MISIÓN AD GENTES 2024-2025.

 

MISIÓN AD GENTES 2024-2025.

Colaboración semanal durante el curso 2024-2025 en clave misionera de Don Antonio Evans Martos, Delegado episcopal de misiones en Córdoba. España. 

 VÍDEOS DE MISIÓN AD GENTES 24-25-

                     

 

1.- «ID E INVITAD A TODOS AL BANQUETE» (cf. Mt 22,9) (1-09-24).

Para la Jornada Mundial de las Misiones de este año he elegido el tema de la parábola evangélica  del banquete nupcial (cf. Mt 22,1-14). Después de que los invitados rechazaron la invitación, el rey,  protagonista del relato, dice a sus siervos: «Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los  que encuentren» (v. 9).  

Reflexionando sobre esta palabra clave, en el contexto de la parábola y de la vida de Jesús,  podemos destacar algunos aspectos importantes de la evangelización, los cuales resultan  particularmente actuales para todos nosotros, discípulos-misioneros de Cristo, en esta fase final del  itinerario sinodal que, de acuerdo con el lema “Comunión, participación, misión”, deberá relanzar a la  Iglesia hacia su compromiso prioritario, es decir, el anuncio del Evangelio en el mundo contemporáneo. 

La misión es un incansable ir hacia toda la humanidad para invitarla al encuentro y a la comunión  con Dios. La Iglesia seguirá yendo más allá de toda frontera, seguirá saliendo una y otra vez sin  cansarse ni desanimarse ante las dificultades y los obstáculos, para cumplir fielmente la misión recibida  del Señor. 

Aprovecho la ocasión para agradecer a los misioneros y misioneras que, respondiendo a la llamada  de Cristo, han dejado todo para ir lejos de su patria y llevar la Buena Noticia allí donde la gente todavía  no la ha recibido o la ha acogido recientemente.  

Continuemos rezando y dando gracias a Dios por nuevas y numerosas vocaciones misioneras  dedicadas a la obra de la evangelización hasta los confines de la tierra. Por eso continuemos rezando  y dando gracias a Dios por nuevas y numerosas vocaciones misioneras dedicadas a la obra de  evangelización hasta los confines de la tierra. 

«Hoy el drama de la Iglesia es que Jesús sigue llamando a la puerta, pero desde el interior, ¡para  que lo dejemos salir! Muchas veces se termina siendo una Iglesia […] que no deja salir al Señor, que  lo tiene como “algo propio”, mientras el Señor ha venido para la misión y nos quiere misioneros».  

¡Que todos nosotros, los bautizados, estemos dispuestos a salir de nuevo en misión, cada uno según  la propia condición de vida, para iniciar un movimiento misionero, como en los albores del cristianismo! El ir es inseparable del invitar. Esos siervos-mensajeros transmitían la invitación del soberano con  urgencia, pero también con gran respeto y amabilidad. De igual modo, la misión de llevar el Evangelio  a toda criatura debe tener necesariamente el mismo estilo de Aquel a quien se anuncia.  Con gozo, magnanimidad y benevolencia, fruto del Espíritu en ellos (cf. Ga 5,22); sin forzamiento,  coacción o proselitismo; Siempre con cercanía, compasión y ternura, aspectos que reflejan el modo de  ser y de actuar de Dios. 

2.- «ID E INVITA A TODOS AL BANQUETE» (cf. Mt 22,9) (8-9-2024). 

El rey pide a los siervos que lleven la invitación para el banquete de bodas de su hijo. Este banquete  es reflejo de aquel escatológico, es imagen de la salvación final en el Reino de Dios, realizada desde  ahora con la venida de Jesús, el Mesías e Hijo de Dios, que nos dio la vida en abundancia (cf. Jn 10,10),  simbolizada por la mesa llena «de manjares suculentos, […] de vinos añejados», cuando Dios  «destruirá la Muerte para siempre» (Is 25,6-8). 

La misión de Cristo es la de la plenitud de los tiempos, como Él declaró al inicio de su predicación:  «El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca» (Mc 1,15). Así, los discípulos de Cristo están  llamados a continuar esta misma misión de su Maestro y Señor.  

Sabemos que el celo misionero en los primeros cristianos tenía una fuerte dimensión escatológica.  Ellos sentían la urgencia del anuncio del Evangelio. También hoy es importante tener presente esta  perspectiva, porque nos ayuda a evangelizar con la alegría de quien sabe que «el Señor está cerca» y  con la esperanza de quien está orientado a la meta, cuando todos estaremos con Cristo en su banquete  nupcial en el Reino de Dios.  

Así pues, mientras el mundo propone los distintos “banquetes” del consumismo, del bienestar  egoísta, de la acumulación, del individualismo; el Evangelio, en cambio, llama a todos al banquete  divino donde, en la comunión con Dios y con los demás, reinan el gozo, el compartir, la justicia y la  fraternidad. Esta plenitud de vida, don de Cristo, se anticipa ya desde ahora en el banquete de la  Eucaristía que la Iglesia celebra por mandato del Señor y en memoria de Él.  

Esta plenitud de vida, don de Cristo, se anticipa ya desde ahora en el banquete de la Eucaristía que  la Iglesia celebra por mandato del Señor y en memoria de Él. Y así, la invitación al banquete  escatológico, que llevamos a todos a través de la misión evangelizadora, está intrínsecamente vinculada a la invitación a la mesa eucarística, donde el Señor nos alimenta con su Palabra y con su  Cuerpo y su Sangre. Por eso, todos estamos llamados a vivir más intensamente cada Eucaristía en  todas sus dimensiones, particularmente en la escatológica y misionera.  

A este propósito, reitero que no podemos acercarnos a la Mesa eucarística sin dejarnos llevar por  ese movimiento de la misión que, partiendo del corazón mismo de Dios, tiende a llegar a todos los  hombres. La renovación eucarística será también fundamental para despertar el espíritu misionero en  cada fiel.  

La oración diaria y particularmente la Eucaristía hacen de nosotros peregrinos-misioneros de la  esperanza, en camino hacia la vida sin fin en Dios, hacia el banquete nupcial preparado por Él para  todos sus hijos. 

3.- «ID E INVITAD A TODOS AL BANQUETE» (cf. Mt 22,9) (15-9-24).

La tercera y última reflexión se refiere a los destinatarios de la invitación del rey: ¡A todos! Como he  subrayado, «esto está en el corazón de la misión, ese “a todos”, sin excluir a nadie. Todos. Por tanto,  toda nuestra misión brota del Corazón de Cristo, para dejar que Él atraiga a todos hacia sí» (Discurso  del papa Francisco en la Asamblea de OMP, 3 de junio de 2023). 

Aún hoy, en un mundo desgarrado por divisiones y conflictos, el Evangelio de Cristo es la voz dulce  y fuerte que llama a los hombres a encontrarse, a reconocerse hermanos y a gozar de la armonía en  medio de las diferencias. Dios quiere que «todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad»  (1Tm 2,4).  

Por eso, no olvidemos nunca, en nuestras actividades misioneras, que somos enviados a anunciar el  Evangelio a todos, y «no como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una  alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable» (Evangelii Gaudium, 14).  

Los discípulos-misioneros de Cristo llevan siempre en su corazón la preocupación por todas las  personas de cualquier condición social o incluso moral. La parábola del banquete nos dice que, siguiendo  la recomendación del rey, los siervos reunieron «a todos los que encontraron, malos y buenos»  (Mt 22,10).  

Además, precisamente «los pobres, los lisiados, los ciegos y los paralíticos» (Lc 14,21), es decir, los  últimos y los marginados de la sociedad son los invitados especiales del rey. Así, el banquete nupcial  que Dios ha preparado para el Hijo, permanece abierto a todos y para siempre, porque su amor por cada  uno de nosotros es grande e incondicional. «Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para  que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna» (Jn 3,16). Quienquiera, todo hombre y  toda mujer es destinatario de la invitación de Dios a participar de su gracia que transforma y salva.  

Solo hace falta decir “sí” a este don divino y gratuito, revistiéndonos de Él como con un “traje de  fiesta”, acogiéndolo y permitiéndole que nos transforme (cf. Mt 22,12). 

4.- «ID E INVITAD A TODOS AL BANQUETE» (cf. Mt 22,9) (22-09-24).

La misión universal requiere el compromiso de todos. Por eso es necesario continuar el camino  hacia una Iglesia al servicio del Evangelio completamente sinodal-misionera. La sinodalidad es de por  sí misionera y, viceversa, la misión es siempre sinodal.  

Por tanto, una estrecha cooperación misionera resulta hoy aún más urgente y necesaria en la Iglesia  universal, así como en las Iglesias particulares.  

Siguiendo la línea del Concilio Vaticano II y de mis predecesores, recomiendo a todas las diócesis  del mundo el servicio de las Obras Misionales Pontificias, que son los medios primarios para «infundir  en los católicos, desde la infancia, el sentido verdaderamente universal y misionero, y de recoger  eficazmente los subsidios para bien de todas las misiones, según las necesidades de cada una» (Decr.  Ad gentes, 38).  

Por esta razón, las colectas de la Jornada Mundial de las Misiones, en todas las Iglesias locales,  están enteramente destinadas al Fondo Universal de Solidaridad que la Obra Pontificia de la  Propagación de la Fe distribuye después, en nombre del Papa, para las necesidades de todas las  misiones de la Iglesia. Pidamos al Señor que nos guíe y nos ayude a ser una Iglesia más sinodal y más  misionera (cf. Homilía del Santo Padre Francisco Clausura de la Asamblea General Ordinario del  Sínodo de los Obispos, 29 octubre 2023) 

Por último. dirijamos nuestra mirada a María, que obtuvo de Jesús el primer milagro, precisamente  en una fiesta de bodas, en Caná de Galilea (cf. Jn 2,1-12). El Señor ofreció a los esposos y a todos los  invitados la abundancia del vino nuevo, signo anticipado del banquete nupcial que Dios prepara para  todos, al final de los tiempos. Supliquemos también hoy su materna intercesión por la misión  evangelizadora de los discípulos de Cristo. Con la alegría y la solicitud de nuestra Madre, con la fuerza de la ternura y del afecto (cf. Exhort. ap. Evangelii Gaudium, 288), vayamos y llevemos a todos la  invitación del Rey Salvador. ¡Santa María, Estrella de la evangelización, ruega por nosotros! 

5.- SEMANA DEL ENCUENTRO PERSONAL CON CRISTO VIVO EN SU IGLESIA (29-09-24).

Iniciamos la celebración del Octubre Misionero que, a petición del Papa Francisco, quiere sea  siempre un mes cuya finalidad espiritual, pastoral y teológica consista en reconocer que la misión es y  debe ser el paradigma de la vida de toda la Iglesia. Con ese objetivo, se inicia con una semana dedicada  a la necesidad de tener un encuentro personal con Jesucristo, vivo en su Iglesia, a través de la  Eucaristía, la palabra de Dios, la oración personal y la comunitaria. 

Una semana para recuperar el deseo de estar en la presencia del Señor, de escucharlo y  adorarlo. Oración, para agradecer a Dios los múltiples dones de su amor por nosotros y alabar su obra  en la creación, que nos compromete a respetarla y a actuar de forma concreta y responsable para  salvaguardarla. Oración como voz “de un solo corazón y una sola alma” (cf. Hch 4,32) que se traduce  en ser solidarios y en compartir el pan de cada día. Oración que permite a cada hombre y mujer de este  mundo dirigirse al único Dios, para expresarle lo que tienen en el secreto del corazón. Oración como  vía maestra hacia la santidad, que nos lleva a vivir la contemplación en la acción. Oración que posibilite  que los corazones se puedan abrir para recibir la abundancia de la gracia, haciendo del “Padre Nuestro”,  la oración que Jesús nos enseñó, el programa de vida de cada uno de sus discípulos. 

Para el Domund de este año ha elegido el Papa el tema de la parábola evangélica del banquete  nupcial (cf. Mt 22,1-14). Después de que los invitados rechazaron la invitación, el rey, protagonista del  relato, dice a sus siervos: «Id e invitad a todos al banquete». Por ello, termina el Papa Francisco su  Mensaje para el Domund invitando a todos a intensificar ante todo la participación en la Misa y la oración  por la misión evangelizadora de la Iglesia. En efecto, la Iglesia, obediente a la palabra del Salvador, no  cesa de elevar a Dios en cada celebración eucarística y litúrgica la oración del Padrenuestro con la  invocación «venga a nosotros tu reino». Y así la oración diaria, y particularmente la Eucaristía, hacen  de nosotros peregrinos-misioneros de la esperanza, en camino hacia la vida sin fin en Dios, hacia el  banquete nupcial preparado por Él para todos sus hijos. 

6.- SEMANA DEL TESTIMONIO CRISTIANO (6-10-24).

Iniciamos la segunda semana del Octubre Misionero en la que se nos invita a contemplar el  testimonio de los santos, de los mártires de la misión y de los confesores de la fe, que son expresión  de la adultez en la fe de las Iglesias repartidas por el mundo entero. 

El Papa Francisco, en su Mensaje para la Jornada de la Propagación de la fe de este año, quiere  expresar su agradecimiento a los misioneros y misioneras que, respondiendo a la llamada de Cristo, han  dejado todo para ir lejos de su patria y llevar la Buena Noticia allí donde la gente todavía no la ha recibido  o la ha acogido recientemente. Queridos hermanos, vuestra generosa entrega es la expresión tangible  del compromiso de la misión ad gentes que Jesús confió a sus discípulos: «Vayan, y hagan que todos  los pueblos sean mis discípulos» (Mt 28,19). Por eso continuemos rezando y dando gracias a Dios por  nuevas y numerosas vocaciones misioneras dedicadas a la obra de evangelización hasta los confines  de la tierra. 

Ciertamente que ellos son auténticos testigos del amor de Dios al mundo, son testigos de Cristo  que sigue vivo y continúa su misión en la historia y los envía por doquier para que, a través de sus  testimonios de fe y del anuncio del Evangelio, Dios siga manifestando su amor y pueda tocar y  transformar corazones, mentes, cuerpos, sociedades y culturas, en todo lugar y tiempo. 

Pero no nos podemos olvidar -nos sigue diciendo el Papa en su Mensaje- que todo cristiano  está llamado a participar en esta misión universal con su propio testimonio evangélico en todos los  ambientes, de modo que toda la Iglesia salga continuamente con su Señor y Maestro a los “cruces de  los caminos” del mundo de hoy. Sí, «hoy el drama de la Iglesia es que Jesús sigue llamando a la puerta,  pero desde el interior, ¡para que lo dejemos salir! Muchas veces se termina siendo una Iglesia […] que  no deja salir al Señor, que lo tiene como “algo propio”, mientras el Señor ha venido para la misión y nos  quiere misioneros». Que todos nosotros, los bautizados, estemos dispuestos a salir de nuevo en misión,  cada uno según la propia condición de vida, para iniciar un movimiento misionero, como en los albores  del cristianismo! 

7.- SEMANA DE LA FORMACIÓN MISIONERA (13-10-24).

La Iglesia nos pide en esta semana adquirir una formación adecuada, catequética, espiritual y  teológica sobre la missio ad gentes, pues los enviados anunciando la Palabra de Dios, testimoniando  el Evangelio y celebrando la vida del Espíritu llaman a la conversión, bautizan y ofrecen la salvación 

cristiana en el respeto de la libertad personal de cada uno, en diálogo con las culturas y las religiones  de los pueblos donde son enviados. 

En el Mensaje para el Domund de este año el Papa insiste en dos ideas clave a la hora de vivir  nuestra misión evangelizadora:  

La primera es la necesidad de salir, de ir de manera incansable al encuentro de todo hombre  para llamarlo a la felicidad del Reino de Dios, al banquete divino donde, en la comunión con Dios y con  los demás, reinan el gozo, el compartir, la justicia y la fraternidad…, a pesar de la indiferencia o del  rechazo; pues vamos siguiendo el mandato del Señor, grande en amor y rico en misericordia, que  siempre está en salida. 

Y, en segundo lugar, es la manera de hacerlo. Pues la misión de llevar el Evangelio a toda criatura  debe tener necesariamente el mismo estilo de Aquel a quien se anuncia. Al proclamar al mundo «la  belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado» (Evangelii Gaudium,  36), los discípulos-misioneros lo realizan con gozo, magnanimidad y benevolencia, fruto del Espíritu  Santo en ellos (cf. Ga 5,22); sin forzamiento, coacción o proselitismo; siempre con cercanía, compasión  y ternura, aspectos que reflejan el modo de ser y de actuar de Dios. 

Siendo conscientes de que, en la llamada de Jesús a ir, están presentes los escenarios y  desafíos siempre nuevos de la misión evangelizadora a la que todos somos llamados. En esta, cada  cristiano, desde su comunidad local, debe avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera,  que no deja las cosas como están, sino que sale de sí y, abandonando su comodidad, discierne lo que  el Señor le pide y la transforma. 

8.-SEMANA DE CARIDD MISIONERA (20-10-24). 

El Octubre Misionero culmina en esta cuarta semana, dedicada a la caridad misionera como  apoyo para el inmenso trabajo de evangelización y de la formación cristiana de las Iglesias más  necesitadas. 

Así, la tercera y última reflexión del Papa Francisco se refiere a los destinatarios de la invitación  del rey: «todos», sin excluir a nadie. En un mundo desgarrado por divisiones y conflictos, el Evangelio  de Cristo es la voz dulce y fuerte que llama a los hombres a encontrarse, a reconocerse hermanos y a  gozar de la armonía en medio de las diferencias.  

La parábola del banquete nos dice que, siguiendo la recomendación del rey, los siervos reunieron  «a todos los que encontraron, malos y buenos» (Mt 22,10). Además, precisamente «los pobres, los  lisiados, los ciegos y los paralíticos» (Lc 14,21), los últimos y los marginados de la sociedad, son los  invitados especiales del rey. Así, el banquete nupcial que Dios ha preparado para el Hijo, permanece  abierto a todos y para siempre, porque su amor por cada uno de nosotros es grande e incondicional.  «Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino  que tenga Vida eterna» (Jn 3,16). Quienquiera, todo hombre y toda mujer es destinatario de la invitación  de Dios a participar de su gracia que transforma y salva. Solo hace falta decir “sí” a este don divino y  gratuito, revistiéndonos de él como con un “traje de fiesta”, acogiéndolo y permitiéndole que nos  transforme (cf. Mt 22,12). 

La caridad es la prueba de nuestra fe y de nuestra esperanza. La caridad se convierte en  programa de vida para la Iglesia apoyando materialmente el trabajo de la evangelización: anunciar a  un Dios hecho hombre, que acompaña a cada criatura en su caminar ofreciendo amor, sentido a la vida  y esperanza. La caridad urge a la opción preferencial por los más alejados, empobrecidos y  marginados. Se manifiesta en amar lo no amable, soportar lo insoportable, esperar contra toda  esperanza, en reaccionar siempre amando. Se acrisola en el perdón, en entregar la vida por los que te  la quitan. 

Como todos los años, hay que recordar que están esperando de nuestra caridad: millones de  personas que viven en la más absoluta pobreza; millones que nacen viven y mueren sin hogar; millones  que mueren de hambre; millones de refugiados; y un desgraciado largo etc. de dolor, sufrimiento,  injusticia, desesperanza y desolación. 

9.- SÍNODO-CONCILIO Y SINODALIDAD (27-10-24).

“Sínodo” es una palabra antigua muy venerada por la Tradición de la Iglesia, cuyo significado se  asocia con los contenidos más profundos de la Revelación.  

– Compuesta por la preposición griega σύν, y el sustantivo ὁδός, indica el camino que recorren  juntos los miembros del Pueblo de Dios. Remite al Señor Jesús que se presenta a sí mismo como «el  camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6), y al hecho de que los cristianos, sus seguidores, en su origen  fueron llamados «los discípulos del camino» (cfr. Hch 9,2; par.).

– En la lengua griega, utilizada en la Iglesia, se aplica a los discípulos de Jesús convocados en  asamblea, y en algunos casos es sinónimo de la comunidad eclesial.  

– Con un significado específico, desde los primeros siglos se designan con la palabra “sínodo” las  asambleas eclesiásticas convocadas en diversos niveles (diocesano, provincial o regional, patriarcal,  universal) para discernir, a la luz de la Palabra de Dios y escuchando al Espíritu Santo, las cuestiones  doctrinales, litúrgicas, canónicas y pastorales que se van presentando periódicamente. 

“Concilium” o synodus es la traducción latina de la palabra griega σύνoδος (sýnodos). De por sí,  la palabra concilium, en el uso profano, indica una asamblea convocada por la autoridad legítima. Ahora  bien, aunque las raíces de “sínodo” y de “concilio” son diversas, el significado coincide.  

– La palabra “concilio” enriquece el contenido semántico de “sínodo” porque se relaciona: con el  hebreo ָהל ָק) qahal) -la asamblea convocada por el Señor-, y con su traducción en griego ἐκκλησία  (ekklesía), que en el Nuevo Testamento designa la convocación escatológica del Pueblo de Dios en  Cristo Jesús. 

– En la Iglesia católica la distinción en el uso de las palabras concilio y sínodo es reciente. En el  Vaticano II son sinónimos que designan la asamblea conciliar. Una precisión fue introducida en el Código  de Derecho Canónico de la Iglesia latina (1983), en el que se distingue entre Concilio particular (plenario  o provincial) y Concilio ecuménico por una parte, y Sínodo de los Obispos y Sínodo Diocesano por la  otra. 

En la literatura teológica, canónica y pastoral de los últimos decenios se ha hecho común el uso  de un sustantivo acuñado recientemente, “sinodalidad”, correlativo al adjetivo “sinodal” y derivados los  dos de la palabra “sínodo”.  

– Se habla así de la sinodalidad como “dimensión constitutiva” de la Iglesia o simplemente de  “Iglesia sinodal”.  

– Este lenguaje novedoso, que requiere una atenta puntualización teológica, testimonia una  adquisición que se viene madurando en la conciencia eclesial a partir del Magisterio del Concilio  Vaticano II y de la experiencia vivida, en las Iglesias locales y en la Iglesia universal, desde el último  Concilio hasta el día de hoy. 

10.- COMUNIÓN-SINODALIDAD Y COLEGIALIDAD (3-11-24). 

Aunque el término y el concepto de sinodalidad no se encuentren explícitamente en la enseñanza  del Concilio Vaticano II, se puede afirmar que la instancia de la sinodalidad se encuentra en el corazón  de la obra de renovación promovida por él. 

El concepto comunión sintetiza la eclesiología del Pueblo de Dios, destaca la común dignidad y  misión de todos los bautizados en el ejercicio de la multiforme y ordenada riqueza de sus carismas, de  su vocación, de sus ministerios, expresa la sustancia profunda del misterio y de la misión de la Iglesia,  que tiene su fuente y su cumbre en el banquete eucarístico, designa la res del Sacramentum  Ecclesiae: la unión con Dios Trinidad y la unidad entre las personas humanas que se realiza mediante el  Espíritu Santo en Cristo Jesús.  

El concepto sinodalidad indica la específica forma de vivir y obrar (modus vivendi et operandi) de  la Iglesia Pueblo de Dios que manifiesta y realiza en concreto su ser comunión en el caminar juntos, en  el reunirse en asamblea y en el participar activamente de todos sus miembros en su misión  evangelizadora. Se refiere a la corresponsabilidad y a la participación de todo el Pueblo de Dios en la  vida y la misión de la Iglesia, 

El concepto de colegialidad precisa el significado teológico y la forma de ejercicio del ministerio de  los Obispos en el servicio de la Iglesia particular confiada al cuidado pastoral de cada uno, y en la  comunión entre las Iglesias particulares en el seno de la única y universal Iglesia de Cristo, mediante  la comunión jerárquica del Colegio episcopal con el Obispo de Roma. Es la forma específica en que se  manifiesta y se realiza la sinodalidad eclesial a través del ministerio de los Obispos en el nivel de la  comunión entre las Iglesias particulares en una región y en el nivel de la comunión entre todas las  Iglesias en la Iglesia universal. Toda auténtica manifestación de sinodalidad exige por su naturaleza el  ejercicio del ministerio colegial de los Obispos. 

11.-LA LLAMADA A CAMINAR Y REFLEXIONAR JUNTOS (10-11-24). 

La Iglesia de Dios es convocada en Sínodo. Con esta convocatoria, el Papa Francisco invita a  toda la Iglesia a que tome conciencia de que el camino de la sinodalidad es el camino que Dios  espera de ella, que es una dimensión constitutiva de su ser, que lo que el Señor le pide, en cierto  sentido, está contenido en la palabra Sínodo.

Este itinerario es un don y una tarea: caminando y reflexionando juntos sobre el camino  recorrido, la Iglesia podrá aprender, a partir de lo que irá experimentando, cuáles son los procesos  que pueden ayudarla a vivir la comunión, a realizar la participación y a abrirse a la misión. Nuestro  “caminar y reflexionar juntos” es lo que mejor realiza y manifiesta la naturaleza de la Iglesia como  Pueblo de Dios peregrino y misionero.  

¿Cómo se realiza hoy ese “caminar y reflexionar juntos” que permita a la Iglesia anunciar el  Evangelio, de acuerdo con la misión que le fue confiada; y qué pasos nos invita a dar el Espíritu para  crecer como Iglesia sinodal?  

1º. Haciendo memoria sobre cómo el Espíritu ha guiado el camino de la Iglesia en la historia y nos  llama hoy a ser juntos testigos del amor de Dios.  

2º. Viviendo un proceso eclesial participado e inclusivo, que ofrezca a cada uno -en particular a  cuantos por diversas razones se encuentran en situaciones marginales- la oportunidad de expresarse y  de ser escuchados para contribuir en la construcción del Pueblo de Dios. 

3º. Reconociendo y apreciando la riqueza y la variedad de los dones y de los carismas que el  Espíritu distribuye libremente, para el bien de la comunidad y en favor de toda la familia humana.  4º. Experimentando modos participados de ejercitar la responsabilidad en el anuncio del Evangelio  y en el compromiso por construir un mundo más hermoso y más habitable.  

5º. Examinando cómo se viven en la Iglesia la responsabilidad y el poder, y las estructuras con las  que se gestionan, haciendo emerger y tratando de convertir los prejuicios y las prácticas desordenadas  que no están radicadas en el Evangelio.  

6º. Sosteniendo la comunidad cristiana como sujeto creíble y socio fiable en caminos de diálogo  social, sanación, reconciliación, inclusión y participación, reconstrucción de la democracia, promoción  de la fraternidad y de la amistad social.  

7º. Regenerando las relaciones entre los miembros de las comunidades cristianas, así como  también entre las comunidades y los otros grupos sociales, por ejemplo, comunidades de creyentes de  otras confesiones y religiones, organizaciones de la sociedad civil, movimientos populares, etc.  Favoreciendo la valoración y la apropiación de los frutos de las recientes experiencias sinodales a  nivel universal, regional, nacional y local. 

12.- UNA IGLESIA SINODAL Y MISIONERA (17-11-24).

Embarcados en el itinerario sinodal que, de acuerdo con el lema “Comunión, participación,  misión”, deberá relanzar a la Iglesia hacia su compromiso prioritario, es decir, al anuncio del  Evangelio en el mundo contemporáneo, debemos tomar conciencia de que la misión universal  requiere el compromiso de todos, que es necesario continuar el camino hacia una Iglesia al servicio  del Evangelio completamente sinodal-misionera. La sinodalidad es de por sí misionera y, viceversa, la  misión es siempre sinodal. Por tanto, una estrecha cooperación misionera resulta hoy aún más  urgente y necesaria en la Iglesia universal, así como en las Iglesias particulares. La urgencia de la acción misionera de la Iglesia supone naturalmente una cooperación misionera  cada vez más estrecha de todos sus miembros a todos los niveles. Este es un objetivo esencial en el  itinerario sinodal que la Iglesia está recorriendo con las palabras clave comunión, sinodalidad y  misión. Tal itinerario no es de ningún modo un replegarse de la Iglesia sobre sí misma, ni un proceso  de sondeo popular para decidir, como se haría en un parlamento, qué es lo que hay que creer y  practicar y qué no, según las preferencias humanas. Es más bien un ponerse en camino, recordando una vez más la validez perenne de la misión ad gentes, la misión que el Señor resucitado dio a la  Iglesia de evangelizar a cada persona y a cada pueblo hasta los confines de la tierra.  Hoy más que nunca la humanidad, herida por tantas injusticias, divisiones y guerras, necesita la  Buena Noticia de la paz y de la salvación en Cristo. Por tanto, es necesario tener presente que «todos  tienen el derecho de recibir el Evangelio. Los cristianos tienen el deber de anunciarlo sin excluir a  nadie, no como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un  horizonte bello, ofrece un banquete deseable» (Evangelii Gaudium,14). La conversión misionera  sigue siendo el objetivo principal que debemos proponernos como individuos y como comunidades,  porque «la salida misionera es el paradigma de toda obra de la Iglesia» (Evangelii Gaudium,15). 


13.- LA SINODALIDAD SE CONVIERTE EN CORRESPONSABILIDAD MISIONERA (24-11-24).

La palabra que quiere acentuar la Iglesia sinodal es la de escuchar, la necesidad de sabernos  escuchar, con la petición de entrar en el dinamismo de una escucha recíproca, conducida a todos los  niveles de la Iglesia, implicando a todo el Pueblo de Dios. Se trata ante todo de un camino que  interpela a cada comunidad en su ser expresión visible de una comunión de amor, reflejo de la 

relación Trinitaria, de su bondad y de su belleza, capaz de suscitar nuevas energías para  confrontarnos concretamente con el momento actual. 

Volver a la propia llamada, reencontrar la alegría de sentirse y ser parte de un proyecto de amor y  redescubrir con estupor que el Señor llama a cada uno a realizar el sueño de bien para la humanidad,  ayuda a reavivar y a reforzar la propia pertenencia, la primera declinación de la participación. No puedo  participar si me siento como el todo y no me reconozco como parte de un proyecto compartido. 

Es un cuerpo que pide la participación de todos –ninguno se excluya o se sienta excluido; ninguno  piense “no me preocupa”-, que recuerda la unidad de los miembros con el cuerpo y la comunión de  todas las riquezas de las vidas y de los carismas, comprendidas las fatigas y las heridas, que no se  esconden. 

La participación se convierte a la vez en responsabilidad: la llamada a ser Iglesia sinodal no puede  ser desatendida, no se puede faltar o trabajar con autonomía. La sinodalidad comienza dentro de  nosotros: con un cambio de mentalidad, con una conversión personal, en la comunidad o fraternidad,  dentro de casa, en el trabajo, en nuestras estructuras, para expandirse en los ministerios y en la misión. 

En consecuencia, el estilo de participación se convierte en el de la corresponsabilidad, propio de  la naturaleza de la Iglesia, la comunión y su sentido último: el sueño misionero de llegar a todos, de  cuidar de todos, de sentirse todos hermanos y hermanas, juntos en la vida y en la historia, que es la  historia de la salvación. 

14.-POR UNA IGLESIA SINODAL: COMUNIÓN-PARTICIPACIÓN Y MISIÓN (1-12-24).

Estas tres dimensiones están profundamente interrelacionadas, son los pilares vitales de una  Iglesia sinodal. No hay un orden jerárquico entre ellas, más bien, cada una enriquece y orienta a las  otras dos. Existe una relación dinámica que debe articularse teniendo en cuenta los tres términos: Primero, la comunión: pues Dios, en su benévola voluntad, reúne pueblos distintos, pero con una  misma fe, mediante la alianza que ofrece a su pueblo. La comunión que compartimos encuentra sus  raíces más profundas en el amor y en la unidad de la Trinidad. Es Cristo quien nos reconcilia con el  Padre y nos une entre nosotros en el Espíritu Santo. Juntos, nos inspiramos en la escucha de la Palabra  de Dios, a través de la Tradición viva de la Iglesia, y nos basamos en el sensus fidei que compartimos.  Todos tenemos un rol que desempeñar en el discernimiento y la vivencia de la llamada de Dios a su  pueblo.  

En segundo lugar, la participación: pues la llamada de Dios es a la participación de todos los que  pertenecen a su Pueblo -laicos, consagrados y ordenados- para que se comprometan en el ejercicio  de la escucha profunda y respetuosa de los demás. Esta actitud crea un espacio para escuchar juntos  al Espíritu Santo, que guía nuestras aspiraciones en beneficio de la Iglesia del Tercer Milenio. La  participación se basa en que todos los fieles están cualificados y llamados a servirse recíprocamente a  través de los dones que cada uno ha recibido del Espíritu Santo. En una Iglesia sinodal, toda la  comunidad, en la libre y rica diversidad de sus miembros, está llamada a rezar, escuchar, analizar,  dialogar, discernir y aconsejar para tomar decisiones pastorales que correspondan lo más posible a la  voluntad de Dios. Hay que hacer esfuerzos genuinos para asegurar la inclusión de los que están en los  márgenes o se sienten excluidos.  

Y, en tercer lugar la misión: pues la Iglesia existe para evangelizar. Nunca podemos concentrarnos  en nosotros mismos. Nuestra misión es testimoniar el amor de Dios en medio de toda la familia humana.  Este proceso sinodal tiene una profunda dimensión misionera. Su objetivo es permitir a la Iglesia que  pueda testimoniar mejor el Evangelio, especialmente con aquellos que viven en las periferias  espirituales, sociales, económicas, políticas, geográficas y existenciales de nuestro mundo. De este  modo, la sinodalidad es un camino a través del cual la Iglesia puede cumplir con más fruto su misión  de evangelización en el mundo, como levadura al servicio de la llegada del Reino de Dios.  

15.-LA SINODALIDAD EN UN DETERMINADO CONTEXTO SOCIAL Y ECLESIAL (8-12-24).

El camino sinodal se desarrolla dentro de un contexto histórico caracterizado por cambios  “epocales” de la sociedad en que vivimos y por una etapa crucial de la vida de la Iglesia, que no es  posible ignorar.  

Es en los pliegues de este contexto complejo, en sus tensiones y contradicciones, donde  estamos llamados a «escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del  Evangelio» (Gaudium et Spes n. 4), buscando señalar algunos elementos del escenario global más  estrechamente vinculados con el tema del Sínodo, pero conscientes de que el cuadro deberá  enriquecerse y completarse siempre a nivel local. 

Y, sin olvidar extender nuestra mirada también al panorama que presenta la humanidad. Una  Iglesia sinodal es como un estandarte alzado entre las naciones (cf. Is 11,12). En un mundo que -aun invocando participación, solidaridad y la transparencia en la administración de lo público- a menudo  entrega el destino de poblaciones enteras en manos codiciosas de pequeños grupos de poder.  Como Iglesia que «camina junto» a los hombres, partícipe de las dificultades de la historia,  cultivamos el sueño de que el redescubrimiento de la dignidad inviolable de los pueblos y de la  función de servicio de la autoridad, podrán ayudar a la sociedad civil a edificarse en la justicia y la  fraternidad, fomentando un mundo más bello y más digno del hombre para las generaciones que  vendrán después de nosotros. 

Vivimos en una época de rápidos cambios y que la pandemia que hemos vivido los ha acelerado  aún más. Por ello, la Iglesia, que vive en el mundo y para el mundo, no solo debe afrontar lo que  ocurre con fe, sino que ella misma se ve cuestionada sobre su propia identidad y misión. Su  “pastoralidad” consiste precisamente en esta inmersión radical en la historia de los hombres, porque  la Iglesia debe contar no solo con la fuerza del Evangelio, sino también con la condición de los  destinatarios del Evangelio, que nunca son hombres y mujeres teóricos, sino los que existen  realmente en una época histórica determinada.  

De aquí la importancia de nombrar desde el principio algunos temas actuales de la teología  pastoral, pues en Europa estamos viviendo un tiempo postmetafísico y postsecular que plantea no  solo nuevas «condiciones de creencia» para los cristianos, sino incluso «nuevas condiciones de  existencia» para el propio cristianismo.  

16.- SE VISLUMBRAN TRES «GRANDES CONSTELACIONES» EN NUESTRA SOCIEDAD (15-12-24).

Son tres «grandes constelaciones» vinculadas a la contextualidad de la reflexión teológica y de  la acción pastoral: 

1º. La teológica: Estamos llamados a explorar la constelación de la hospitalidad: Repensar a Dios  en el contexto de la hospitalidad significa pensar en Él como abierto y disponible, es decir, capaz de  dar cabida a los demás y dispuesto a extender su propia comunión de amor.  

El Dios de Jesucristo no tiene nada de narcisista ni de autorreferente. Pensemos en su  generosidad sistémica capaz de crear un hogar hospitalario para nosotros a través de la creación,  generando así un mundo distinto a Él. Pensemos en la mansedumbre de Dios en Jesús, que viene a  nosotros pidiendo hospitalidad en el mundo que nos ha sido confiado. Pensemos también en la  apremiante invitación del Papa Francisco al discernimiento como una práctica espiritual de escucha  de Dios, al que hay que acoger, seguir y amar.  

En esta primera constelación hay una clara referencia al desafío ecológico, a la urgente  cuestión de la migración y también a la violencia que con demasiada frecuencia sigue teniendo una  matriz religiosa. Es el gran reto de la fraternidad universal y de la amistad social, que en la encíclica  Fratelli tutti 4 ha encontrado una autorizada reactivación.  

2º. La antropológica: En estas últimas décadas hay una creciente atención a la constelación de la  escucha. Durante los últimos procesos sinodales -el de la familia, el de los jóvenes y el de la región  panamazónica- hemos tomado cada vez más conciencia, como Iglesia, de estar en deuda para  escuchar: el grito de las familias heridas, el grito de los jóvenes y de la tierra y el grito de los pobres  sigue siendo demasiado a menudo desoído.  

Por ello, es decisivo, desde todos los puntos de vista, reavivar y profundizar en el tema de la  escucha: Pensar en el hombre como un ser que escucha, oyente de la Palabra, abierto a la voz de  Dios. Ser conscientes de que la Iglesia es deudora de la «escucha empática» con Dios y con los  hombres. Volver a la vida espiritual como escucha activa de la Palabra de Dios. Partir de nuevo del  discernimiento como práctica de la escucha en el Espíritu de la llamada que nos llega de la realidad,  de la conciencia, del mundo.  

3º. La sinodalidad: Se trata de un redescubrimiento de las últimas décadas, que ha recibido un  impulso decisivo por parte del Papa Francisco. El volver a poner en el centro de la identidad de la Iglesia  su ser “Pueblo de Dios” está en su raíz; el redescubrimiento del bautismo como plataforma de todo  posible discipulado misionero es su base sacramental. Se trata de una tarea abierta, aventurera y  envolvente, que comprometerá a la Iglesia en las próximas décadas.  

17.- LAS TRES GRANDES CONSTELACIONES ESTÁN ENTRELAZADAS (22-12-24)

Estas tres constelaciones están entrelazadas, se remiten unas a otras y se implican  continuamente. En realidad no se pueden separar, sino que solo se distinguen metodológicamente,  porque forman parte de un único poliedro. Forman un todo porque, como bien dice la carta encíclica  Laudato sí: «todo está conectado». 

– Está claro que la hospitalidad y el saberse acogidos se refieren a la escucha, al diálogo y a la  sinodalidad.  

– Así como la escucha se refiere a las condiciones esenciales para vivir la sinodalidad.  – Así como que la sinodalidad es una práctica de la hospitalidad y de la escucha que reconoce  al otro como un don al que hay que acoger y dar la palabra, además de la bienvenida.  Todo lo cual hace que nos centremos en la tercera constelación, la relacionada con la  sinodalidad. La sinodalidad tiene, desde el principio, tres características:  

1º. Es generativa, y por tanto radical: Está en juego la sustancia de la Iglesia y no algunos de sus  accidentes. Es un atributo de la Iglesia, una de sus características que se deriva de su naturaleza  comunional, es una dimensión constitutiva de la Iglesia. No es una cuestión periférica, sino esencial.  

2º. Es sistémica y no sectorial: Se trata del modo global de ser Iglesia y del modo de proceder en  la Iglesia y como Iglesia. Se trata de su “estilo” de ser ella misma y de estar en el mundo. Se trata de  la vida y la misión de la Iglesia.  

3º. Es poliédrica, afecta a todo y a todos: Es un tema polifacético y transversal, y para abordarlo  no bastará con hacer unos pequeños ajustes estéticos, sino que tendremos que redefinir nuestra  identidad y nuestra misión. Es algo que requiere actitud de conversión. Es un programa de verificación  y relanzamiento de toda la vida eclesial: Por una Iglesia sinodal: comunión, participación, misión.

18.- 2025: AÑO JUBILAR-PEREGRINOS DE ESPERANZA (29-12-2024).

El Jubileo ha sido siempre un acontecimiento de importancia espiritual, eclesial y social. Desde que el Papa Bonifacio VIII instituyó el primer Año Santo en 1300, el pueblo de Dios ha vivido esta celebración como un don especial de gracia. Millones y millones de peregrinos han acudido a los lugares santos a lo largo de los siglos, dando testimonio vivo de su fe perdurable.

El Gran Jubileo del año 2000 introdujo la Iglesia en el tercer milenio de su historia. El Papa San Juan Pablo II lo convocó esperando que todos los cristianos, superadas las divisiones, pudiéramos celebrar juntos los dos mil años del nacimiento de Jesucristo. El Papa Francisco convocó el año 2015 el de la Misericordia para que redescubriéramos la fuerza y ternura del amor del Padre, y para que a su vez podamos ser sus testigos. Ahora, iniciamos este Año Jubilar celebrando que el Señor que nos libera, nos restaura, recrea su sueño eterno de amor, y nos capacita para que podamos vivir auténticamente como «Peregrinos de esperanza», en todo su significado pastoral. 

El Papa Francisco busca mantener encendida la llama de la esperanza que nos ha sido dada, y hacer todo lo posible para que cada uno recupere la fuerza y la certeza de mirar al futuro con mente abierta, corazón confiado y amplitud de miras. Esto solo será posible si somos capaces de recuperar la fraternidad universal, si no cerramos los ojos ante la tragedia de la pobreza galopante que impide a millones de personas vivir de manera humanamente digna. Especialmente los refugiados que se ven obligados a abandonar sus tierras. Sin olvidar a los niños, víctimas colaterales en todas las tragedias de la humanidad.

El Papa Francisco nos pidió a comienzos del 2024 fuese un año de preparación dedicado a una gran “sinfonía” de oración. Oración, ante todo, para recuperar el deseo de estar en presencia del Señor, de escucharlo y adorarlo. Oración, para agradecer a Dios los múltiples dones de su amor por nosotros y alabar su obra en la creación, que nos comprometa a respetarla y a actuar de forma concreta y responsable para salvaguardarla. Oración como voz “de un solo corazón y una sola alma” (cf. Hch 4,32) que se traduzca en ser solidarios y en compartir el pan de cada día. Oración que permita a cada hombre y mujer de este mundo dirigirse al único Dios, para expresarle lo que tienen en el secreto del corazón. Oración como vía maestra hacia la santidad, que nos lleve a vivir la contemplación en la acción. En definitiva, un año intenso de oración, en el que los corazones se puedan abrir para recibir la abundancia de la gracia, haciendo del “Padre Nuestro”, la oración que Jesús nos enseñó, el programa de vida de cada uno de sus discípulos.

19.-INFANCIA MISIONERA: «COMPARTO LO QUE TENGO» (5-01-2025). 

Con el lema “Comparto lo que tengo”, la Infancia Misionera quiere invitarnos, en primer lugar, a compartir la fe, a abrirse al Espíritu, el auténtico protagonista de la misión.

Así vemos cómo la primera misión de la Iglesia primitiva no fue dar oro ni plata, sino dar el poder y la fuerza de Dios, su Espíritu, el que capacita para levantarse y andar (cf. Hch 3,5). Pues es el Espíritu Santo el que libera, restaura, recrea y capacita (cf Lc 4,14ss); es el ‘Regalo’ del Padre y del Hijo, el Don síntesis; es la inhabitación de la Voluntad amorosa de Dios; es la Vida eterna, la capacidad de amar divina.

Esa es la razón por la que nos hemos preparado con un año dedicado a la oración: a escuchar la declaración de amor de Dios, lo que somos para Él: un sueño eterno de su corazón; a escuchar que nos necesita para hacerlo presente, visible y hacer posible su Designio de amor; a escuchar que nos capacita dándonos su propio Espíritu, su alma, su corazón, su vida… Aliándose con nosotros para llenarnos de sabor, de sentido y de seguridad.

Pero es necesario darle el protagonismo en nuestra vida al Espíritu Santo, que nos arrebate y nos entregue, para que haga posible el ‘milagro’: sin el don del Espíritu Santo nos somos testigos del Hoy se cumple…; sin la consagración no hay misión, pues es Él el que nos arrebata, nos entrega, y hace florecer…

Con. todo, hay que acentuar que al Espíritu Santo solo se le reconoce por sus frutos misioneros: teniendo los sentimientos de una vida en Cristo (cf Flp 2,5), mirando con un corazón tierno, limpio, compasivo; haciéndonos optar, salir, buscar a las víctimas del pecado del mundo, asumiendo su suerte y su causa; liberando, restaurando los daños, recreando el Sueño de amor de Dios, y dando la Capacidad sobrenatural para transformar todo en bien (cf Lc 4,14ss); proclamando el Año de gracia del Señor,  el hoy se cumple esta Escritura, que se ha iniciado la esperanza que no defrauda y acreditándolo con las Obras de Misericordia, las Corporales y las Espirituales, Todo lo que tengo. Pues son las obras las que dan la medida de lo cierto, por sus frutos los conoceréis.

El Espíritu Santo transforma nuestra existencia en testigos del único Misionero: con los ojos del corazón de Jesús: tierno, comprensivo, tolerante y solidario; con los pies de Jesús: siempre expeditos para ir, acercarse y acompañar; con las manos de Jesús: que se abren, acarician, curan, reconcilian y perdonan.

20.-INFANCIA MISIONERA: «COMPARTO LO QUE TENGO» (12-01-2025).

Con el lema “Comparto lo que tengo”, la Infancia Misionera quiere invitarnos, en segundo lugar, a testimoniar la caridad, los sentimientos de cristo (cf flp 2,5):

Aunque la ONU, hace 66 años, desde el 1959, reconoció el Decálogo de sus Derechos, la situación de los niños en el mundo es lamentable: nuestras confrontaciones y discriminaciones repercuten principal y directamente en los niños; la desprotección se traduce en su explotación para guerrillas, misiones suicidas, pornografía; los niños son auténticamente víctimas de campos de refugiados, apátridas, sin escuelas, sin alimentos, sin sonrisas; cada vez se agravan la desnutrición, las diferencias Norte-Sur, las epidemias ya erradicadas; se les discrimina o se les impide el nacimiento; sigue el problema de los niños de la calle, las bandas de mendigos, los caídos en las redes internacionales de adopción ilegal; la causa principal del subdesarrollo es el analfabetismo; indiscutiblemente los niños son las principales víctimas de los desastres naturales, son los más débiles; son tremendamente explotados en el trabajo con jornadas superiores a las doce horas y con unos salarios que apenas les permite alimentarse.

También, aunque la Infancia Misionera, un 19 de mayo de 1843, hace ya 182 años, empezó a educar en el Evangelio de la esperanza, o sea, a sostener el derecho de los niños a desarrollarse en su dignidad de hombres y de creyentes, a ayudarles, sobre todo, a satisfacer su deseo de conocer, amar y servir a Jesucristo, única esperanza de la humanidad (Col 1,27). Sin embargo, hay que tomar conciencia de la necesidad de Compartir lo que tengo, pues la situación de los niños en el mundo es dramática, los datos son demoledores:

  • Población infantil en el Tercer Mundo………………… 200 millones

  • Tasa de mortalidad (menores de 5 años)……………… 4,9 millones  (1 de cada 27 niños).

  • Niños que no asisten a escuela (entre 6-11 años)….. 1 de cada 10 permanece sin escolarizar.

  • En 2023 el 44 % de nuevas infecciones por el VIH se dieron en mujeres y niñas.

  • Niños trabajadores (entre 5 y 14 años): 352 millones:

  • En Asia Central y Meridional: 26,3 millones,

  • En Asia Oriental y Sudoriental: 24,3 millones,

  • En África Septentrional y Asia Occidental: 10,1 millones,

  • En América Latina y Caribe 8,2 millones

  • En Europa y América del Norte: 3,8 millones

  • Niños muertos por desnutrición………………………….    1 millón.

A lo que habría que añadir una larga lista de niños asesinados; de discapacitados y heridos, con traumas psicológicos, huérfanos o sin casa por causa de las guerras; y un incontable número de niños explotados en el negocio de la prostitución.

21.- INFANCIA MISIONERA: «COMPARTO LO QUE TENGO» (19-01-2025). 

Por último, con el lema “Comparto lo que tengo”, la Infancia Misionera quiere invitarnos a hacer que los niños sean testigos y agentes de esperanza.

En primer lugar, trabajando en su información, formación y cooperación, para que se comprometan y participen en la cadena de solidaridad con los demás niños del mundo, mediante una información formativa, tratando de abrir sus horizontes a la geografía humana universal, dando a conocer su situación humana, social y cultural. Buscando, además, que descubran los valores que contienen, y que pueden enriquecerse y crecer en “humanidad”…

En segundo lugar, propiciando una estima cordial, una apertura de corazón, una acogida a todos con un amor «a lo divino», sin límites ni fronteras. Acogida que tenga como primera expresión mostrar a Jesús desde la oración y el compromiso, el deseo de que lleguen a compartir la misma fe y puedan vivir en el seno de la familia universal: la Iglesia. Acogida que se debe traducir en compartir con todos los niños del mundo todos los bienes, de manera integral. Un compartir que sea recíproco: «Cooperar con las misiones quiere decir no solo dar sino también recibir» (RMi.85).

En tercer lugar, sembrando entre sus miembros la semilla de la vocación misionera, «el corazón de la cooperación» (RMi.79). Muchos misioneros encuentran los orígenes de su vocación en sus años de entrega “infantil” a la misión ad gentes.

La Infancia Misionera buscar hacerlos conscientes de que la esperanza solo brota cuando se realiza una evangelización integral, sin reduccionismos:

  • Haciendo crecer en gracia: dimensión compuesta por lo trascendente que ilumina, da sentido, educa, motiva, embellece, ennoblece, diviniza…

  • Haciendo crecer en sabiduría: dimensión compuesta por lo espiritual y psíquico: dignidad personal, formación, cultura, promoción, desarrollo…

  • Haciendo crecer en estatura: dimensión compuesta por todo lo material necesario para su realización: comida, salud, libertad, vivienda, trabajo…

Las tres dimensiones se complementan y posibilitan la felicidad, la paz –Shalom-, la alegría… despiertan la esperanza, la provocan, la contagian.

Por todo ello, la Infancia Misionera viene atendiendo a una serie de proyectos que no dejan atrás ninguna de las tres dimensiones, en todos ellos se da una evangelización sin reduccionismos:

  • Acogiéndolos en miles de casas de acogida y de orfanatos.

  • Asistiéndolos en sus enfermedades en miles de hospitales, dispensarios y leproserías.

  • Atendiendo a la educación de millones de niños en miles de guarderías, centros de enseñanza media y escuelas de enseñanza básica.

La Infancia Misionera de España, con 2.618.967,84 euros procedentes de las aportaciones del ejercicio del año 2023, ha atendido proyectos pastorales y sociales a favor de los niños en 42 países de los cinco Continentes.

22.- NECESIDAD DE UNA NUEVA EVANGELIZACIÓN QUE DESPIERTE LA ESPERANZA (26-01-2025). 

Como parte de la preparación para el Gran Jubileo del Año 2000, san Juan Pablo II convocó cinco Sínodos especiales de Obispos para considerar la situación de la Iglesia católica en cada uno de los cinco Continentes: África, América, Asia, Oceanía y Europa.

Los Sínodos desarrollaron respuestas a los desafíos de santidadevangelización y servicio que enfrenta la Iglesia en cada Continente en este hito de la historia. Los Sínodos prepararon a la Iglesia para el año 2000 y el tercer milenio promoviendo una “nueva evangelización” que despertara la esperanza.

El Sínodo de Europa se llevó a cabo durante el 1 al 23 de octubre de 1999 con el lema : “Jesucristo, vivo en su Iglesia, manantial de esperanza para Europa”. Ya en la homilía de la Misa de apertura, San Juan Pablo II lanzaba una llamada a una “vigorosa esperanza”. Y el mensaje final del Sínodo, centrado en “el Evangelio de la esperanza”, vino a confirmar que ese había sido el espíritu que había reinado durante toda la Asamblea:

La profundización en el tema de la esperanza fue desde el principio el objetivo principal del II Sínodo de Europa, analizando la situación de la Iglesia en ella y ofreceindo indicaciones para promover un nuevo anuncio del Evangelio, como subrayó san Juan Pablo II en la convocatoria que anunció públicamente el 23 de junio de 1996, al final de la Eucaristía celebrada en el Estadio Olímpico de Berlín.

Ciertamente que los trabajos de grupo pusieron bien en claro que el contexto de la misión en Europa hoy es el de una crisis de la fe. En efecto, en el transcurso de los últimos años, las sociedades han sufrido una fuerte secularización. Sin embargo, a pesar de los numerosos aspectos negativos que presenta la situación de Europa, no conviene tener una visión pesimista de las cosas, ya que, por otro lado, se comprueba, un poco por todas partes, una fuerte demanda de fe. Asimismo, parece más justo interpretar esta situación de crisis como un signo, una invitación a aunar las energías de las comunidades cristianas para hacer renacer la verdadera esperanza.

Así, en el transcurso del Sínodo, paulatinamente se fue notando un gran impulso hacia la esperanza. Aun aceptando los análisis sobre la complejidad que caracteriza el Continente, los Padres sinodales se han percatado de que, tal vez, lo más crucial, en el Este como en el Oeste, es su creciente necesidad de esperanza que pueda dar sentido a la vida y a la historia, y permita caminar juntos. Por ello, todas las reflexiones del Sínodo se han orientado a dar respuesta a esta necesidad, partiendo del misterio de Cristo y del misterio trinitario. El Sínodo ha presentado de nuevo la figura de Jesús, que vive en su Iglesia y es revelador del Dios Amor, que es comunión de las tres Personas divinas.

 

23.- SIGNOS DEL OSCURECIMIENTO DE LA ESPERANZA ENLA SOCIEDAD (2-02-2025). 

Primero, la pérdida de la memoria y de la herencia cristianas, unida a una especie de agnosticismo práctico y de indiferencia religiosa, por lo cual muchos dan la impresión de vivir sin base espiritual y como herederos que han despilfarrado el patrimonio recibido a lo largo de la historia.

Segundo, el lento y progresivo avance del laicismo que hace que muchos ya no logren integrar el mensaje evangélico en la vida cotidiana; aumenta la dificultad de vivir la fe en Jesús en un contexto social y cultural en que el proyecto de vida cristiano se ve desdeñado y amenazado; en muchos ambientes es más fácil declararse agnóstico que creyente; se tiene la impresión de que lo obvio es no creer, mientras que creer requiere una legitimación social que no es indiscutible ni puede darse por descontada.

Tercero, un cierto miedo en afrontar el futuro. Del futuro se tiene más temor que deseo. Lo demuestra el vacío que atenaza a muchas personas y la pérdida del sentido de la vida. Como manifestaciones y frutos de esta angustia pueden mencionarse el dramático descenso de la natalidad, la disminución de las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, la resistencia o rechazo a tomar decisiones definitivas de vida, incluso en el matrimonio.

Cuarto, una difusa fragmentación de la existencia: prevalece una sensación de soledad, se multiplican las divisiones y las contraposiciones, el grave fenómeno de las crisis familiares y el deterioro del concepto mismo de familia, la persistencia y los rebrotes de conflictos étnicos, el resurgir de algunas actitudes racistas, las tendencias interreligiosas, el egocentrismo que encierra en sí mismos a las personas y grupos, el crecimiento de una indiferencia ética general, y una búsqueda obsesiva de los propios intereses y privilegios. Para muchos, la globalización, en vez de llevar a una mayor unidad del género humano, amenaza con seguir una lógica que margina a los más débiles y aumenta el número de pobres

Quinto, junto con la difusión del individualismo, se nota un decaimiento creciente de la solidaridad interpersonal: mientras las instituciones asistenciales realizan un trabajo benemérito, se observa una falta del sentido de solidaridad, así que muchas personas, aunque no carezcan de las cosas materiales necesarias, se sienten más solas, abandonadas a su suerte, sin lazos de apoyo afectivo.

Sexto, en la raíz de la pérdida de la esperanza está el intento de hacer prevalecer una antropología sin Dios y sin Cristo. La cultura actual da la impresión de ser una apostasía silenciosa por parte del hombre autosuficiente que vive como si Dios no existiera.

Y séptimo, asistimos al nacimiento de una nueva cultura con características y contenidos que a menudo contrastan con el Evangelio y con la dignidad de la persona humana. De esta cultura forma parte también un agnosticismo religioso cada vez más difuso, vinculado a un relativismo moral y jurídico más profundo, que hunde sus raíces en la pérdida de la verdad del hombre como fundamento de los derechos inalienables de cada uno. Los signos de la falta de esperanza se manifiestan a veces en las formas preocupantes de lo que se puede llamar una “cultura de muerte”.

24.- EL HOMBRE NO PUEDE VIVIR SIN ESPERANZA (9-02-2025).

El hombre siente dentro de sí la imborrable nostalgia de la esperanza, no puede vivir sin ella, su vida, condenada a la insignificancia, se convertiría en insoportable. Frecuentemente piensa poder saciarla con realidades efímeras y frágiles. Así, la esperanza, reducida al ámbito intramundano cerrado a la trascendencia, se contenta con el paraíso prometido por la ciencia y la técnica, con las diversas forma de mesianismo, con la felicidad tipo hedonista, lograda a través de consumismo o aquella ilusoria y artificial de las sustancias estupefacientes, con ciertas modalidades del milenarismo, con el atractivo de las filosofías orientales, con la búsqueda de formas esotéricas de espiritualidad o con las diferentes corrientes de New Age.

Sin esperanza no podemos vivir, entonces: bajamos la guardia y nos dejamos invadir, seducir, arrastrar; perdemos la capacidad de discernimiento, de pensar, de sopesar; vivimos `llevados´ consumiendo, gozando, disfrutando… Realmente drogados, llenos de trivialidades, de frivolidades, de superficialidades…

Cuando dejamos de esperar ilusionadamente, de creer en lo que esperamos, dejamos de crecer, de tener ideales, de tener una meta, un horizonte; y ya no luchamos, nos hemos rendido, nos entregamos…

Cuando perdemos la esperanza caemos en el pecado de la presunción: nos sumergimos en el sueño de construirnos nuestro propio cielo, cayendo en la prisa, la urgencia, la ansiedad, el agobio…; vivimos drogados con el materialismo, el hedonismo, el consumismo…; consumimos la existencia, provocamos una des-creación, la cultura de la muerte…

Cuando perdemos la esperanza caemos en la tristeza, el cansancio, el aburrimiento, la rutina, y la frustración; sufrimos una fuerte pérdida de valores y se nos apagan los ideales, “nos hacemos mayores”, “estamos de vuelta de todo”, tristes, insensibles, quemados… Nuestro “pan” son los ansiolíticos, estimulantes, sedantes…

Sin embargo, todo esto se demuestra sumamente ilusorio e incapaz de satisfacer la sed de felicidad que el corazón del hombre continúa sintiendo dentro de sí. De este modo permanecen y se agudizan los signos preocupantes de la falta de esperanza que a veces se manifiestan también bajo formas de agresividad y violencia.

Realmente, sin esperanza no podemos vivir… pero, ¿de quién o de qué esperamos?

 

25.- CON TODO, TAMBIÉN HAY SINOS DE ESPERANZA ( 16-02-2025).

Primero, que ningún ser humano puede vivir sin perspectivas de futuro. Mucho menos la Iglesia, que vive de la esperanza del Reino que viene y que ya está presente en este mundo. Sería injusto no reconocer los signos de la influencia del Evangelio de Cristo en la vida de la sociedad.

Segundo, el que la Iglesia priorice la evangelización, la toma de conciencia de la misión propia de todos los bautizados, con la variedad y complementariedad de sus dones y tareas, la mayor presencia de la mujer en las estructuras y en los diversos ámbitos de la comunidad cristiana.

Tercero, la creación de una comunidad de pueblo, con apertura, reconciliación, vida democrática, libertad, respetando y valorando las legítimas diversidades, los derechos humanos, la calidad de vida, y con el deseo de que se garantice la supremacía de los alores éticos y espirituales.

Cuarto, los numerosos testigos de la fe cristiana que han sabido vivir el Evangelio en situaciones de hostilidad y persecución, frecuentemente hasta el testimonio supremo de la sangre. Ellos muestran la vitalidad de la Iglesia; son para ella y la humanidad como una luz, porque han hecho resplandecer en las tinieblas la luz de Cristo. Demuestran que el martirio es la encarnación suprema del Evangelio de la esperanza: porque están seguros de no poder vivir sin Cristo y están dispuestos a morir por Él, convencidos de que Jesús es el Dios y el Salvador del hombre y que, por tanto, son en Él encuentra el hombre la plenitud verdadera de la vida; porque el ofrecimiento de su vida es la manifestación más radical y más grande del sacrificio vivo, santo y agradable a Dios, que constituye el verdadero culto espiritual (cf Rm 12,1), origen, alma y cumbre de toda celebración cristiana; porque con su martirio expresan en sumo grado el amor y el servicio al hombre, en cuanto demuestran que la obediencia a la ley evangélica genera una vida moral y una convivencia social que honra y promueve la dignidad y la libertad de cada persona.

Quinto, la santidad de muchos hombres de nuestro tiempo que con sencillez y en la existencia cotidiana, han dado testimonio de su fidelidad a Cristo. Nuestro Señor Jesucristo lo había prometido: “El que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y las hará mayores aún, porque yo voy al Padre” (Jn 14,12). Los santos son la prueba viva del cumplimiento de esta promesa, y nos animan a creer que ello es posible también en los momentos más difíciles de la historia.

Sexto, en las comunidades parroquiales, en las personas consagradas, en las asociaciones de laicos, en los grupos de oración y apostolado, en muchas comunidades juveniles, así como también a través de la presencia y difusión de nuevos movimientos y realidades eclesiales.

Y séptimo, los progresos logrados por el camino ecuménico siguiendo las directrices de la verdad, la caridad y la reconciliación.

26.- NECESIDAD DE VOLVER A CRISTO, FUENTE DE TODA ESPERANZA (23-02-2025). 

Es necesario confesar nuestra fe en Jesucristo, fuente de la esperanza que no defrauda, el Señor; en Él, y en ningún otro, podemos salvarnos (cf Hch 4,12)…, y la Iglesia es el canal a través del cual pasa y se difunde la ola de la gracia que fluye en el Corazón traspasado del Redentor.

Jesucristo es nuestra esperanza porque nos ha amado hasta el punto de asumir en todo nuestra naturaleza humana, excepto el pecado, participando de nuestra vida para salvarnos.

Jesucristo es nuestra esperanza porque revela el misterio de la Trinidad, centro de la fe cristiana, que puede ofrecer una gran aportación a la edificación de estructuras que, inspirándose en los valores evangélicos o confrontándose con ellos, promuevan la vida, la historia y la cultura de los pueblos.

  • Múltiples son las raíces ideales que han contribuido con su savia al reconocimiento del valor de la persona y de su dignidad inalienable, del carácter sagrado de la vida humana y el papel central de la familia, de la importancias de la educación y la libertad de opinión, de palabra, de religión, así como también a la tutela legal de los individuos y los grupos, a la promoción de la solidaridad y el bien común, al reconocimiento de la dignidad del trabajo.

  • Tales raíces han favorecido que el poder político esté sujeto a la ley y al respeto de los derechos de la persona y de los pueblos.

Debemos abrirnos constantemente con confianza a Cristo y dejarnos renovar por Él, anunciando con el vigor de la paz y el amor a todas las personas de buena voluntad, que quien encuentra al Señor conoce la Verdad, descubre la Vida y reconoce el Camino que conduce a ella (cf Jn 14,6; Sal 16[15],11). Por el tenor de vida y el testimonio de la palabra de los cristianos, los hombres podrán descubrir que Cristo es el futuro del hombre. En efecto, en la fe de la Iglesia no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que debamos salvarnos (Hch 4,12).

Jesucristo es la esperanza de toda persona porque da la vida eterna. Él es “la Palabra de vida” (1Jn 1,1), venido al mundo para que los hombres “tengan la vida y la tengan en abundancia”” (Jn 10,10). Así nos enseña cómo el verdadero sentido de la vida del hombre no queda encerrado en el horizonte mundano, sino que se abre a la eternidad. La misión la Iglesia es tener en cuenta la sed de verdad de toda persona y la necesidad de valores auténticos que anima a los pueblos. En efecto, la verdadera esperanza cristiana es teologal y escatológica, fundada en el Resucitado, que vendrá de nuevo como Redentor y Juez, y que nos llama a la resurrección y al premio eterno.