Colaboración semanal durante el curso 2024-2025 en clave misionera de Don Antonio Evans Martos, Delegado episcopal de misiones en Córdoba. España.
VÍDEOS DE MISIÓN AD GENTES 24-25-
1.- «ID E INVITAD A TODOS AL BANQUETE» (cf. Mt 22,9) (1-09-24).
Para la Jornada Mundial de las Misiones de este año he elegido el tema de la parábola evangélica del banquete nupcial (cf. Mt 22,1-14). Después de que los invitados rechazaron la invitación, el rey, protagonista del relato, dice a sus siervos: «Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren» (v. 9).
Reflexionando sobre esta palabra clave, en el contexto de la parábola y de la vida de Jesús, podemos destacar algunos aspectos importantes de la evangelización, los cuales resultan particularmente actuales para todos nosotros, discípulos-misioneros de Cristo, en esta fase final del itinerario sinodal que, de acuerdo con el lema “Comunión, participación, misión”, deberá relanzar a la Iglesia hacia su compromiso prioritario, es decir, el anuncio del Evangelio en el mundo contemporáneo.
La misión es un incansable ir hacia toda la humanidad para invitarla al encuentro y a la comunión con Dios. La Iglesia seguirá yendo más allá de toda frontera, seguirá saliendo una y otra vez sin cansarse ni desanimarse ante las dificultades y los obstáculos, para cumplir fielmente la misión recibida del Señor.
Aprovecho la ocasión para agradecer a los misioneros y misioneras que, respondiendo a la llamada de Cristo, han dejado todo para ir lejos de su patria y llevar la Buena Noticia allí donde la gente todavía no la ha recibido o la ha acogido recientemente.
Continuemos rezando y dando gracias a Dios por nuevas y numerosas vocaciones misioneras dedicadas a la obra de la evangelización hasta los confines de la tierra. Por eso continuemos rezando y dando gracias a Dios por nuevas y numerosas vocaciones misioneras dedicadas a la obra de evangelización hasta los confines de la tierra.
«Hoy el drama de la Iglesia es que Jesús sigue llamando a la puerta, pero desde el interior, ¡para que lo dejemos salir! Muchas veces se termina siendo una Iglesia […] que no deja salir al Señor, que lo tiene como “algo propio”, mientras el Señor ha venido para la misión y nos quiere misioneros».
¡Que todos nosotros, los bautizados, estemos dispuestos a salir de nuevo en misión, cada uno según la propia condición de vida, para iniciar un movimiento misionero, como en los albores del cristianismo! El ir es inseparable del invitar. Esos siervos-mensajeros transmitían la invitación del soberano con urgencia, pero también con gran respeto y amabilidad. De igual modo, la misión de llevar el Evangelio a toda criatura debe tener necesariamente el mismo estilo de Aquel a quien se anuncia. Con gozo, magnanimidad y benevolencia, fruto del Espíritu en ellos (cf. Ga 5,22); sin forzamiento, coacción o proselitismo; Siempre con cercanía, compasión y ternura, aspectos que reflejan el modo de ser y de actuar de Dios.
2.- «ID E INVITA A TODOS AL BANQUETE» (cf. Mt 22,9) (8-9-2024).
El rey pide a los siervos que lleven la invitación para el banquete de bodas de su hijo. Este banquete es reflejo de aquel escatológico, es imagen de la salvación final en el Reino de Dios, realizada desde ahora con la venida de Jesús, el Mesías e Hijo de Dios, que nos dio la vida en abundancia (cf. Jn 10,10), simbolizada por la mesa llena «de manjares suculentos, […] de vinos añejados», cuando Dios «destruirá la Muerte para siempre» (Is 25,6-8).
La misión de Cristo es la de la plenitud de los tiempos, como Él declaró al inicio de su predicación: «El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca» (Mc 1,15). Así, los discípulos de Cristo están llamados a continuar esta misma misión de su Maestro y Señor.
Sabemos que el celo misionero en los primeros cristianos tenía una fuerte dimensión escatológica. Ellos sentían la urgencia del anuncio del Evangelio. También hoy es importante tener presente esta perspectiva, porque nos ayuda a evangelizar con la alegría de quien sabe que «el Señor está cerca» y con la esperanza de quien está orientado a la meta, cuando todos estaremos con Cristo en su banquete nupcial en el Reino de Dios.
Así pues, mientras el mundo propone los distintos “banquetes” del consumismo, del bienestar egoísta, de la acumulación, del individualismo; el Evangelio, en cambio, llama a todos al banquete divino donde, en la comunión con Dios y con los demás, reinan el gozo, el compartir, la justicia y la fraternidad. Esta plenitud de vida, don de Cristo, se anticipa ya desde ahora en el banquete de la Eucaristía que la Iglesia celebra por mandato del Señor y en memoria de Él.
Esta plenitud de vida, don de Cristo, se anticipa ya desde ahora en el banquete de la Eucaristía que la Iglesia celebra por mandato del Señor y en memoria de Él. Y así, la invitación al banquete escatológico, que llevamos a todos a través de la misión evangelizadora, está intrínsecamente vinculada a la invitación a la mesa eucarística, donde el Señor nos alimenta con su Palabra y con su Cuerpo y su Sangre. Por eso, todos estamos llamados a vivir más intensamente cada Eucaristía en todas sus dimensiones, particularmente en la escatológica y misionera.
A este propósito, reitero que no podemos acercarnos a la Mesa eucarística sin dejarnos llevar por ese movimiento de la misión que, partiendo del corazón mismo de Dios, tiende a llegar a todos los hombres. La renovación eucarística será también fundamental para despertar el espíritu misionero en cada fiel.
La oración diaria y particularmente la Eucaristía hacen de nosotros peregrinos-misioneros de la esperanza, en camino hacia la vida sin fin en Dios, hacia el banquete nupcial preparado por Él para todos sus hijos.
3.- «ID E INVITAD A TODOS AL BANQUETE» (cf. Mt 22,9) (15-9-24).
La tercera y última reflexión se refiere a los destinatarios de la invitación del rey: ¡A todos! Como he subrayado, «esto está en el corazón de la misión, ese “a todos”, sin excluir a nadie. Todos. Por tanto, toda nuestra misión brota del Corazón de Cristo, para dejar que Él atraiga a todos hacia sí» (Discurso del papa Francisco en la Asamblea de OMP, 3 de junio de 2023).
Aún hoy, en un mundo desgarrado por divisiones y conflictos, el Evangelio de Cristo es la voz dulce y fuerte que llama a los hombres a encontrarse, a reconocerse hermanos y a gozar de la armonía en medio de las diferencias. Dios quiere que «todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1Tm 2,4).
Por eso, no olvidemos nunca, en nuestras actividades misioneras, que somos enviados a anunciar el Evangelio a todos, y «no como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable» (Evangelii Gaudium, 14).
Los discípulos-misioneros de Cristo llevan siempre en su corazón la preocupación por todas las personas de cualquier condición social o incluso moral. La parábola del banquete nos dice que, siguiendo la recomendación del rey, los siervos reunieron «a todos los que encontraron, malos y buenos» (Mt 22,10).
Además, precisamente «los pobres, los lisiados, los ciegos y los paralíticos» (Lc 14,21), es decir, los últimos y los marginados de la sociedad son los invitados especiales del rey. Así, el banquete nupcial que Dios ha preparado para el Hijo, permanece abierto a todos y para siempre, porque su amor por cada uno de nosotros es grande e incondicional. «Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna» (Jn 3,16). Quienquiera, todo hombre y toda mujer es destinatario de la invitación de Dios a participar de su gracia que transforma y salva.
Solo hace falta decir “sí” a este don divino y gratuito, revistiéndonos de Él como con un “traje de fiesta”, acogiéndolo y permitiéndole que nos transforme (cf. Mt 22,12).
4.- «ID E INVITAD A TODOS AL BANQUETE» (cf. Mt 22,9) (22-09-24).
La misión universal requiere el compromiso de todos. Por eso es necesario continuar el camino hacia una Iglesia al servicio del Evangelio completamente sinodal-misionera. La sinodalidad es de por sí misionera y, viceversa, la misión es siempre sinodal.
Por tanto, una estrecha cooperación misionera resulta hoy aún más urgente y necesaria en la Iglesia universal, así como en las Iglesias particulares.
Siguiendo la línea del Concilio Vaticano II y de mis predecesores, recomiendo a todas las diócesis del mundo el servicio de las Obras Misionales Pontificias, que son los medios primarios para «infundir en los católicos, desde la infancia, el sentido verdaderamente universal y misionero, y de recoger eficazmente los subsidios para bien de todas las misiones, según las necesidades de cada una» (Decr. Ad gentes, 38).
Por esta razón, las colectas de la Jornada Mundial de las Misiones, en todas las Iglesias locales, están enteramente destinadas al Fondo Universal de Solidaridad que la Obra Pontificia de la Propagación de la Fe distribuye después, en nombre del Papa, para las necesidades de todas las misiones de la Iglesia. Pidamos al Señor que nos guíe y nos ayude a ser una Iglesia más sinodal y más misionera (cf. Homilía del Santo Padre Francisco Clausura de la Asamblea General Ordinario del Sínodo de los Obispos, 29 octubre 2023)
Por último. dirijamos nuestra mirada a María, que obtuvo de Jesús el primer milagro, precisamente en una fiesta de bodas, en Caná de Galilea (cf. Jn 2,1-12). El Señor ofreció a los esposos y a todos los invitados la abundancia del vino nuevo, signo anticipado del banquete nupcial que Dios prepara para todos, al final de los tiempos. Supliquemos también hoy su materna intercesión por la misión evangelizadora de los discípulos de Cristo. Con la alegría y la solicitud de nuestra Madre, con la fuerza de la ternura y del afecto (cf. Exhort. ap. Evangelii Gaudium, 288), vayamos y llevemos a todos la invitación del Rey Salvador. ¡Santa María, Estrella de la evangelización, ruega por nosotros!
5.- SEMANA DEL ENCUENTRO PERSONAL CON CRISTO VIVO EN SU IGLESIA (29-09-24).
Iniciamos la celebración del Octubre Misionero que, a petición del Papa Francisco, quiere sea siempre un mes cuya finalidad espiritual, pastoral y teológica consista en reconocer que la misión es y debe ser el paradigma de la vida de toda la Iglesia. Con ese objetivo, se inicia con una semana dedicada a la necesidad de tener un encuentro personal con Jesucristo, vivo en su Iglesia, a través de la Eucaristía, la palabra de Dios, la oración personal y la comunitaria.
Una semana para recuperar el deseo de estar en la presencia del Señor, de escucharlo y adorarlo. Oración, para agradecer a Dios los múltiples dones de su amor por nosotros y alabar su obra en la creación, que nos compromete a respetarla y a actuar de forma concreta y responsable para salvaguardarla. Oración como voz “de un solo corazón y una sola alma” (cf. Hch 4,32) que se traduce en ser solidarios y en compartir el pan de cada día. Oración que permite a cada hombre y mujer de este mundo dirigirse al único Dios, para expresarle lo que tienen en el secreto del corazón. Oración como vía maestra hacia la santidad, que nos lleva a vivir la contemplación en la acción. Oración que posibilite que los corazones se puedan abrir para recibir la abundancia de la gracia, haciendo del “Padre Nuestro”, la oración que Jesús nos enseñó, el programa de vida de cada uno de sus discípulos.
Para el Domund de este año ha elegido el Papa el tema de la parábola evangélica del banquete nupcial (cf. Mt 22,1-14). Después de que los invitados rechazaron la invitación, el rey, protagonista del relato, dice a sus siervos: «Id e invitad a todos al banquete». Por ello, termina el Papa Francisco su Mensaje para el Domund invitando a todos a intensificar ante todo la participación en la Misa y la oración por la misión evangelizadora de la Iglesia. En efecto, la Iglesia, obediente a la palabra del Salvador, no cesa de elevar a Dios en cada celebración eucarística y litúrgica la oración del Padrenuestro con la invocación «venga a nosotros tu reino». Y así la oración diaria, y particularmente la Eucaristía, hacen de nosotros peregrinos-misioneros de la esperanza, en camino hacia la vida sin fin en Dios, hacia el banquete nupcial preparado por Él para todos sus hijos.
6.- SEMANA DEL TESTIMONIO CRISTIANO (6-10-24).
Iniciamos la segunda semana del Octubre Misionero en la que se nos invita a contemplar el testimonio de los santos, de los mártires de la misión y de los confesores de la fe, que son expresión de la adultez en la fe de las Iglesias repartidas por el mundo entero.
El Papa Francisco, en su Mensaje para la Jornada de la Propagación de la fe de este año, quiere expresar su agradecimiento a los misioneros y misioneras que, respondiendo a la llamada de Cristo, han dejado todo para ir lejos de su patria y llevar la Buena Noticia allí donde la gente todavía no la ha recibido o la ha acogido recientemente. Queridos hermanos, vuestra generosa entrega es la expresión tangible del compromiso de la misión ad gentes que Jesús confió a sus discípulos: «Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos» (Mt 28,19). Por eso continuemos rezando y dando gracias a Dios por nuevas y numerosas vocaciones misioneras dedicadas a la obra de evangelización hasta los confines de la tierra.
Ciertamente que ellos son auténticos testigos del amor de Dios al mundo, son testigos de Cristo que sigue vivo y continúa su misión en la historia y los envía por doquier para que, a través de sus testimonios de fe y del anuncio del Evangelio, Dios siga manifestando su amor y pueda tocar y transformar corazones, mentes, cuerpos, sociedades y culturas, en todo lugar y tiempo.
Pero no nos podemos olvidar -nos sigue diciendo el Papa en su Mensaje- que todo cristiano está llamado a participar en esta misión universal con su propio testimonio evangélico en todos los ambientes, de modo que toda la Iglesia salga continuamente con su Señor y Maestro a los “cruces de los caminos” del mundo de hoy. Sí, «hoy el drama de la Iglesia es que Jesús sigue llamando a la puerta, pero desde el interior, ¡para que lo dejemos salir! Muchas veces se termina siendo una Iglesia […] que no deja salir al Señor, que lo tiene como “algo propio”, mientras el Señor ha venido para la misión y nos quiere misioneros». Que todos nosotros, los bautizados, estemos dispuestos a salir de nuevo en misión, cada uno según la propia condición de vida, para iniciar un movimiento misionero, como en los albores del cristianismo!
7.- SEMANA DE LA FORMACIÓN MISIONERA (13-10-24).
La Iglesia nos pide en esta semana adquirir una formación adecuada, catequética, espiritual y teológica sobre la missio ad gentes, pues los enviados anunciando la Palabra de Dios, testimoniando el Evangelio y celebrando la vida del Espíritu llaman a la conversión, bautizan y ofrecen la salvación
cristiana en el respeto de la libertad personal de cada uno, en diálogo con las culturas y las religiones de los pueblos donde son enviados.
En el Mensaje para el Domund de este año el Papa insiste en dos ideas clave a la hora de vivir nuestra misión evangelizadora:
La primera es la necesidad de salir, de ir de manera incansable al encuentro de todo hombre para llamarlo a la felicidad del Reino de Dios, al banquete divino donde, en la comunión con Dios y con los demás, reinan el gozo, el compartir, la justicia y la fraternidad…, a pesar de la indiferencia o del rechazo; pues vamos siguiendo el mandato del Señor, grande en amor y rico en misericordia, que siempre está en salida.
Y, en segundo lugar, es la manera de hacerlo. Pues la misión de llevar el Evangelio a toda criatura debe tener necesariamente el mismo estilo de Aquel a quien se anuncia. Al proclamar al mundo «la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado» (Evangelii Gaudium, 36), los discípulos-misioneros lo realizan con gozo, magnanimidad y benevolencia, fruto del Espíritu Santo en ellos (cf. Ga 5,22); sin forzamiento, coacción o proselitismo; siempre con cercanía, compasión y ternura, aspectos que reflejan el modo de ser y de actuar de Dios.
Siendo conscientes de que, en la llamada de Jesús a ir, están presentes los escenarios y desafíos siempre nuevos de la misión evangelizadora a la que todos somos llamados. En esta, cada cristiano, desde su comunidad local, debe avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera, que no deja las cosas como están, sino que sale de sí y, abandonando su comodidad, discierne lo que el Señor le pide y la transforma.
8.-SEMANA DE CARIDD MISIONERA (20-10-24).
El Octubre Misionero culmina en esta cuarta semana, dedicada a la caridad misionera como apoyo para el inmenso trabajo de evangelización y de la formación cristiana de las Iglesias más necesitadas.
Así, la tercera y última reflexión del Papa Francisco se refiere a los destinatarios de la invitación del rey: «todos», sin excluir a nadie. En un mundo desgarrado por divisiones y conflictos, el Evangelio de Cristo es la voz dulce y fuerte que llama a los hombres a encontrarse, a reconocerse hermanos y a gozar de la armonía en medio de las diferencias.
La parábola del banquete nos dice que, siguiendo la recomendación del rey, los siervos reunieron «a todos los que encontraron, malos y buenos» (Mt 22,10). Además, precisamente «los pobres, los lisiados, los ciegos y los paralíticos» (Lc 14,21), los últimos y los marginados de la sociedad, son los invitados especiales del rey. Así, el banquete nupcial que Dios ha preparado para el Hijo, permanece abierto a todos y para siempre, porque su amor por cada uno de nosotros es grande e incondicional. «Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna» (Jn 3,16). Quienquiera, todo hombre y toda mujer es destinatario de la invitación de Dios a participar de su gracia que transforma y salva. Solo hace falta decir “sí” a este don divino y gratuito, revistiéndonos de él como con un “traje de fiesta”, acogiéndolo y permitiéndole que nos transforme (cf. Mt 22,12).
La caridad es la prueba de nuestra fe y de nuestra esperanza. La caridad se convierte en programa de vida para la Iglesia apoyando materialmente el trabajo de la evangelización: anunciar a un Dios hecho hombre, que acompaña a cada criatura en su caminar ofreciendo amor, sentido a la vida y esperanza. La caridad urge a la opción preferencial por los más alejados, empobrecidos y marginados. Se manifiesta en amar lo no amable, soportar lo insoportable, esperar contra toda esperanza, en reaccionar siempre amando. Se acrisola en el perdón, en entregar la vida por los que te la quitan.
Como todos los años, hay que recordar que están esperando de nuestra caridad: millones de personas que viven en la más absoluta pobreza; millones que nacen viven y mueren sin hogar; millones que mueren de hambre; millones de refugiados; y un desgraciado largo etc. de dolor, sufrimiento, injusticia, desesperanza y desolación.
9.- SÍNODO-CONCILIO Y SINODALIDAD (27-10-24).
“Sínodo” es una palabra antigua muy venerada por la Tradición de la Iglesia, cuyo significado se asocia con los contenidos más profundos de la Revelación.
– Compuesta por la preposición griega σύν, y el sustantivo ὁδός, indica el camino que recorren juntos los miembros del Pueblo de Dios. Remite al Señor Jesús que se presenta a sí mismo como «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6), y al hecho de que los cristianos, sus seguidores, en su origen fueron llamados «los discípulos del camino» (cfr. Hch 9,2; par.).
– En la lengua griega, utilizada en la Iglesia, se aplica a los discípulos de Jesús convocados en asamblea, y en algunos casos es sinónimo de la comunidad eclesial.
– Con un significado específico, desde los primeros siglos se designan con la palabra “sínodo” las asambleas eclesiásticas convocadas en diversos niveles (diocesano, provincial o regional, patriarcal, universal) para discernir, a la luz de la Palabra de Dios y escuchando al Espíritu Santo, las cuestiones doctrinales, litúrgicas, canónicas y pastorales que se van presentando periódicamente.
“Concilium” o synodus es la traducción latina de la palabra griega σύνoδος (sýnodos). De por sí, la palabra concilium, en el uso profano, indica una asamblea convocada por la autoridad legítima. Ahora bien, aunque las raíces de “sínodo” y de “concilio” son diversas, el significado coincide.
– La palabra “concilio” enriquece el contenido semántico de “sínodo” porque se relaciona: con el hebreo ָהל ָק) qahal) -la asamblea convocada por el Señor-, y con su traducción en griego ἐκκλησία (ekklesía), que en el Nuevo Testamento designa la convocación escatológica del Pueblo de Dios en Cristo Jesús.
– En la Iglesia católica la distinción en el uso de las palabras concilio y sínodo es reciente. En el Vaticano II son sinónimos que designan la asamblea conciliar. Una precisión fue introducida en el Código de Derecho Canónico de la Iglesia latina (1983), en el que se distingue entre Concilio particular (plenario o provincial) y Concilio ecuménico por una parte, y Sínodo de los Obispos y Sínodo Diocesano por la otra.
En la literatura teológica, canónica y pastoral de los últimos decenios se ha hecho común el uso de un sustantivo acuñado recientemente, “sinodalidad”, correlativo al adjetivo “sinodal” y derivados los dos de la palabra “sínodo”.
– Se habla así de la sinodalidad como “dimensión constitutiva” de la Iglesia o simplemente de “Iglesia sinodal”.
– Este lenguaje novedoso, que requiere una atenta puntualización teológica, testimonia una adquisición que se viene madurando en la conciencia eclesial a partir del Magisterio del Concilio Vaticano II y de la experiencia vivida, en las Iglesias locales y en la Iglesia universal, desde el último Concilio hasta el día de hoy.
10.- COMUNIÓN-SINODALIDAD Y COLEGIALIDAD (3-11-24).
Aunque el término y el concepto de sinodalidad no se encuentren explícitamente en la enseñanza del Concilio Vaticano II, se puede afirmar que la instancia de la sinodalidad se encuentra en el corazón de la obra de renovación promovida por él.
El concepto comunión sintetiza la eclesiología del Pueblo de Dios, destaca la común dignidad y misión de todos los bautizados en el ejercicio de la multiforme y ordenada riqueza de sus carismas, de su vocación, de sus ministerios, expresa la sustancia profunda del misterio y de la misión de la Iglesia, que tiene su fuente y su cumbre en el banquete eucarístico, designa la res del Sacramentum Ecclesiae: la unión con Dios Trinidad y la unidad entre las personas humanas que se realiza mediante el Espíritu Santo en Cristo Jesús.
El concepto sinodalidad indica la específica forma de vivir y obrar (modus vivendi et operandi) de la Iglesia Pueblo de Dios que manifiesta y realiza en concreto su ser comunión en el caminar juntos, en el reunirse en asamblea y en el participar activamente de todos sus miembros en su misión evangelizadora. Se refiere a la corresponsabilidad y a la participación de todo el Pueblo de Dios en la vida y la misión de la Iglesia,
El concepto de colegialidad precisa el significado teológico y la forma de ejercicio del ministerio de los Obispos en el servicio de la Iglesia particular confiada al cuidado pastoral de cada uno, y en la comunión entre las Iglesias particulares en el seno de la única y universal Iglesia de Cristo, mediante la comunión jerárquica del Colegio episcopal con el Obispo de Roma. Es la forma específica en que se manifiesta y se realiza la sinodalidad eclesial a través del ministerio de los Obispos en el nivel de la comunión entre las Iglesias particulares en una región y en el nivel de la comunión entre todas las Iglesias en la Iglesia universal. Toda auténtica manifestación de sinodalidad exige por su naturaleza el ejercicio del ministerio colegial de los Obispos.
11.-LA LLAMADA A CAMINAR Y REFLEXIONAR JUNTOS (10-11-24).
La Iglesia de Dios es convocada en Sínodo. Con esta convocatoria, el Papa Francisco invita a toda la Iglesia a que tome conciencia de que el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de ella, que es una dimensión constitutiva de su ser, que lo que el Señor le pide, en cierto sentido, está contenido en la palabra Sínodo.
Este itinerario es un don y una tarea: caminando y reflexionando juntos sobre el camino recorrido, la Iglesia podrá aprender, a partir de lo que irá experimentando, cuáles son los procesos que pueden ayudarla a vivir la comunión, a realizar la participación y a abrirse a la misión. Nuestro “caminar y reflexionar juntos” es lo que mejor realiza y manifiesta la naturaleza de la Iglesia como Pueblo de Dios peregrino y misionero.
¿Cómo se realiza hoy ese “caminar y reflexionar juntos” que permita a la Iglesia anunciar el Evangelio, de acuerdo con la misión que le fue confiada; y qué pasos nos invita a dar el Espíritu para crecer como Iglesia sinodal?
1º. Haciendo memoria sobre cómo el Espíritu ha guiado el camino de la Iglesia en la historia y nos llama hoy a ser juntos testigos del amor de Dios.
2º. Viviendo un proceso eclesial participado e inclusivo, que ofrezca a cada uno -en particular a cuantos por diversas razones se encuentran en situaciones marginales- la oportunidad de expresarse y de ser escuchados para contribuir en la construcción del Pueblo de Dios.
3º. Reconociendo y apreciando la riqueza y la variedad de los dones y de los carismas que el Espíritu distribuye libremente, para el bien de la comunidad y en favor de toda la familia humana. 4º. Experimentando modos participados de ejercitar la responsabilidad en el anuncio del Evangelio y en el compromiso por construir un mundo más hermoso y más habitable.
5º. Examinando cómo se viven en la Iglesia la responsabilidad y el poder, y las estructuras con las que se gestionan, haciendo emerger y tratando de convertir los prejuicios y las prácticas desordenadas que no están radicadas en el Evangelio.
6º. Sosteniendo la comunidad cristiana como sujeto creíble y socio fiable en caminos de diálogo social, sanación, reconciliación, inclusión y participación, reconstrucción de la democracia, promoción de la fraternidad y de la amistad social.
7º. Regenerando las relaciones entre los miembros de las comunidades cristianas, así como también entre las comunidades y los otros grupos sociales, por ejemplo, comunidades de creyentes de otras confesiones y religiones, organizaciones de la sociedad civil, movimientos populares, etc. Favoreciendo la valoración y la apropiación de los frutos de las recientes experiencias sinodales a nivel universal, regional, nacional y local.
12.- UNA IGLESIA SINODAL Y MISIONERA (17-11-24).
Embarcados en el itinerario sinodal que, de acuerdo con el lema “Comunión, participación, misión”, deberá relanzar a la Iglesia hacia su compromiso prioritario, es decir, al anuncio del Evangelio en el mundo contemporáneo, debemos tomar conciencia de que la misión universal requiere el compromiso de todos, que es necesario continuar el camino hacia una Iglesia al servicio del Evangelio completamente sinodal-misionera. La sinodalidad es de por sí misionera y, viceversa, la misión es siempre sinodal. Por tanto, una estrecha cooperación misionera resulta hoy aún más urgente y necesaria en la Iglesia universal, así como en las Iglesias particulares. La urgencia de la acción misionera de la Iglesia supone naturalmente una cooperación misionera cada vez más estrecha de todos sus miembros a todos los niveles. Este es un objetivo esencial en el itinerario sinodal que la Iglesia está recorriendo con las palabras clave comunión, sinodalidad y misión. Tal itinerario no es de ningún modo un replegarse de la Iglesia sobre sí misma, ni un proceso de sondeo popular para decidir, como se haría en un parlamento, qué es lo que hay que creer y practicar y qué no, según las preferencias humanas. Es más bien un ponerse en camino, recordando una vez más la validez perenne de la misión ad gentes, la misión que el Señor resucitado dio a la Iglesia de evangelizar a cada persona y a cada pueblo hasta los confines de la tierra. Hoy más que nunca la humanidad, herida por tantas injusticias, divisiones y guerras, necesita la Buena Noticia de la paz y de la salvación en Cristo. Por tanto, es necesario tener presente que «todos tienen el derecho de recibir el Evangelio. Los cristianos tienen el deber de anunciarlo sin excluir a nadie, no como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable» (Evangelii Gaudium,14). La conversión misionera sigue siendo el objetivo principal que debemos proponernos como individuos y como comunidades, porque «la salida misionera es el paradigma de toda obra de la Iglesia» (Evangelii Gaudium,15).
13.- LA SINODALIDAD SE CONVIERTE EN CORRESPONSABILIDAD MISIONERA (24-11-24).
La palabra que quiere acentuar la Iglesia sinodal es la de escuchar, la necesidad de sabernos escuchar, con la petición de entrar en el dinamismo de una escucha recíproca, conducida a todos los niveles de la Iglesia, implicando a todo el Pueblo de Dios. Se trata ante todo de un camino que interpela a cada comunidad en su ser expresión visible de una comunión de amor, reflejo de la
relación Trinitaria, de su bondad y de su belleza, capaz de suscitar nuevas energías para confrontarnos concretamente con el momento actual.
Volver a la propia llamada, reencontrar la alegría de sentirse y ser parte de un proyecto de amor y redescubrir con estupor que el Señor llama a cada uno a realizar el sueño de bien para la humanidad, ayuda a reavivar y a reforzar la propia pertenencia, la primera declinación de la participación. No puedo participar si me siento como el todo y no me reconozco como parte de un proyecto compartido.
Es un cuerpo que pide la participación de todos –ninguno se excluya o se sienta excluido; ninguno piense “no me preocupa”-, que recuerda la unidad de los miembros con el cuerpo y la comunión de todas las riquezas de las vidas y de los carismas, comprendidas las fatigas y las heridas, que no se esconden.
La participación se convierte a la vez en responsabilidad: la llamada a ser Iglesia sinodal no puede ser desatendida, no se puede faltar o trabajar con autonomía. La sinodalidad comienza dentro de nosotros: con un cambio de mentalidad, con una conversión personal, en la comunidad o fraternidad, dentro de casa, en el trabajo, en nuestras estructuras, para expandirse en los ministerios y en la misión.
En consecuencia, el estilo de participación se convierte en el de la corresponsabilidad, propio de la naturaleza de la Iglesia, la comunión y su sentido último: el sueño misionero de llegar a todos, de cuidar de todos, de sentirse todos hermanos y hermanas, juntos en la vida y en la historia, que es la historia de la salvación.
14.-POR UNA IGLESIA SINODAL: COMUNIÓN-PARTICIPACIÓN Y MISIÓN (8-12-24).
Estas tres dimensiones están profundamente interrelacionadas, son los pilares vitales de una Iglesia sinodal. No hay un orden jerárquico entre ellas, más bien, cada una enriquece y orienta a las otras dos. Existe una relación dinámica que debe articularse teniendo en cuenta los tres términos: Primero, la comunión: pues Dios, en su benévola voluntad, reúne pueblos distintos, pero con una misma fe, mediante la alianza que ofrece a su pueblo. La comunión que compartimos encuentra sus raíces más profundas en el amor y en la unidad de la Trinidad. Es Cristo quien nos reconcilia con el Padre y nos une entre nosotros en el Espíritu Santo. Juntos, nos inspiramos en la escucha de la Palabra de Dios, a través de la Tradición viva de la Iglesia, y nos basamos en el sensus fidei que compartimos. Todos tenemos un rol que desempeñar en el discernimiento y la vivencia de la llamada de Dios a su pueblo.
En segundo lugar, la participación: pues la llamada de Dios es a la participación de todos los que pertenecen a su Pueblo -laicos, consagrados y ordenados- para que se comprometan en el ejercicio de la escucha profunda y respetuosa de los demás. Esta actitud crea un espacio para escuchar juntos al Espíritu Santo, que guía nuestras aspiraciones en beneficio de la Iglesia del Tercer Milenio. La participación se basa en que todos los fieles están cualificados y llamados a servirse recíprocamente a través de los dones que cada uno ha recibido del Espíritu Santo. En una Iglesia sinodal, toda la comunidad, en la libre y rica diversidad de sus miembros, está llamada a rezar, escuchar, analizar, dialogar, discernir y aconsejar para tomar decisiones pastorales que correspondan lo más posible a la voluntad de Dios. Hay que hacer esfuerzos genuinos para asegurar la inclusión de los que están en los márgenes o se sienten excluidos.
Y, en tercer lugar la misión: pues la Iglesia existe para evangelizar. Nunca podemos concentrarnos en nosotros mismos. Nuestra misión es testimoniar el amor de Dios en medio de toda la familia humana. Este proceso sinodal tiene una profunda dimensión misionera. Su objetivo es permitir a la Iglesia que pueda testimoniar mejor el Evangelio, especialmente con aquellos que viven en las periferias espirituales, sociales, económicas, políticas, geográficas y existenciales de nuestro mundo. De este modo, la sinodalidad es un camino a través del cual la Iglesia puede cumplir con más fruto su misión de evangelización en el mundo, como levadura al servicio de la llegada del Reino de Dios.
15.-LA SINODALIDAD EN UN DETERMINADO CONTEXTO SOCIAL Y ECLESIAL (1-12-24).
El camino sinodal se desarrolla dentro de un contexto histórico caracterizado por cambios “epocales” de la sociedad en que vivimos y por una etapa crucial de la vida de la Iglesia, que no es posible ignorar.
Es en los pliegues de este contexto complejo, en sus tensiones y contradicciones, donde estamos llamados a «escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio» (Gaudium et Spes n. 4), buscando señalar algunos elementos del escenario global más estrechamente vinculados con el tema del Sínodo, pero conscientes de que el cuadro deberá enriquecerse y completarse siempre a nivel local.
Y, sin olvidar extender nuestra mirada también al panorama que presenta la humanidad. Una Iglesia sinodal es como un estandarte alzado entre las naciones (cf. Is 11,12). En un mundo que -aun invocando participación, solidaridad y la transparencia en la administración de lo público- a menudo entrega el destino de poblaciones enteras en manos codiciosas de pequeños grupos de poder. Como Iglesia que «camina junto» a los hombres, partícipe de las dificultades de la historia, cultivamos el sueño de que el redescubrimiento de la dignidad inviolable de los pueblos y de la función de servicio de la autoridad, podrán ayudar a la sociedad civil a edificarse en la justicia y la fraternidad, fomentando un mundo más bello y más digno del hombre para las generaciones que vendrán después de nosotros.
Vivimos en una época de rápidos cambios y que la pandemia que hemos vivido los ha acelerado aún más. Por ello, la Iglesia, que vive en el mundo y para el mundo, no solo debe afrontar lo que ocurre con fe, sino que ella misma se ve cuestionada sobre su propia identidad y misión. Su “pastoralidad” consiste precisamente en esta inmersión radical en la historia de los hombres, porque la Iglesia debe contar no solo con la fuerza del Evangelio, sino también con la condición de los destinatarios del Evangelio, que nunca son hombres y mujeres teóricos, sino los que existen realmente en una época histórica determinada.
De aquí la importancia de nombrar desde el principio algunos temas actuales de la teología pastoral, pues en Europa estamos viviendo un tiempo postmetafísico y postsecular que plantea no solo nuevas «condiciones de creencia» para los cristianos, sino incluso «nuevas condiciones de existencia» para el propio cristianismo.
16.- SE VISLUMBRAN TRES «GRANDES CONSTELACIONES» EN NUESTRA SOCIEDAD (15-12-24).
Son tres «grandes constelaciones» vinculadas a la contextualidad de la reflexión teológica y de la acción pastoral:
1º. La teológica: Estamos llamados a explorar la constelación de la hospitalidad: Repensar a Dios en el contexto de la hospitalidad significa pensar en Él como abierto y disponible, es decir, capaz de dar cabida a los demás y dispuesto a extender su propia comunión de amor.
El Dios de Jesucristo no tiene nada de narcisista ni de autorreferente. Pensemos en su generosidad sistémica capaz de crear un hogar hospitalario para nosotros a través de la creación, generando así un mundo distinto a Él. Pensemos en la mansedumbre de Dios en Jesús, que viene a nosotros pidiendo hospitalidad en el mundo que nos ha sido confiado. Pensemos también en la apremiante invitación del Papa Francisco al discernimiento como una práctica espiritual de escucha de Dios, al que hay que acoger, seguir y amar.
En esta primera constelación hay una clara referencia al desafío ecológico, a la urgente cuestión de la migración y también a la violencia que con demasiada frecuencia sigue teniendo una matriz religiosa. Es el gran reto de la fraternidad universal y de la amistad social, que en la encíclica Fratelli tutti 4 ha encontrado una autorizada reactivación.
2º. La antropológica: En estas últimas décadas hay una creciente atención a la constelación de la escucha. Durante los últimos procesos sinodales -el de la familia, el de los jóvenes y el de la región panamazónica- hemos tomado cada vez más conciencia, como Iglesia, de estar en deuda para escuchar: el grito de las familias heridas, el grito de los jóvenes y de la tierra y el grito de los pobres sigue siendo demasiado a menudo desoído.
Por ello, es decisivo, desde todos los puntos de vista, reavivar y profundizar en el tema de la escucha: Pensar en el hombre como un ser que escucha, oyente de la Palabra, abierto a la voz de Dios. Ser conscientes de que la Iglesia es deudora de la «escucha empática» con Dios y con los hombres. Volver a la vida espiritual como escucha activa de la Palabra de Dios. Partir de nuevo del discernimiento como práctica de la escucha en el Espíritu de la llamada que nos llega de la realidad, de la conciencia, del mundo.
3º. La sinodalidad: Se trata de un redescubrimiento de las últimas décadas, que ha recibido un impulso decisivo por parte del Papa Francisco. El volver a poner en el centro de la identidad de la Iglesia su ser “Pueblo de Dios” está en su raíz; el redescubrimiento del bautismo como plataforma de todo posible discipulado misionero es su base sacramental. Se trata de una tarea abierta, aventurera y envolvente, que comprometerá a la Iglesia en las próximas décadas.
17.- LAS TRES GRANDES CONSTELACIONES ESTÁN ENTRELAZADAS (22-12-24)
Estas tres constelaciones están entrelazadas, se remiten unas a otras y se implican continuamente. En realidad no se pueden separar, sino que solo se distinguen metodológicamente, porque forman parte de un único poliedro. Forman un todo porque, como bien dice la carta encíclica Laudato sí: «todo está conectado».
– Está claro que la hospitalidad y el saberse acogidos se refieren a la escucha, al diálogo y a la sinodalidad.
– Así como la escucha se refiere a las condiciones esenciales para vivir la sinodalidad. – Así como que la sinodalidad es una práctica de la hospitalidad y de la escucha que reconoce al otro como un don al que hay que acoger y dar la palabra, además de la bienvenida. Todo lo cual hace que nos centremos en la tercera constelación, la relacionada con la sinodalidad. La sinodalidad tiene, desde el principio, tres características:
1º. Es generativa, y por tanto radical: Está en juego la sustancia de la Iglesia y no algunos de sus accidentes. Es un atributo de la Iglesia, una de sus características que se deriva de su naturaleza comunional, es una dimensión constitutiva de la Iglesia. No es una cuestión periférica, sino esencial.
2º. Es sistémica y no sectorial: Se trata del modo global de ser Iglesia y del modo de proceder en la Iglesia y como Iglesia. Se trata de su “estilo” de ser ella misma y de estar en el mundo. Se trata de la vida y la misión de la Iglesia.
3º. Es poliédrica, afecta a todo y a todos: Es un tema polifacético y transversal, y para abordarlo no bastará con hacer unos pequeños ajustes estéticos, sino que tendremos que redefinir nuestra identidad y nuestra misión. Es algo que requiere actitud de conversión. Es un programa de verificación y relanzamiento de toda la vida eclesial: Por una Iglesia sinodal: comunión, participación, misión.