en ninguna Iglesia particular para que asuma las exigencias de la Iglesia universal. Cada una encontrará el modo de favorecer la preparación a la misiónad gentes, para responder con generosidad al clamor que se eleva aún en muchos pueblos y naciones deseosas de conocer el Evangelio.
37.- Vocaciones Nativas: «Para el Señor, en los hermanos» (11-05-2025).
Hoy, IV Domingo de Pascua, recordamos que Jesús es nuestro Buen Pastor, y la Iglesia celebra unida la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones y la Jornada de Vocaciones Nativas bajo el lema: «Para el Señor, en los hermanos».
El lema de este año busca ser la respuesta-síntesis a una pregunta previa. “¿Para quién soy” (Christus vivit, 286), que dio nombre al Congreso de Vocaciones de ámbito nacional celebrado en febrero. Las preguntas vitales promueven la búsqueda, cuando hay preguntas puede haber respuestas. Así pues, el lema de esta Jornada invita a un discernimiento vocacional que parte de una realidad que ya se ha experimentado: que Dios me ama, que Dios me llama y, desde lo que ya me ha regalado, me invita a ser yo regalo para otros. Mi vida “se centra” cuando soy capaz de “descentrarme” de mi propio yo, en Dios, para los demás.
La diversidad de vocaciones es un tesoro que el Señor regala a su Iglesia. Unas y otras reflejan que la vida es un bien que hemos recibido y que está llamada a ser un don entregado «para el Señor, en los hermanos». El ejemplo de la Jornada de Vocaciones Nativas, al servicio de sus pueblos en contextos de gran necesidad, es buena prueba de ello; pues es consciente de que una Iglesia particular no puede constituirse en una Iglesia implantada, fuerte, hasta que no cuente con vocaciones sacerdotales y religiosas propias. Por eso, apoyar a las vocaciones nativas es una apuesta por el futuro de la misión
Las vocaciones que surgen en los territorios de misión -las vocaciones nativas- tienen muchas dificultades para seguir adelante por falta de recursos. Para velar por ellas, el Papa tiene una herramienta: la Obra de San Pedro Apóstol, una de las cuatro Obras Misionales Pontificias. A ella está encomendado el cuidado anual de los Seminarios Diocesanos de las Iglesias jóvenes y el apoyo a sus Noviciados.
Cada año esta Obra canaliza los donativos recibidos en todo el mundo y los reparte equitativamente entre 725 Seminarios Diocesanos, que acogen a 83.600 seminaristas. Son centros que cuentan con muy pocos medios, y por eso necesitan la ayuda de todos para poder permanecer abiertos y continuar formando a los sacerdotes nativos, que son los que asumen el relevo de los misioneros y siguen adelante con la evangelización en sus Iglesias locales. Además, apoya el primer año de formación en los Noviciados de Congregaciones nacidas en los territorios de misión.
Los misioneros siempre aseguran que las Vocaciones Nativas son esenciales, no solo importantes; que ellos siempre lo tienen presente desde el primer día que llegan, pues son conscientes que ellos están de paso. Las Vocaciones Nativas son el mejor legado de los misioneros. La mayor ilusión y alegría que un misionero puede tener es ver que la Iglesia se hace local.
38.-LA ORACIÓN COMO PRINCIPIO Y FUNDAMENTO DE LA ESPERNZA (18-05-2025).
Es necesario celebrar el Evangelio de la esperanza, porque es anuncio de la verdad que nos hace libres (cf. Jn 8,32). Orando, la Iglesia escucha a su Señor y lo que le dice el Espíritu, y ella le adora, le alaba, le da gracias e invoca su llegada, “¡Ven, Señor Jesús!” (cf. Ap 22,16-20), afirmando así que solo de Él espera la salvación.
En la oración la Iglesia descubre la presencia vivificante del Señor y, enraizando en Él cada una de sus acciones, puede proponer a los hombres el encuentro con Él mismo, esperanza verdadera y la única forma de satisfacer plenamente el anhelo de Dios escondido en las diversas formas de búsqueda religiosa que retoñan hoy.
Hoy hay signos que ayudan a perfilar el rostro de una Iglesia que, creyendo, anuncia, celebra y sirve a su Señor: no faltan ejemplos de cristianos que viven momentos de silencio contemplativo, participan fielmente en iniciativas espirituales, viven el Evangelio en su existencia cotidiana y dan testimonio de él en los diversos ámbitos en que se mueven. Se pueden entrever, además, muestras de una “santidad de pueblo”, que manifiestan cómo en la sociedad actual es posible vivir el Evangelio no solo en la esfera personal sino también como una auténtica experiencia comunitaria.
Pero hay también en la sociedad actual una religiosidad vaga y, a veces, desencaminada: sus manifestaciones son frecuentemente genéricas y superficiales, en ocasiones incluso contrastantes en las personas mismas de las que proceden. Hay fenómenos claros de fuga hacia el espiritualismo, el sincretismo religioso y esotérico, una búsqueda de acontecimientos extraordinarios a todo coste, hasta llegar a opciones descarriadas, como la adhesión a sectas peligrosas o a experiencias pseudorreligiosas.
Ese deseo difuso de alimento espiritual ha de ser acogido con comprensión, y purificado. Al hombre que se percata, aunque sea confusamente, de no poder vivir solo de pan, la Iglesia ha de presentarle de modo convincente la respuesta de Jesús al tentador: “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4).
En el contexto de la sociedad actual, cerrada con frecuencia a la trascendencia, sofocada por comportamientos consumistas, presa fácil de antiguas y nuevas idolatrías y, al mismo tiempo, sedienta de algo que vaya más allá de lo inmediato, a la Iglesia le espera una gran tarea: descubrir el sentido del «misterio»; renovar las celebraciones litúrgicas para que sean signos más elocuentes de la presencia de Cristo, el Señor; proporcionar nuevos espacios para el silencio, la oración y la contemplación; y, sobre todo, volver a los Sacramentos, especialmente la Eucaristía y la Penitencia, como fuente de libertad y de nueva esperanza.
39.- NECESIDAD DE DESCUBRIR EL SENTIDO DEL «MISTERIO» (25-05-2025).
A la Iglesia le espera la ardua tarea de ser una Iglesia que ora, alaba a Dios, reconoce su absoluta supremacía, y lo exalta con fe gozosa; que descubre el sentido del misterio, lo vive con humilde gratitud y da testimonio de él con alegría sincera y contagiosa; que celebra la salvación de Cristo, la acoge como don que la convierte en sacramento suyo, y hace de nuestra vida un verdadero culto espiritual agradable a Dios (cf. Rm 12,1).
Hoy hay algunos síntomas que revelan un decaimiento del sentido del misterio en las celebraciones litúrgicas, que deberían precisamente acercarnos a él. Por tanto, es urgente que en la Iglesia se reavive el auténtico sentido de la liturgia: esta es instrumento de santificación, celebración de la fe de la Iglesia y medio de transmisión de la fe. Con la Sagrada Escritura y las enseñanzas de los Padres de la Iglesia, es fuente viva de auténtica y sólida espiritualidad. Con ella, los fieles entran en comunión con la Santísima Trinidad, experimentando su participación en la naturaleza divina como don de la gracia. La liturgia se convierte así en anticipación de la bienaventuranza final y participación de la gloria celestial.
En las celebraciones hay que poner como centro a Jesús para dejarnos iluminar y guiar por Él. En ellas podemos encontrar una de las respuestas más rotundas que nuestras Comunidades han de dar a una religiosidad ambigua e inconsistente. Ellas no tienen como objeto calmar los deseos y los temores del hombre, sino escuchar y acoger a Jesús que vive, honra y alaba al Padre, para alabarlo y honrarlo con Él. Las celebraciones eclesiales proclaman que nuestra esperanza nos viene de Dios por medio de Jesús, nuestro Señor.
Se trata de vivir la liturgia como acción de la Trinidad: el Padre es quien actúa por nosotros en los misterios celebrados; Él es quien nos habla, perdona, escucha, da su Espíritu; a Él nos dirigimos, lo escuchamos, alabamos e invocamos. Jesús es quien actúa para nuestra santificación, haciéndonos partícipes de su misterio. El Espíritu Santo es el que interviene con su gracia y nos convierte en el Cuerpo de Cristo, la Iglesia.
Se debe vivir la liturgia como anuncio y anticipación de la gloria futura, término último de nuestra esperanza (cf. Sacrosanctum Concilium 8).
40.- ES NECESARIO CELEBRAR LOS SACRAMENTOS (1-06-2025).
Se debe dar gran relieve a la celebración de los Sacramentos, como acciones de Cristo y de la Iglesia orientadas a dar culto a Dios, a la santificación de los hombres y la edificación de la Comunidad eclesial. Reconociendo que Cristo actúa en ellos por medio del Espíritu Santo, los Sacramentos se deben celebrar con el máximo esmero y poniendo las condiciones apropiadas.
En la actualidad se dan dos peligros en la celebración de los Sacramentos: por un lado, algunos ambientes eclesiales parecen haber perdido el auténtico sentido del sacramento y podrían banalizar los misterios celebrados; por otro, muchos bautizados, por costumbre y tradición, siguen recurriendo a los Sacramentos en momentos significativos de su existencia, pero sin vivir conforme a las normas de la Iglesia.
-La Eucaristía, supremo don de Cristo a la Iglesia, hace presente sacramentalmente el sacrificio de Cristo para nuestra salvación: “La sagrada Eucaristía contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua”. La Iglesia, en su peregrinación, acude a ella, “fuente y cima de toda la vida cristiana”, encontrando la fuente de toda esperanza. La Eucaristía “da impulso a nuestro camino histórico, poniendo una semilla de viva esperanza en la dedicación cotidiana de cada uno a sus propias tareas”.
Todos estamos invitados a confesar la fe en la Eucaristía, “prenda de la gloria futura”, convencidos de que la comunión con Cristo, vivida ahora como peregrinos en la existencia terrena, anticipa el encuentro supremo del día en que “seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es” (1Jn 3,2): Es “gustar la eternidad en el tiempo”, presencia divina y comunión con ella; memorial de la Pascua de Cristo, es por naturaleza portadora de la gracia en la historia humana. Abre al futuro de Dios; siendo comunión con Cristo, con su cuerpo y su sangre, es participación en la vida eterna de Dios.
-El sacramento de la Reconciliación debe tener también un papel fundamental en la recuperación de la esperanza. La experiencia personal del perdón de Dios para cada uno de nosotros es fundamento esencial de toda esperanza respecto a nuestro futuro. Una de las causas del abatimiento que acecha a muchos jóvenes de hoy debe buscarse en la incapacidad de reconocerse pecadores y dejarse perdonar, una incapacidad debida frecuentemente a la soledad de quien, viviendo como si Dios no existiera, no tiene a nadie a quien pedir perdón. El que, por el contrario, se reconoce pecador y se encomienda a la misericordia del Padre, experimenta la alegría de una verdadera liberación y puede vivir sin encerrarse en su propia miseria. Recibe así la gracia de un nuevo comienzo y encuentra motivos para esperar.
Es necesario, pues, que se revitalice en la Iglesia en Europa el sacramento de la Reconciliación. Se recuerda, sin embargo, que la forma del Sacramento es la confesión personal de los pecados seguida de la absolución individual. Ante la pérdida tan extendida del sentido del pecado y la creciente mentalidad caracterizada por el relativismo y el subjetivismo en campo moral, es preciso que en cada comunidad eclesial se imparta una seria formación de las conciencias. Se debe reconocer claramente la verdad del pecado personal y la necesidad del perdón personal de Dios mediante el ministerio del sacerdote.
41.- ORACIÓN Y VIDA (8-06-2025).
Hace falta promover también otras formas de oración comunitaria, ayudando a descubrir la relación entre esta y la oración litúrgica:
En primer lugar conviene promover las diversas manifestaciones del culto eucarístico fuera de la Misa: la adoración personal, su exposición y procesión, que siempre se han de concebir como expresión de fe en la presencia real y permanente del Señor en el Sacramento del altar.
También es muy provechoso promover y educar en la celebración, personal o comunitaria, de la Liturgia de las Horas, cuyo valor para los fieles laicos ha sido puesto también de relieve por el Concilio Vaticano II.
Conviene exhortar a las familias a dedicar algún tiempo a la oración en común, de tal modo que interpreten a la luz del Evangelio toda la vida matrimonial y familiar. Así, partiendo de quienes se ponen a la escucha de la Palabra de Dios, se formará una liturgia doméstica que marcará cada momento de la familia.
Toda forma de oración comunitaria presupone la oración individual. Entre la persona y Dios se establece un coloquio franco que se expresa en la alabanza, el agradecimiento y la súplica al Padre por Jesucristo y en el Espíritu Santo. Nunca se debe descuidar la oración personal, que es como el aire que respira el cristiano, así como educar también a descubrir la relación entre esta última y la oración litúrgica.
Se ha de dedicar también una atención especial a la piedad popular. Muy extendida por las diversas regiones de Europa mediante las cofradías, procesiones y peregrinaciones a numerosos santuarios, enriquece el itinerario del año litúrgico, inspirando usos y costumbres familiares y sociales:
Todas estas formas deben ser consideradas cuidadosamente mediante una pastoral de promoción y renovación, que les ayude a desarrollar todo lo que es expresión auténtica de la sabiduría del Pueblo de Dios.
Vigilando los aspectos ambiguos de algunas de sus manifestaciones, preservándolas de desviaciones secularistas, consumismos desconsiderados o también de riesgos de superstición, para mantenerlas dentro de formas auténticas y juiciosas.
Se ha de llevar a cabo una pedagogía apropiada, explicando cómo la piedad popular se ha vivir siempre en armonía con la liturgia de la Iglesia y vinculada con los Sacramentos.
Sin olvidar nunca que el “culto espiritual agradable a Dios” (cf. Rm 12,1) se realiza ante todo en la existencia cotidiana, vivida en la caridad por la entrega libre y generosa de uno mismo incluso en momentos de aparente impotencia.
42.- EL DÍA DEL SEÑOR (15-06-2025).
El día del Señor –como ha sido llamado el domingo desde los tiempos apostólicos- ha tenido siempre, en la historia de la Iglesia, una consideración privilegiada por su estrecha relación con el núcleo mismo del misterio cristiano. En efecto, el domingo recuerda, en la sucesión semanal del tiempo, el día de la resurrección de Cristo. Es la Pascua de la semana, en la que se celebra la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, la realización en él de la primera creación y el inicio de la «nueva creación» (cf 2Cor 5,17). Es el día de la evocación adoradora y agradecida del primer día del mundo y a la vez prefiguración, en la esperanza activa, del «último día», cuando Cristo vendrá en su gloria (cf Hch 1,11; 1Tes 4,133-17) y «hará un mundo nuevo» (cf Ap 21,5).
Para el domingo, pues, resulta adecuada la exclamación del Salmista: «Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo» (Sal 118,24).
Esta invitación al gozo, propio de la liturgia de Pascua, muestra el asombro que experimentaron las mujeres que habían asistido a la crucifixión de Cristo cuando, yendo al sepulcro «muy temprano, el primer día después del sábado» (Mc 16,2), lo encontraron vacío.
Es una invitación a revivir, de alguna manera, la experiencia de los dos discípulos de Emaús, que sentían «arder su corazón», mientras el Resucitado se les acercó y caminaba con ellos, explicando las Escrituras y revelándose «al partir el pan» (cf Lc 24,32.35).
Es el eco del gozo, primero titubeante y después arrebatador, que los apóstoles experimentaron la tarde de aquel mismo día, cuando fueron visitados por Jesús resucitado y recibieron el don de su paz y de su Espíritu (cf Jn 20,19-23).
El día del Señor es un momento paradigmático y sumamente evocador en la celebración del Evangelio de la esperanza. Sin embargo, En el contexto actual, diversas circunstancias hacen difícil que los cristianos vivan plenamente el domingo como día del encuentro con el Señor. No es raro que se reduzca a un simple “fin de semana”, a un tiempo de mera evasión. Hace falta, pues, una acción pastoral articulada en el ámbito educativo, espiritual y social, que ayude a vivir su sentido genuino.
Renuevo, por tanto, la invitación a recuperar el sentido más profundo del día del Señor:
Para que sea santificado con la participación en la Eucaristía y con un descanso lleno de fraternidad y regocijo cristiano.
Para que se celebre como centro de todo el culto, preanuncio incesante de la vida sin fin, que reanima la esperanza y alienta en el camino.
Por eso no se ha de tener miedo a defenderlo contra toda insidia y a esforzarse por salvaguardarlo en la organización del trabajo, de modo que sea un día para el hombre y ventajoso para toda la sociedad.
En efecto, si se priva al domingo de su sentido originario y no es posible darle un espacio adecuado para la oración, el descanso, la comunión y la alegría, puede suceder que “el hombre quede cerrado en un horizonte tan restringido que no le permite ya ver el cielo”. Entonces, aunque vestido de fiesta, interiormente es incapaz de «hacer fiesta». Y sin la dimensión de la fiesta, la esperanza no encontraría un hogar donde vivir.
43.- LA CARIDAD HACE NACER LA ESPERANZA (22-06-2025).
Para servir al Evangelio de la esperanza, la Iglesia está llamada también a seguir el camino del amor. Es un camino que pasa a través de la caridad evangelizadora, el esfuerzo multiforme en el servicio y la opción por una generosidad sin pausas ni límites.
Para todo ser humano, la caridad que se recibe y se da es la experiencia originaria de la cual nace la esperanza. “El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente” (RH 10).
El reto para la Iglesia hoy consiste en ayudar al hombre contemporáneo a experimentar el amor de Dios Padre y de Cristo en el Espíritu Santo, mediante el testimonio de la caridad, que tiene en sí misma una intrínseca fuerza evangelizadora.
En esto consiste en definitiva el Evangelio, la Buena Noticia: Dios nos ha amado primero (cf 1Jn 4,10.19), Jesús nos ha amado hasta el final (cf. Jn 13,1). Gracias al don del Espíritu, se ofrece a los creyentes la caridad de Dios, su misma capacidad de amar: la caridad apremia en el corazón (cf. 2Co 5,14). Precisamente porque se recibe de Dios, la caridad se convierte en mandamiento para el hombre (cf. Jn 13,34).
Vivir en la caridad es un gozoso anuncio haciendo visible el amor de Dios que no abandona a nadie. Significa dar al hombre desorientado razones verdaderas para seguir esperando.
Es vocación de la Iglesia, como signo creíble aunque siempre inadecuado del amor vivido, hacer que los hombres se encuentren con el amor de Dios y de Cristo que viene a su encuentro: la Iglesia da testimonio del amor cuando las personas, las familias y las comunidades viven intensamente el Evangelio de la caridad.
Por su propia naturaleza, el testimonio de la caridad ha de extenderse más allá de los confines de la comunidad eclesial, para llegar a cada ser humano, de modo que el amor por todos los hombres fomente auténtica solidaridad en toda la vida social. Cuando la Iglesia sirve a la caridad, hace crecer al mismo tiempo la “cultura de la solidaridad”, contribuyendo así a dar nueva vida a los valores universales de la convivencia humana.
En esta perspectiva es menester revalorizar el sentido auténtico del voluntariado cristiano. Naciendo de la fe y siendo alimentado continuamente por ella, debe saber conjugar capacidad profesional y amor auténtico, impulsando a quienes lo practican a “elevar los sentimientos de simple filantropía a la altura de la caridad de Cristo, a reconquistar cada día, entre fatigas y cansancios, la conciencia de la dignidad de cada hombre, a salir al encuentro de las necesidades de las personas iniciando -si es preciso- nuevos caminos allí donde más urgentes son las necesidades y más escasas las atenciones y el apoyo” (EV 90).
44.- SERVIR AL HOMBRE EN LA SOCIEDAD DESPIERTA ESPERANZA (29-06-2025).
-En primer lugar se pide a toda la Iglesia que dé nueva esperanza a los pobres. Acogerlos y servirlos significa acoger y servir a Cristo (cf. Mt 25,40). El amor preferencial a los pobres es una dimensión necesaria del ser cristiano y del servicio al Evangelio. Amarlos y mostrarles que son los predilectos de Dios, significa reconocer que las personas valen por sí mismas, cualesquiera que sean sus condiciones económicas, culturales o sociales en que se encuentren, ayudándolas a valorar sus propias capacidades.
-Es preciso también dejarse interpelar por el fenómeno del desempleo. A esto se añaden, además, los problemas relacionados con los crecientes flujos migratorios. Se pide a la Iglesia hacer presente que el trabajo es un bien del cual toda la sociedad debe hacerse cargo. Reiterando los criterios éticos que han de regir el mercado y la economía, respetando escrupulosamente el puesto central del hombre, la Iglesia no dejará de intentar el diálogo con las personas responsables, tanto en el ámbito político, como sindical y empresarial.
-Se ha de promover también convenientemente la pastoral de los enfermos. Teniendo en cuenta que la enfermedad es una situación que plantea cuestiones esenciales sobre el sentido de la vida, en una sociedad de la prosperidad y la eficiencia, en una cultura caracterizada por la idolatría del cuerpo, por la supresión del sufrimiento y el dolor y por el mito de la eterna juventud: promover una presencia pastoral en los lugares del dolor, mediante los capellanes, asociaciones de voluntariado, instituciones sanitarias, y el apoyo a las familias de los enfermos; estar al lado del personal médico y auxiliar para apoyarlo en su vocación al servicio de los enfermos, pues a ellos también se les pide que den a los pacientes una ayuda espiritual especial, que supone el calor de un auténtico contacto humano.
Finalmente, no se ha de olvidar que a veces se hace un uso indebido de los bienes de la tierra. Al descuidar su misión de cultivar y cuidar la tierra con sabiduría y amor (cf. Gn 2,15), el hombre ha devastado en muchas zonas bosques y llanuras, contaminado las aguas, hecho irrespirable el aire, alterado los sistemas hidrogeológicos y atmosféricos y desertificado grandes superficies. También en este caso, servir al Evangelio de la esperanza quiere decir empeñarse de un modo nuevo en un correcto uso de los bienes de la tierra, llamando la atención para que, además de tutelar los ambientes naturales, se defienda la calidad de la vida de las personas y se prepare a las generaciones futuras un entorno más conforme con el proyecto del Creador.